Los cuentos de José Moreno: ¿la mayor sorpresa de 2024?

Llegué a pensar que era un fake, o un seudónimo, o algún tipo de impostura, o incluso una broma literaria, no sé, tal vez un libro colectivo, una traducción oculta, un collage de textos dispersos… Pero no: he hecho mis pesquisas consultando a La Navaja Suiza y preguntando entre amigas de Cádiz y resulta que sí, que el tal José Juan Moreno García (Cádiz, 1981), que firma como José Moreno, existe, algo de lo que había indicios para dudar (indicios que la solapa biobibliográfica no sólo no disuelve sino que multiplica).

Y el caso es que Moreno, sea quien sea (al parecer es librero en su ciudad), ha publicado esta pasada semana el que está llamado a ser uno de los libros más sorprendentes de 2024. No es una ópera prima, porque parece que el autor ya agarró en 2019 entre sus manos un primer libro suyo de cuentos, Los nadadores de plomo (gran título…), pero desde luego es una obra maestra, un conjunto de diez cuentos de sabor inequívocamente extranjerizante que recrean ambientes (o resucitan arquetipos) bien conocidos por los buenos lectores y que aportan argumentos muy estimulantes, situaciones llenas de posibilidades y formas brillantes de resolverlas (lo cual pasa a veces por no hacerlo en absoluto, o dejar, aparentemente, que se resuelvan solas o incluso que, fuera ya de foco, las resuelva el lector si le apetece).

Es difícil reseñar y recomendar (o no) libros de cuentos porque no hay un texto que enfocar sino, en este caso, diez, y se trata de encontrar una atmósfera común que muchas veces ni siquiera se da. El título general suele ayudar a adivinar las intenciones últimas de quien lo escribe, pero este, Gagarin o la triste certeza de viajar solo, incrementa más bien las argumentaciones de quien quiera defender que se trata de un juego autoexigente y conseguido pero esencialmente humorístico, pues no es ya que no haya ningún relato protagonizado por el célebre astronauta, sino que ni siquiera se le menciona o alude remotamente en ninguna página.

Lo que, yendo al segundo título, sí hay, es mucha soledad, más que tristeza o que viajes y desde luego más que certezas. Aquí, para empezar a entendernos, tenemos algo así como un Sam Shepard de Cádiz, cuentos protagonizados en general por hombres de pocas palabras, con cosas que ocultar, con pasados ambiguos, solitarios por naturaleza o por conveniencia, con un presente mediocre o penoso por uno u otro motivo. Hay niñas que interrogan, y hay mujeres no menos misteriosas (pero sí menos conformistas) que sus compañeros de casting en los textos, pero lo que predomina son esos tipos y figuras y rutinas de los cuentos de la segunda mitad del siglo XX estadounidense, algo que (aunque en uno de ellos se paga en libras, delatando más o menos dónde sucede esa pieza) afecta incluso a los paisajes, los nombres, las gasolineras, las comidas o las tartas de café.

Lo que sí diferencia a Moreno de Carver y compañía es una tendencia a la generosidad, la piedad o el altruismo que se agradece mucho. Sucede claramente al menos en el desenlace de dos textos, cuyos protagonistas y narradores están muy dispuestos a sacrificarse de forma bastante extrema por ayudar a perfectos desconocidos (y desconocidos que además, en esos dos casos, han tratado de perjudicar de distintos modos a quien, compadecido, va a salvarles).

Todos los cuentos son buenísimos. Todos. Varios de ellos son realmente magistrales, redondos, pero no hay ninguno que, digamos, baje del 8,5 sobre 10. Están muy bien escritos (con esa plantilla «yanqui» y recurriendo en cierto modo a comodines y escenarios ya forjados, pero usados muy originalmente), los diálogos son sencillos y perfectos, y el modo de administrar la información (o de no administrarla) es maravilloso, una de las principales columnas que sostienen la asombrosa calidad del volumen. 

En un año, en fin, en el que hemos leído grandes libros de cuentos (los de Magalí Etchebarne, María Gainza, Raquel Delgado, Luis Bravo, Sergi Pàmies o Nuria Labari), creo que va a sobresalir este Gagarin… y no sólo por lo inesperado o lo desconcertante de su aparición, sino por su propia solidez, por su capacidad de emular lo mejor de una literatura foránea sin que los cuentos parezcan traducidos, asumiendo de una forma natural y finalmente triunfal una melodía ajena, aunque supongo que es con la que Moreno ha crecido como lector o con la que más ha disfrutado como hombre inteligente y sensible. En ese sentido sólo se me ocurre compararlo, entre nosotros, con las aventuras de John Dunbar contadas con Jon Bilbao, pero no por los argumentos ni por su tratamiento sino por el espíritu «importador», por hacer excursiones tan magníficas a claves y tonos de sistemas literarios distintos al que parecería propio.

Pocas veces he podido recomendar un libro más o menos «secreto» con la seguridad total con la que recomiendo a todo el mundo este. Tal vez haya lectores y lectoras a quienes estas tramas, en principio, no les atraigan ni les interesen ni les emocionen, pero no podría entender que hubiese algún buen lector a quien, una vez sumergido en ellas, no le gustasen o no le convenciesen plenamente.

 Llegué a pensar que era un fake, o un seudónimo, o algún tipo de impostura, o incluso una broma literaria, no sé, tal vez un libro  

Llegué a pensar que era un fake, o un seudónimo, o algún tipo de impostura, o incluso una broma literaria, no sé, tal vez un libro colectivo, una traducción oculta, un collage de textos dispersos… Pero no: he hecho mis pesquisas consultando a La Navaja Suiza y preguntando entre amigas de Cádiz y resulta que sí, que el tal José Juan Moreno García (Cádiz, 1981), que firma como José Moreno, existe, algo de lo que había indicios para dudar (indicios que la solapa biobibliográfica no sólo no disuelve sino que multiplica).

Y el caso es que Moreno, sea quien sea (al parecer es librero en su ciudad), ha publicado esta pasada semana el que está llamado a ser uno de los libros más sorprendentes de 2024. No es una ópera prima, porque parece que el autor ya agarró en 2019 entre sus manos un primer libro suyo de cuentos, Los nadadores de plomo (gran título…), pero desde luego es una obra maestra, un conjunto de diez cuentos de sabor inequívocamente extranjerizante que recrean ambientes (o resucitan arquetipos) bien conocidos por los buenos lectores y que aportan argumentos muy estimulantes, situaciones llenas de posibilidades y formas brillantes de resolverlas (lo cual pasa a veces por no hacerlo en absoluto, o dejar, aparentemente, que se resuelvan solas o incluso que, fuera ya de foco, las resuelva el lector si le apetece).

Es difícil reseñar y recomendar (o no) libros de cuentos porque no hay un texto que enfocar sino, en este caso, diez, y se trata de encontrar una atmósfera común que muchas veces ni siquiera se da. El título general suele ayudar a adivinar las intenciones últimas de quien lo escribe, pero este, Gagarin o la triste certeza de viajar solo, incrementa más bien las argumentaciones de quien quiera defender que se trata de un juego autoexigente y conseguido pero esencialmente humorístico, pues no es ya que no haya ningún relato protagonizado por el célebre astronauta, sino que ni siquiera se le menciona o alude remotamente en ninguna página.

Lo que, yendo al segundo título, sí hay, es mucha soledad, más que tristeza o que viajes y desde luego más que certezas. Aquí, para empezar a entendernos, tenemos algo así como un Sam Shepard de Cádiz, cuentos protagonizados en general por hombres de pocas palabras, con cosas que ocultar, con pasados ambiguos, solitarios por naturaleza o por conveniencia, con un presente mediocre o penoso por uno u otro motivo. Hay niñas que interrogan, y hay mujeres no menos misteriosas (pero sí menos conformistas) que sus compañeros de casting en los textos, pero lo que predomina son esos tipos y figuras y rutinas de los cuentos de la segunda mitad del siglo XX estadounidense, algo que (aunque en uno de ellos se paga en libras, delatando más o menos dónde sucede esa pieza) afecta incluso a los paisajes, los nombres, las gasolineras, las comidas o las tartas de café.

Lo que sí diferencia a Moreno de Carver y compañía es una tendencia a la generosidad, la piedad o el altruismo que se agradece mucho. Sucede claramente al menos en el desenlace de dos textos, cuyos protagonistas y narradores están muy dispuestos a sacrificarse de forma bastante extrema por ayudar a perfectos desconocidos (y desconocidos que además, en esos dos casos, han tratado de perjudicar de distintos modos a quien, compadecido, va a salvarles).

Todos los cuentos son buenísimos. Todos. Varios de ellos son realmente magistrales, redondos, pero no hay ninguno que, digamos, baje del 8,5 sobre 10. Están muy bien escritos (con esa plantilla «yanqui» y recurriendo en cierto modo a comodines y escenarios ya forjados, pero usados muy originalmente), los diálogos son sencillos y perfectos, y el modo de administrar la información (o de no administrarla) es maravilloso, una de las principales columnas que sostienen la asombrosa calidad del volumen. 

En un año, en fin, en el que hemos leído grandes libros de cuentos (los de Magalí Etchebarne, María Gainza, Raquel Delgado, Luis Bravo, Sergi Pàmies o Nuria Labari), creo que va a sobresalir este Gagarin… y no sólo por lo inesperado o lo desconcertante de su aparición, sino por su propia solidez, por su capacidad de emular lo mejor de una literatura foránea sin que los cuentos parezcan traducidos, asumiendo de una forma natural y finalmente triunfal una melodía ajena, aunque supongo que es con la que Moreno ha crecido como lector o con la que más ha disfrutado como hombre inteligente y sensible. En ese sentido sólo se me ocurre compararlo, entre nosotros, con las aventuras de John Dunbar contadas con Jon Bilbao, pero no por los argumentos ni por su tratamiento sino por el espíritu «importador», por hacer excursiones tan magníficas a claves y tonos de sistemas literarios distintos al que parecería propio.

Pocas veces he podido recomendar un libro más o menos «secreto» con la seguridad total con la que recomiendo a todo el mundo este. Tal vez haya lectores y lectoras a quienes estas tramas, en principio, no les atraigan ni les interesen ni les emocionen, pero no podría entender que hubiese algún buen lector a quien, una vez sumergido en ellas, no le gustasen o no le convenciesen plenamente.

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