Madrid en su tinta es el título de una magnífica exposición que se puede ver en el Museo ABC. La muestra, comisariada por Felipe Hernández Cava, recoge una antología del muy interesante trabajo del ilustrador de prensa y pintor José Robledano (1884-1974). El artista alcanzó su cima de notoriedad en los años veinte y treinta, con sus publicaciones en grandes periódicos de la época como El Sol y La Voz, así como con la creación en 1930 del popular personaje Cayetano, en el que muchos lectores se vieron retratados.
Al recorrer la exposición, resulta inevitable pensar en cómo la ilustración, la viñeta y el chiste prácticamente han desaparecido en la prensa digital. Sólo perviven, y de una forma cada vez más desapercibida, en la prensa de papel. Algo ha ocurrido y no sé muy bien qué. Las causas pueden ser múltiples: los dibujantes no han encontrado la forma de adaptarse a las pantallas; la propia prensa digital ha renunciado a la ilustración y prefiere formatos como la infografía o los collages; o, simplemente, en la prensa en general hemos perdido el buen humor, dados los persistentes nubarrones amenazando tormenta.
No está tan lejano el día en que buscábamos afanosamente en las páginas de los periódicos «el chiste», para ver cómo los grandes humoristas gráficos interpretaban la realidad. Algunos aún siguen publicando y otros, desgraciadamente, han desaparecido. ¿Quién no ha empezado alguna vez El País por la viñeta de Máximo, el ABC por la de Mingote o El Mundo por la Forges? Por citar solo a tres clásicos que ya no están entre nosotros.
Sí siguen publicando Ricardo, Nieto, Gallego & Rey o el Roto, además de valores más jóvenes como Flavita Banana o Idígoras y Pachi. Pero tengo la sensación de que su trabajo no tiene el mismo impacto en la pantalla que el que tiene en el papel. Al menos para mí. Tal vez no sea así para las nuevas generaciones más acostumbradas a filtrar la vida a través del tamiz del móvil.
La exposición de José Robledano coincide con la publicación del magnífico libro Mis años con Ross (Walden), de James Thurber, en el que se describe de manera amena la forma de trabajar en The New Yorker durante los años en que Harold Ross, su cofundador, fue director (1925-1951). Como es sabido, una de las señas de identidad de la singular revista es la importancia que concedía, y aún concede, a la ilustración. Cuenta Thurber -también autor de viñetas- como todos los martes por la tarde, durante largas horas, celebraban la tortuosa y acalorada «reunión de arte» para elegir los dibujos que publicarían en el siguiente número.
Los dibujos del New Yorker siguen siendo hoy admirados y seguidos por un muy numeroso público de todas las edades a través de internet. No es infrecuente encontrar en las redes sociales la portada semanal del New Yorker, acompañada de alabanzas y parabienes, como si hubiera sido creada para Internet y no para la edición de papel. La reciente exposición en la Fundación Juan March dedicada a Saul Steinberg, uno de los más emblemáticos artistas de la revista, ha sido visitada por miles de personas desde octubre de 2024 hasta el pasado marzo. Una demostración de que la ilustración para la prensa sigue interesando.
No se pierdan la exposición de José Robledano. Estará abierta en el museo ABC hasta el mes de julio. Si interesante es la obra del artista, no lo es menos su vida. Militante socialista, participó muy activamente con sus dibujos en la causa de su partido durante la República. Tras la guerra, fue condenado a muerte, posteriormente la pena le fue conmutada por 20 años de prisión, de los que cumplió cuatro. Durante la dictadura, sobrevivió a base de trabajos alimenticios. Gracias la ayuda Luis Calvo, admirado y legendario director de ABC entre 1953 y 1962, sus viñetas volvieron a publicarse en Blanco y Negro, además de en el propio diario. No llegó a vivir en democracia. Murió en febrero de 1974, meses antes que el dictador.
José Robledano vivió una época convulsa, muy dura, llena de momentos oscuros y poco dados al optimismo y al buen humor. Mucho peor que la nuestra. Sin embargo, sus trabajos, además de ser testimonio de las desgracias de su tiempo, no dejan de arrancar una sonrisa incluso hoy. Vienen a recordarnos lo necesitada que está nuestra prensa de arte y buen humor.
Madrid en su tinta es el título de una magnífica exposición que se puede ver en el Museo ABC. La muestra, comisariada por Felipe Hernández Cava,
Madrid en su tinta es el título de una magnífica exposición que se puede ver en el Museo ABC. La muestra, comisariada por Felipe Hernández Cava, recoge una antología del muy interesante trabajo del ilustrador de prensa y pintor José Robledano (1884-1974). El artista alcanzó su cima de notoriedad en los años veinte y treinta, con sus publicaciones en grandes periódicos de la época como El Sol y La Voz, así como con la creación en 1930 del popular personaje Cayetano, en el que muchos lectores se vieron retratados.
Al recorrer la exposición, resulta inevitable pensar en cómo la ilustración, la viñeta y el chiste prácticamente han desaparecido en la prensa digital. Sólo perviven, y de una forma cada vez más desapercibida, en la prensa de papel. Algo ha ocurrido y no sé muy bien qué. Las causas pueden ser múltiples: los dibujantes no han encontrado la forma de adaptarse a las pantallas; la propia prensa digital ha renunciado a la ilustración y prefiere formatos como la infografía o los collages; o, simplemente, en la prensa en general hemos perdido el buen humor, dados los persistentes nubarrones amenazando tormenta.
No está tan lejano el día en que buscábamos afanosamente en las páginas de los periódicos «el chiste», para ver cómo los grandes humoristas gráficos interpretaban la realidad. Algunos aún siguen publicando y otros, desgraciadamente, han desaparecido. ¿Quién no ha empezado alguna vez El País por la viñeta de Máximo, el ABC por la de Mingote o El Mundo por la Forges? Por citar solo a tres clásicos que ya no están entre nosotros.
Sí siguen publicando Ricardo, Nieto, Gallego & Rey o el Roto, además de valores más jóvenes como Flavita Banana o Idígoras y Pachi. Pero tengo la sensación de que su trabajo no tiene el mismo impacto en la pantalla que el que tiene en el papel. Al menos para mí. Tal vez no sea así para las nuevas generaciones más acostumbradas a filtrar la vida a través del tamiz del móvil.
La exposición de José Robledano coincide con la publicación del magnífico libro Mis años con Ross (Walden), de James Thurber, en el que se describe de manera amena la forma de trabajar en The New Yorker durante los años en que Harold Ross, su cofundador, fue director (1925-1951). Como es sabido, una de las señas de identidad de la singular revista es la importancia que concedía, y aún concede, a la ilustración. Cuenta Thurber -también autor de viñetas- como todos los martes por la tarde, durante largas horas, celebraban la tortuosa y acalorada «reunión de arte» para elegir los dibujos que publicarían en el siguiente número.
Los dibujos del New Yorker siguen siendo hoy admirados y seguidos por un muy numeroso público de todas las edades a través de internet. No es infrecuente encontrar en las redes sociales la portada semanal del New Yorker, acompañada de alabanzas y parabienes, como si hubiera sido creada para Internet y no para la edición de papel. La reciente exposición en la Fundación Juan March dedicada a Saul Steinberg, uno de los más emblemáticos artistas de la revista, ha sido visitada por miles de personas desde octubre de 2024 hasta el pasado marzo. Una demostración de que la ilustración para la prensa sigue interesando.
No se pierdan la exposición de José Robledano. Estará abierta en el museo ABC hasta el mes de julio. Si interesante es la obra del artista, no lo es menos su vida. Militante socialista, participó muy activamente con sus dibujos en la causa de su partido durante la República. Tras la guerra, fue condenado a muerte, posteriormente la pena le fue conmutada por 20 años de prisión, de los que cumplió cuatro. Durante la dictadura, sobrevivió a base de trabajos alimenticios. Gracias la ayuda Luis Calvo, admirado y legendario director de ABC entre 1953 y 1962, sus viñetas volvieron a publicarse en Blanco y Negro, además de en el propio diario. No llegó a vivir en democracia. Murió en febrero de 1974, meses antes que el dictador.
José Robledano vivió una época convulsa, muy dura, llena de momentos oscuros y poco dados al optimismo y al buen humor. Mucho peor que la nuestra. Sin embargo, sus trabajos, además de ser testimonio de las desgracias de su tiempo, no dejan de arrancar una sonrisa incluso hoy. Vienen a recordarnos lo necesitada que está nuestra prensa de arte y buen humor.
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