El cine italiano, con su rica tradición y su mirada única sobre la condición humana, atesora en Marcello Mastroianni a uno de sus representantes más icónicos. Este 2024 se cumplen cien años de su nacimiento, un hito que pone en el centro del escenario a un actor cuyo talento, carisma y naturalidad lo convirtieron en una figura universal. Desde su consagración en las obras maestras de Federico Fellini hasta su transición a papeles más introspectivos en la madurez, Mastroianni fue, y sigue siendo, un símbolo de elegancia, vulnerabilidad y complejidad.
Para conmemorar su centenario, el Instituto Italiano de Cultura de Madrid presenta la exposición La mirada de Marcello, abierta al público hasta el 8 de febrero de 2025. Comisariada por Daniele Luxardo, esta muestra reúne 60 fotografías en blanco y negro y en color, provenientes de los archivos Luxardo y otras colecciones prestigiosas, tanto italianas como internacionales. La selección no es casual. Cada imagen ha sido cuidadosamente escogida tras un extenso trabajo de documentación, y en ellas se revelan las múltiples facetas de Mastroianni: el actor en pleno rodaje, el galán de porte impecable, el hombre pensativo detrás del personaje. Estas instantáneas, muchas de ellas de gran formato, ofrecen al espectador una visión íntima y panorámica de un artista que supo encarnar las contradicciones de la modernidad.
Mastroianni nació el 28 de septiembre de 1924 en Fontana Liri, una pequeña localidad del Lazio italiano. Aunque su familia pronto se trasladó a Roma, este origen humilde marcó sus primeros años y lo dotó de una sensibilidad especial hacia los dramas cotidianos, algo que luego se reflejaría en sus interpretaciones.
En los años 40, su carrera comenzó en el teatro, bajo la dirección de figuras legendarias como Luchino Visconti. En este entorno, Mastroianni forjó una base sólida en la actuación, alejándose del estilo teatral grandilocuente para abrazar una aproximación más naturalista. Su debut cinematográfico llegó con pequeños papeles en películas neorrealistas como Mañana es demasiado tarde (1950), donde se vislumbraba el talento que más tarde lo llevaría a la fama.
El salto definitivo al estrellato ocurrió en 1960, cuando Federico Fellini lo eligió para interpretar a Marcello Rubini en La dolce vita. Este filme, que se convirtió en una piedra angular del cine mundial, mostraba a un periodista cansado de la frivolidad y la superficialidad del mundo del espectáculo. La imagen de Mastroianni, vestido con un elegante traje negro mientras camina por la Fontana di Trevi junto a Anita Ekberg, es una de las más icónicas en la historia del cine.
La consagración: ‘La dolce vita’ y Fellini
El éxito de La dolce vita consolidó a Mastroianni como el rostro del existencialismo italiano. Dos años después, volvió a colaborar con Fellini en 8½ (1963), interpretando a Guido Anselmi, un director de cine en plena crisis creativa. Esta obra maestra no solo permitió a Mastroianni explorar las complejidades de la autoconciencia, sino que también cimentó su reputación como un actor capaz de interpretar personajes profundamente humanos y contradictorios. En una entrevista en el conocido programa A fondo con el periodista Joaquín Soler Serrano —que recomiendo indudablemente—, Mastroianni explica que «Visconti era el maestro, se lo ama, pero uno se siente un poco intimidado. Fellini es el compañero de banco en la escuela. Es con quien haces bromas y tienes complicidad».
Aunque su imagen se asoció durante mucho tiempo con el arquetipo del seductor elegante, Mastroianni fue mucho más que eso. Su capacidad para adaptarse a géneros variados quedó clara en películas como Divorcio a la italiana (1961), de Pietro Germi, donde interpretó a un aristócrata cómico y manipulador que busca deshacerse de su esposa para casarse con su joven amante. Esta película, un hito de la comedia italiana, mostró su capacidad para mezclar carisma y humor ácido.
En Una jornada particular (1977), dirigida por Ettore Scola, Mastroianni interpretó a un locutor de radio homosexual durante el régimen fascista de Mussolini. En esta obra, actuó junto a Sophia Loren, con quien compartió pantalla en más de una docena de películas. La relación profesional y personal entre ambos se convirtió en uno de los pilares del cine italiano, y su química trascendía géneros y temáticas.
Otro ejemplo destacado es su papel en Ojos negros (1987), dirigida por Nikita Mikhalkov, donde dio vida a un hombre melancólico que reflexiona sobre las decisiones que lo llevaron a perder al amor de su vida. Esta interpretación le valió una nominación al Oscar y confirmó su maestría para encarnar personajes introspectivos y ahondar en ellos.
Pareja de Catherine Deneuve
A pesar de su fama y de ser considerado uno de los grandes seductores del cine, Mastroianni solía insistir en que era un hombre común. En la misma entrevista ya mencionada anteriormente, el actor italiano dice que «parece que solo los actores y cantantes tienen romances. Todos los tienen. Solo que nosotros siempre tenemos que alimentar los sueños de la gente más modesta que aún quiere ver el príncipe y la princesa. Por eso siempre salimos en los diarios. Y parece que tenemos más amores que los demás. No es cierto».
Los romances de Marcello Mastroianni fueron una parte inseparable de su vida, tanto en su faceta pública como en su vida privada. Su relación más duradera fue con la actriz Floriana Carabella, con quien estuvo casado durante más de dos décadas, con idas y venidas, y tuvo una hija, Bárbara. Sin embargo, mientras tanto, su idilio más mediático fue con la actriz francesa Catherine Deneuve, con quien tuvo otra hija, Chiara, y protagonizó una de las parejas más icónicas del cine europeo. A pesar de su fama como galán, Mastroianni siempre mantuvo un perfil bajo sobre su vida sentimental, prefiriendo la discreción. En sus entrevistas, solía declarar que su verdadero amor era el cine y que, si bien las mujeres fueron una parte importante de su vida, su vocación artística siempre estuvo por encima de cualquier romance.
Con el paso de los años, Mastroianni abrazó su vejez con la misma autenticidad que definió su carrera. Películas como Ginger y Fred (1986), Están todos bien (1990) y Sostiene Pereira (1995) exploraron temas de decadencia, memoria y pérdida, mostrando a un actor que no temía confrontar el paso del tiempo.
Hasta su muerte en 1996, Mastroianni trabajó incesantemente, dejando un legado de más de 140 películas. Su estilo, caracterizado por una actuación contenida, pero profundamente emocional, lo convirtió en una figura irrepetible.
La belleza de la vida
El centenario de Marcello Mastroianni no es solo una ocasión para celebrar al actor, sino también para reflexionar sobre su impacto cultural. Películas como La dolce vita, 8½ y Una jornada particular no solo han resistido el paso del tiempo, sino que continúan inspirando a nuevas generaciones de cineastas y espectadores cinéfilos.
La exposición La mirada de Marcello en Madrid ofrece una oportunidad para redescubrir al hombre detrás del mito, al actor que supo capturar las contradicciones y la belleza de la vida. Fíjense en sus ojos. Unos ojos serenos y cargados de emoción, en los que el espíritu de un artista, que hizo del cine un espacio para la reflexión, el deseo y la humanidad, sigue vivo.
El cine italiano, con su rica tradición y su mirada única sobre la condición humana, atesora en Marcello Mastroianni a uno de sus representantes más icónicos.
El cine italiano, con su rica tradición y su mirada única sobre la condición humana, atesora en Marcello Mastroianni a uno de sus representantes más icónicos. Este 2024 se cumplen cien años de su nacimiento, un hito que pone en el centro del escenario a un actor cuyo talento, carisma y naturalidad lo convirtieron en una figura universal. Desde su consagración en las obras maestras de Federico Fellini hasta su transición a papeles más introspectivos en la madurez, Mastroianni fue, y sigue siendo, un símbolo de elegancia, vulnerabilidad y complejidad.
Para conmemorar su centenario, el Instituto Italiano de Cultura de Madrid presenta la exposición La mirada de Marcello, abierta al público hasta el 8 de febrero de 2025. Comisariada por Daniele Luxardo, esta muestra reúne 60 fotografías en blanco y negro y en color, provenientes de los archivos Luxardo y otras colecciones prestigiosas, tanto italianas como internacionales. La selección no es casual. Cada imagen ha sido cuidadosamente escogida tras un extenso trabajo de documentación, y en ellas se revelan las múltiples facetas de Mastroianni: el actor en pleno rodaje, el galán de porte impecable, el hombre pensativo detrás del personaje. Estas instantáneas, muchas de ellas de gran formato, ofrecen al espectador una visión íntima y panorámica de un artista que supo encarnar las contradicciones de la modernidad.
Mastroianni nació el 28 de septiembre de 1924 en Fontana Liri, una pequeña localidad del Lazio italiano. Aunque su familia pronto se trasladó a Roma, este origen humilde marcó sus primeros años y lo dotó de una sensibilidad especial hacia los dramas cotidianos, algo que luego se reflejaría en sus interpretaciones.
En los años 40, su carrera comenzó en el teatro, bajo la dirección de figuras legendarias como Luchino Visconti. En este entorno, Mastroianni forjó una base sólida en la actuación, alejándose del estilo teatral grandilocuente para abrazar una aproximación más naturalista. Su debut cinematográfico llegó con pequeños papeles en películas neorrealistas como Mañana es demasiado tarde (1950), donde se vislumbraba el talento que más tarde lo llevaría a la fama.
El salto definitivo al estrellato ocurrió en 1960, cuando Federico Fellini lo eligió para interpretar a Marcello Rubini en La dolce vita. Este filme, que se convirtió en una piedra angular del cine mundial, mostraba a un periodista cansado de la frivolidad y la superficialidad del mundo del espectáculo. La imagen de Mastroianni, vestido con un elegante traje negro mientras camina por la Fontana di Trevi junto a Anita Ekberg, es una de las más icónicas en la historia del cine.
El éxito de La dolce vita consolidó a Mastroianni como el rostro del existencialismo italiano. Dos años después, volvió a colaborar con Fellini en 8½ (1963), interpretando a Guido Anselmi, un director de cine en plena crisis creativa. Esta obra maestra no solo permitió a Mastroianni explorar las complejidades de la autoconciencia, sino que también cimentó su reputación como un actor capaz de interpretar personajes profundamente humanos y contradictorios. En una entrevista en el conocido programa A fondo con el periodista Joaquín Soler Serrano —que recomiendo indudablemente—, Mastroianni explica que «Visconti era el maestro, se lo ama, pero uno se siente un poco intimidado. Fellini es el compañero de banco en la escuela. Es con quien haces bromas y tienes complicidad».
Aunque su imagen se asoció durante mucho tiempo con el arquetipo del seductor elegante, Mastroianni fue mucho más que eso. Su capacidad para adaptarse a géneros variados quedó clara en películas como Divorcio a la italiana (1961), de Pietro Germi, donde interpretó a un aristócrata cómico y manipulador que busca deshacerse de su esposa para casarse con su joven amante. Esta película, un hito de la comedia italiana, mostró su capacidad para mezclar carisma y humor ácido.
En Una jornada particular (1977), dirigida por Ettore Scola, Mastroianni interpretó a un locutor de radio homosexual durante el régimen fascista de Mussolini. En esta obra, actuó junto a Sophia Loren, con quien compartió pantalla en más de una docena de películas. La relación profesional y personal entre ambos se convirtió en uno de los pilares del cine italiano, y su química trascendía géneros y temáticas.
Otro ejemplo destacado es su papel en Ojos negros (1987), dirigida por Nikita Mikhalkov, donde dio vida a un hombre melancólico que reflexiona sobre las decisiones que lo llevaron a perder al amor de su vida. Esta interpretación le valió una nominación al Oscar y confirmó su maestría para encarnar personajes introspectivos y ahondar en ellos.
A pesar de su fama y de ser considerado uno de los grandes seductores del cine, Mastroianni solía insistir en que era un hombre común. En la misma entrevista ya mencionada anteriormente, el actor italiano dice que «parece que solo los actores y cantantes tienen romances. Todos los tienen. Solo que nosotros siempre tenemos que alimentar los sueños de la gente más modesta que aún quiere ver el príncipe y la princesa. Por eso siempre salimos en los diarios. Y parece que tenemos más amores que los demás. No es cierto».
Los romances de Marcello Mastroianni fueron una parte inseparable de su vida, tanto en su faceta pública como en su vida privada. Su relación más duradera fue con la actriz Floriana Carabella, con quien estuvo casado durante más de dos décadas, con idas y venidas, y tuvo una hija, Bárbara. Sin embargo, mientras tanto, su idilio más mediático fue con la actriz francesa Catherine Deneuve, con quien tuvo otra hija, Chiara, y protagonizó una de las parejas más icónicas del cine europeo. A pesar de su fama como galán, Mastroianni siempre mantuvo un perfil bajo sobre su vida sentimental, prefiriendo la discreción. En sus entrevistas, solía declarar que su verdadero amor era el cine y que, si bien las mujeres fueron una parte importante de su vida, su vocación artística siempre estuvo por encima de cualquier romance.
Con el paso de los años, Mastroianni abrazó su vejez con la misma autenticidad que definió su carrera. Películas como Ginger y Fred (1986), Están todos bien (1990) y Sostiene Pereira (1995) exploraron temas de decadencia, memoria y pérdida, mostrando a un actor que no temía confrontar el paso del tiempo.
Hasta su muerte en 1996, Mastroianni trabajó incesantemente, dejando un legado de más de 140 películas. Su estilo, caracterizado por una actuación contenida, pero profundamente emocional, lo convirtió en una figura irrepetible.
El centenario de Marcello Mastroianni no es solo una ocasión para celebrar al actor, sino también para reflexionar sobre su impacto cultural. Películas como La dolce vita, 8½ y Una jornada particular no solo han resistido el paso del tiempo, sino que continúan inspirando a nuevas generaciones de cineastas y espectadores cinéfilos.
La exposición La mirada de Marcello en Madrid ofrece una oportunidad para redescubrir al hombre detrás del mito, al actor que supo capturar las contradicciones y la belleza de la vida. Fíjense en sus ojos. Unos ojos serenos y cargados de emoción, en los que el espíritu de un artista, que hizo del cine un espacio para la reflexión, el deseo y la humanidad, sigue vivo.
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