‘Nada’, la adaptación teatral que se merecía Carmen Laforet

1944. Una novela con el escueto título de Nada gana el primer Premio Nadal, un invento creado por la revista Destino y que el imperio editorial Planeta convertiría en su marca de prestigio. El libro cuenta la peripecia de Andrea, una chica huérfana de 18 años recién llegada de provincias a Barcelona para estudiar Letras en la Universidad. La ciudad la deslumbra y la angustia, plena de potencial, pero lastrada por el trauma de la Guerra Civil, acabada hace apenas medio año y muy viva en el ambiente irrespirable de la casa de sus tíos, en la que se ve obligada a sobrevivir. La voz de la autora, de solo 23 años, es punzante, íntima, a veces devastadora. Se habla de existencialismo español. Ha nacido una estrella. 

Hace 80 años, Carmen Laforet removió el rancio ambiente literario nacional mostrando cómo incluso del suelo más pedregoso está destinada a brotar la españolita machadiana que quiere vivir y a vivir empieza. 

Necesitamos volver a Nada. Constantemente. Cualquier excusa es buena. Y cualquier enfoque. El Centro Dramático Nacional (CDN) la ha convertido en teatro: su Nada es una versión extensa (más de tres horas, con un descanso) y, sobre todo, intensa. Las posibilidades del teatro María Guerrero, donde se representa hasta el 22 de diciembre, han resultado en una escenografía impresionante, aprovechada por una dirección impecable y un elenco magnífico que culmina con el carisma, la frescura y la fuerza de Júlia Roch. 

Porque Andrea lo es todo. Su muy existencialista perspectiva construye el mundo, lo sostiene y nos lo enseña palpitante entre sus jóvenes manos, anhelantes de ese dolor que intuye como autenticidad. Y Andrea solo puede ser Nada, la novela irrepetible de Laforet. Joan Yago, director de la obra, cuenta a THE OBJECTIVE cómo se enfrentó al reto de verter toda esa intensidad en el formato teatral: «Como no se había hecho nunca, no teníamos referentes, y se podía hacer de mil maneras. Se podía llevar a escena en forma de monólogo, de drama tipo Tennessee Williams o Chéjov… Lo más difícil fue decidir cómo iban a coexistir la narración y la escena encarnada: nos hemos estado peleando con la obra hasta el último momento«. 

Funciona. En buena parte por el descomunal trabajo de Júlia Roch, que alterna (a veces casi simultánea) los diálogos y la acción con la narración en primera persona directamente recitada de la novela, incluidas descripciones no solo de sensaciones y emociones, sino de los objetos, paisajes y circunstancias que multiplican el sentido del escenario. El espectador recibe toda esa intensidad como si fuera propia. Las distancias se desvanecen. 

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Nada
Carmen Laforet

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Una historia aún vigente

Sostiene Yago que «la novela no ha envejecido. Y creo que esta es la razón por la que tantos adolescentes conectan con la obra, porque no necesitas contexto, no necesitas que te expliquen la Barcelona de 1939, simplemente entras en la novela como en una piscina y empiezas a nadar con los personajes, con las historias, con las dudas, con los miedos, con las alegrías… Es un clásico, y como clásico interpela tanto al lector de la década de los 40 del siglo XX como al lector y al espectador de 80 años más tarde, y seguramente va a seguir interpelándole durante mucho, mucho tiempo». 

Por la reacción del nutrido grupo de jóvenes que asistió a la función del jueves pasado, sus efectos siguen siendo poderosos. Esperemos que se prolonguen: «Nuestro deseo es que la gente salga del teatro con muchas ganas de ir a buscar la novela en la biblioteca y leérsela», dice Yago. Los mayores nos emocionamos con Andrea. Los jóvenes son Andrea. La catarsis brutal que produce su experiencia es hoy más necesaria que nunca. Porque Nada tiene «muchos elementos muy interesantes en la novela: el carácter existencialista, el carácter histórico, el carácter disidente en lo que representa la mujer según los cánones de la primera posguerra, etc.». Pero todo empieza y termina en Andrea: «Lo que más me enamora es su manera de mirar, de percibir, de describir el mundo a su alrededor». 

La magnífica producción del CDN nos la muestra en el claustrofóbico piso de la calle Aribau, con los nervios a flor de piel por la mezcla de fascinación y asco ante el tío Román, el terror ante la locura del tío Juan, la impotencia ante la mentira castradora de la tía Angustias, la piedad por la superviviente Gloria y su bebé, la ternura estéril por la abuela… Pero también la vemos en el coche con sus nuevos y divertidos amigos rumbo a la playa, y en la elegante casa de su amiga Ena, cuyo rostro inunda el escenario desde una enorme pantalla perfectamente integrada en un todo orgánico… 

Necesitamos que Nada vuelva de vez en cuando. Y si nos la muestran así, mejor.

 1944. Una novela con el escueto título de Nada gana el primer Premio Nadal, un invento creado por la revista Destino y que el imperio editorial  

1944. Una novela con el escueto título de Nada gana el primer Premio Nadal, un invento creado por la revista Destino y que el imperio editorial Planeta convertiría en su marca de prestigio. El libro cuenta la peripecia de Andrea, una chica huérfana de 18 años recién llegada de provincias a Barcelona para estudiar Letras en la Universidad. La ciudad la deslumbra y la angustia, plena de potencial, pero lastrada por el trauma de la Guerra Civil, acabada hace apenas medio año y muy viva en el ambiente irrespirable de la casa de sus tíos, en la que se ve obligada a sobrevivir. La voz de la autora, de solo 23 años, es punzante, íntima, a veces devastadora. Se habla de existencialismo español. Ha nacido una estrella. 

Hace 80 años, Carmen Laforet removió el rancio ambiente literario nacional mostrando cómo incluso del suelo más pedregoso está destinada a brotar la españolita machadiana que quiere vivir y a vivir empieza. 

Necesitamos volver a Nada. Constantemente. Cualquier excusa es buena. Y cualquier enfoque. El Centro Dramático Nacional (CDN) la ha convertido en teatro: su Nada es una versión extensa (más de tres horas, con un descanso) y, sobre todo, intensa. Las posibilidades del teatro María Guerrero, donde se representa hasta el 22 de diciembre, han resultado en una escenografía impresionante, aprovechada por una dirección impecable y un elenco magnífico que culmina con el carisma, la frescura y la fuerza de Júlia Roch. 

Porque Andrea lo es todo. Su muy existencialista perspectiva construye el mundo, lo sostiene y nos lo enseña palpitante entre sus jóvenes manos, anhelantes de ese dolor que intuye como autenticidad. Y Andrea solo puede ser Nada, la novela irrepetible de Laforet. Joan Yago, director de la obra, cuenta a THE OBJECTIVE cómo se enfrentó al reto de verter toda esa intensidad en el formato teatral: «Como no se había hecho nunca, no teníamos referentes, y se podía hacer de mil maneras. Se podía llevar a escena en forma de monólogo, de drama tipo Tennessee Williams o Chéjov… Lo más difícil fue decidir cómo iban a coexistir la narración y la escena encarnada: nos hemos estado peleando con la obra hasta el último momento«. 

Funciona. En buena parte por el descomunal trabajo de Júlia Roch, que alterna (a veces casi simultánea) los diálogos y la acción con la narración en primera persona directamente recitada de la novela, incluidas descripciones no solo de sensaciones y emociones, sino de los objetos, paisajes y circunstancias que multiplican el sentido del escenario. El espectador recibe toda esa intensidad como si fuera propia. Las distancias se desvanecen. 

Sostiene Yago que «la novela no ha envejecido. Y creo que esta es la razón por la que tantos adolescentes conectan con la obra, porque no necesitas contexto, no necesitas que te expliquen la Barcelona de 1939, simplemente entras en la novela como en una piscina y empiezas a nadar con los personajes, con las historias, con las dudas, con los miedos, con las alegrías… Es un clásico, y como clásico interpela tanto al lector de la década de los 40 del siglo XX como al lector y al espectador de 80 años más tarde, y seguramente va a seguir interpelándole durante mucho, mucho tiempo». 

Por la reacción del nutrido grupo de jóvenes que asistió a la función del jueves pasado, sus efectos siguen siendo poderosos. Esperemos que se prolonguen: «Nuestro deseo es que la gente salga del teatro con muchas ganas de ir a buscar la novela en la biblioteca y leérsela», dice Yago. Los mayores nos emocionamos con Andrea. Los jóvenes son Andrea. La catarsis brutal que produce su experiencia es hoy más necesaria que nunca. Porque Nada tiene «muchos elementos muy interesantes en la novela: el carácter existencialista, el carácter histórico, el carácter disidente en lo que representa la mujer según los cánones de la primera posguerra, etc.». Pero todo empieza y termina en Andrea: «Lo que más me enamora es su manera de mirar, de percibir, de describir el mundo a su alrededor». 

La magnífica producción del CDN nos la muestra en el claustrofóbico piso de la calle Aribau, con los nervios a flor de piel por la mezcla de fascinación y asco ante el tío Román, el terror ante la locura del tío Juan, la impotencia ante la mentira castradora de la tía Angustias, la piedad por la superviviente Gloria y su bebé, la ternura estéril por la abuela… Pero también la vemos en el coche con sus nuevos y divertidos amigos rumbo a la playa, y en la elegante casa de su amiga Ena, cuyo rostro inunda el escenario desde una enorme pantalla perfectamente integrada en un todo orgánico… 

Necesitamos que Nada vuelva de vez en cuando. Y si nos la muestran así, mejor.

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