La vida (no tan secreta) de Michel Foucault en la Varsovia comunista

En 1958, un Michel Foucault (1926-1984) treintañero se instaló en Polonia para trabajar en su tesis doctoral –que se convertiría en su célebre Historia de la locura en la época clásica (1961)– y dirigir el recién creado Centro de Cultura Francesa de la Universidad de Varsovia. Era un joven filósofo más que prometedor, pero sus planes se torcieron y tuvo que irse antes de terminar el estudio, al cabo de unos meses. Lo más inquietante, sin embargo, es que no quedó rastro de su paso por el país en los archivos. Ninguna denuncia, ninguna orden de expulsión. ¿Qué pasó, entonces?

Ese es el enigma que trata de resolver el investigador polaco Remigiusz Ryziński (Puck, 1978), especializado en estudios de género y LGTBI+, en Foucault en Varsovia (2017; Báltica, 2024, trad. Katarzyna Olszewska Sonnenberg), con el que resultó finalista del Premio Nike, el más importante de su país. Para esclarecer el misterio, siguió los pasos del pensador francés en Varsovia, entrevistándose con quienes lo conocieron; y también en París, donde habló con su viudo, Daniel Defert.

La comunidad LGTBI+ bajo el comunismo

No hay que ser un lince para adivinar que este «borrado» de Foucault tuvo más que ver con su vida personal que con cualquier demérito académico. El filósofo era homosexual, y no se escondía: a su llegada a Varsovia se codeó con un grupo de jóvenes polacos que lo introdujeron en las rutas secretas de la comunidad; aunque él era tranquilo, prefería la compañía de algún amante y unos cuantos amigos en casa que el frenesí nocturno. Esos chicos, al recordarlo décadas después, solo tienen palabras amables para él: se mostraba generoso, siempre tenía la puerta abierta, les daba dinero sin esperar nada a cambio.

En los relatos de los entrevistados se combina ese recuerdo de Foucault con sus propias vivencias, lo que da lugar a un retrato de esa cara clandestina de Varsovia, que de hecho no era tan secreta, porque entre ellos se informaban de los lugares donde podían verse y divertirse sin temor. Algunos, incluso, recuerdan aquella época con nostalgia: a pesar de la apertura de los últimos años, en derechos y en visibilidad, aquella tensión añadida de verse a escondidas en rincones de parques, baños públicos y apartamentos, les generaba un estímulo que, para ellos, se pierde a la luz del día, entre la multitud.

Según el autor de la crónica, no obstante, estos hombres no eran del todo conscientes de lo que ocurría en la República Popular de Polonia. Sobre el papel, las autoridades no se podían violentar contra ellos por su identidad sexual, pero en la práctica encontraban el modo de causarles perjuicio, aunque fuera de forma encubierta. Esto permite entender lo que sucedió con Foucault: no existen denuncias, no estuvo metido en nada turbio, pero la policía secreta lo espió y dio con un confidente dispuesto a traicionarle.

Historia de una traición

No fue fácil acercarse a la verdad. Sin documentos, sin testigos de nada sospechoso, el autor va dando tanteos entre la oficina y la calle para desentrañar los hechos. Una parte fundamental de la investigación, junto con los relatos en primera persona, consta de los archivos policiales: se reproducen extractos que detallan la forma de obrar, que revelan cómo la orientación sexual era un motivo de sospecha. Documentaban los nombres de esos hombres y sus relaciones, asociaban ese estilo de vida con la delincuencia.

Se servían de confidentes que, más que afines al régimen dispuestos a colaborar, con frecuencia no eran más que personas en situación vulnerable a quienes coaccionaban (las torturas eran otra realidad invisible) para que obraran a su favor. Por aquí hay que buscar los motivos de esa desaparición precipitada de Foucault: él era de confianza, pero alguien lo traicionó. ¿Quién, cómo, por qué? La recta final alumbra el asunto.

La hipocresía de Occidente

La conversación que el autor mantuvo con Daniel Defert, el compañero de Foucault en sus últimos años, resulta clave. No solo le cuenta lo que le había explicado él sobre su estancia en Polonia, sino que, a través de su memoria, desvela también la doble cara de Occidente, y de Francia en particular, en lo que a la homosexualidad se refiere. Porque, frente al comunismo, la democracia occidental velaba por la libertad de los ciudadanos, pero no para todos, ni en todas las circunstancias.

En otras palabras, Defert recuerda con amargura el estigma social que suponía el sida, enfermedad de la que murió Foucault. El silencio que rodeó su muerte puso de relieve el prejuicio, el tabú y el miedo en torno a una pandemia que hizo estragos durante aquellas décadas. Para Foucault, con todo, sentirse excluido no era ninguna novedad: desde que eligió el tema de su tesis, la locura, dejó claro que se consideraba parte de ellos, de los raros, los incomprendidos, los que no encajan, los que se ven confinados a los márgenes de la sociedad incluso cuando hacen aportes intelectuales de envergadura, como él.

TO Store
Foucault en Varsovia
Remigiusz Ryziński

Compra este libro

Foucault en Varsovia partía de una premisa intrigante, y cumple con el propósito inicial de poner luz a esas páginas en blanco de la biografía del filósofo francés. Aun así, como suele ocurrir, por el camino se hacen hallazgos inesperados que enriquecen la crónica y hacen del libro un excelente aporte a la historia social de la comunidad LGTBI+ en la segunda mitad del siglo XX. «Se dice que, después de sobrevivir a un infierno, el hombre está ya siempre preparado para él», escribe Ryziński. De infiernos, íntimos, sociales y políticos, saben mucho los hombres que comparten sus experiencias aquí, protagonistas involuntarios de un episodio oscuro que, poco a poco, se empieza a vislumbrar.

 En 1958, un Michel Foucault (1926-1984) treintañero se instaló en Polonia para trabajar en su tesis doctoral –que se convertiría en su célebre Historia de la  

En 1958, un Michel Foucault (1926-1984) treintañero se instaló en Polonia para trabajar en su tesis doctoral –que se convertiría en su célebre Historia de la locura en la época clásica (1961)– y dirigir el recién creado Centro de Cultura Francesa de la Universidad de Varsovia. Era un joven filósofo más que prometedor, pero sus planes se torcieron y tuvo que irse antes de terminar el estudio, al cabo de unos meses. Lo más inquietante, sin embargo, es que no quedó rastro de su paso por el país en los archivos. Ninguna denuncia, ninguna orden de expulsión. ¿Qué pasó, entonces?

Ese es el enigma que trata de resolver el investigador polaco Remigiusz Ryziński (Puck, 1978), especializado en estudios de género y LGTBI+, en Foucault en Varsovia (2017; Báltica, 2024, trad. Katarzyna Olszewska Sonnenberg), con el que resultó finalista del Premio Nike, el más importante de su país. Para esclarecer el misterio, siguió los pasos del pensador francés en Varsovia, entrevistándose con quienes lo conocieron; y también en París, donde habló con su viudo, Daniel Defert.

No hay que ser un lince para adivinar que este «borrado» de Foucault tuvo más que ver con su vida personal que con cualquier demérito académico. El filósofo era homosexual, y no se escondía: a su llegada a Varsovia se codeó con un grupo de jóvenes polacos que lo introdujeron en las rutas secretas de la comunidad; aunque él era tranquilo, prefería la compañía de algún amante y unos cuantos amigos en casa que el frenesí nocturno. Esos chicos, al recordarlo décadas después, solo tienen palabras amables para él: se mostraba generoso, siempre tenía la puerta abierta, les daba dinero sin esperar nada a cambio.

En los relatos de los entrevistados se combina ese recuerdo de Foucault con sus propias vivencias, lo que da lugar a un retrato de esa cara clandestina de Varsovia, que de hecho no era tan secreta, porque entre ellos se informaban de los lugares donde podían verse y divertirse sin temor. Algunos, incluso, recuerdan aquella época con nostalgia: a pesar de la apertura de los últimos años, en derechos y en visibilidad, aquella tensión añadida de verse a escondidas en rincones de parques, baños públicos y apartamentos, les generaba un estímulo que, para ellos, se pierde a la luz del día, entre la multitud.

Según el autor de la crónica, no obstante, estos hombres no eran del todo conscientes de lo que ocurría en la República Popular de Polonia. Sobre el papel, las autoridades no se podían violentar contra ellos por su identidad sexual, pero en la práctica encontraban el modo de causarles perjuicio, aunque fuera de forma encubierta. Esto permite entender lo que sucedió con Foucault: no existen denuncias, no estuvo metido en nada turbio, pero la policía secreta lo espió y dio con un confidente dispuesto a traicionarle.

No fue fácil acercarse a la verdad. Sin documentos, sin testigos de nada sospechoso, el autor va dando tanteos entre la oficina y la calle para desentrañar los hechos. Una parte fundamental de la investigación, junto con los relatos en primera persona, consta de los archivos policiales: se reproducen extractos que detallan la forma de obrar, que revelan cómo la orientación sexual era un motivo de sospecha. Documentaban los nombres de esos hombres y sus relaciones, asociaban ese estilo de vida con la delincuencia.

Se servían de confidentes que, más que afines al régimen dispuestos a colaborar, con frecuencia no eran más que personas en situación vulnerable a quienes coaccionaban (las torturas eran otra realidad invisible) para que obraran a su favor. Por aquí hay que buscar los motivos de esa desaparición precipitada de Foucault: él era de confianza, pero alguien lo traicionó. ¿Quién, cómo, por qué? La recta final alumbra el asunto.

La conversación que el autor mantuvo con Daniel Defert, el compañero de Foucault en sus últimos años, resulta clave. No solo le cuenta lo que le había explicado él sobre su estancia en Polonia, sino que, a través de su memoria, desvela también la doble cara de Occidente, y de Francia en particular, en lo que a la homosexualidad se refiere. Porque, frente al comunismo, la democracia occidental velaba por la libertad de los ciudadanos, pero no para todos, ni en todas las circunstancias.

En otras palabras, Defert recuerda con amargura el estigma social que suponía el sida, enfermedad de la que murió Foucault. El silencio que rodeó su muerte puso de relieve el prejuicio, el tabú y el miedo en torno a una pandemia que hizo estragos durante aquellas décadas. Para Foucault, con todo, sentirse excluido no era ninguna novedad: desde que eligió el tema de su tesis, la locura, dejó claro que se consideraba parte de ellos, de los raros, los incomprendidos, los que no encajan, los que se ven confinados a los márgenes de la sociedad incluso cuando hacen aportes intelectuales de envergadura, como él.

Foucault en Varsovia partía de una premisa intrigante, y cumple con el propósito inicial de poner luz a esas páginas en blanco de la biografía del filósofo francés. Aun así, como suele ocurrir, por el camino se hacen hallazgos inesperados que enriquecen la crónica y hacen del libro un excelente aporte a la historia social de la comunidad LGTBI+ en la segunda mitad del siglo XX. «Se dice que, después de sobrevivir a un infierno, el hombre está ya siempre preparado para él», escribe Ryziński. De infiernos, íntimos, sociales y políticos, saben mucho los hombres que comparten sus experiencias aquí, protagonistas involuntarios de un episodio oscuro que, poco a poco, se empieza a vislumbrar.

 Noticias de Cultura: Última hora de hoy en THE OBJECTIVE

Noticias Similares