Lara Moreno (Sevilla, 1978) se dio a conocer en 2013 con la novela Por si se va la luz, publicada por Lumen. Fue una de las apuestas de la editora Silvia Querini, que en esos años también publicó a jóvenes que luego han recalado en otras editoriales, como Jenn Díaz (Es un decir) o Cristina Morales (Malas palabras). Lara Moreno, que antes de la novela ya había publicado varios libros de poesía y relatos en sellos independientes, es la única que ha continuado en el catálogo, dirigido desde 2018 por María Fasce.
Lumen, pese a haber sido la casa de Jaime Gil de Biedma, Juan Marsé o Gustavo Martín Garzo, no se caracteriza por tener en el catálogo muchas voces españolas (al menos, no tanto como Alfaguara, Anagrama o Seix Barral), por lo que cuando incorpora a un autor nuevo, sobre todo si es poco conocido, suele ser con fundamento (sin ir más lejos, entre sus éxitos recientes está Sara Barquinero). De Lara Moreno, después de Por si se va la luz, una poética historia sobre una pareja que emprende un entonces pionero «retorno a lo rural», que recibió la distinción Nuevo Talento Fnac, ha publicado las novelas Piel de lobo (2016), una exploración de la relación entre dos hermanas, y La ciudad (2022), que indaga en el territorio como reflejo de las desigualdades socioeconómicas siguiendo las vivencias de tres mujeres, además de una recopilación de toda su poesía, Tempestad en víspera de viernes (2020). Por otra parte, la autora ha publicado en Destino Deshabitar (2020), un ensayo breve sobre uno de sus temas clave, nuestra relación con el espacio en el contexto de la crisis de la vivienda y la gentrificación de las ciudades.
Ahora llega Ningún amor está vivo en el recuerdo (2025), una recopilación de cuentos que recupera algunos de sus primeros textos y suma otros de escritura reciente. Moreno es una autora que se prodiga poco, pero cuando lo hace podemos tener la seguridad de que no es por cumplir ningún plazo, que se ha tomado su tiempo para colocar cada letra en su sitio y entregarlas pulidas, afiladas y precisas como se espera de una autora con su nivel de exigencia. No hablamos, por tanto, género menor: su talento no está en lo que narra, sino en la personalidad de su voz, con su cadencia hipnótica, que arrastra al lector desde el principio, no importa si es en forma de verso, de relato, de artículo o de ficción larga (en todo hay, eso sí, un lirismo inquietante que tiñe de sombra su universo).
Libro a libro ha ido adquiriendo madurez, y este último no es una excepción. Sus hilos habituales —casi sería mejor decir sus obsesiones— vuelven a estar ahí, en consonancia con la deriva de estos tiempos: las dinámicas de las parejas contemporáneas. La pareja joven, pero no demasiado, quizá con hijos; la pareja de mediana edad, con formación e inquietudes culturales; la pareja cosmopolita, que viaja (el movimiento vuelve a ser un motivo recurrente) y recorre el mundo. Ese tipo de perfiles son los que abundan en sus cuentos, unos cuentos en los que el conflicto nunca se exhibe, sino que se sospecha, se intuye bajo la superficie, como un aliento, una respiración que subyace al parlamento.
El relato que da título a la compilación, por el que ganó el Premio Cosecha Eñe 2013 (entonces bajo el título «Toda una vida»), es una pieza magistral sobre un encuentro casual con un antiguo compañero en una ciudad extranjera. El texto, de una cadencia rítmica que envuelve desde la primera línea, navega por la intimidad de la protagonista en una reflexión sobre el paso del tiempo, la fugacidad del amor, el peso de los sueños y la imperfección de la realidad mundana; sin duda, uno de los mejores. Estas constantes —la relación bajo el peso de los años, la renovada percepción del otro, el desplazamiento físico como espejo de la transformación interior— vuelven en los siguientes, aunque con la suficiente habilidad para que cada relato tenga entidad propia y no suene a repetición.
El narrador de «Como si estuviera viéndola» imagina la rutina de su ex sin él, sin querer volver con ella, pero sin resignarse a desligarse por completo de la influencia ejercida: «Quiero pensar que jamás podrá olvidarme y que hace su vida con indiferencia y laxitud, en un pobre ritual de supervivencia» (p. 27). En su forma de retratarla, dice más de sí mismo, de su abandono, que de ella. «Los lugares de donde vinieron», uno de los relatos recientes, narra cómo la deriva política estadounidense de Donald Trump irrumpe en la cotidianeidad de una familia: «no, no, no bajes el volumen, para que las niñas no escuchen» (p. 42). En «Salvarse o resistir», el enemigo es un incendio de verano, visto a través de los ojos de la hija: «La niña mira esa mano de hombre, que sostiene, durante unos segundos, una pequeña parte de su madre, pero nota la renuncia y la devastación. No sabe lo que es, pero es el fuego» (p. 52).
Lo personal es político. Y, bajo el tamiz literario, lo individual deviene colectivo, con una conciencia creciente de las amenazas que acechan al ser humano en esta época de incertidumbre. Sería inexacto calificar de «social» la narrativa de Lara Moreno; lejos de las técnicas del realismo, ella no radiografía un conflicto, sino que más bien capta ese estado (compartido) de tensión, de fragilidad, de miedo. Estos quince relatos, entre los que apenas hay discordancias, expresan el sentir, la respiración de un tiempo, tomando como base del tejido social las relaciones afectivas de la pareja o entre padres e hijos. Con sutileza y elegancia, propone una literatura elusiva que no olvida que la fuerza de las palabras se halla en su capacidad para insinuar, para envolver en su misterio, no en un mensaje panfletario. Poco a poco, sin hacer ruido, la autora se ha consolidado como un valor seguro de la narrativa española, con una línea que mantiene la coherencia de un proyecto que desde sus inicios fue ambicioso. Ningún amor está vivo en el recuerdo, con su prosa lírica y ese título tan intimista como su contenido, lo confirma de nuevo.
Lara Moreno (Sevilla, 1978) se dio a conocer en 2013 con la novela Por si se va la luz, publicada por Lumen. Fue una de las
Lara Moreno (Sevilla, 1978) se dio a conocer en 2013 con la novela Por si se va la luz, publicada por Lumen. Fue una de las apuestas de la editora Silvia Querini, que en esos años también publicó a jóvenes que luego han recalado en otras editoriales, como Jenn Díaz (Es un decir) o Cristina Morales (Malas palabras). Lara Moreno, que antes de la novela ya había publicado varios libros de poesía y relatos en sellos independientes, es la única que ha continuado en el catálogo, dirigido desde 2018 por María Fasce.
Lumen, pese a haber sido la casa de Jaime Gil de Biedma, Juan Marsé o Gustavo Martín Garzo, no se caracteriza por tener en el catálogo muchas voces españolas (al menos, no tanto como Alfaguara, Anagrama o Seix Barral), por lo que cuando incorpora a un autor nuevo, sobre todo si es poco conocido, suele ser con fundamento (sin ir más lejos, entre sus éxitos recientes está Sara Barquinero). De Lara Moreno, después de Por si se va la luz, una poética historia sobre una pareja que emprende un entonces pionero «retorno a lo rural», que recibió la distinción Nuevo Talento Fnac, ha publicado las novelas Piel de lobo (2016), una exploración de la relación entre dos hermanas, y La ciudad (2022), que indaga en el territorio como reflejo de las desigualdades socioeconómicas siguiendo las vivencias de tres mujeres, además de una recopilación de toda su poesía, Tempestad en víspera de viernes (2020). Por otra parte, la autora ha publicado en Destino Deshabitar (2020), un ensayo breve sobre uno de sus temas clave, nuestra relación con el espacio en el contexto de la crisis de la vivienda y la gentrificación de las ciudades.
Ahora llega Ningún amor está vivo en el recuerdo (2025), una recopilación de cuentos que recupera algunos de sus primeros textos y suma otros de escritura reciente. Moreno es una autora que se prodiga poco, pero cuando lo hace podemos tener la seguridad de que no es por cumplir ningún plazo, que se ha tomado su tiempo para colocar cada letra en su sitio y entregarlas pulidas, afiladas y precisas como se espera de una autora con su nivel de exigencia. No hablamos, por tanto, género menor: su talento no está en lo que narra, sino en la personalidad de su voz, con su cadencia hipnótica, que arrastra al lector desde el principio, no importa si es en forma de verso, de relato, de artículo o de ficción larga (en todo hay, eso sí, un lirismo inquietante que tiñe de sombra su universo).
Libro a libro ha ido adquiriendo madurez, y este último no es una excepción. Sus hilos habituales —casi sería mejor decir sus obsesiones— vuelven a estar ahí, en consonancia con la deriva de estos tiempos: las dinámicas de las parejas contemporáneas. La pareja joven, pero no demasiado, quizá con hijos; la pareja de mediana edad, con formación e inquietudes culturales; la pareja cosmopolita, que viaja (el movimiento vuelve a ser un motivo recurrente) y recorre el mundo. Ese tipo de perfiles son los que abundan en sus cuentos, unos cuentos en los que el conflicto nunca se exhibe, sino que se sospecha, se intuye bajo la superficie, como un aliento, una respiración que subyace al parlamento.
El relato que da título a la compilación, por el que ganó el Premio Cosecha Eñe 2013 (entonces bajo el título «Toda una vida»), es una pieza magistral sobre un encuentro casual con un antiguo compañero en una ciudad extranjera. El texto, de una cadencia rítmica que envuelve desde la primera línea, navega por la intimidad de la protagonista en una reflexión sobre el paso del tiempo, la fugacidad del amor, el peso de los sueños y la imperfección de la realidad mundana; sin duda, uno de los mejores. Estas constantes —la relación bajo el peso de los años, la renovada percepción del otro, el desplazamiento físico como espejo de la transformación interior— vuelven en los siguientes, aunque con la suficiente habilidad para que cada relato tenga entidad propia y no suene a repetición.
El narrador de «Como si estuviera viéndola» imagina la rutina de su ex sin él, sin querer volver con ella, pero sin resignarse a desligarse por completo de la influencia ejercida: «Quiero pensar que jamás podrá olvidarme y que hace su vida con indiferencia y laxitud, en un pobre ritual de supervivencia» (p. 27). En su forma de retratarla, dice más de sí mismo, de su abandono, que de ella. «Los lugares de donde vinieron», uno de los relatos recientes, narra cómo la deriva política estadounidense de Donald Trump irrumpe en la cotidianeidad de una familia: «no, no, no bajes el volumen, para que las niñas no escuchen» (p. 42). En «Salvarse o resistir», el enemigo es un incendio de verano, visto a través de los ojos de la hija: «La niña mira esa mano de hombre, que sostiene, durante unos segundos, una pequeña parte de su madre, pero nota la renuncia y la devastación. No sabe lo que es, pero es el fuego» (p. 52).
Lo personal es político. Y, bajo el tamiz literario, lo individual deviene colectivo, con una conciencia creciente de las amenazas que acechan al ser humano en esta época de incertidumbre. Sería inexacto calificar de «social» la narrativa de Lara Moreno; lejos de las técnicas del realismo, ella no radiografía un conflicto, sino que más bien capta ese estado (compartido) de tensión, de fragilidad, de miedo. Estos quince relatos, entre los que apenas hay discordancias, expresan el sentir, la respiración de un tiempo, tomando como base del tejido social las relaciones afectivas de la pareja o entre padres e hijos. Con sutileza y elegancia, propone una literatura elusiva que no olvida que la fuerza de las palabras se halla en su capacidad para insinuar, para envolver en su misterio, no en un mensaje panfletario. Poco a poco, sin hacer ruido, la autora se ha consolidado como un valor seguro de la narrativa española, con una línea que mantiene la coherencia de un proyecto que desde sus inicios fue ambicioso. Ningún amor está vivo en el recuerdo, con su prosa lírica y ese título tan intimista como su contenido, lo confirma de nuevo.
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