Las Trece Rosas: ¿demócratas o terroristas?

Vamos al Madrid de 1988. Juan Barranco, del PSOE, era alcalde de la capital. Había heredado el puesto de Tierno Galván, otro socialista. Una mañana, Barranco inauguró una placa en el cementerio de la Almudena para recordar a un grupo de mujeres fusiladas en 1939, conocidas como las «Trece Rosas». En la inscripción se asegura que «dieron su vida por la libertad y la democracia». Pero ni libertad, ni democracia. Vamos a ver. Seamos serios. Esto es historia. Esas mujeres luchaban por imponer en España la dictadura del proletariado. No obstante, la falsedad que afirmaba la placa pasó desapercibida porque la historia no era entonces un campo de batalla.

El asunto cambió cuando el PSOE de Felipe González vio peligrar su Gobierno por el crecimiento del PP de Aznar en 1993. Pensaban que iban a perder las elecciones y rompieron el consenso de la Transición que consistía en enterrar la Guerra Civil. Fue entonces cuando vincularon al PP con el franquismo. Si ganaba Aznar, volvía Franco. Así de simple. Perdieron en 1996, y el zapaterismo se embarcó en la memoria histórica y la forja de relatos ya en el siglo XXI. Así apareció el mito de las Trece Rosas, presentadas como un grupo de mujeres jóvenes pacíficas, fusiladas por el rancio y machista franquismo solo por querer la democracia y la libertad. A ese mito se ha aferrado la izquierda sin ahondar en la verdadera historia.

El gobierno de Zapatero empezó el memorialismo, que nada tiene que ver con la verdadera historia, a través de la legislación y usando el presupuesto público. Creó la Fundación Trece Rosas con Santiago Carrillo al frente, quien curiosamente había despreciado el episodio durante décadas alegando que eran mujeres que nada significaban.

El PSOE de Zapatero vio pronto la fuerza sentimental y fácilmente politizante de la novela de Jesús Ferrero sobre esas mujeres. El libro se publicó en 2003 con una historia completamente inventada. Aprovechando el tirón Carlos Fonseca publicó el ensayo Trece Rosas Rojas en 2007. La obra es un panegírico memorialista de izquierdas y oculta datos fundamentales para entender el episodio. Por ejemplo, en sus 320 páginas no habla de la guerra de guerrillas que querían implantar esas Trece Rosas y sus compañeros, ni de que siguieron órdenes Pedro Checa, dirigente comunista, a la hora de reunir armas y explosivos. No importó porque la historia contenía el adoctrinamiento moral y político suficiente para tener el aplauso del progresismo y los fondos del Gobierno. Por eso la historia se llevó al cine en 2007 con su toque feminista, con lo que se completaba el relato. Trece mujeres jóvenes y alegres, luchadoras por la libertad y la democracia, que no habían hecho nada, fueron fusiladas por el franquismo machista de pelo en pecho. Tuvo un presupuesto de 9 millones de euros y recaudó 4 en taquilla. Es cine español. No hay más.

Vamos con más construcción cultural del mito de las Trece Rosas. También se han hecho canciones y escrito más novelas. En todas ellas se obvian sus vinculaciones con actividades violentas. En una de las obras las chicas aparecen repartiendo propaganda, lo que nunca pasó. Del mismo modo jamás salen amontonando armas para atentados, que fue a lo que se dedicaron. La forja del mito también llegó a los institutos a través de una obra de teatro escrita por Maxi de Diego, profesor de secundaria. En esta pieza se ocultan los episodios oscuros para construir un relato feminista, vamos, que las mataron por ser mujeres.

Con todo este artificio Pedro Sánchez no se pudo resistir. El 24 de octubre de 2019 se hizo acompañar por fotógrafos para poner unas flores en la placa de la Almudena a las 13 Rosas. Lo hizo el mismo día que se produjo la exhumación del cadáver del dictador Franco. Luego puso un tuit: «13 mujeres inocentes, fusiladas por defender la democracia. Las 13 Rosas son hoy un símbolo de la lucha por la justicia y la libertad. Vuestros nombres nunca se borraran de la historia». Todo bien pensado. Contada la parte del mito, vamos con la historia verdadera.

Los comunistas se decidieron por la guerra de guerrillas inmediatamente después de perder la Guerra Civil. La estrategia la estableció Pedro Checa (vaya apellido más certero) en nombre del Buró Político del PCE. Indiquemos ahora una constante: los dirigentes del partido comunista salieron de Madrid antes de que entraran las tropas franquistas, pero no los militantes de base, a los que dejaron tirados y ordenaron jugarse la vida. Siempre ha habido castas en el comunismo.

Las órdenes de Pedro Checa fueron organizar bandas armadas para cometer atentados. El argumento era que el pueblo español no quería a Franco, y que las acciones terroristas iban a desautorizar al nuevo régimen. Idearon una serie de atentados. Uno de ellos era hacer estallar una bomba en el Desfile de la Victoria, el 19 de mayo de 1939. El objetivo ridiculizar y desacreditar a Franco y a su dictadura por ser incapaces de contener la desobediencia antifascista.

El Buró Político del PCE dio esas órdenes de acumular armas y explosivos para la guerra de guerrillas y cometer atentados a pesar de que el jefe del I Cuerpo del Ejército, Espinosa de los Monteros, publicó en Madrid un bando anunciando que sería condenado a muerte quien tuviera armas y explosivos y no los entregara al ayuntamiento. Esta cláusula fue decisiva para la suerte de las 13 Rosas, la Rosa número 14 -otra mujer fusilada después-, y los 43 Claveles, los hombres comunistas fusilados de los que nadie se acuerda ni pone un miserable tuit.

Preocupado por su propia supervivencia, el Buró Político del PCE olvidó decir a sus militantes madrileños que el partido había cambiado de estrategia el 19 de junio de 1939. Decidieron abandonar el terrorismo y entrar en las instituciones franquistas para sabotearlas -el famoso «entrismo»-.

En todo esto, la inteligencia franquista detuvo a cerca de 70 personas, entre ellas a las Trece Rosas por tenencia ilícita de armas y organización terrorista. Las condenaron a muerte y su ejecución se congeló.

Lo decisivo fue el asesinato del comandante Isaac Gabaldón. El atentado fue cometido por Damián García Mayoral, Sebastián Santamaría y Francisco Rivares, tres militantes comunistas que habían recibido la orden de atacar la cárcel de Oropesa el 28 de julio de 1939. Desistieron de esta misión suicida y, vestidos de soldados nacionales, decidieron volver a Madrid robando un coche. Detuvieron uno al azar. Dentro estaban Gabaldón, su hija menor y el chófer. Los comunistas los asesinaron a sangre fría. El caso es que el Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) lo supo con antelación y dejó hacer. Cuando este Servicio se enteró del asesinato les entró el pánico y planearon ocultar su negligencia. Para eso presionaron a los miembros de la Auditoría de Guerra, entre los que estaban Arias Navarro y Garicano Goñi -que años después llegaron al Gobierno-, y fueron auxiliados por Gutiérrez Mellado -vicepresidente después con Suárez-, que era entonces jefe de una de las tres secciones del SIPM.

En ese plan, el Servicio de Información y Policía Militar habló de un amplio plan comunista en el que estaban implicados los encarcelados, entre ellas, las Trece Rosas. Por eso se fusiló a estas mujeres y a 43 hombres el 5 de agosto de 1939, y unos meses después a la Rosa número 14. Fue una injusticia. Se las ejecutó por un crimen que no habían cometido, sino que fue perpetrado por tres miembros de la misma organización a la que pertenecían y que estaba montando un plan terrorista. No eran culpables de los asesinatos pero tampoco pacifistas ni demócratas, lo que en ningún caso justifica el fusilamiento.

Entre las trece había nueve modistas, lo que es curioso. Esa profesión era muy corriente en Madrid y muy mal pagada. Siete eran madrileñas. El resto de Ávila, Zaragoza, Jaén y San Sebastián. La media de edad era de 20 años, entre los 29 de Blanca Brisac y los 17 de Victoria Muñoz. No tenían antecedentes de la Guerra Civil. La Rosa 14 se libró en un principio por un error administrativo en el nombre que, subsanado, no la libró del paredón. Pertenecían a las Juventudes Socialistas Unificadas, marioneta juvenil del PCE, y aceptaron organizar un grupo armado para la guerra de guerrillas que quería asesinar, secuestrar, robar y atentar en lugares públicos, pero que no llegó a hacerlo. Fueron mujeres jóvenes, idealistas e ingenuas que resultaron usadas en su momento por los dirigentes del PCE, bien protegidos en el exterior de España, y hoy son utilizadas por los políticos de la memoria histórica.

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 Vamos al Madrid de 1988. Juan Barranco, del PSOE, era alcalde de la capital. Había heredado el puesto de Tierno Galván, otro socialista. Una mañana, Barranco  

Vamos al Madrid de 1988. Juan Barranco, del PSOE, era alcalde de la capital. Había heredado el puesto de Tierno Galván, otro socialista. Una mañana, Barranco inauguró una placa en el cementerio de la Almudena para recordar a un grupo de mujeres fusiladas en 1939, conocidas como las «Trece Rosas». En la inscripción se asegura que «dieron su vida por la libertad y la democracia». Pero ni libertad, ni democracia. Vamos a ver. Seamos serios. Esto es historia. Esas mujeres luchaban por imponer en España la dictadura del proletariado. No obstante, la falsedad que afirmaba la placa pasó desapercibida porque la historia no era entonces un campo de batalla.

El asunto cambió cuando el PSOE de Felipe González vio peligrar su Gobierno por el crecimiento del PP de Aznar en 1993. Pensaban que iban a perder las elecciones y rompieron el consenso de la Transición que consistía en enterrar la Guerra Civil. Fue entonces cuando vincularon al PP con el franquismo. Si ganaba Aznar, volvía Franco. Así de simple. Perdieron en 1996, y el zapaterismo se embarcó en la memoria histórica y la forja de relatos ya en el siglo XXI. Así apareció el mito de las Trece Rosas, presentadas como un grupo de mujeres jóvenes pacíficas, fusiladas por el rancio y machista franquismo solo por querer la democracia y la libertad. A ese mito se ha aferrado la izquierda sin ahondar en la verdadera historia.

El gobierno de Zapatero empezó el memorialismo, que nada tiene que ver con la verdadera historia, a través de la legislación y usando el presupuesto público. Creó la Fundación Trece Rosas con Santiago Carrillo al frente, quien curiosamente había despreciado el episodio durante décadas alegando que eran mujeres que nada significaban.

El PSOE de Zapatero vio pronto la fuerza sentimental y fácilmente politizante de la novela de Jesús Ferrero sobre esas mujeres. El libro se publicó en 2003 con una historia completamente inventada. Aprovechando el tirón Carlos Fonseca publicó el ensayo Trece Rosas Rojas en 2007. La obra es un panegírico memorialista de izquierdas y oculta datos fundamentales para entender el episodio. Por ejemplo, en sus 320 páginas no habla de la guerra de guerrillas que querían implantar esas Trece Rosas y sus compañeros, ni de que siguieron órdenes Pedro Checa, dirigente comunista, a la hora de reunir armas y explosivos. No importó porque la historia contenía el adoctrinamiento moral y político suficiente para tener el aplauso del progresismo y los fondos del Gobierno. Por eso la historia se llevó al cine en 2007 con su toque feminista, con lo que se completaba el relato. Trece mujeres jóvenes y alegres, luchadoras por la libertad y la democracia, que no habían hecho nada, fueron fusiladas por el franquismo machista de pelo en pecho. Tuvo un presupuesto de 9 millones de euros y recaudó 4 en taquilla. Es cine español. No hay más.

Vamos con más construcción cultural del mito de las Trece Rosas. También se han hecho canciones y escrito más novelas. En todas ellas se obvian sus vinculaciones con actividades violentas. En una de las obras las chicas aparecen repartiendo propaganda, lo que nunca pasó. Del mismo modo jamás salen amontonando armas para atentados, que fue a lo que se dedicaron. La forja del mito también llegó a los institutos a través de una obra de teatro escrita por Maxi de Diego, profesor de secundaria. En esta pieza se ocultan los episodios oscuros para construir un relato feminista, vamos, que las mataron por ser mujeres.

Con todo este artificio Pedro Sánchez no se pudo resistir. El 24 de octubre de 2019 se hizo acompañar por fotógrafos para poner unas flores en la placa de la Almudena a las 13 Rosas. Lo hizo el mismo día que se produjo la exhumación del cadáver del dictador Franco. Luego puso un tuit: «13 mujeres inocentes, fusiladas por defender la democracia. Las 13 Rosas son hoy un símbolo de la lucha por la justicia y la libertad. Vuestros nombres nunca se borraran de la historia». Todo bien pensado. Contada la parte del mito, vamos con la historia verdadera.

Los comunistas se decidieron por la guerra de guerrillas inmediatamente después de perder la Guerra Civil. La estrategia la estableció Pedro Checa (vaya apellido más certero) en nombre del Buró Político del PCE. Indiquemos ahora una constante: los dirigentes del partido comunista salieron de Madrid antes de que entraran las tropas franquistas, pero no los militantes de base, a los que dejaron tirados y ordenaron jugarse la vida. Siempre ha habido castas en el comunismo.

Las órdenes de Pedro Checa fueron organizar bandas armadas para cometer atentados. El argumento era que el pueblo español no quería a Franco, y que las acciones terroristas iban a desautorizar al nuevo régimen. Idearon una serie de atentados. Uno de ellos era hacer estallar una bomba en el Desfile de la Victoria, el 19 de mayo de 1939. El objetivo ridiculizar y desacreditar a Franco y a su dictadura por ser incapaces de contener la desobediencia antifascista.

El Buró Político del PCE dio esas órdenes de acumular armas y explosivos para la guerra de guerrillas y cometer atentados a pesar de que el jefe del I Cuerpo del Ejército, Espinosa de los Monteros, publicó en Madrid un bando anunciando que sería condenado a muerte quien tuviera armas y explosivos y no los entregara al ayuntamiento. Esta cláusula fue decisiva para la suerte de las 13 Rosas, la Rosa número 14 -otra mujer fusilada después-, y los 43 Claveles, los hombres comunistas fusilados de los que nadie se acuerda ni pone un miserable tuit.

Preocupado por su propia supervivencia, el Buró Político del PCE olvidó decir a sus militantes madrileños que el partido había cambiado de estrategia el 19 de junio de 1939. Decidieron abandonar el terrorismo y entrar en las instituciones franquistas para sabotearlas -el famoso «entrismo»-.

En todo esto, la inteligencia franquista detuvo a cerca de 70 personas, entre ellas a las Trece Rosas por tenencia ilícita de armas y organización terrorista. Las condenaron a muerte y su ejecución se congeló.

Lo decisivo fue el asesinato del comandante Isaac Gabaldón. El atentado fue cometido por Damián García Mayoral, Sebastián Santamaría y Francisco Rivares, tres militantes comunistas que habían recibido la orden de atacar la cárcel de Oropesa el 28 de julio de 1939. Desistieron de esta misión suicida y, vestidos de soldados nacionales, decidieron volver a Madrid robando un coche. Detuvieron uno al azar. Dentro estaban Gabaldón, su hija menor y el chófer. Los comunistas los asesinaron a sangre fría. El caso es que el Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) lo supo con antelación y dejó hacer. Cuando este Servicio se enteró del asesinato les entró el pánico y planearon ocultar su negligencia. Para eso presionaron a los miembros de la Auditoría de Guerra, entre los que estaban Arias Navarro y Garicano Goñi -que años después llegaron al Gobierno-, y fueron auxiliados por Gutiérrez Mellado -vicepresidente después con Suárez-, que era entonces jefe de una de las tres secciones del SIPM.

En ese plan, el Servicio de Información y Policía Militar habló de un amplio plan comunista en el que estaban implicados los encarcelados, entre ellas, las Trece Rosas. Por eso se fusiló a estas mujeres y a 43 hombres el 5 de agosto de 1939, y unos meses después a la Rosa número 14. Fue una injusticia. Se las ejecutó por un crimen que no habían cometido, sino que fue perpetrado por tres miembros de la misma organización a la que pertenecían y que estaba montando un plan terrorista. No eran culpables de los asesinatos pero tampoco pacifistas ni demócratas, lo que en ningún caso justifica el fusilamiento.

Entre las trece había nueve modistas, lo que es curioso. Esa profesión era muy corriente en Madrid y muy mal pagada. Siete eran madrileñas. El resto de Ávila, Zaragoza, Jaén y San Sebastián. La media de edad era de 20 años, entre los 29 de Blanca Brisac y los 17 de Victoria Muñoz. No tenían antecedentes de la Guerra Civil. La Rosa 14 se libró en un principio por un error administrativo en el nombre que, subsanado, no la libró del paredón. Pertenecían a las Juventudes Socialistas Unificadas, marioneta juvenil del PCE, y aceptaron organizar un grupo armado para la guerra de guerrillas que quería asesinar, secuestrar, robar y atentar en lugares públicos, pero que no llegó a hacerlo. Fueron mujeres jóvenes, idealistas e ingenuas que resultaron usadas en su momento por los dirigentes del PCE, bien protegidos en el exterior de España, y hoy son utilizadas por los políticos de la memoria histórica.

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