Mujeres ejemplares: María contra Eva

Es bien conocido el peso que todavía hoy ejercen las religiones en la forja del individuo y la imposición de unas determinadas pautas de conducta. Establecen lo que se considera «bueno», o ejemplar, y lo que se tacha de «inmoral», o contrario al ejemplo. En España, en el pasado reciente, la omnipresencia del catolicismo dejó una fuerte impronta en las costumbres, la educación y, en particular, la institución de un único modelo de familia. Con las mujeres, de por sí en posición vulnerable en un contexto de sociedad patriarcal, la religión, en su búsqueda de poder e influencia social, ha sido especialmente intrusiva.

El asunto viene de lejos, de los modelos de santidad (y, por extensión, sus opuestos) que se fueron propagando desde el púlpito y sus organismos asociados, como los colegios y la beneficencia. Explorar el concepto de «ejemplaridad», por lo tanto, va más allá de la mera curiosidad por cuanto nos habla de unas raíces arraigadas en la civilización del sur de Europa y de Latinoamérica, unas raíces profundas y ramificadas que explican aquello que se tuvo que derrocar para abrir paso al feminismo y las nuevas políticas sociales. El ensayo colectivo Mujeres y ejemplaridad en la historia (Cátedra, 2024), coordinado por Rosa María Alabrús Iglesias, profesora de la Universitat Abat Oliva CEU, analiza la cuestión.

Para empezar, ¿qué se entiende por «mujer ejemplar»? El primer punto es que no existe un modelo único e inamovible, sino que dentro del propio cristianismo ha sido causa de no pocas polémicas y, por supuesto, ha evolucionado en consonancia con el conjunto de la sociedad. Se distinguen dos áreas de influencia: por un lado, en sus comunidades, es decir, las monjas; por otro, la mujer laica, en sus roles de hija, esposa, madre y viuda. Tiene importancia detenerse en las religiosas, puesto que en un principio los valores que se promovieron en las demás eran un sucedáneo de lo que se estimaba en los conventos. Y es tan importante conocer los modelos ejemplares como los contra-ejemplares, ya que a menudo la santidad se construye por oposición, por aquellos atributos indeseables.

La mayoría de casos investigados en el libro se refieren a mujeres desconocidas para el público general, con alguna excepción, como el estudio comparativo entre santa Teresa de Jesús (1515-1582) y sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), que compartían además su vocación literaria. Esto, la pulsión por escribir, también se cuestionó e influyó en la consideración de ejemplaridad. Los hombres, resguardando su territorio de dominio, desconfiaban de la escritura de las mujeres y prohibían su difusión, algo que cambió, dentro de los conventos, con Teresa de Ávila.

Para Teresa no resultó fácil: el arrebato místico siempre fue un motivo de sospecha; entrañaba el riesgo de descuidar la abnegación religiosa por una práctica asociada, en última instancia, al placer corporal. En el siglo posterior a su muerte, con todo, ya era venerada: prevalecieron su humildad y su trabajo por la fe por delante de la controversia sobre el misticismo. En un sermón de la época, un clérigo la contrapone a sor Juana, que entonces iba ganando popularidad internacional: mientras que de Teresa, a la que admira, subraya la escritura dedicada a la devoción, las creaciones de sor Juana, mujer erudita y con una agudeza vivaz, le parece un ejercicio de vanidad, que confirma con el argumento de las horas que dedicaba al estudio (en detrimento de sus deberes morales) y a cultivar relaciones sociales. El confesor, que podía alentar o censurar a las religiosas, desempeñaba un papel clave en la legitimación de su escritura: Teresa le requería su aprobación, en sus escritos se muestra insegura; sor Juana, si bien al final terminó renunciando a las letras, durante un tiempo llegó a deshacerse del suyo para volcarse sin ambages en su obra.

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Mujeres y ejemplaridad en la historia
Rosa María Alabrús Iglesias

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Viudas y madres

Hoy ese contexto religioso puede sonarnos añejo, pero no hay que despreciar el hecho de que los conventos posibilitaron gran parte de los primeros escritos femeninos occidentales de los que se tiene constancia. Hubo épocas en las que las mujeres cultivadas, y por tanto de familia adinerada, hacían los votos como una forma de independencia y desarrollo personal, unido al prestigio de su estirpe, del que ella se beneficiaba en sus relaciones y que a su vez hacía crecer según su gestión. Hay una parte del ensayo dedicada, por ejemplo, a la escritura biográfica dentro de un convento: una sucesión de prioras y diversas monjas anónimas dejaron constancia de las vidas de algunas religiosas de la comunidad; otra manera de divulgar la «ejemplaridad», y por y para sí mismas, sin depender de la aprobación masculina.

La intervención en la sociedad a mayor escala llegó a través de la escuela, otra fuente de controversia: frente al antiguo elogio del aislamiento y la atención absoluta a la fe, poco a poco la Iglesia aceptó la participación en la educación de las masas como otra vía de control sociopolítico, alternativa a la influencia que estaba perdiendo entre la clase alta, que con el tiempo se nutrió de los principios de la Ilustración y comenzó a desconfiar del cristianismo. Bien entrado el siglo XVIII, la aceptación de las mujeres laicas como modelos ejemplares se hizo realidad: primero, con las viudas, persuadidas, eso sí, a encarnar los valores arquetípicos de las monjas; no en vano muchas acabaron tomando los hábitos. Más adelante, lo hicieron con las madres, inculcándoles valores de entrega y devoción al hijo y a la familia, como una religiosa se rinde ante Dios.

Este sistema, bajo su apariencia benefactora, no tenía nada de ingenuo ni casual: con la enseñanza, se educaba a las niñas para que fueran católicas fervientes, esposas serviles y madres abnegadas; de este modo, la Iglesia adquiría no solo control social, sino que se adentraba en los hogares, las familias, el espacio que ocupaban las mujeres. Defendía asimismo la austeridad; y entre las mujeres de la aristocracia, promovió la caridad como virtud. En un periodo en el que la pérdida de influencia entre los poderosos fue paralela al descenso del número de monjas, ampliar los tentáculos de la Iglesia entre la clase baja y civil resultó fundamental para que la institución no perdiera fuelle.

Y esto es solo un aperitivo de lo mucho que ofrece este ensayo, sustentado en fuentes de la época —los escritos, de todo tipo, de las propias mujeres y de sus coetáneos—, algunas bastante curiosas, como el mencionado libro que unas religiosas dedicaron a sus predecesoras (Necrologio). Estudios diversos, que se pueden leer de forma independiente y abarcan diferentes contextos históricos en España, Italia e Hispanoamérica. Se trata el tema de la Inquisición y la caza de brujas, se habla una reina y de una criada, de un caso de abuso sexual. Leídos en su totalidad, proporcionan una suerte de panorámica, a pesar de las numerosas controversias, de la evolución histórica de la noción de mujer ejemplar, siempre deudora de María, hasta que con la modernidad los valores de la contra-ejemplar Eva —como la libertad, autonomía o la sexualidad— se convirtieron en el paradigma de la nueva mujer. Eso, sin embargo, ya es otra historia.

 Es bien conocido el peso que todavía hoy ejercen las religiones en la forja del individuo y la imposición de unas determinadas pautas de conducta. Establecen  

Es bien conocido el peso que todavía hoy ejercen las religiones en la forja del individuo y la imposición de unas determinadas pautas de conducta. Establecen lo que se considera «bueno», o ejemplar, y lo que se tacha de «inmoral», o contrario al ejemplo. En España, en el pasado reciente, la omnipresencia del catolicismo dejó una fuerte impronta en las costumbres, la educación y, en particular, la institución de un único modelo de familia. Con las mujeres, de por sí en posición vulnerable en un contexto de sociedad patriarcal, la religión, en su búsqueda de poder e influencia social, ha sido especialmente intrusiva.

El asunto viene de lejos, de los modelos de santidad (y, por extensión, sus opuestos) que se fueron propagando desde el púlpito y sus organismos asociados, como los colegios y la beneficencia. Explorar el concepto de «ejemplaridad», por lo tanto, va más allá de la mera curiosidad por cuanto nos habla de unas raíces arraigadas en la civilización del sur de Europa y de Latinoamérica, unas raíces profundas y ramificadas que explican aquello que se tuvo que derrocar para abrir paso al feminismo y las nuevas políticas sociales. El ensayo colectivo Mujeres y ejemplaridad en la historia (Cátedra, 2024), coordinado por Rosa María Alabrús Iglesias, profesora de la Universitat Abat Oliva CEU, analiza la cuestión.

Para empezar, ¿qué se entiende por «mujer ejemplar»? El primer punto es que no existe un modelo único e inamovible, sino que dentro del propio cristianismo ha sido causa de no pocas polémicas y, por supuesto, ha evolucionado en consonancia con el conjunto de la sociedad. Se distinguen dos áreas de influencia: por un lado, en sus comunidades, es decir, las monjas; por otro, la mujer laica, en sus roles de hija, esposa, madre y viuda. Tiene importancia detenerse en las religiosas, puesto que en un principio los valores que se promovieron en las demás eran un sucedáneo de lo que se estimaba en los conventos. Y es tan importante conocer los modelos ejemplares como los contra-ejemplares, ya que a menudo la santidad se construye por oposición, por aquellos atributos indeseables.

La mayoría de casos investigados en el libro se refieren a mujeres desconocidas para el público general, con alguna excepción, como el estudio comparativo entre santa Teresa de Jesús (1515-1582) y sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), que compartían además su vocación literaria. Esto, la pulsión por escribir, también se cuestionó e influyó en la consideración de ejemplaridad. Los hombres, resguardando su territorio de dominio, desconfiaban de la escritura de las mujeres y prohibían su difusión, algo que cambió, dentro de los conventos, con Teresa de Ávila.

Para Teresa no resultó fácil: el arrebato místico siempre fue un motivo de sospecha; entrañaba el riesgo de descuidar la abnegación religiosa por una práctica asociada, en última instancia, al placer corporal. En el siglo posterior a su muerte, con todo, ya era venerada: prevalecieron su humildad y su trabajo por la fe por delante de la controversia sobre el misticismo. En un sermón de la época, un clérigo la contrapone a sor Juana, que entonces iba ganando popularidad internacional: mientras que de Teresa, a la que admira, subraya la escritura dedicada a la devoción, las creaciones de sor Juana, mujer erudita y con una agudeza vivaz, le parece un ejercicio de vanidad, que confirma con el argumento de las horas que dedicaba al estudio (en detrimento de sus deberes morales) y a cultivar relaciones sociales. El confesor, que podía alentar o censurar a las religiosas, desempeñaba un papel clave en la legitimación de su escritura: Teresa le requería su aprobación, en sus escritos se muestra insegura; sor Juana, si bien al final terminó renunciando a las letras, durante un tiempo llegó a deshacerse del suyo para volcarse sin ambages en su obra.

Hoy ese contexto religioso puede sonarnos añejo, pero no hay que despreciar el hecho de que los conventos posibilitaron gran parte de los primeros escritos femeninos occidentales de los que se tiene constancia. Hubo épocas en las que las mujeres cultivadas, y por tanto de familia adinerada, hacían los votos como una forma de independencia y desarrollo personal, unido al prestigio de su estirpe, del que ella se beneficiaba en sus relaciones y que a su vez hacía crecer según su gestión. Hay una parte del ensayo dedicada, por ejemplo, a la escritura biográfica dentro de un convento: una sucesión de prioras y diversas monjas anónimas dejaron constancia de las vidas de algunas religiosas de la comunidad; otra manera de divulgar la «ejemplaridad», y por y para sí mismas, sin depender de la aprobación masculina.

La intervención en la sociedad a mayor escala llegó a través de la escuela, otra fuente de controversia: frente al antiguo elogio del aislamiento y la atención absoluta a la fe, poco a poco la Iglesia aceptó la participación en la educación de las masas como otra vía de control sociopolítico, alternativa a la influencia que estaba perdiendo entre la clase alta, que con el tiempo se nutrió de los principios de la Ilustración y comenzó a desconfiar del cristianismo. Bien entrado el siglo XVIII, la aceptación de las mujeres laicas como modelos ejemplares se hizo realidad: primero, con las viudas, persuadidas, eso sí, a encarnar los valores arquetípicos de las monjas; no en vano muchas acabaron tomando los hábitos. Más adelante, lo hicieron con las madres, inculcándoles valores de entrega y devoción al hijo y a la familia, como una religiosa se rinde ante Dios.

Este sistema, bajo su apariencia benefactora, no tenía nada de ingenuo ni casual: con la enseñanza, se educaba a las niñas para que fueran católicas fervientes, esposas serviles y madres abnegadas; de este modo, la Iglesia adquiría no solo control social, sino que se adentraba en los hogares, las familias, el espacio que ocupaban las mujeres. Defendía asimismo la austeridad; y entre las mujeres de la aristocracia, promovió la caridad como virtud. En un periodo en el que la pérdida de influencia entre los poderosos fue paralela al descenso del número de monjas, ampliar los tentáculos de la Iglesia entre la clase baja y civil resultó fundamental para que la institución no perdiera fuelle.

Y esto es solo un aperitivo de lo mucho que ofrece este ensayo, sustentado en fuentes de la época —los escritos, de todo tipo, de las propias mujeres y de sus coetáneos—, algunas bastante curiosas, como el mencionado libro que unas religiosas dedicaron a sus predecesoras (Necrologio). Estudios diversos, que se pueden leer de forma independiente y abarcan diferentes contextos históricos en España, Italia e Hispanoamérica. Se trata el tema de la Inquisición y la caza de brujas, se habla una reina y de una criada, de un caso de abuso sexual. Leídos en su totalidad, proporcionan una suerte de panorámica, a pesar de las numerosas controversias, de la evolución histórica de la noción de mujer ejemplar, siempre deudora de María, hasta que con la modernidad los valores de la contra-ejemplar Eva —como la libertad, autonomía o la sexualidad— se convirtieron en el paradigma de la nueva mujer. Eso, sin embargo, ya es otra historia.

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