La voluntad de saber

La voluntad de saber abarca toda la aventura humana y está presente en el mito del paraíso terrenal. Supongo que esa voluntad se debe a la necesidad. Necesitábamos saber para sobrevivir, saber sobre todo, sobre la tierra y el cielo, sobre las plantas comestibles y los animales que íbamos a cazar, sobre uno mismo y sobre los demás. Más allá de lo que dijera Nietzsche, que nunca quiso ver que la voluntad de poder es sobre todo voluntad de ocultación, todo indica que hubo siempre un conflicto entre el deseo de conocer, proyectado en el esclarecimiento, y la voluntad de poder, basada en la omisión y el secreto; entre el anhelo de saber concebido como liberación y desentrañamiento del mundo, y la voluntad de poder concebida como dominación y oscurecimiento del mundo. La primera está vinculada a la generosidad, la segunda a la avaricia.

Es observable que mientras el conocimiento ha ido adquiriendo un corpus cada vez más amplio, arrebatándole territorios a la oscuridad y a la ignorancia, el poder político ha seguido inmovilizado en su opacidad y su corrupción, como si para esa estructura más oscura que la angustia no pasara el tiempo y tuviese por destino ser siempre idéntica a sí misma en sus aparentes metamorfosis, en las que todo cambia para que todo siga igual, como dijera con bastante ironía el príncipe de Lampedusa. Ese príncipe, de mirada triste sobrevolando la campiña siciliana, sabía que en política la corrupción es sistémica y continua, basada en la información que se desliza por debajo de la farsa y los bailes de salón, y en el negocio desolador de estafar a millones de almas. Y todo ello enraizado en la dialéctica de la oscuridad, como si todavía estuviésemos en la edad de los misterios y la magia. 

La voluntad de saber tendría que entrar de verdad en las moradas del poder porque lo está pidiendo una ciudadanía desesperada, porque lo está pidiendo la historia. Se trataría de desentrañar su estructura y de deconstruir formas de hacer políticas cínicas e inmovilizadoras. Resulta del todo desconcertante que la voluntad de saber aún no lo haya hecho. Si he de decir la verdad, no salgo de mi asombro, pues no deja de ser asombroso que viviendo en sociedades cada vez más trasparentes y menos celosas de su intimidad, el poder mantenga su oscuridad de siempre.

Hay zonas profundamente encubiertas en ese agujero negro que penetra como un tornillo en el cuerpo social, que forma círculos concéntricos cada vez más densos, corrompiendo las democracias y convirtiéndolas a veces en dimensiones invivibles, llenas de confrontaciones inútiles y empobrecedoras. Con demasiada esperanza tiendo a pensar que da igual que los autócratas de derechas y de izquierdas se estén abriendo una vez más camino, que exhiban gestos de prepotencia y de necedad, y que quieran oscurecer hasta el delito la gramática del mundo, pues la voluntad de saber quiere más, aunque no siempre lo parezca. Las leyes insensatas, la manipulación sistemática de la justicia, las sombras que albergan las catástrofes, las estafas, las tergiversaciones, la hediondez y la mentira tienen que ser descifradas. La voluntad de saber ha de atreverse a seguir su destino y desentrañar la materia en la que se sustenta la inhumanidad y la tendencia a banalizar el mal.

«El conejo de la responsabilidad desaparece en las chisteras, y a la catástrofe le sucede la guerra por el relato, es decir, por la ocultación»

Ya no es soportable que en los grandes desaguisados, en las situaciones realmente monstruosas, todo acontezca como en un gran juego de prestidigitación. Lo acabamos de ver con las inundaciones del Levante español. Masas de agua anegando las comarcas: centenares de muertos, sufrimientos indecibles y desolación general, pero el conejo de la responsabilidad desaparece en las chisteras, y a la catástrofe le sucede la guerra por el relato, es decir por la ocultación, por la omisión y por el sainete cínico y sentimental. La contienda que en plena tragedia han establecido los dos partidos mayoritarios es de una impiedad más allá de todo límite, y como ocurre siempre en las luchas enconadas, aparece pronto la muerte, y ya tenemos más de 200 cadáveres mientras unos y otros continúan con sus trifulcas para imponer sus narraciones encubridoras. 

Resulta perturbador observar el hecho de que la voluntad de saber tienda a ser cada vez más esclarecedora, a pesar de los postulados amorfos de la posmodernidad, mientras que la voluntad de poder busca ser cada vez más encubridora, creando entre las dos una inmensa contradicción muy difícil de sostener. Y es así como vemos a los gobiernos derrochar cantidades ingentes de dinero en frivolidades espantosas y dejándonos a la intemperie en situaciones como la pandemia o las inundaciones de ahora, sin importarles, en esas coyunturas crueles, hacer negocio con lo más sagrado, a la vez que nos obligan a asistir a una sesión de efectos especiales, destinados a ocultar todo lo que se ha llevado a cabo en la oscuridad de los despachos. Tienen enfrente algo que temen más que las revueltas sociales y la ira de las masas, tienen en frente la voluntad de saber, el afán de desentrañar, que según el pensamiento mítico nos persigue desde que Eva mordió la manzana del bien y del mal.

 La voluntad de saber abarca toda la aventura humana y está presente en el mito del paraíso terrenal. Supongo que esa voluntad se debe a la  

La voluntad de saber abarca toda la aventura humana y está presente en el mito del paraíso terrenal. Supongo que esa voluntad se debe a la necesidad. Necesitábamos saber para sobrevivir, saber sobre todo, sobre la tierra y el cielo, sobre las plantas comestibles y los animales que íbamos a cazar, sobre uno mismo y sobre los demás. Más allá de lo que dijera Nietzsche, que nunca quiso ver que la voluntad de poder es sobre todo voluntad de ocultación, todo indica que hubo siempre un conflicto entre el deseo de conocer, proyectado en el esclarecimiento, y la voluntad de poder, basada en la omisión y el secreto; entre el anhelo de saber concebido como liberación y desentrañamiento del mundo, y la voluntad de poder concebida como dominación y oscurecimiento del mundo. La primera está vinculada a la generosidad, la segunda a la avaricia.

Es observable que mientras el conocimiento ha ido adquiriendo un corpus cada vez más amplio, arrebatándole territorios a la oscuridad y a la ignorancia, el poder político ha seguido inmovilizado en su opacidad y su corrupción, como si para esa estructura más oscura que la angustia no pasara el tiempo y tuviese por destino ser siempre idéntica a sí misma en sus aparentes metamorfosis, en las que todo cambia para que todo siga igual, como dijera con bastante ironía el príncipe de Lampedusa. Ese príncipe, de mirada triste sobrevolando la campiña siciliana, sabía que en política la corrupción es sistémica y continua, basada en la información que se desliza por debajo de la farsa y los bailes de salón, y en el negocio desolador de estafar a millones de almas. Y todo ello enraizado en la dialéctica de la oscuridad, como si todavía estuviésemos en la edad de los misterios y la magia. 

La voluntad de saber tendría que entrar de verdad en las moradas del poder porque lo está pidiendo una ciudadanía desesperada, porque lo está pidiendo la historia. Se trataría de desentrañar su estructura y de deconstruir formas de hacer políticas cínicas e inmovilizadoras. Resulta del todo desconcertante que la voluntad de saber aún no lo haya hecho. Si he de decir la verdad, no salgo de mi asombro, pues no deja de ser asombroso que viviendo en sociedades cada vez más trasparentes y menos celosas de su intimidad, el poder mantenga su oscuridad de siempre.

Hay zonas profundamente encubiertas en ese agujero negro que penetra como un tornillo en el cuerpo social, que forma círculos concéntricos cada vez más densos, corrompiendo las democracias y convirtiéndolas a veces en dimensiones invivibles, llenas de confrontaciones inútiles y empobrecedoras. Con demasiada esperanza tiendo a pensar que da igual que los autócratas de derechas y de izquierdas se estén abriendo una vez más camino, que exhiban gestos de prepotencia y de necedad, y que quieran oscurecer hasta el delito la gramática del mundo, pues la voluntad de saber quiere más, aunque no siempre lo parezca. Las leyes insensatas, la manipulación sistemática de la justicia, las sombras que albergan las catástrofes, las estafas, las tergiversaciones, la hediondez y la mentira tienen que ser descifradas. La voluntad de saber ha de atreverse a seguir su destino y desentrañar la materia en la que se sustenta la inhumanidad y la tendencia a banalizar el mal.

«El conejo de la responsabilidad desaparece en las chisteras, y a la catástrofe le sucede la guerra por el relato, es decir, por la ocultación»

Ya no es soportable que en los grandes desaguisados, en las situaciones realmente monstruosas, todo acontezca como en un gran juego de prestidigitación. Lo acabamos de ver con las inundaciones del Levante español. Masas de agua anegando las comarcas: centenares de muertos, sufrimientos indecibles y desolación general, pero el conejo de la responsabilidad desaparece en las chisteras, y a la catástrofe le sucede la guerra por el relato, es decir por la ocultación, por la omisión y por el sainete cínico y sentimental. La contienda que en plena tragedia han establecido los dos partidos mayoritarios es de una impiedad más allá de todo límite, y como ocurre siempre en las luchas enconadas, aparece pronto la muerte, y ya tenemos más de 200 cadáveres mientras unos y otros continúan con sus trifulcas para imponer sus narraciones encubridoras. 

Resulta perturbador observar el hecho de que la voluntad de saber tienda a ser cada vez más esclarecedora, a pesar de los postulados amorfos de la posmodernidad, mientras que la voluntad de poder busca ser cada vez más encubridora, creando entre las dos una inmensa contradicción muy difícil de sostener. Y es así como vemos a los gobiernos derrochar cantidades ingentes de dinero en frivolidades espantosas y dejándonos a la intemperie en situaciones como la pandemia o las inundaciones de ahora, sin importarles, en esas coyunturas crueles, hacer negocio con lo más sagrado, a la vez que nos obligan a asistir a una sesión de efectos especiales, destinados a ocultar todo lo que se ha llevado a cabo en la oscuridad de los despachos. Tienen enfrente algo que temen más que las revueltas sociales y la ira de las masas, tienen en frente la voluntad de saber, el afán de desentrañar, que según el pensamiento mítico nos persigue desde que Eva mordió la manzana del bien y del mal.

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