‘Mickey 17’, distopía, comedia negra y dilemas éticos en un planeta muy lejano

En 2019 el coreano Bong Joon-ho arrasó con Parásitos. Ganó la Palma de Oro en Cannes, cuatro Oscars (incluido el doblete de mejor película y mejor película extranjera) y un montón de premios más. Es uno de los grandes títulos del siglo XXI. Han pasado seis largos años hasta el estreno de su nuevo y muy esperado largometraje: Mickey 17. Seis años envueltos en rumores. Se lo ha financiado Warner, que le dio carta blanca. Se rodó en 2022 y el estreno estaba previsto inicialmente como plato fuerte de las navidades de 2023. Se retrasó a mayo de 2024, volvió a retrasarse… Al parecer Warner exigía remontar la cinta, porque consideraban que no funcionaba. El director ajustó cosas, pero asegura que ha tenido el control del montaje final, que llega por fin a las pantallas.

La película está repleta de ideas sugestivas, pero no todas están adecuadamente desarrolladas ni todas encajan igual de bien en la estructura. Bong Joon-ho adapta una novela de ciencia ficción del estadounidense Edward Ashton titulada Mickey 7 (la ha editado en España Minotauro), que pasa a llamarse Mickey 17. Estamos en un futuro lejano en el que la humanidad coloniza planetas remotos. El protagonista, Mickey (Robert Pattinson), tiene que huir de la Tierra a toda prisa porque lo persiguen unos acreedores mafiosos con muy malas pulgas. Por eso firma un contrato –sin mirarse la letra pequeña– para poder formar parte de la tripulación de una nave que parte rumbo al helado planeta Niflheim.

No tarda en comprobar en sus carnes qué dice la letra pequeña de su puesto de «prescindible». Viene a ser un conejillo de indias multiusos. Por ejemplo, si hay que comprobar si hay virus peligrosos en el aire del planeta a colonizar, pues baja él de la nave, respira y el equipo médico monitoriza sus reacciones. Si muere, como en efecto sucede, no pasa nada. Porque mediante una impresora humana se saca una nueva versión de él, que incorpora sus vivencias anteriores a su nuevo cuerpo. Se trata de una tecnología ya prohibida en la Tierra por los dilemas éticos que genera, pero todavía tolerada en misiones espaciales a lugares remotos.

La película arranca cuando su versión número 17 ha caído en una cueva llena de bichos monstruosos que lo van a devorar. Se lo da por acabado y se procede a imprimir a Mickey 18. El problema es que los temidos monstruos no son tales, sino unos animales dispuestos a ayudar al prójimo que le salvan la vida. Y, por tanto, ahora hay en la nave dos Mickeys, lo cual puede generar una crisis de multiplicidad cuyo resultado será letal. Si descubren su doble existencia, los eliminarán a ambos y clausurarán el programa de impresión humana. De modo que Mickey morirá definitiva e irremediablemente.

La premisa es estimulante y permite abordar dilemas éticos ya muy reales como los de la clonación y la ingeniería genética. Tiene incluso una deriva metafísica a partir de la transformación de la muerte en algo no definitivo. Sin embargo, Bong Joon-ho no se desliza hacia la trascendencia, sino hacia la comedia absurda, tirando a negra. A estos temas se suman otros como el potencial destructor de la humanidad colonizadora de planetas y su percepción de cualquier ser vivo diferente como un monstruo a aniquilar.

Sátira social

La sátira adquiere dimensión política a través de la figura del chiflado líder de la misión, un empresario visionario y reaccionario (interpretado con tintes esperpénticos por Mark Ruffalo). Es una mezcla del telepredicador evangelista Billy Graham, que se vio metido en todo tipo de escándalos, y Donald Trump. No es casual que sus fervientes seguidores lleven gorras rojas y Ruffalo en algún momento imita la modulación de voz del ahora presidente.

Lo acompaña en la cúpula de la misión colonizadora su siniestra y maquiavélica esposa, a la que da vida Toni Collette con aires de Cruela de Vil. Son una pareja de personajes a los que se puede sacar jugo, pero la caricatura usa en exceso la brocha gorda. Se suma a todo esto una trama amorosa, con dos féminas de la tripulación prendadas del Mickey duplicado (de uno de ellos o de los dos a la vez). Es la parte que resulta más confusa; ¿tal vez se ha recortado demasiado en el último montaje y por el camino se han perdido detalles relevantes?

A lo largo de su carrera, Bong Joon-ho ha sabido convertir el cine de género en vehículo para escrutar y criticar vicios y lacras sociales. The Host era una estupenda película con monstruo que en realidad hablaba de una familia disfuncional; Snowpiecer -adaptación de un cómic francés- era una trepidante cinta de ciencia ficción cuyo tema de fondo era la lucha de clases, y Orja, una bienintencionada fábula ecologista con un cerdo gigante. Toda la capacidad del director para diseccionar la sociedad combinando registros diversos fructificó en su obra maestra, Parásitos, mezcla de drama, comedia negra e intriga.

En Mickey 17 ha introducido de nuevo en la coctelera elementos muy variados: ciencia ficción, sátira política, dilemas éticos, dilemas amorosos, amonestación ecologista y hasta unas gotas de metafísica. Ha agitado los ingredientes y le ha salido un brebaje de sabor un poco raro. Es una cinta llena de ideas atractivas y con estupendas escenas de comedia negra, como las sucesivas muertes de los Mickey previos. Pero hay demasiados componentes que en este caso no siempre suman y encajan de forma armónica.

Una de las sorprendentes virtudes de la ola de cineastas coreanos que empezó a deslumbrar a Occidente en los años noventa –los mejores son Bong Joon-ho y Park Chan-wook– era la total desinhibición que mostraban a la hora de mezclar géneros y saltarse las normas más previsibles del cine de Hollywood. Parásitos fue –junto con Old Boy y La doncella de Park– la culminación de esa libertad creativa que podía generar resultados magnéticos. Mickey 17 aspiraba a seguir esta estela, pero se queda en una película simpática, estrambótica, a ratos muy interesante y a ratos un poco tontorrona. Deja un regusto agridulce.

 En 2019 el coreano Bong Joon-ho arrasó con Parásitos. Ganó la Palma de Oro en Cannes, cuatro Oscars (incluido el doblete de mejor película y mejor  

En 2019 el coreano Bong Joon-ho arrasó con Parásitos. Ganó la Palma de Oro en Cannes, cuatro Oscars (incluido el doblete de mejor película y mejor película extranjera) y un montón de premios más. Es uno de los grandes títulos del siglo XXI. Han pasado seis largos años hasta el estreno de su nuevo y muy esperado largometraje: Mickey 17. Seis años envueltos en rumores. Se lo ha financiado Warner, que le dio carta blanca. Se rodó en 2022 y el estreno estaba previsto inicialmente como plato fuerte de las navidades de 2023. Se retrasó a mayo de 2024, volvió a retrasarse… Al parecer Warner exigía remontar la cinta, porque consideraban que no funcionaba. El director ajustó cosas, pero asegura que ha tenido el control del montaje final, que llega por fin a las pantallas.

La película está repleta de ideas sugestivas, pero no todas están adecuadamente desarrolladas ni todas encajan igual de bien en la estructura. Bong Joon-ho adapta una novela de ciencia ficción del estadounidense Edward Ashton titulada Mickey 7 (la ha editado en España Minotauro), que pasa a llamarse Mickey 17. Estamos en un futuro lejano en el que la humanidad coloniza planetas remotos. El protagonista, Mickey (Robert Pattinson), tiene que huir de la Tierra a toda prisa porque lo persiguen unos acreedores mafiosos con muy malas pulgas. Por eso firma un contrato –sin mirarse la letra pequeña– para poder formar parte de la tripulación de una nave que parte rumbo al helado planeta Niflheim.

No tarda en comprobar en sus carnes qué dice la letra pequeña de su puesto de «prescindible». Viene a ser un conejillo de indias multiusos. Por ejemplo, si hay que comprobar si hay virus peligrosos en el aire del planeta a colonizar, pues baja él de la nave, respira y el equipo médico monitoriza sus reacciones. Si muere, como en efecto sucede, no pasa nada. Porque mediante una impresora humana se saca una nueva versión de él, que incorpora sus vivencias anteriores a su nuevo cuerpo. Se trata de una tecnología ya prohibida en la Tierra por los dilemas éticos que genera, pero todavía tolerada en misiones espaciales a lugares remotos.

La película arranca cuando su versión número 17 ha caído en una cueva llena de bichos monstruosos que lo van a devorar. Se lo da por acabado y se procede a imprimir a Mickey 18. El problema es que los temidos monstruos no son tales, sino unos animales dispuestos a ayudar al prójimo que le salvan la vida. Y, por tanto, ahora hay en la nave dos Mickeys, lo cual puede generar una crisis de multiplicidad cuyo resultado será letal. Si descubren su doble existencia, los eliminarán a ambos y clausurarán el programa de impresión humana. De modo que Mickey morirá definitiva e irremediablemente.

La premisa es estimulante y permite abordar dilemas éticos ya muy reales como los de la clonación y la ingeniería genética. Tiene incluso una deriva metafísica a partir de la transformación de la muerte en algo no definitivo. Sin embargo, Bong Joon-ho no se desliza hacia la trascendencia, sino hacia la comedia absurda, tirando a negra. A estos temas se suman otros como el potencial destructor de la humanidad colonizadora de planetas y su percepción de cualquier ser vivo diferente como un monstruo a aniquilar.

La sátira adquiere dimensión política a través de la figura del chiflado líder de la misión, un empresario visionario y reaccionario (interpretado con tintes esperpénticos por Mark Ruffalo). Es una mezcla del telepredicador evangelista Billy Graham, que se vio metido en todo tipo de escándalos, y Donald Trump. No es casual que sus fervientes seguidores lleven gorras rojas y Ruffalo en algún momento imita la modulación de voz del ahora presidente.

Lo acompaña en la cúpula de la misión colonizadora su siniestra y maquiavélica esposa, a la que da vida Toni Collette con aires de Cruela de Vil. Son una pareja de personajes a los que se puede sacar jugo, pero la caricatura usa en exceso la brocha gorda. Se suma a todo esto una trama amorosa, con dos féminas de la tripulación prendadas del Mickey duplicado (de uno de ellos o de los dos a la vez). Es la parte que resulta más confusa; ¿tal vez se ha recortado demasiado en el último montaje y por el camino se han perdido detalles relevantes?

A lo largo de su carrera, Bong Joon-ho ha sabido convertir el cine de género en vehículo para escrutar y criticar vicios y lacras sociales. The Host era una estupenda película con monstruo que en realidad hablaba de una familia disfuncional; Snowpiecer -adaptación de un cómic francés- era una trepidante cinta de ciencia ficción cuyo tema de fondo era la lucha de clases, y Orja, una bienintencionada fábula ecologista con un cerdo gigante. Toda la capacidad del director para diseccionar la sociedad combinando registros diversos fructificó en su obra maestra, Parásitos, mezcla de drama, comedia negra e intriga.

En Mickey 17 ha introducido de nuevo en la coctelera elementos muy variados: ciencia ficción, sátira política, dilemas éticos, dilemas amorosos, amonestación ecologista y hasta unas gotas de metafísica. Ha agitado los ingredientes y le ha salido un brebaje de sabor un poco raro. Es una cinta llena de ideas atractivas y con estupendas escenas de comedia negra, como las sucesivas muertes de los Mickey previos. Pero hay demasiados componentes que en este caso no siempre suman y encajan de forma armónica.

Una de las sorprendentes virtudes de la ola de cineastas coreanos que empezó a deslumbrar a Occidente en los años noventa –los mejores son Bong Joon-ho y Park Chan-wook– era la total desinhibición que mostraban a la hora de mezclar géneros y saltarse las normas más previsibles del cine de Hollywood. Parásitos fue –junto con Old Boy y La doncella de Park– la culminación de esa libertad creativa que podía generar resultados magnéticos.Mickey 17 aspiraba a seguir esta estela, pero se queda en una película simpática, estrambótica, a ratos muy interesante y a ratos un poco tontorrona. Deja un regusto agridulce.

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