José Carlos Llop, insularidad y memoria

Con elegancia, cierto sigilo y sin prisas, José Carlos Llop (Palma de Mallorca, 1956) ha ido construyendo una de las obras literarias más singulares y seductoras de la literatura española actual. Un corpus que incluye narrativa, poesía, dietarios y artículos. En su obra son claves la insularidad y la memoria. Ahora vuelve la vista atrás y reúne en Cuarteto de la memoria (Alfaguara) sus cuatro primeras novelas –El informe SteinLa cámara de ámbarHáblame del tercer hombre y El mensajero de Argel–, conectadas por la evocación de una ciudad y un tiempo pasado. Se encontrarán en este libro con una prosa exquisita al servicio de historias envolventes. Su último libro Si una mañana de verano, un viajero figura entre las 15 obras finalistas de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, que se fallará el próximo octubre.

PREGUNTA.- El libro que publica reúne cuatro novelas bajo la denominación de Cuarteto de la memoria. ¿Qué papel tiene el pasado en su obra? ¿No hay nostalgia, pero sí melancolía?

RESPUESTA.- El pasado es lo que nos ha hecho como somos y esta es su verdadera importancia. Voluntariamente o no, siempre está en la poética de un escritor, como lo está la familia donde nació. Es un engaño, supongo que de cariz terapéutico, pensar que el pasado fue mejor. Quizá se deba que no envejecemos lo bien que querríamos.

P.- ¿Hay en el título del volumen un eco buscado del Cuarteto de Alejandría de Durrell? Otra de sus obras se titula Reyes de Alejandría

R.- Hay eco y hay homenaje en el título. Sin olvidarme de Cavafis, que estuvo antes. Quiero decir que leí a Cavafis antes de leer a Durrell. Y los dos siguen estando ahí, al fondo, porque los dos me enseñaron a escribir; es decir, a ser.

«Uno tiene un deber con la memoria y con el mundo donde se ha hecho»

P.- ¿La reconstrucción de la juventud, del tiempo perdido, la mirada hacia atrás, es un eje vertebrador de su obra?

R.- O lo era hasta ahora; nunca sabemos… Desde luego lo es en este volumen que reúne mis cuatro primeras novelas y traza un retrato del paisaje –urbano y humano– de la ciudad que he conocido y que ya sólo se encuentra en la memoria. Uno tiene un deber con la memoria y con el mundo donde se ha hecho. De ahí su título.

P.- ¿Toda su literatura es en cierto modo una suerte de evocación de un mundo evanescente, de una Europa que es cada vez más un recuerdo?

R.- ¿No cree que Europa es un recuerdo de sí misma y muchas veces ni eso? ¿No cree que está sometida a un proceso de infantilización y falseamiento que la está desarticulando por dentro? ¿Y que es gracias a la memoria que aún podemos seguir creyendo en ella? Esperemos que la literatura pueda con esa desmemoria estructural y supongo que interesada, que es uno de los rasgos de nuestra época. Una especie de Farenheit 451…

P.- Varios de sus poemas se organizan, al modo borgiano, en forma de listado. ¿Cuál es su relación con los objetos, los libros leídos, los paisajes vividos…?

R.- Me gustan las listas, sean del Antiguo Testamento, de Borges, de Joseph Cornell y sus cajas, o del pintor Dis Berlin… Somos tantos aquellos a los que nos gustan las listas. De niño ya hacía listas: de nombres de barcos, de batallas antiguas, de ciudades…

«Cuando escribo una novela, antes de ponerme a ello escucho ‘Like a rolling stone’, de Bob Dylan»

P.- Bob Dylan aparecía en la cubierta de Reyes de Alejandría (Mick Jagger en la de la edición francesa de Actes Sud). ¿Cuál es la banda sonora de su literatura?

R.- La misma que la de la vida. Cuando escribo una novela, lo he contado muchas veces, antes de ponerme a ello escucho Like a rolling stone, de Bob Dylan, y ya entrado en calor, alguna sonata de Bach para atemperar y concentrar los ánimos. Después, el silencio, para buscar la música que lleve dentro y escribirla.

Además de ciertos músicos de los 70 –Dylan, Cohen, Van Morrison, Sandy Denny, Crosby, Stills, Nash & Young, Pink Floyd, Traffic y tutti quanti–, están Bach, Mahler, Saint-Colombe, o la música polifónica: de Tallis a Desprez…Y si de los 80 me gustaron –y bailé con alegría– The Smiths o Psychodelic Furs, de los últimos años elijo Cigarettes after sex. No es toda la banda sonora de mi literatura, pero de todos ellos hay en mis poemas, diarios y novelas. Piense, por ejemplo, en El mensajero de Argel –que es la novela que cierra este Cuarteto– o en Reyes de Alejandría, más reciente aún.

P.- Comisarió usted una exposición de Pierre Le-Tan, ha traducido a Derek Walcott, ha prologado a autores como Modiano, Robert Graves, Nancy Mitford, Wallace Stevens, o Llorenç y Miguel Villalonga… ¿Se trata de algo más que meros encargos, de ir tejiendo una constelación de afines?

R.- Con el tiempo sí. Partiendo del título de Goethe, Las afinidades electivas llegamos al poema de Borges donde un hombre se propone dibujar el mundo… y al final, el laberinto que surge es el retrato de su rostro. O sea que estos nombres –su obra, que me ha acompañado siempre– definen zonas importantes de esa constelación que me explica el mundo. Si la vida es una conversación, hay que elegir bien a tus interlocutores y estos me parecen impecables.

«Soy insular, que no es lo mismo que náufrago y una isla determina el carácter»

P.- Usted ha nacido y vive en Mallorca. ¿La insularidad da un carácter especial? ¿Configura su escritura?

R.- Sí, lo da y favorece escritores, los hace –o al menos esta es la impresión– en una proporción mayor al continente, poetas, sobre todo. Irlanda, Sicilia… ¿No resulta curioso que tanto el Ulises de Joyce –que abre en canal el futuro de la novela– como El gatopardo de Lampedusa –que cierra con esplendor el pasado de la misma– sean frutos insulares?

P.- ¿Y cómo se contempla desde la insularidad el actual griterío político peninsular?

R.- Con un higiénico distanciamiento, que esperemos dure, al menos mientras dure el griterío. Protegidos por el mar que nos rodea y que entre muchas otras cosas es el mar del escepticismo. Podemos bautizarlo como un distanciamiento objetivo y necesario para no volverse tarumba.

P.- Sus obras han sido traducidas a varios idiomas, sobre todo al francés. En Francia siempre ha tenido muy buena acogida. ¿Se siente más querido allí que en su propio país?

R.- Si querer a alguien es comprenderlo mejor, pues sí. Esa acogida me pilló por sorpresa, en un momento de cierto estancamiento. Y la crítica francesa, digan lo que digan, sigue siendo importante: es de olfato fino y sabe ver en ti al autor europeo que eres. Eso me salvó, alegrándola, la década de los 50 años y provocó algunos libros y poemas que, o no hubieran existido, o habrían sido diferentes de no haber tenido el eco francés. A Francia, pues, gratitud eterna.

«Modiano es un gran escritor y en mi caso, sus libros habían sido como los de un hermano mayor»

P.- ¿Se siente un outsider o un verso libre en la literatura española, o se percibe vinculado a alguna tradición o escuela?

R.- Soy insular, que no es lo mismo que náufrago y una isla determina el carácter. Digamos que, sobre todo, he navegado solo y sin extrañeza.

P.- En alguna ocasión lo han llamado «el Modiano español». ¿Le enorgullece, le irrita?

R.- Lo agradecí: Modiano es un gran escritor y en mi caso, sus libros habían sido como los de un hermano mayor. El piropo –de tres o cuatro críticos franceses– me gustó y cumplió una hermosa función en su momento, pero ya está, ya la cumplió.

P.- Cultiva usted diversos géneros –narrativa, poesía, diarios y articulismo–. ¿Hay alguno por el que sienta una predilección especial? ¿Son modos diferentes de aproximarse a unas mismas obsesiones literarias?

R.- Son modos de ser escritor y unos y otros los he disfrutado mucho, pero si sólo pudiera escoger uno, me quedaría con la poesía, que en mi caso es el origen de todo y la que todo lo sustenta y sostiene. Digamos que escribo un solo libro para el que empleo distintos géneros, pero los asuntos que tratan suelen ser los mismos.

«El yo no solo es un asunto autobiográfico, sino un espacio donde ocurre la literatura»

P.- Lo autobiográfico, que siempre ha sobrevolado toda su obra, parece ganar protagonismo en los últimos años: En la ciudad sumergida, Solsticio, Reyes de Alejandría, Si una mañana de verano un viajero… ¿Con la edad tiende a prescindir del velo de la ficción para adentrarse en territorios más íntimos?

R.- Así ha sido hasta ahora, al menos. No lo está siendo en la novela que escribo ahora, pura ficción. Pero el yo no solo es un asunto autobiográfico, sino un espacio donde ocurre la literatura. Así lo vivo.

P.- Aunque ha escrito el grueso de su producción literaria en castellano, también tiene obras en catalán. ¿Cómo vive desde Mallorca su relación con ambas lenguas? Se lo pregunto desde Barcelona, donde el nacionalismo ha instrumentalizado políticamente la lengua.

R.- Civilizadamente, o sea, usando las dos, pues las dos son mías y no hago caso de los cuentos chinos.

P.- Su obra está dispersa en múltiples editoriales. ¿No ha encontrado a su editor? ¿Eso ha afectado de algún modo a la estabilidad de su trayectoria literaria?

R.- He tenido suerte: cuando me he quedado a la intemperie siempre ha aparecido una mujer que ha sido providencial. Lo fue Anik Lapointe a finales de los 90 y en este siglo lo ha sido y está siendo Pilar Reyes, responsable de la edición de este Cuarteto de la memoria. O sea que para mi manera de ser –nunca voy a buscar nada– siempre he tenido alguna casa donde editar. Y la estabilidad de la que usted habla –tan necesaria a mi edad, por cierto– me la da Pilar Reyes.

P.- Escribe usted en periódicos, incluido este. ¿Cómo se plantea la escritura en la prensa?

R.- Escribo artículos semanales desde hace más de 40 años. No es un modus vivendi en sentido económico, pero sí una forma de vida. Y es un lugar excelente para asistir al Decline and Fall of Roman Empire.

P.- Por último: recomiende a nuestros lectores un libro de narrativa, un poemario y un dietario para este verano.

R.- De narrativa, cualquiera de William Boyd; El romántico, por ejemplo, que es el último. De poesía: Doce lunas, de Eduardo Jordá. Y acaban de reeditar el dietario de Canetti, La provincia del hombre.

 Con elegancia, cierto sigilo y sin prisas, José Carlos Llop (Palma de Mallorca, 1956) ha ido construyendo una de las obras literarias más singulares y seductoras  

Con elegancia, cierto sigilo y sin prisas, José Carlos Llop (Palma de Mallorca, 1956) ha ido construyendo una de las obras literarias más singulares y seductoras de la literatura española actual. Un corpus que incluye narrativa, poesía, dietarios y artículos. En su obra son claves la insularidad y la memoria. Ahora vuelve la vista atrás y reúne en Cuarteto de la memoria (Alfaguara) sus cuatro primeras novelas –El informe SteinLa cámara de ámbarHáblame del tercer hombre y El mensajero de Argel–, conectadas por la evocación de una ciudad y un tiempo pasado. Se encontrarán en este libro con una prosa exquisita al servicio de historias envolventes. Su último libro Si una mañana de verano, un viajero figura entre las 15 obras finalistas de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, que se fallará el próximo octubre.

PREGUNTA.- El libro que publica reúne cuatro novelas bajo la denominación de Cuarteto de la memoria. ¿Qué papel tiene el pasado en su obra? ¿No hay nostalgia, pero sí melancolía?

RESPUESTA.- El pasado es lo que nos ha hecho como somos y esta es su verdadera importancia. Voluntariamente o no, siempre está en la poética de un escritor, como lo está la familia donde nació. Es un engaño, supongo que de cariz terapéutico, pensar que el pasado fue mejor. Quizá se deba que no envejecemos lo bien que querríamos.

P.- ¿Hay en el título del volumen un eco buscado del Cuarteto de Alejandría de Durrell? Otra de sus obras se titula Reyes de Alejandría

R.- Hay eco y hay homenaje en el título. Sin olvidarme de Cavafis, que estuvo antes. Quiero decir que leí a Cavafis antes de leer a Durrell. Y los dos siguen estando ahí, al fondo, porque los dos me enseñaron a escribir; es decir, a ser.

«Uno tiene un deber con la memoria y con el mundo donde se ha hecho»

P.- ¿La reconstrucción de la juventud, del tiempo perdido, la mirada hacia atrás, es un eje vertebrador de su obra?

R.- O lo era hasta ahora; nunca sabemos… Desde luego lo es en este volumen que reúne mis cuatro primeras novelas y traza un retrato del paisaje –urbano y humano– de la ciudad que he conocido y que ya sólo se encuentra en la memoria. Uno tiene un deber con la memoria y con el mundo donde se ha hecho. De ahí su título.

P.- ¿Toda su literatura es en cierto modo una suerte de evocación de un mundo evanescente, de una Europa que es cada vez más un recuerdo?

R.- ¿No cree que Europa es un recuerdo de sí misma y muchas veces ni eso? ¿No cree que está sometida a un proceso de infantilización y falseamiento que la está desarticulando por dentro? ¿Y que es gracias a la memoria que aún podemos seguir creyendo en ella? Esperemos que la literatura pueda con esa desmemoria estructural y supongo que interesada, que es uno de los rasgos de nuestra época. Una especie de Farenheit 451…

P.- Varios de sus poemas se organizan, al modo borgiano, en forma de listado. ¿Cuál es su relación con los objetos, los libros leídos, los paisajes vividos…?

R.- Me gustan las listas, sean del Antiguo Testamento, de Borges, de Joseph Cornell y sus cajas, o del pintor Dis Berlin… Somos tantos aquellos a los que nos gustan las listas. De niño ya hacía listas: de nombres de barcos, de batallas antiguas, de ciudades…

«Cuando escribo una novela, antes de ponerme a ello escucho ‘Like a rolling stone’, de Bob Dylan»

P.- Bob Dylan aparecía en la cubierta de Reyes de Alejandría (Mick Jagger en la de la edición francesa de Actes Sud). ¿Cuál es la banda sonora de su literatura?

R.- La misma que la de la vida. Cuando escribo una novela, lo he contado muchas veces, antes de ponerme a ello escucho Like a rolling stone, de Bob Dylan, y ya entrado en calor, alguna sonata de Bach para atemperar y concentrar los ánimos. Después, el silencio, para buscar la música que lleve dentro y escribirla.

Además de ciertos músicos de los 70 –Dylan, Cohen, Van Morrison, Sandy Denny, Crosby, Stills, Nash & Young, Pink Floyd, Traffic y tutti quanti–, están Bach, Mahler, Saint-Colombe, o la música polifónica: de Tallis a Desprez…Y si de los 80 me gustaron –y bailé con alegría– The Smiths o Psychodelic Furs, de los últimos años elijo Cigarettes after sex. No es toda la banda sonora de mi literatura, pero de todos ellos hay en mis poemas, diarios y novelas. Piense, por ejemplo, en El mensajero de Argel –que es la novela que cierra este Cuarteto– o en Reyes de Alejandría, más reciente aún.

P.- Comisarió usted una exposición de Pierre Le-Tan, ha traducido a Derek Walcott, ha prologado a autores como Modiano, Robert Graves, Nancy Mitford, Wallace Stevens, o Llorenç y Miguel Villalonga… ¿Se trata de algo más que meros encargos, de ir tejiendo una constelación de afines?

R.- Con el tiempo sí. Partiendo del título de Goethe, Las afinidades electivas llegamos al poema de Borges donde un hombre se propone dibujar el mundo… y al final, el laberinto que surge es el retrato de su rostro. O sea que estos nombres –su obra, que me ha acompañado siempre– definen zonas importantes de esa constelación que me explica el mundo. Si la vida es una conversación, hay que elegir bien a tus interlocutores y estos me parecen impecables.

«Soy insular, que no es lo mismo que náufrago y una isla determina el carácter»

P.- Usted ha nacido y vive en Mallorca. ¿La insularidad da un carácter especial? ¿Configura su escritura?

R.- Sí, lo da y favorece escritores, los hace –o al menos esta es la impresión– en una proporción mayor al continente, poetas, sobre todo. Irlanda, Sicilia… ¿No resulta curioso que tanto el Ulises de Joyce –que abre en canal el futuro de la novela– como El gatopardo de Lampedusa –que cierra con esplendor el pasado de la misma– sean frutos insulares?

P.- ¿Y cómo se contempla desde la insularidad el actual griterío político peninsular?

R.- Con un higiénico distanciamiento, que esperemos dure, al menos mientras dure el griterío. Protegidos por el mar que nos rodea y que entre muchas otras cosas es el mar del escepticismo. Podemos bautizarlo como un distanciamiento objetivo y necesario para no volverse tarumba.

P.- Sus obras han sido traducidas a varios idiomas, sobre todo al francés. En Francia siempre ha tenido muy buena acogida. ¿Se siente más querido allí que en su propio país?

R.- Si querer a alguien es comprenderlo mejor, pues sí. Esa acogida me pilló por sorpresa, en un momento de cierto estancamiento. Y la crítica francesa, digan lo que digan, sigue siendo importante: es de olfato fino y sabe ver en ti al autor europeo que eres. Eso me salvó, alegrándola, la década de los 50 años y provocó algunos libros y poemas que, o no hubieran existido, o habrían sido diferentes de no haber tenido el eco francés. A Francia, pues, gratitud eterna.

«Modiano es un gran escritor y en mi caso, sus libros habían sido como los de un hermano mayor»

P.- ¿Se siente un outsider o un verso libre en la literatura española, o se percibe vinculado a alguna tradición o escuela?

R.- Soy insular, que no es lo mismo que náufrago y una isla determina el carácter. Digamos que, sobre todo, he navegado solo y sin extrañeza.

P.- En alguna ocasión lo han llamado «el Modiano español». ¿Le enorgullece, le irrita?

R.- Lo agradecí: Modiano es un gran escritor y en mi caso, sus libros habían sido como los de un hermano mayor. El piropo –de tres o cuatro críticos franceses– me gustó y cumplió una hermosa función en su momento, pero ya está, ya la cumplió.

P.- Cultiva usted diversos géneros –narrativa, poesía, diarios y articulismo–. ¿Hay alguno por el que sienta una predilección especial? ¿Son modos diferentes de aproximarse a unas mismas obsesiones literarias?

R.- Son modos de ser escritor y unos y otros los he disfrutado mucho, pero si sólo pudiera escoger uno, me quedaría con la poesía, que en mi caso es el origen de todo y la que todo lo sustenta y sostiene. Digamos que escribo un solo libro para el que empleo distintos géneros, pero los asuntos que tratan suelen ser los mismos.

«El yo no solo es un asunto autobiográfico, sino un espacio donde ocurre la literatura»

P.- Lo autobiográfico, que siempre ha sobrevolado toda su obra, parece ganar protagonismo en los últimos años: En la ciudad sumergida, Solsticio, Reyes de Alejandría, Si una mañana de verano un viajero… ¿Con la edad tiende a prescindir del velo de la ficción para adentrarse en territorios más íntimos?

R.- Así ha sido hasta ahora, al menos. No lo está siendo en la novela que escribo ahora, pura ficción. Pero el yo no solo es un asunto autobiográfico, sino un espacio donde ocurre la literatura. Así lo vivo.

P.- Aunque ha escrito el grueso de su producción literaria en castellano, también tiene obras en catalán. ¿Cómo vive desde Mallorca su relación con ambas lenguas? Se lo pregunto desde Barcelona, donde el nacionalismo ha instrumentalizado políticamente la lengua.

R.- Civilizadamente, o sea, usando las dos, pues las dos son mías y no hago caso de los cuentos chinos.

P.- Su obra está dispersa en múltiples editoriales. ¿No ha encontrado a su editor? ¿Eso ha afectado de algún modo a la estabilidad de su trayectoria literaria?

R.- He tenido suerte: cuando me he quedado a la intemperie siempre ha aparecido una mujer que ha sido providencial. Lo fue Anik Lapointe a finales de los 90 y en este siglo lo ha sido y está siendo Pilar Reyes, responsable de la edición de este Cuarteto de la memoria. O sea que para mi manera de ser –nunca voy a buscar nada– siempre he tenido alguna casa donde editar. Y la estabilidad de la que usted habla –tan necesaria a mi edad, por cierto– me la da Pilar Reyes.

P.- Escribe usted en periódicos, incluido este. ¿Cómo se plantea la escritura en la prensa?

R.- Escribo artículos semanales desde hace más de 40 años. No es un modus vivendi en sentido económico, pero sí una forma de vida. Y es un lugar excelente para asistir al Decline and Fall of Roman Empire.

P.- Por último: recomiende a nuestros lectores un libro de narrativa, un poemario y un dietario para este verano.

R.- De narrativa, cualquiera de William Boyd; El romántico, por ejemplo, que es el último. De poesía: Doce lunas, de Eduardo Jordá. Y acaban de reeditar el dietario de Canetti, La provincia del hombre.

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