Lee Miller: una vida de película

«Prefiero tomar una fotografía que ser una fotografía» aseguró una veinteañera Elisabeth Lee Miller (1907-1977) cuando la entrevistaron en el periódico de su ciudad natal, Poughkeepsie, cerca de Nueva York, donde se estaba abriendo camino como modelo. A lo largo de su vida estuvo a ambos lados de la cámara. Primero posó y fue musa, y después se reinventó como fotógrafa –artística y de modas– y reportera de guerra. Fue una mujer bellísima, atormentada, creativa y libre, que tras su fallecimiento pasó demasiado tiempo infravalorada. Ahora contribuye a su reivindicación una película que llegará a las pantallas españolas este viernes (con notable retraso, porque es de 2023): Lee Miller. La dirige Ellen Kuras, pero la figura clave detrás de este proyecto es su protagonista, Kate Winslet, que ha puesto dinero, empeño y pasión para sacarlo adelante.

El largometraje utiliza como hilo conductor una argucia narrativa con sorpresa final. Quien parece ser un joven periodista la entrevista en la que fue su última residencia, Farley Farm, en la campiña inglesa. Una envejecida Lee va evocando su pasado, hasta que se desvela la verdadera identidad del presunto periodista y la naturaleza de esa supuesta entrevista.

La película, que se centra en su etapa de reportera de guerra durante la Segunda Guerra Mundial, arranca en el feliz verano de 1937 en la Riviera francesa. Una de las escenas reproduce una famosa fotografía tomada por Lee Miller en la que aparecen, en el jardín de una casa de campo cerca de Cannes, Paul y Nusch Éluard, Man Ray y su nueva amante Ady, y el pintor y estudioso británico Roland Penrose. El grupo surrealista practicaba el amor libre y la desinhibición, pero de un modo un tanto peculiar. Tal como muestra la foto original y se recrea en pantalla, ellas, muy liberadas, aparecen con los pechos al aire, mientras que ellos lo único que han liberado es el botón del cuello de sus recatados polos.

El estallido de la guerra barrerá toda esa felicidad y libertad. Lee se refugió en Londres, con su nuevo amante, Roland Penrose, y allí trabajó para la revista Vogue, haciendo fotos de moda en pleno Blitz. La película plasma los momentos en que tomó algunas de sus imágenes más célebres: un par de modelos posan con máscaras de gas, otra luce alta costura entre edificios derruidos. Había que levantar el ánimo de las lectoras: pese a las bombas, la vida seguía.

No tardó en dar el salto a fotógrafa militar, pero al ser mujer estaba circunscrita a los temas femeninos. La cinta muestra su modo de reflejar una cara diferente de la guerra: retrata a un grupo de mujeres a cargo de un gran foco costero para detectar aviones y cohetes enemigos e inmortaliza la ventana de un barracón de mujeres en la que se están secando bragas y medias.

La otra realidad de la guerra

Cuando llegó el Día D, consiguió que la enviaran a Normandía, pero solo le permitían retratar la retaguardia: hospitales de campaña, médicos y enfermeras en plena operación, pacientes cubiertos de vendajes por las quemaduras… Hasta que la dejaron ir a Saint Malo, supuestamente ya pacificado. En realidad, todavía no lo estaba y Lee por fin estuvo en el frente de batalla: tomó fotos de soldados apostados como francotiradores y de una columna de humo negro alzándose sobre el casco histórico de la población (era napalm, con el que los americanos consiguieron de forma expeditiva sacar a los alemanes de sus escondrijos y obligarlos a rendirse).

Allí retrató también otra realidad de la guerra: las mujeres rapadas y humilladas por la muchedumbre por haber confraternizado con el enemigo, sus rostros asustados, la saña de la turba… Estuvo después en el París liberado, que había conocido en los años esplendorosos de las vanguardias. Y por fin entró con las tropas americanas en Alemania: fotografió ciudades destruidas, civiles desconcertados, familias enteras suicidadas bajo un retrato de Hitler y los campos de exterminio de Dachau y Buchenwald. Documentó un horror cuyas imágenes la atormentarían durante el resto de su la vida, llevándola al alcohol y la depresión.

Durante este periplo europeo tuvo muchas veces como compañero de fatigas al fotógrafo judío neoyorquino David Scherman (según la película fueron solo buenos amigos, en realidad fueron también amantes). Cuando llegaron a Múnich, localizaron el apartamento de Hitler y se retrataron mutuamente tomando un baño en la bañera del dictador (que se había suicidado hacía unas horas, aunque ellos todavía no lo sabían). Hay dos fotografías: en una parece él y en otra ella, pero solo la segunda se hizo famosa. Lee le pidió a Scherman que se asegurase de que no se le veían los pechos, porque si no la censurarían. Aparece desnuda en la bañera, con las botas militares sobre la alfombrilla sucia y un retrato de Hitler cerca.

La película recrea de forma loable el coraje y la visión fotográfica de Lee Miller para documentar la guerra. Kate Winslet compone el personaje de una heroína contemporánea. Y en efecto, Lee Miller lo fue. Pero no solo fue eso, hay facetas de su compleja y fascinante personalidad que quedan fuera de la pantalla. Por ejemplo, la relación con Penrose no fue tan plácida como se pinta y solo al final se mete –con calzador– una mención al episodio sufrido en la infancia que la marcó de por vida: cuando tenía siete años sus padres la dejaron al cuidado de unos amigos y un miembro de esa familia abusó de ella.

Portada de ‘Vogue’

Toda la riquísima etapa anterior a la guerra queda fuera de la película, que se basa en la biografía escrita por su hijo, Anthony Penrose. El libro se titula, no por casualidad, The Lives of Lee Miller. El plural no es anecdótico. En efecto, fue una mujer con muchas vidas.

La introdujo en la fotografía por su padre, para el que posaba (en algunas de esas imágenes paternas la joven Lee aparece provocadoramente desnuda). Gracias a su belleza se convirtió en modelo en los años veinte del pasado siglo. La historia parece de cuento de hadas: un día en Nueva York estuvo a punto de ser atropellada. La salvó tirando de ella un señor que resultó ser Condé Nast, el dueño de Vogue. Al poco tiempo Lee era portada en la revista y, con su aire vagamente andrógino, su esbeltez y su cabello corto y rubio, se convirtió en emblema de las flappers. Posó para maestros como Edward Steichen y Alfred Stieglitz, y aprendió de ellos. Hasta que una imagen suya fue utilizada –sin su consentimiento– para un anuncio de compresas Kotex. Era la primera vez que se usaba la fotografía de una mujer en este tipo de anuncio y hubo quien lo consideró indecoroso. A partir de entonces muchas marcas ya no quisieron que apareciera anunciando sus productos.

En 1929 se marchó a París con una recomendación de Steichen para presentarse a Man Ray. Se convirtió en su alumna, ayudante, modelo, musa y amante. Y con él empezó a experimentar en el ámbito de la fotografía surrealista (Lee Miller es autora imágenes poderosas y perturbadoras en este ámbito). Fruto de un accidente –al abrir una puerta, la luz que veló unos negativos– descubrieron una nueva técnica que explorar: la llamaron solarización y consistía en invertir los brillos y las sombras en las imágenes.

Lee protagonizó algunos de los desnudos más sensuales de Man Ray. Y suyos eran esos labios recortados contra el cielo de un collage célebre, y también los ojos de Lágrimas, una de las imágenes icónicas de Man Ray. Cuando ella lo abandonó, él se hundió y coqueteó con la idea del suicidio: hay un autorretrato con soga y pistola en la sien en el que escenifica esta fantasía autodestructiva.

Amante de Chaplin y Picasso

Antes de emprender la relación con Penrose, Lee fue amante de Chaplin y Picasso (que la pintó, porque él siempre pintaba a sus amantes) e inició una relación con el empresario egipcio Aziz Eloui Bey, entonces casado. Acabó convirtiéndolo en su marido y se fue a vivir con él a El Cairo (son de esa época la serie de fotografías del desierto egipcio). Pero Lee añoraba París y a sus amigos surrealistas, de modo que regresaba a Europa con frecuencia. En uno de esos viajes conoció a Roland Penrose (en París, no en la Riviera como pretende la película, la estancia allí en el verano de 1937 vino después). Penrose –futuro biógrafo de Picasso– estaba entonces casado con la inquietante Valentine Penrose, la autora de La condesa sangrienta, sobre Elisabeth Bathóry, aquella aristócrata que se bañaba en sangre de vírgenes en busca de la eterna juventud. Era un matrimonio no consumado, porque la malformación genital de ella le impedía mantener relaciones sexuales.

Lee acabó casada con Roland Penrose y tuvieron un hijo, Anthony, en 1947, para el que ella no fue la madre más devota y afectiva. Lee había regresado de la guerra quebrada y empezó a empinar el codo. Poco a poco fue dejando la fotografía y se aficionó a la cocina (hay un libro que recoge sus recetas, muy celebradas por sus amistades). Con el tiempo Anthony Penrose se convertiría en el biógrafo y el gran divulgador de la obra de su madre.

Lee Miller vivió muchas vidas y su legado es doble: delante y detrás de la cámara. Este próximo viernes se estrena Lee Miller, una aproximación interesante, aunque incompleta a su figura. En octubre de 2025 la Tate de Londres inaugurará una gran exposición dedicada a esta modelo que se apropió de la cámara, porque prefería tomar fotografías en lugar de ser una fotografía.

 «Prefiero tomar una fotografía que ser una fotografía» aseguró una veinteañera Elisabeth Lee Miller (1907-1977) cuando la entrevistaron en el periódico de su ciudad natal, Poughkeepsie,  

«Prefiero tomar una fotografía que ser una fotografía» aseguró una veinteañera Elisabeth Lee Miller (1907-1977) cuando la entrevistaron en el periódico de su ciudad natal, Poughkeepsie, cerca de Nueva York, donde se estaba abriendo camino como modelo. A lo largo de su vida estuvo a ambos lados de la cámara. Primero posó y fue musa, y después se reinventó como fotógrafa –artística y de modas– y reportera de guerra. Fue una mujer bellísima, atormentada, creativa y libre, que tras su fallecimiento pasó demasiado tiempo infravalorada. Ahora contribuye a su reivindicación una película que llegará a las pantallas españolas este viernes (con notable retraso, porque es de 2023): Lee Miller. La dirige Ellen Kuras, pero la figura clave detrás de este proyecto es su protagonista, Kate Winslet, que ha puesto dinero, empeño y pasión para sacarlo adelante.

El largometraje utiliza como hilo conductor una argucia narrativa con sorpresa final. Quien parece ser un joven periodista la entrevista en la que fue su última residencia, Farley Farm, en la campiña inglesa. Una envejecida Lee va evocando su pasado, hasta que se desvela la verdadera identidad del presunto periodista y la naturaleza de esa supuesta entrevista.

La película, que se centra en su etapa de reportera de guerra durante la Segunda Guerra Mundial, arranca en el feliz verano de 1937 en la Riviera francesa. Una de las escenas reproduce una famosa fotografía tomada por Lee Miller en la que aparecen, en el jardín de una casa de campo cerca de Cannes, Paul y Nusch Éluard, Man Ray y su nueva amante Ady, y el pintor y estudioso británico Roland Penrose. El grupo surrealista practicaba el amor libre y la desinhibición, pero de un modo un tanto peculiar. Tal como muestra la foto original y se recrea en pantalla, ellas, muy liberadas, aparecen con los pechos al aire, mientras que ellos lo único que han liberado es el botón del cuello de sus recatados polos.

El estallido de la guerra barrerá toda esa felicidad y libertad. Lee se refugió en Londres, con su nuevo amante, Roland Penrose, y allí trabajó para la revista Vogue, haciendo fotos de moda en pleno Blitz. La película plasma los momentos en que tomó algunas de sus imágenes más célebres: un par de modelos posan con máscaras de gas, otra luce alta costura entre edificios derruidos. Había que levantar el ánimo de las lectoras: pese a las bombas, la vida seguía.

No tardó en dar el salto a fotógrafa militar, pero al ser mujer estaba circunscrita a los temas femeninos. La cinta muestra su modo de reflejar una cara diferente de la guerra: retrata a un grupo de mujeres a cargo de un gran foco costero para detectar aviones y cohetes enemigos e inmortaliza la ventana de un barracón de mujeres en la que se están secando bragas y medias.

Cuando llegó el Día D, consiguió que la enviaran a Normandía, pero solo le permitían retratar la retaguardia: hospitales de campaña, médicos y enfermeras en plena operación, pacientes cubiertos de vendajes por las quemaduras… Hasta que la dejaron ir a Saint Malo, supuestamente ya pacificado. En realidad, todavía no lo estaba y Lee por fin estuvo en el frente de batalla: tomó fotos de soldados apostados como francotiradores y de una columna de humo negro alzándose sobre el casco histórico de la población (era napalm, con el que los americanos consiguieron de forma expeditiva sacar a los alemanes de sus escondrijos y obligarlos a rendirse).

Allí retrató también otra realidad de la guerra: las mujeres rapadas y humilladas por la muchedumbre por haber confraternizado con el enemigo, sus rostros asustados, la saña de la turba… Estuvo después en el París liberado, que había conocido en los años esplendorosos de las vanguardias. Y por fin entró con las tropas americanas en Alemania: fotografió ciudades destruidas, civiles desconcertados, familias enteras suicidadas bajo un retrato de Hitler y los campos de exterminio de Dachau y Buchenwald. Documentó un horror cuyas imágenes la atormentarían durante el resto de su la vida, llevándola al alcohol y la depresión.

Durante este periplo europeo tuvo muchas veces como compañero de fatigas al fotógrafo judío neoyorquino David Scherman (según la película fueron solo buenos amigos, en realidad fueron también amantes). Cuando llegaron a Múnich, localizaron el apartamento de Hitler y se retrataron mutuamente tomando un baño en la bañera del dictador (que se había suicidado hacía unas horas, aunque ellos todavía no lo sabían). Hay dos fotografías: en una parece él y en otra ella, pero solo la segunda se hizo famosa. Lee le pidió a Scherman que se asegurase de que no se le veían los pechos, porque si no la censurarían. Aparece desnuda en la bañera, con las botas militares sobre la alfombrilla sucia y un retrato de Hitler cerca.

La película recrea de forma loable el coraje y la visión fotográfica de Lee Miller para documentar la guerra. Kate Winslet compone el personaje de una heroína contemporánea. Y en efecto, Lee Miller lo fue. Pero no solo fue eso, hay facetas de su compleja y fascinante personalidad que quedan fuera de la pantalla. Por ejemplo, la relación con Penrose no fue tan plácida como se pinta y solo al final se mete –con calzador– una mención al episodio sufrido en la infancia que la marcó de por vida: cuando tenía siete años sus padres la dejaron al cuidado de unos amigos y un miembro de esa familia abusó de ella.

Toda la riquísima etapa anterior a la guerra queda fuera de la película, que se basa en la biografía escrita por su hijo, Anthony Penrose. El libro se titula, no por casualidad, The Lives of Lee Miller. El plural no es anecdótico. En efecto, fue una mujer con muchas vidas.

La introdujo en la fotografía por su padre, para el que posaba (en algunas de esas imágenes paternas la joven Lee aparece provocadoramente desnuda). Gracias a su belleza se convirtió en modelo en los años veinte del pasado siglo. La historia parece de cuento de hadas: un día en Nueva York estuvo a punto de ser atropellada. La salvó tirando de ella un señor que resultó ser Condé Nast, el dueño de Vogue. Al poco tiempo Lee era portada en la revista y, con su aire vagamente andrógino, su esbeltez y su cabello corto y rubio, se convirtió en emblema de las flappers. Posó para maestros como Edward Steichen y Alfred Stieglitz, y aprendió de ellos. Hasta que una imagen suya fue utilizada –sin su consentimiento– para un anuncio de compresas Kotex. Era la primera vez que se usaba la fotografía de una mujer en este tipo de anuncio y hubo quien lo consideró indecoroso. A partir de entonces muchas marcas ya no quisieron que apareciera anunciando sus productos.

En 1929 se marchó a París con una recomendación de Steichen para presentarse a Man Ray. Se convirtió en su alumna, ayudante, modelo, musa y amante. Y con él empezó a experimentar en el ámbito de la fotografía surrealista (Lee Miller es autora imágenes poderosas y perturbadoras en este ámbito). Fruto de un accidente –al abrir una puerta, la luz que veló unos negativos– descubrieron una nueva técnica que explorar: la llamaron solarización y consistía en invertir los brillos y las sombras en las imágenes.

Lee protagonizó algunos de los desnudos más sensuales de Man Ray. Y suyos eran esos labios recortados contra el cielo de un collage célebre, y también los ojos de Lágrimas, una de las imágenes icónicas de Man Ray. Cuando ella lo abandonó, él se hundió y coqueteó con la idea del suicidio: hay un autorretrato con soga y pistola en la sien en el que escenifica esta fantasía autodestructiva.

Antes de emprender la relación con Penrose, Lee fue amante de Chaplin y Picasso (que la pintó, porque él siempre pintaba a sus amantes) e inició una relación con el empresario egipcio Aziz Eloui Bey, entonces casado. Acabó convirtiéndolo en su marido y se fue a vivir con él a El Cairo (son de esa época la serie de fotografías del desierto egipcio). Pero Lee añoraba París y a sus amigos surrealistas, de modo que regresaba a Europa con frecuencia. En uno de esos viajes conoció a Roland Penrose (en París, no en la Riviera como pretende la película, la estancia allí en el verano de 1937 vino después). Penrose –futuro biógrafo de Picasso– estaba entonces casado con la inquietante Valentine Penrose, la autora de La condesa sangrienta, sobre Elisabeth Bathóry, aquella aristócrata que se bañaba en sangre de vírgenes en busca de la eterna juventud. Era un matrimonio no consumado, porque la malformación genital de ella le impedía mantener relaciones sexuales.

Lee acabó casada con Roland Penrose y tuvieron un hijo, Anthony, en 1947, para el que ella no fue la madre más devota y afectiva. Lee había regresado de la guerra quebrada y empezó a empinar el codo. Poco a poco fue dejando la fotografía y se aficionó a la cocina (hay un libro que recoge sus recetas, muy celebradas por sus amistades). Con el tiempo Anthony Penrose se convertiría en el biógrafo y el gran divulgador de la obra de su madre.

Lee Miller vivió muchas vidas y su legado es doble: delante y detrás de la cámara. Este próximo viernes se estrena Lee Miller, una aproximación interesante, aunque incompleta a su figura. En octubre de 2025 la Tate de Londres inaugurará una gran exposición dedicada a esta modelo que se apropió de la cámara, porque prefería tomar fotografías en lugar de ser una fotografía.

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