Tom Cruise vuelve a salvar a la humanidad. ¿Por última vez? Misión imposible: sentencia final cierra el díptico que inició hace dos años Misión imposible: Sentencia mortal y suena a despedida de la franquicia que ha dado ocho películas a lo largo de tres décadas. Aunque nadie ha confirmado de forma tajante que esta vaya a ser la última –si triunfa en taquilla, habrá ganas de seguir explotando la gallina de los huevos de oro–, hay un par de datos que apuntalan la idea de clausura que se ha extendido entre la prensa.
A la pista que da el título, se le suma la estructura del largometraje, que va rescatando momentos estelares de las entregas anteriores en forma de flashbacks y retoma a un personaje de la primera a modo de bucle que cierra el círculo. Y por otro lado, Cruise ha cumplido 62 años y dado que parte sustancial del gancho de estas películas es anunciar a bombo y platillo que él ejecuta, sin dobles, las escenas de riesgo, es obvio que la edad va a hacer desaconsejables piruetas como la de colgarse del ala de una avioneta, heroicidad que acomete en esta cinta. Hombre, a Harrison Ford lo enredaron para volver a ponerse en la piel de Indiana Jones con ¡80 años!, pero no es lo mismo.
Ya casi nadie se acuerda –los más jóvenes quizá ni lo sepan– de que el origen de esta franquicia es una serie televisiva de los años sesenta del pasado siglo. Uno de los muchos productos de espionaje que surgieron a remolque del fenómeno cinematográfico y sociológico que fue James Bond. Las películas de Misión imposible han mantenido un puñado de detalles icónicos de aquella serie: la organización ultrasecreta que opera al margen de los cauces oficiales; un par de tonterías propias de la tele sesentera –los mensajes que se autodestruyen y las caretas imposibles para hacerse pasar por cualquier persona–, y el inolvidable temazo musical del argentino Lalo Shifrin.
Si comparamos el perfil del agente Ethan Hunt de Cruise con su modelo de referencia, James Bond, nos encontramos con diferencias notables. Frente a un Bond dotado de flema y humor muy británicos, insaciable apetito seductor –que hubo que moderar cuando empezó a resultar embarazoso–, afición a los martinis y los coches de lujo, y sabrosas dosis de cinismo, Ethan Hunt es un personaje monástico, cuyo único vicio conocido es salvar una y otra vez a la humanidad. Sí, ya sé que en alguna entrega anterior se le inventaba un vínculo afectivo de final trágico (cuya única finalidad era crear tensión), pero en las últimas aventuras ya no hay ni un triste flirteo. Hunt es un personaje tan plano como Superman, que ya es decir.
Pero eso es irrelevante, porque lo que ofrece la saga de Misión imposible es pura acción y adrenalina. Y es en función de estos parámetros como hay que valorarla. En la nueva película es cierto que hay un trasfondo apocalíptico más sombrío de lo habitual, con pinceladas sobre las mentiras que devoran las redes para tensionar. Pero que nadie se inquiete o se emocione –según lo que cada cual espere de este largometraje–, porque al final todo esto no es más que una argucia argumental para encadenar trepidantes escenas de acción.
La IA como villano
El villano de la función es la Entidad, una IA con iniciativa que ha decidido exterminar a la humanidad tomando el control de los arsenales nucleares para desencadenar el Armagedón. Ya la conocíamos de la anterior entrega y en los dos años que median entre una y otra casi todo el mundo ha tenido alguna interacción con el ChatGTP o alguno de sus primos hermanos. De modo que lo que entonces parecía pura ciencia ficción, ahora empieza a resultar inquietantemente cercano. Como la Entidad no es corpórea y mora en el ciberespacio, resulta difícil darle presencia visual. Por ello se le adjudica un representante humano, Gabriel (interpretado por Esai Morales) como enemigo de carne y hueso.
Misión imposible: Sentencia mortal es uno de los mejores títulos de la franquicia y ponía el listón muy alto a su continuación. Sin ser ni mucho menos una mala película, Misión imposible: Sentencia final no logra superarlo. Le cuesta más arrancar y tiene algunos giros de guion un poco atropellados, pero sobre todo sus largas escenas de acción –que son las que dan sentido a estas cintas– son menos resultonas y espectaculares.
Misión imposible: Sentencia mortal tenía dos set pieces imbatibles: la persecución automovilística por las calles de Roma y el salto al abismo con una moto que culminaba con un vagón de tren colgado en el vacío. Solo alguien aquejado de rigor mortis podía evitar morderse las uñas y agarrarse a la butaca. Aquí las dos secuencias equivalentes –una submarina y la aérea del final– están muy bien resueltas técnicamente, pero son menos vibrantes.
Con todo, estamos ante un largometraje que justifica acudir a un cine para verlo en pantalla grande. Puede que Tom Cruise solo salve a la humanidad en la ficción, pero en la realidad está embarcado en una loable cruzada por salvar el cine proyectado en salas y por defender lo analógico. No es que sus películas no utilicen efectos digitales, pero lo hacen con la debida moderación. Nada que ver con las franquicias superheróicas que todo lo fían al croma y las imágenes generadas por ordenador.
Acción y espectáculo
Hace tiempo que Cruise aparcó su carrera de actor dramático con la que se consolidó tras sus inicios como guaperas –¿recuerdan Algunos hombres buenos, Entrevista con el vampiro, Eyes Wide Shut, Magnolia?– para convertirse en un héroe de acción. En las sucesivas entregas de Misión imposible se ha jugado el tipo colgándose de la fachada de un rascacielos acristalado y del lateral de un avión en pleno despegue, y aquí sigue dando espectáculo: se lanza al mar a pelo desde un avión en vuelo rasante y se cuelga del ala de una avioneta que se pone boca abajo. Hay algo circense –¿recuerdan su aparición estelar en la gala de cierre de los juegos olímpicos?– en su actitud: enfrentar el riesgo sin red, a mayor gloria del disfrute del respetable.
Lo cual lo emparenta con una estimulante tradición cinematográfica: la que iniciaron los cómicos del cine mudo con sus increíbles acrobacias –Buster Keaton, el más genial de todos, se rompió unas cuantas costillas y casi la crisma– y continuaron los reyes de las artes marciales, con Jackie Chan encabezando el ránking de castañazos y hospitalizaciones.
Desde los tiempos de aquellos cómicos del slapstick como Keaton –al que le caía la fachada de una casa de madera encima– y Harold Lloyd –que se colgaba de un reloj en lo alto del edificio– el cine ha evolucionado y ha conseguido alcanzar profundidades emocionales, dramáticas y hasta metafísicas. Sin embargo, no hay que olvidar que en su origen fue una atracción de feria que asombraba a los espectadores. Esa primitiva magia nunca se ha perdido del todo, porque el cine sigue siendo también espectáculo y entretenimiento. Si una película logra que pasemos un par de horas –en este caso son casi tres– embelesados, disfrutando como niños, ha alcanzado un muy noble objetivo. La que nos ocupa lo consigue: misión cumplida.
Tom Cruise vuelve a salvar a la humanidad. ¿Por última vez? Misión imposible: sentencia final cierra el díptico que inició hace dos años Misión imposible: Sentencia
Tom Cruise vuelve a salvar a la humanidad. ¿Por última vez? Misión imposible: sentencia final cierra el díptico que inició hace dos años Misión imposible: Sentencia mortal y suena a despedida de la franquicia que ha dado ocho películas a lo largo de tres décadas. Aunque nadie ha confirmado de forma tajante que esta vaya a ser la última –si triunfa en taquilla, habrá ganas de seguir explotando la gallina de los huevos de oro–, hay un par de datos que apuntalan la idea de clausura que se ha extendido entre la prensa.
A la pista que da el título, se le suma la estructura del largometraje, que va rescatando momentos estelares de las entregas anteriores en forma de flashbacks y retoma a un personaje de la primera a modo de bucle que cierra el círculo. Y por otro lado, Cruise ha cumplido 62 años y dado que parte sustancial del gancho de estas películas es anunciar a bombo y platillo que él ejecuta, sin dobles, las escenas de riesgo, es obvio que la edad va a hacer desaconsejables piruetas como la de colgarse del ala de una avioneta, heroicidad que acomete en esta cinta. Hombre, a Harrison Ford lo enredaron para volver a ponerse en la piel de Indiana Jones con ¡80 años!, pero no es lo mismo.
Ya casi nadie se acuerda –los más jóvenes quizá ni lo sepan– de que el origen de esta franquicia es una serie televisiva de los años sesenta del pasado siglo. Uno de los muchos productos de espionaje que surgieron a remolque del fenómeno cinematográfico y sociológico que fue James Bond. Las películas de Misión imposible han mantenido un puñado de detalles icónicos de aquella serie: la organización ultrasecreta que opera al margen de los cauces oficiales; un par de tonterías propias de la tele sesentera –los mensajes que se autodestruyen y las caretas imposibles para hacerse pasar por cualquier persona–, y el inolvidable temazo musical del argentino Lalo Shifrin.
Si comparamos el perfil del agente Ethan Hunt de Cruise con su modelo de referencia, James Bond, nos encontramos con diferencias notables. Frente a un Bond dotado de flema y humor muy británicos, insaciable apetito seductor –que hubo que moderar cuando empezó a resultar embarazoso–, afición a los martinis y los coches de lujo, y sabrosas dosis de cinismo, Ethan Hunt es un personaje monástico, cuyo único vicio conocido es salvar una y otra vez a la humanidad. Sí, ya sé que en alguna entrega anterior se le inventaba un vínculo afectivo de final trágico (cuya única finalidad era crear tensión), pero en las últimas aventuras ya no hay ni un triste flirteo. Hunt es un personaje tan plano como Superman, que ya es decir.
Pero eso es irrelevante, porque lo que ofrece la saga de Misión imposible es pura acción y adrenalina. Y es en función de estos parámetros como hay que valorarla. En la nueva película es cierto que hay un trasfondo apocalíptico más sombrío de lo habitual, con pinceladas sobre las mentiras que devoran las redes para tensionar. Pero que nadie se inquiete o se emocione –según lo que cada cual espere de este largometraje–, porque al final todo esto no es más que una argucia argumental para encadenar trepidantes escenas de acción.
El villano de la función es la Entidad, una IA con iniciativa que ha decidido exterminar a la humanidad tomando el control de los arsenales nucleares para desencadenar el Armagedón. Ya la conocíamos de la anterior entrega y en los dos años que median entre una y otra casi todo el mundo ha tenido alguna interacción con el ChatGTP o alguno de sus primos hermanos. De modo que lo que entonces parecía pura ciencia ficción, ahora empieza a resultar inquietantemente cercano. Como la Entidad no es corpórea y mora en el ciberespacio, resulta difícil darle presencia visual. Por ello se le adjudica un representante humano, Gabriel (interpretado por Esai Morales) como enemigo de carne y hueso.
Misión imposible: Sentencia mortal es uno de los mejores títulos de la franquicia y ponía el listón muy alto a su continuación. Sin ser ni mucho menos una mala película, Misión imposible: Sentencia final no logra superarlo. Le cuesta más arrancar y tiene algunos giros de guion un poco atropellados, pero sobre todo sus largas escenas de acción –que son las que dan sentido a estas cintas– son menos resultonas y espectaculares.
Misión imposible: Sentencia mortal tenía dos set pieces imbatibles: la persecución automovilística por las calles de Roma y el salto al abismo con una moto que culminaba con un vagón de tren colgado en el vacío. Solo alguien aquejado de rigor mortis podía evitar morderse las uñas y agarrarse a la butaca. Aquí las dos secuencias equivalentes –una submarina y la aérea del final– están muy bien resueltas técnicamente, pero son menos vibrantes.
Con todo, estamos ante un largometraje que justifica acudir a un cine para verlo en pantalla grande. Puede que Tom Cruise solo salve a la humanidad en la ficción, pero en la realidad está embarcado en una loable cruzada por salvar el cine proyectado en salas y por defender lo analógico. No es que sus películas no utilicen efectos digitales, pero lo hacen con la debida moderación. Nada que ver con las franquicias superheróicas que todo lo fían al croma y las imágenes generadas por ordenador.
Hace tiempo que Cruise aparcó su carrera de actor dramático con la que se consolidó tras sus inicios como guaperas –¿recuerdan Algunos hombres buenos, Entrevista con el vampiro, Eyes Wide Shut, Magnolia?– para convertirse en un héroe de acción. En las sucesivas entregas de Misión imposible se ha jugado el tipo colgándose de la fachada de un rascacielos acristalado y del lateral de un avión en pleno despegue, y aquí sigue dando espectáculo: se lanza al mar a pelo desde un avión en vuelo rasante y se cuelga del ala de una avioneta que se pone boca abajo. Hay algo circense –¿recuerdan su aparición estelar en la gala de cierre de los juegos olímpicos?– en su actitud: enfrentar el riesgo sin red, a mayor gloria del disfrute del respetable.
Lo cual lo emparenta con una estimulante tradición cinematográfica: la que iniciaron los cómicos del cine mudo con sus increíbles acrobacias –Buster Keaton, el más genial de todos, se rompió unas cuantas costillas y casi la crisma– y continuaron los reyes de las artes marciales, con Jackie Chan encabezando el ránking de castañazos y hospitalizaciones.
Desde los tiempos de aquellos cómicos del slapstick como Keaton –al que le caía la fachada de una casa de madera encima– y Harold Lloyd –que se colgaba de un reloj en lo alto del edificio– el cine ha evolucionado y ha conseguido alcanzar profundidades emocionales, dramáticas y hasta metafísicas. Sin embargo, no hay que olvidar que en su origen fue una atracción de feria que asombraba a los espectadores. Esa primitiva magia nunca se ha perdido del todo, porque el cine sigue siendo también espectáculo y entretenimiento. Si una película logra que pasemos un par de horas –en este caso son casi tres– embelesados, disfrutando como niños, ha alcanzado un muy noble objetivo. La que nos ocupa lo consigue: misión cumplida.
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