La increíble historia de Catalina de Erauso, la monja alférez

Este sábado, 8 de marzo, se celebra el Día Internacional de la Mujer. No es que haga falta justificar nada, pero lo cierto es que en Ilustres olvidados la presencia femenina es claramente minoritaria. Los motivos son diversos, pero pueden resumirse básicamente en dos.

El primero tiene que ver con cómo se ha contado la historia a lo largo de los siglos. Tradicionalmente, la historiografía ha puesto principalmente el foco en los ámbitos político, militar, religioso, artístico y económico, todos ellos ocupados mayoritariamente por hombres hasta hace pocas décadas. Sólo recientemente la ciencia histórica se ha ocupado de estudiar la vida cotidiana en el pasado o la llamada «historia desde abajo», donde la mujer ha estado siempre muy presente.

La segunda razón para que hayamos hablado de pocas ilustres olvidadas es que, precisamente en las últimas décadas, la historiografía ha sacado a relucir la vida de grandes mujeres y ha difundido sus figuras entre el gran público. En otras palabras, de ese número relativamente bajo de mujeres que en el pasado destacaron en ámbitos dominados por los hombres, ya se ha ocupado la historia de recuperar su memoria. De ahí que sea difícil encontrar muchas mujeres que brillasen en la historia y de las que no se haya hablado mucho.

Catalina de Erauso, una vida «de novela»

Y, pese a todo lo dicho hasta ahora, esta semana sacamos a la palestra a una mujer tan desconocida como excepcional. De hecho, el prestigioso historiador José Ignacio Tellechea dice de ella lo siguiente: «Su vida novelesca la convierte en figura de fábula o de leyenda, mas fue mujer de carne y hueso».

Hablamos de Catalina de Erauso, nacida en San Sebastián en 1592 en una familia pudiente. Sus padres tuvieron ocho hijos, cinco de ellas niñas. Las tres mayores ingresaron en el convento dominico de la capital guipuzcoana y la pequeña Catalina quedó a cargo de esa comunidad de monjas como interna a la edad de sólo cuatro años. A diferencia de sus hermanas, Catalina no llegó a profesar votos de vida contemplativa. Por el contrario, en 1607 la joven, que ya mostraba signos de carácter indómito, se escapó del convento.

Años de pícara

A partir de aquí, la vida de Catalina toma tintes de novela picaresca, siempre dando tumbos y a la sombra de diversos señores. Al salir del convento, la fugada tenía sólo 15 años y su siguiente movimiento fue buscar acogida en Vitoria, donde vivía el marido de una prima de su madre. Este hombre, un tal Francisco de Cerralta, recibió a Catalina sin hacer demasiadas preguntas, llegando esta del convento con ropas de hombre. En los pocos meses que convivieron, Cerralta le dio lecciones de latín, pero un día trató de abusar de ella. Catalina, entonces, volvió a escapar camino de Valladolid.

La ciudad del Pisuerga era, por entonces, la capital, pues allí se había instalado la corte de Felipe III por influencia del astuto duque de Lerma. La joven, de nuevo disfrazada de hombre y habiendo adoptado el nombre de Francisco de Loyola, consiguió colocarse como paje del secretario del Rey. Poco duró también aquel arreglo, pues el padre de Catalina la andaba buscando por la ciudad y la joven volvió a poner tierra de por medio.

Las peripecias de la fugitiva la llevaron a Bilbao, donde pasó dificultades; a Estella, Navarra, donde consiguió un empleo estable durante un par de años; y finalmente de nuevo a San Sebastián. Allí, siempre vestida de hombre, tuvo contacto con su familia y se especula incluso con que estuviera un tiempo al servicio de la priora del convento de donde había escapado, sin que esta la reconociera.

Rumbo a América

Fue entonces cuando Catalina, tal vez cansada de jugar al gato y al ratón, resolvió viajar a Sanlúcar de Barrameda. Desde allí, aunque las fuentes son contradictorias en cuanto al año, sí tenemos claro que embarca rumbo a América, concretamente como grumete en un galeón que mandaba un primo de su padre. Siguió así los pasos de sus tres hermanos varones, que también se habían ido a hacer las Indias, un dato que como veremos no es baladí.

Nada más llegar a América, el navío en el que Catalina viajaba toma contacto con unos piratas holandeses, a los que derrotan. Desde entonces, la joven es, a ojos de todos sus compañeros, un hombre y un soldado. Vencidos los corsarios, llegan a Cartagena de Indias, donde debían embarcar un cargamento de plata para llevarlo de vuelta a la España peninsular. Pero los planes de Catalina no pasan por retornar. Así pues, le roba a su tío una suma de dinero y deserta.

De duelo en duelo

De Cartagena, Catalina inicia un periplo por América del Sur que la lleva a Panamá, Ecuador y Perú. Durante ese tiempo, está al servicio de un mercader llamado Juan de Urquiza. En el pueblo peruano de Zaña, la donostiarra sufre un altercado que da fe de su carácter violento y su tendencia a meterse en líos. Allí, un hombre llamado Reyes la desafía y Catalina, ni corta ni perezosa, le raja la cara a su contrincante. Como ella misma dice en sus memorias, «le dio con el cuchillo un refilón con el que le dieron diez puntos».

Catalina de Erauso, que para todo el mundo es un hombre llamado Francisco, es encarcelada por esta disputa. Interviene entonces su señor, Juan de Urquiza, que le ofrece salir en libertad si Catalina se casa con la amante de Urquiza, una tal Beatriz de Cárdenas, que a su vez era curiosamente tía de Reyes, el hombre al que Catalina le había cortado la cara.

La situación, naturalmente, era peliaguda porque el matrimonio habría descubierto a todos su verdadero sexo. Catalina, entonces, se escapa a la ciudad de Trujillo, también en Perú. Sin embargo, Reyes le sigue la pista y vuelve a desafiarla, esta vez acompañada de dos amigos. Durante el duelo, Catalina mata a uno de los esbirros de Reyes y vuelve a ser encarcelada.

Vida militar

Tras ser liberada de nuevo, Catalina pasa al servicio de otro mercader, ya en Lima. Unos meses después, no obstante, la donostiarra es despedida por, tal y como cuenta ella, haber «andado entre las piernas» de una de las doncellas de su amo. Este episodio ha dado lugar a multitud de interpretaciones: así como rechazó casarse con una mujer unos meses antes, aquí parece interesada en personas de su mismo sexo. Si Catalina de Erauso era lesbiana o no, si bien no puede descartarse, es difícil de asegurar al analizar su biografía.

En cualquier caso, Catalina se vio sin empleo, por lo que decidió alistarse en una compañía de soldados que iba a partir a la ciudad de Concepción, en el actual Chile. Allí se encuentra con su hermano Miguel, sin que este la reconozca. Fue en esa época cuando Catalina lleva a cabo una de sus grandes hazañas de armas. Durante la batalla de Valdivia, gana una bandera matando al cacique que la portaba, una acción en la que quedó malherida, alcanzada por tres fechas y una lanzada en un hombro. Esa actuación le gana el grado de alférez.

Y más duelos

Catalina volvió a las andadas poco después. Una noche en una taberna, Catalina se encontraba en la mesa de juego cuando es acusada de hacer trampas. Vuelve a batirse en duelo y de nuevo sale vencedora: «Yo saqué la espada y entrésela por el pecho», cuenta ella misma. El corregidor, entonces, interviene y también acaba ensartado. Por estos crímenes se acoge a sagrado en un monasterio durante seis meses.

¿Y qué saca a Catalina de su encierro? Claro que sí, otro duelo. Un amigo le requiere para que se bata junto con él en una disputa, y allá que se va la donostiarra. En ese desafío, Catalina mata a su propio hermano Miguel, aunque no se percata de que es él hasta después de dar la estocada mortal.

Llevada ante reyes y papas

Perseguida por la justicia y con varias condenas a muerte a su nombre, la historia de Catalina de Erauso toma un giro inesperado. Al pedir ayuda al obispo de Huamanga, le revela que en realidad es una mujer. Es examinada entonces por un grupo de matronas, que la declara mujer y virgen. Entonces, el obispo la protegió de los reclamos de la justicia y la envió de vuelta a la España peninsular.

Su historia se había dado ya a conocer, teniendo gran impacto en la sociedad de la época. Tanto es así que Catalina fue llevada ante el rey Felipe IV, que le permitió mantener su rango militar y seguir usando su nombre de hombre. De allí pasó nada menos que a la corte de los papas, donde Urbano VIII también la recibió.

Si muchos pasajes de la vida de Catalina de Erauso permanecen en disputa, por discusiones historiográficas con que no les aburriré, los últimos años de su vida son los más oscuros. Sí sabemos con seguridad que volvió a América, donde se hizo arriera, o arriero, como prefieran. No se sabe exactamente dónde murió ni donde descansan su restos, aunque sí que falleció en 1650.

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 Este sábado, 8 de marzo, se celebra el Día Internacional de la Mujer. No es que haga falta justificar nada, pero lo cierto es que en  

Este sábado, 8 de marzo, se celebra el Día Internacional de la Mujer. No es que haga falta justificar nada, pero lo cierto es que en Ilustres olvidados la presencia femenina es claramente minoritaria. Los motivos son diversos, pero pueden resumirse básicamente en dos.

El primero tiene que ver con cómo se ha contado la historia a lo largo de los siglos. Tradicionalmente, la historiografía ha puesto principalmente el foco en los ámbitos político, militar, religioso, artístico y económico, todos ellos ocupados mayoritariamente por hombres hasta hace pocas décadas. Sólo recientemente la ciencia histórica se ha ocupado de estudiar la vida cotidiana en el pasado o la llamada «historia desde abajo», donde la mujer ha estado siempre muy presente.

La segunda razón para que hayamos hablado de pocas ilustres olvidadas es que, precisamente en las últimas décadas, la historiografía ha sacado a relucir la vida de grandes mujeres y ha difundido sus figuras entre el gran público. En otras palabras, de ese número relativamente bajo de mujeres que en el pasado destacaron en ámbitos dominados por los hombres, ya se ha ocupado la historia de recuperar su memoria. De ahí que sea difícil encontrar muchas mujeres que brillasen en la historia y de las que no se haya hablado mucho.

Y, pese a todo lo dicho hasta ahora, esta semana sacamos a la palestra a una mujer tan desconocida como excepcional. De hecho, el prestigioso historiador José Ignacio Tellechea dice de ella lo siguiente: «Su vida novelesca la convierte en figura de fábula o de leyenda, mas fue mujer de carne y hueso».

Hablamos de Catalina de Erauso, nacida en San Sebastián en 1592 en una familia pudiente. Sus padres tuvieron ocho hijos, cinco de ellas niñas. Las tres mayores ingresaron en el convento dominico de la capital guipuzcoana y la pequeña Catalina quedó a cargo de esa comunidad de monjas como interna a la edad de sólo cuatro años. A diferencia de sus hermanas, Catalina no llegó a profesar votos de vida contemplativa. Por el contrario, en 1607 la joven, que ya mostraba signos de carácter indómito, se escapó del convento.

A partir de aquí, la vida de Catalina toma tintes de novela picaresca, siempre dando tumbos y a la sombra de diversos señores. Al salir del convento, la fugada tenía sólo 15 años y su siguiente movimiento fue buscar acogida en Vitoria, donde vivía el marido de una prima de su madre. Este hombre, un tal Francisco de Cerralta, recibió a Catalina sin hacer demasiadas preguntas, llegando esta del convento con ropas de hombre. En los pocos meses que convivieron, Cerralta le dio lecciones de latín, pero un día trató de abusar de ella. Catalina, entonces, volvió a escapar camino de Valladolid.

La ciudad del Pisuerga era, por entonces, la capital, pues allí se había instalado la corte de Felipe III por influencia del astuto duque de Lerma. La joven, de nuevo disfrazada de hombre y habiendo adoptado el nombre de Francisco de Loyola, consiguió colocarse como paje del secretario del Rey. Poco duró también aquel arreglo, pues el padre de Catalina la andaba buscando por la ciudad y la joven volvió a poner tierra de por medio.

Las peripecias de la fugitiva la llevaron a Bilbao, donde pasó dificultades; a Estella, Navarra, donde consiguió un empleo estable durante un par de años; y finalmente de nuevo a San Sebastián. Allí, siempre vestida de hombre, tuvo contacto con su familia y se especula incluso con que estuviera un tiempo al servicio de la priora del convento de donde había escapado, sin que esta la reconociera.

Fue entonces cuando Catalina, tal vez cansada de jugar al gato y al ratón, resolvió viajar a Sanlúcar de Barrameda. Desde allí, aunque las fuentes son contradictorias en cuanto al año, sí tenemos claro que embarca rumbo a América, concretamente como grumete en un galeón que mandaba un primo de su padre. Siguió así los pasos de sus tres hermanos varones, que también se habían ido a hacer las Indias, un dato que como veremos no es baladí.

Nada más llegar a América, el navío en el que Catalina viajaba toma contacto con unos piratas holandeses, a los que derrotan. Desde entonces, la joven es, a ojos de todos sus compañeros, un hombre y un soldado. Vencidos los corsarios, llegan a Cartagena de Indias, donde debían embarcar un cargamento de plata para llevarlo de vuelta a la España peninsular. Pero los planes de Catalina no pasan por retornar. Así pues, le roba a su tío una suma de dinero y deserta.

De Cartagena, Catalina inicia un periplo por América del Sur que la lleva a Panamá, Ecuador y Perú. Durante ese tiempo, está al servicio de un mercader llamado Juan de Urquiza. En el pueblo peruano de Zaña, la donostiarra sufre un altercado que da fe de su carácter violento y su tendencia a meterse en líos. Allí, un hombre llamado Reyes la desafía y Catalina, ni corta ni perezosa, le raja la cara a su contrincante. Como ella misma dice en sus memorias, «le dio con el cuchillo un refilón con el que le dieron diez puntos».

Catalina de Erauso, que para todo el mundo es un hombre llamado Francisco, es encarcelada por esta disputa. Interviene entonces su señor, Juan de Urquiza, que le ofrece salir en libertad si Catalina se casa con la amante de Urquiza, una tal Beatriz de Cárdenas, que a su vez era curiosamente tía de Reyes, el hombre al que Catalina le había cortado la cara.

La situación, naturalmente, era peliaguda porque el matrimonio habría descubierto a todos su verdadero sexo. Catalina, entonces, se escapa a la ciudad de Trujillo, también en Perú. Sin embargo, Reyes le sigue la pista y vuelve a desafiarla, esta vez acompañada de dos amigos. Durante el duelo, Catalina mata a uno de los esbirros de Reyes y vuelve a ser encarcelada.

Tras ser liberada de nuevo, Catalina pasa al servicio de otro mercader, ya en Lima. Unos meses después, no obstante, la donostiarra es despedida por, tal y como cuenta ella, haber «andado entre las piernas» de una de las doncellas de su amo. Este episodio ha dado lugar a multitud de interpretaciones: así como rechazó casarse con una mujer unos meses antes, aquí parece interesada en personas de su mismo sexo. Si Catalina de Erauso era lesbiana o no, si bien no puede descartarse, es difícil de asegurar al analizar su biografía.

En cualquier caso, Catalina se vio sin empleo, por lo que decidió alistarse en una compañía de soldados que iba a partir a la ciudad de Concepción, en el actual Chile. Allí se encuentra con su hermano Miguel, sin que este la reconozca. Fue en esa época cuando Catalina lleva a cabo una de sus grandes hazañas de armas. Durante la batalla de Valdivia, gana una bandera matando al cacique que la portaba, una acción en la que quedó malherida, alcanzada por tres fechas y una lanzada en un hombro. Esa actuación le gana el grado de alférez.

Catalina volvió a las andadas poco después. Una noche en una taberna, Catalina se encontraba en la mesa de juego cuando es acusada de hacer trampas. Vuelve a batirse en duelo y de nuevo sale vencedora: «Yo saqué la espada y entrésela por el pecho», cuenta ella misma. El corregidor, entonces, interviene y también acaba ensartado. Por estos crímenes se acoge a sagrado en un monasterio durante seis meses.

¿Y qué saca a Catalina de su encierro? Claro que sí, otro duelo. Un amigo le requiere para que se bata junto con él en una disputa, y allá que se va la donostiarra. En ese desafío, Catalina mata a su propio hermano Miguel, aunque no se percata de que es él hasta después de dar la estocada mortal.

Perseguida por la justicia y con varias condenas a muerte a su nombre, la historia de Catalina de Erauso toma un giro inesperado. Al pedir ayuda al obispo de Huamanga, le revela que en realidad es una mujer. Es examinada entonces por un grupo de matronas, que la declara mujer y virgen. Entonces, el obispo la protegió de los reclamos de la justicia y la envió de vuelta a la España peninsular.

Su historia se había dado ya a conocer, teniendo gran impacto en la sociedad de la época. Tanto es así que Catalina fue llevada ante el rey Felipe IV, que le permitió mantener su rango militar y seguir usando su nombre de hombre. De allí pasó nada menos que a la corte de los papas, donde Urbano VIII también la recibió.

Si muchos pasajes de la vida de Catalina de Erauso permanecen en disputa, por discusiones historiográficas con que no les aburriré, los últimos años de su vida son los más oscuros. Sí sabemos con seguridad que volvió a América, donde se hizo arriera, o arriero, como prefieran. No se sabe exactamente dónde murió ni donde descansan su restos, aunque sí que falleció en 1650.

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