Cada cierto tiempo, el cine francés se asoma con virulencia al terror, dando como resultado alguna que otra película memorable. Los amantes del género tienen en sus oraciones cintas como À l’intérieur, Grave o Ils. Todas ellas tienen en común ser un tipo de terror, digamos, impresionista, donde lo importante no es tanto la construcción de una curtida trama lógica o algún tipo de trasfondo crítico como la proyección de enérgicas pinceladas de terror que, superpuestas o en combinación, dan como resultado una atmósfera irrespirable. Con suerte, el paisaje logrado es tan poderoso que el espectador se entrega sin poner pegas a las inconsistencias narrativas.
David Moreau, director de Ils, aquella home invasion que es ya un clásico, estrena ahora en solitario MadS, una peli que da terror y alucinación a partes iguales. El arranque de MadS se recuerda al cine de Gaspar Noé. Un niño bien se pone hasta el ojete de una nueva droga, coge el superbuga de papá y circula por los alrededores arbolados de alguna ciudad de provincia francesa.
Todo ello en plano secuencia, como si la cámara flotara como una libélula alrededor del muchacho. Muy pronto empieza la pesadilla –y empieza muy bien– cuando en mitad de la carretera el chico es abordado por una extraña joven vendada parcialmente, como si se hubiera escapado de algún experimento gubernamental. Le han quitado los dientes y la lengua, con lo que no puede verbalizar nada acerca de la terrible situación de la que imaginamos que ha escapado. Podría ser buena idea llamar a la policía, pero recordad, el muchacho se ha puesto hasta las trancas de sustancias psicotrópicas. Así que en lugar de lo lógico, hace lo que se hace si estás dentro de una peli de terror: lo menos recomendable. Lleva a la joven a escondidas a su casa.
En adelante ya no sabemos si todas las locuras que se van sucediendo son producto de esa buena mierda que se ha metido el prota al empezar la peli. O realmente todo responde a los vericuetos de alguna electrizante organización, sea criminal o estatal, lo que en el fondo es lo mismo. Este es uno de los puntos fuertes de la propuesta formal de David Moreau. Y quizás lo más flojo sea todo aquello a lo que se fuerza a sí mismo como narrador en su decisión de construir la película en un solo plano secuencia sin corte. Ese tour de force en ocasiones funciona, en otras desearías que recurriera al montaje tradicional para liberarnos de coincidencias exageradas o tiempos muertos. Aunque la película se refugie en la condición de artefacto, puede ser una deliciosa opción para escapar del calor dentro de una sala de cine oscura y fresquita. Y si encima ofrece alguna excusa para apretujarse a alguien de interés, tanto mejor. Para eso también está el cine.
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Cada cierto tiempo, el cine francés se asoma con virulencia al terror, dando como resultado alguna que otra película memorable. Los amantes del género tienen en
Cada cierto tiempo, el cine francés se asoma con virulencia al terror, dando como resultado alguna que otra película memorable. Los amantes del género tienen en sus oraciones cintas como À l’intérieur, Grave o Ils. Todas ellas tienen en común ser un tipo de terror, digamos, impresionista, donde lo importante no es tanto la construcción de una curtida trama lógica o algún tipo de trasfondo crítico como la proyección de enérgicas pinceladas de terror que, superpuestas o en combinación, dan como resultado una atmósfera irrespirable. Con suerte, el paisaje logrado es tan poderoso que el espectador se entrega sin poner pegas a las inconsistencias narrativas.
David Moreau, director de Ils, aquella home invasion que es ya un clásico, estrena ahora en solitario MadS, una peli que da terror y alucinación a partes iguales. El arranque de MadS se recuerda al cine de Gaspar Noé. Un niño bien se pone hasta el ojete de una nueva droga, coge el superbuga de papá y circula por los alrededores arbolados de alguna ciudad de provincia francesa.
Todo ello en plano secuencia, como si la cámara flotara como una libélula alrededor del muchacho. Muy pronto empieza la pesadilla –y empieza muy bien– cuando en mitad de la carretera el chico es abordado por una extraña joven vendada parcialmente, como si se hubiera escapado de algún experimento gubernamental. Le han quitado los dientes y la lengua, con lo que no puede verbalizar nada acerca de la terrible situación de la que imaginamos que ha escapado. Podría ser buena idea llamar a la policía, pero recordad, el muchacho se ha puesto hasta las trancas de sustancias psicotrópicas. Así que en lugar de lo lógico, hace lo que se hace si estás dentro de una peli de terror: lo menos recomendable. Lleva a la joven a escondidas a su casa.
En adelante ya no sabemos si todas las locuras que se van sucediendo son producto de esa buena mierda que se ha metido el prota al empezar la peli. O realmente todo responde a los vericuetos de alguna electrizante organización, sea criminal o estatal, lo que en el fondo es lo mismo. Este es uno de los puntos fuertes de la propuesta formal de David Moreau. Y quizás lo más flojo sea todo aquello a lo que se fuerza a sí mismo como narrador en su decisión de construir la película en un solo plano secuencia sin corte. Ese tour de force en ocasiones funciona, en otras desearías que recurriera al montaje tradicional para liberarnos de coincidencias exageradas o tiempos muertos. Aunque la película se refugie en la condición de artefacto, puede ser una deliciosa opción para escapar del calor dentro de una sala de cine oscura y fresquita. Y si encima ofrece alguna excusa para apretujarse a alguien de interés, tanto mejor. Para eso también está el cine.
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