Filólogo, historiador, escritor, miembro destacado de la Generación del 98, Ramón Menéndez Pidal fue también una figura esencial como creador de los saberes modernos de la nación. «Siempre en las naciones emergentes hay gente que al mismo tiempo son historiadores y filólogos que construyen los saberes necesarios para fortalecer una cierta identidad nacional. Y Menéndez Pidal cumplió ese papel», explica el catedrático de Filología Española Jon Juaristi (Bilbao, 1951). A su formación intelectual liberal y a su contribución como pensador a una suerte de regeneración cultural que acabó fracasando con la guerra, el también columnista de ABC le ha dedicado el libro ‘Ramón Menéndez Pidal. El último liberal unitario’ (Fundación FAES, Gota a Gota). —Destaca en el libro que Menéndez Pidal, a su regreso a la España franquista, fue el primero en proponer un entendimiento entre los dos bandos.—Hubo algunas voces importantes que ya abogaban por una especie de entendimiento, pero estaban en el exilio, como Indalecio Prieto. Menéndez Pidal lo hace desde dentro, y esa propuesta prefigura lo que iba a ser después el encuentro de los dos bandos en la Transición. Su prólogo a ‘Historia de España’, en 1947, ya contiene lo esencial, esa propuesta de compromiso histórico.—¿Cuál fue el camino que siguió hasta llegar ahí?—Es curioso porque parecía predestinado a ser un ultraconservador poco liberal, digamos. Frente a lo que era el peso de la tradición carlista en su familia, a través de su hermano Juan y a través de Menéndez Pelayo, conoció un tipo de catolicismo más cercano al liberalismo. Se llamó en su momento la Unión Católica, eran antiguos tradicionalistas y antiguos carlistas que optaron por el liberalismo y la restauración. Trataron de participar en política junto al Partido Conservador, pero lejos del carlismo. Creía en el liberalismo y lo de las autonomías le empieza a alarmar, como es obvio. Era un poco pesimista en cuanto al carácter español. Pensaba que desde la antigüedad los españoles habían consolidado una especie de carácter apartadizo, insolidario y muy reñido con el vecino.—Menéndez Pidal se alarmó cuando en el debate de la autonomía catalana se quería suprimir la frase ‘nación española’.—Pero no solo él. Se alarman también Unamuno y Ortega. Es común a estos hombres de la generación de fin de siglo. El autonomismo y los nacionalismos son muy minoritarios en la España de la República todavía. Se les identifica no solamente con la derecha, sino en el caso de los vascos, con la extrema derecha. No hay que ver en Menéndez Pidal un caso excepcional.—¿Dónde ha quedado esa figura del intelectual en estos días?—En términos estrictos, sigue existiendo un estilo intelectual. Es decir, gente que se dedica a pensar, a escribir y a publicar. Lo que pasa es que no tienen el predicamento que tuvieron en otros momentos. En el mundo de las redes sociales, de la cultura de masas, llega a más gente la opinión de un actor de cine o de un futbolista muy famoso que la de un intelectual que escribe en periódicos o es profesor de universidad.—¿A Menéndez Pidal sí se le escuchaba en su momento?—Sí, tuvo bastante audiencia, como Menéndez Pelayo y Ortega la tuvieron. No existía eso que se llama la americanización de la cultura española en la época de entreguerras. Eso promovió al primer plano una serie de figuras que tenían pretensiones de ingenio, pero que no eran intelectuales propiamente dichos. En estos momentos la horizontalidad es casi absoluta, las opiniones ya no están jerarquizadas, no se valoran previamente. Todo el mundo cree que tiene el perfecto derecho a hacerse oír y a que su opinión sea tenida en cuenta, por muy imbécil que sea su opinión. El resultado final es una especie de caos, no hay unos criterios para valorar unas opiniones más que otras.—En los años 20, y también en los años republicanos, Menéndez Pidal trató de impulsar una reforma cultural. ¿Cómo lo hizo?—Esto venía de esa especie de gran agitación cultural que se produce en la época de la restauración en torno a la Institución Libre de Enseñanza. Todos parten además de los proyectos regeneracionistas de fin de siglo, que tratan de superar ese pesimismo general que había caído sobre España, tras la pérdida de las últimas colonias. Hay una fotografía que a mí me emociona mucho, en la que salen Menéndez Pidal, Azorín y Marañón en el París de 1937. Los tres se han tenido que ir, porque les podían haber matado por ser intelectuales burgueses. No estaban en el bando sublevado todavía. Son los restos de una España liberal que había sido derrotada por los acontecimientos; una especie de tercera España en la que sobraban. Era una intelectualidad sin espacio.—¿En la España actual esa empresa sería posible?—A mí lo que me produce una mayor desazón es la falta creciente de importancia del conocimiento histórico. La cultura es cada vez más una materia para minorías universitarias, y esto impide la aparición de grupos dirigentes que tengan una cierta entidad intelectual. Basta con ver los políticos de cualquier partido en estos momentos.—Tenemos un ministro de Cultura empeñado en revisar la historia.—Es una barbaridad, una idiotez, no sabe ni lo que es el colonialismo. Me parece estúpido, sencillamente. La descolonización de los museos, la desmasculinización de los museos… lo que puede empezar por ahí sería absolutamente terrible. Si uno quiere mirarse en espejos ajenos puede hacerlo en Estados Unidos: esa especie de cancelación absoluta de todo lo que era una cultura común.—¿Vamos hacia ese modelo?—Me parece que hay tendencias que empiezan a hacer esto. Es el modelo de tierra quemada y de entropía cultural. Calcular en estos momentos el porcentaje social de la gente que defiende estas posiciones es un poco difícil, pero son muy vociferantes. Filólogo, historiador, escritor, miembro destacado de la Generación del 98, Ramón Menéndez Pidal fue también una figura esencial como creador de los saberes modernos de la nación. «Siempre en las naciones emergentes hay gente que al mismo tiempo son historiadores y filólogos que construyen los saberes necesarios para fortalecer una cierta identidad nacional. Y Menéndez Pidal cumplió ese papel», explica el catedrático de Filología Española Jon Juaristi (Bilbao, 1951). A su formación intelectual liberal y a su contribución como pensador a una suerte de regeneración cultural que acabó fracasando con la guerra, el también columnista de ABC le ha dedicado el libro ‘Ramón Menéndez Pidal. El último liberal unitario’ (Fundación FAES, Gota a Gota). —Destaca en el libro que Menéndez Pidal, a su regreso a la España franquista, fue el primero en proponer un entendimiento entre los dos bandos.—Hubo algunas voces importantes que ya abogaban por una especie de entendimiento, pero estaban en el exilio, como Indalecio Prieto. Menéndez Pidal lo hace desde dentro, y esa propuesta prefigura lo que iba a ser después el encuentro de los dos bandos en la Transición. Su prólogo a ‘Historia de España’, en 1947, ya contiene lo esencial, esa propuesta de compromiso histórico.—¿Cuál fue el camino que siguió hasta llegar ahí?—Es curioso porque parecía predestinado a ser un ultraconservador poco liberal, digamos. Frente a lo que era el peso de la tradición carlista en su familia, a través de su hermano Juan y a través de Menéndez Pelayo, conoció un tipo de catolicismo más cercano al liberalismo. Se llamó en su momento la Unión Católica, eran antiguos tradicionalistas y antiguos carlistas que optaron por el liberalismo y la restauración. Trataron de participar en política junto al Partido Conservador, pero lejos del carlismo. Creía en el liberalismo y lo de las autonomías le empieza a alarmar, como es obvio. Era un poco pesimista en cuanto al carácter español. Pensaba que desde la antigüedad los españoles habían consolidado una especie de carácter apartadizo, insolidario y muy reñido con el vecino.—Menéndez Pidal se alarmó cuando en el debate de la autonomía catalana se quería suprimir la frase ‘nación española’.—Pero no solo él. Se alarman también Unamuno y Ortega. Es común a estos hombres de la generación de fin de siglo. El autonomismo y los nacionalismos son muy minoritarios en la España de la República todavía. Se les identifica no solamente con la derecha, sino en el caso de los vascos, con la extrema derecha. No hay que ver en Menéndez Pidal un caso excepcional.—¿Dónde ha quedado esa figura del intelectual en estos días?—En términos estrictos, sigue existiendo un estilo intelectual. Es decir, gente que se dedica a pensar, a escribir y a publicar. Lo que pasa es que no tienen el predicamento que tuvieron en otros momentos. En el mundo de las redes sociales, de la cultura de masas, llega a más gente la opinión de un actor de cine o de un futbolista muy famoso que la de un intelectual que escribe en periódicos o es profesor de universidad.—¿A Menéndez Pidal sí se le escuchaba en su momento?—Sí, tuvo bastante audiencia, como Menéndez Pelayo y Ortega la tuvieron. No existía eso que se llama la americanización de la cultura española en la época de entreguerras. Eso promovió al primer plano una serie de figuras que tenían pretensiones de ingenio, pero que no eran intelectuales propiamente dichos. En estos momentos la horizontalidad es casi absoluta, las opiniones ya no están jerarquizadas, no se valoran previamente. Todo el mundo cree que tiene el perfecto derecho a hacerse oír y a que su opinión sea tenida en cuenta, por muy imbécil que sea su opinión. El resultado final es una especie de caos, no hay unos criterios para valorar unas opiniones más que otras.—En los años 20, y también en los años republicanos, Menéndez Pidal trató de impulsar una reforma cultural. ¿Cómo lo hizo?—Esto venía de esa especie de gran agitación cultural que se produce en la época de la restauración en torno a la Institución Libre de Enseñanza. Todos parten además de los proyectos regeneracionistas de fin de siglo, que tratan de superar ese pesimismo general que había caído sobre España, tras la pérdida de las últimas colonias. Hay una fotografía que a mí me emociona mucho, en la que salen Menéndez Pidal, Azorín y Marañón en el París de 1937. Los tres se han tenido que ir, porque les podían haber matado por ser intelectuales burgueses. No estaban en el bando sublevado todavía. Son los restos de una España liberal que había sido derrotada por los acontecimientos; una especie de tercera España en la que sobraban. Era una intelectualidad sin espacio.—¿En la España actual esa empresa sería posible?—A mí lo que me produce una mayor desazón es la falta creciente de importancia del conocimiento histórico. La cultura es cada vez más una materia para minorías universitarias, y esto impide la aparición de grupos dirigentes que tengan una cierta entidad intelectual. Basta con ver los políticos de cualquier partido en estos momentos.—Tenemos un ministro de Cultura empeñado en revisar la historia.—Es una barbaridad, una idiotez, no sabe ni lo que es el colonialismo. Me parece estúpido, sencillamente. La descolonización de los museos, la desmasculinización de los museos… lo que puede empezar por ahí sería absolutamente terrible. Si uno quiere mirarse en espejos ajenos puede hacerlo en Estados Unidos: esa especie de cancelación absoluta de todo lo que era una cultura común.—¿Vamos hacia ese modelo?—Me parece que hay tendencias que empiezan a hacer esto. Es el modelo de tierra quemada y de entropía cultural. Calcular en estos momentos el porcentaje social de la gente que defiende estas posiciones es un poco difícil, pero son muy vociferantes. Filólogo, historiador, escritor, miembro destacado de la Generación del 98, Ramón Menéndez Pidal fue también una figura esencial como creador de los saberes modernos de la nación. «Siempre en las naciones emergentes hay gente que al mismo tiempo son historiadores y filólogos que construyen los saberes necesarios para fortalecer una cierta identidad nacional. Y Menéndez Pidal cumplió ese papel», explica el catedrático de Filología Española Jon Juaristi (Bilbao, 1951). A su formación intelectual liberal y a su contribución como pensador a una suerte de regeneración cultural que acabó fracasando con la guerra, el también columnista de ABC le ha dedicado el libro ‘Ramón Menéndez Pidal. El último liberal unitario’ (Fundación FAES, Gota a Gota). —Destaca en el libro que Menéndez Pidal, a su regreso a la España franquista, fue el primero en proponer un entendimiento entre los dos bandos.—Hubo algunas voces importantes que ya abogaban por una especie de entendimiento, pero estaban en el exilio, como Indalecio Prieto. Menéndez Pidal lo hace desde dentro, y esa propuesta prefigura lo que iba a ser después el encuentro de los dos bandos en la Transición. Su prólogo a ‘Historia de España’, en 1947, ya contiene lo esencial, esa propuesta de compromiso histórico.—¿Cuál fue el camino que siguió hasta llegar ahí?—Es curioso porque parecía predestinado a ser un ultraconservador poco liberal, digamos. Frente a lo que era el peso de la tradición carlista en su familia, a través de su hermano Juan y a través de Menéndez Pelayo, conoció un tipo de catolicismo más cercano al liberalismo. Se llamó en su momento la Unión Católica, eran antiguos tradicionalistas y antiguos carlistas que optaron por el liberalismo y la restauración. Trataron de participar en política junto al Partido Conservador, pero lejos del carlismo. Creía en el liberalismo y lo de las autonomías le empieza a alarmar, como es obvio. Era un poco pesimista en cuanto al carácter español. Pensaba que desde la antigüedad los españoles habían consolidado una especie de carácter apartadizo, insolidario y muy reñido con el vecino.—Menéndez Pidal se alarmó cuando en el debate de la autonomía catalana se quería suprimir la frase ‘nación española’.—Pero no solo él. Se alarman también Unamuno y Ortega. Es común a estos hombres de la generación de fin de siglo. El autonomismo y los nacionalismos son muy minoritarios en la España de la República todavía. Se les identifica no solamente con la derecha, sino en el caso de los vascos, con la extrema derecha. No hay que ver en Menéndez Pidal un caso excepcional.—¿Dónde ha quedado esa figura del intelectual en estos días?—En términos estrictos, sigue existiendo un estilo intelectual. Es decir, gente que se dedica a pensar, a escribir y a publicar. Lo que pasa es que no tienen el predicamento que tuvieron en otros momentos. En el mundo de las redes sociales, de la cultura de masas, llega a más gente la opinión de un actor de cine o de un futbolista muy famoso que la de un intelectual que escribe en periódicos o es profesor de universidad.—¿A Menéndez Pidal sí se le escuchaba en su momento?—Sí, tuvo bastante audiencia, como Menéndez Pelayo y Ortega la tuvieron. No existía eso que se llama la americanización de la cultura española en la época de entreguerras. Eso promovió al primer plano una serie de figuras que tenían pretensiones de ingenio, pero que no eran intelectuales propiamente dichos. En estos momentos la horizontalidad es casi absoluta, las opiniones ya no están jerarquizadas, no se valoran previamente. Todo el mundo cree que tiene el perfecto derecho a hacerse oír y a que su opinión sea tenida en cuenta, por muy imbécil que sea su opinión. El resultado final es una especie de caos, no hay unos criterios para valorar unas opiniones más que otras.—En los años 20, y también en los años republicanos, Menéndez Pidal trató de impulsar una reforma cultural. ¿Cómo lo hizo?—Esto venía de esa especie de gran agitación cultural que se produce en la época de la restauración en torno a la Institución Libre de Enseñanza. Todos parten además de los proyectos regeneracionistas de fin de siglo, que tratan de superar ese pesimismo general que había caído sobre España, tras la pérdida de las últimas colonias. Hay una fotografía que a mí me emociona mucho, en la que salen Menéndez Pidal, Azorín y Marañón en el París de 1937. Los tres se han tenido que ir, porque les podían haber matado por ser intelectuales burgueses. No estaban en el bando sublevado todavía. Son los restos de una España liberal que había sido derrotada por los acontecimientos; una especie de tercera España en la que sobraban. Era una intelectualidad sin espacio.—¿En la España actual esa empresa sería posible?—A mí lo que me produce una mayor desazón es la falta creciente de importancia del conocimiento histórico. La cultura es cada vez más una materia para minorías universitarias, y esto impide la aparición de grupos dirigentes que tengan una cierta entidad intelectual. Basta con ver los políticos de cualquier partido en estos momentos.—Tenemos un ministro de Cultura empeñado en revisar la historia.—Es una barbaridad, una idiotez, no sabe ni lo que es el colonialismo. Me parece estúpido, sencillamente. La descolonización de los museos, la desmasculinización de los museos… lo que puede empezar por ahí sería absolutamente terrible. Si uno quiere mirarse en espejos ajenos puede hacerlo en Estados Unidos: esa especie de cancelación absoluta de todo lo que era una cultura común.—¿Vamos hacia ese modelo?—Me parece que hay tendencias que empiezan a hacer esto. Es el modelo de tierra quemada y de entropía cultural. Calcular en estos momentos el porcentaje social de la gente que defiende estas posiciones es un poco difícil, pero son muy vociferantes. RSS de noticias de cultura
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