Este pasado dos de mayo, hemos celebrado un nuevo aniversario del inicio de la guerra de Independencia española. Aquel día, el pueblo de Madrid se levantó en armas contra las tropas francesas que estaban ocupando la capital por orden de Napoleón y que amenazaban nuestra soberanía. En efecto, los hechos del Dos de Mayo en Madrid constituyen el paradigma de esa reacción ciudadana, pero el socorro a la nación llegó desde todos los rincones de la geografía española. Una de esas cientos de miles de historias de ciudadanos comprometidos con su patria ya la contamos en otro episodio de Ilustres olvidados, la de Antonio García-Monteabaro, un asturiano que, durante la guerra, se ganó los apodos del Inmortal y el Arcabuceado. Esta semana, contaremos otra de esas historias, en este caso la de un burgalés. Lo curioso del caso es que el guerrillero del que hablaremos hoy llevaba alzacuellos, pues era sacerdote. Su nombre, Jerónimo Merino Cob, más conocido como el cura Merino.
Por cierto, antes de continuar, no debemos confundir a este personaje con otro al que también se le da el sobrenombre del cura Merino. Este segundo es Martín Merino y Gómez, que también se echó al monte a combatir a los franceses durante la guerra, pero que se ordenó sacerdote poco antes de terminar la misma. Además, Martín encabezó años después, en 1852, un complot para asesinar a Isabel II. Por ello, fue ejecutado.
Jerónimo Merino, de cura a guerrillero
El caso es que Jerónimo Merino nació en Villoviado, provincia de Burgos, en 1769. Ese año, también se eligió un papa, Clemente XIV; James Watt patentó la máquina de vapor; y nació otro importante protagonista de esta historia, el ya citado Napoleón Bonaparte. Jerónimo fue el segundo de una larga prole, de nada menos que doce hijos. Sus primeros años los pasó como pastor.
La carrera religiosa le pudo venir por un tío suyo, que era el párroco del pueblo y que le enseñó a leer y escribir. Tras pasar un tiempo en la colegiata de Lerma y de asistir al párroco de Covarrubias, finalmente Jerónimo fue ordenado sacerdote en 1790. Su primer destino fue precisamente la parroquia de su pueblo natal, donde relevó a su tío.
Fue allí donde, en enero de 1808, le pilló la llegada de una compañía de soldados franceses. El objetivo final de esta tropa era dirigirse a Madrid para ponerse a las órdenes del general Murat y ocupar la capital. El caso es que la compañía se quedó a dormir en el pueblo. Al día siguiente, el cura Merino se disponía a celebrar misa cuando lo sacaron violentamente de la sacristía y le obligaron, junto a otros vecinos de Villoviado, a llevar a hombros los instrumentos de música del pelotón francés. El motivo era que todos los habitantes del valle se habían negado a facilitar a las tropas extranjeras cualquier tipo de medio de transporte.
Guerra de la Independencia
Si los españoles ya miraban con recelo a los soldados franceses, el suceso de los instrumentos de música supuso para el cura Merino la gota que colmó el vaso. Ni corto ni perezoso, buscó apoyos en el pueblo y se echó al monte con quien quiso acompañarle. Entre ellos, figuraban uno de sus sobrinos, un criado y varios mozos de Villoviado. Por cierto, con ojos de hoy, puede sorprendernos que un sacerdote optase por la vía de las armas para resistir a los franceses, pero hay que recordar que las tropas napoleónicas, movidas por un especial espíritu anticlerical, se dedicaban al asalto sistemático de iglesias, para profanarlas y robar cuantos objetos de valor se guardaban en ellas.
El primer golpe de la partida de guerrilleros liderada por el cura Merino tuvo lugar el 10 de agosto de 1808, cuando atacó a un grupo de soldados franceses que se habían separado de su unidad. A lo largo de los meses siguientes, fue dando forma a la partida que lideraba y que iba creciendo en número. Para ello, fue importante su contacto con el Empecinado, que le facilitó armas, y con la Junta Suprema Central.
El cura Merino se convirtió en un auténtico caudillo guerrillero en Castilla la Vieja. Su partida, que empezó con apenas seis o siete hombres, llegó a ser de 2.500, incluyendo centenares de jinetes.
En su hoja de servicios figuran cientos de franceses muertos o prisioneros, capturas de correos enemigos y de numerosos convoyes de armas. Uno de ellos apresó el suculento botín de 118 carros cargados de granadas, 16.000 libras de pólvora, cuatro morteros y dos obuses. Además, destacan sus acciones en Lerma; en Santo Domingo de Silos, donde logró salvar el tesoro del centenario monasterio; y su victoria en Hontoria de Valdearados, donde capturó a todo un regimiento napoleónico. Terminó la guerra con el rango de brigadier.
Vuelta a las armas a favor de Fernando VII y de Carlos María Isidro
Su prestigio después de la contienda llevó a que el cura Merino pasase de párroco de pueblo a canónigo de la catedral de Valencia. Sin embargo, la cosa dura poco: un día en que se reunió el cabildo, Merino tuvo un desencuentro con sus compañeros y volvió a Villoviado.
Allí permaneció nuestro protagonista durante los años siguientes, hasta el inicio del Trienio Liberal. En ese momento, el cura Merino volvió a los campos de batalla, en oposición al Gobierno y a favor de Fernando VII. Quedaban claras de esta forma sus ideas conservadoras. En varias ocasiones se enfrentó al Empecinado, quien en otro tiempo había sido su aliado. Cuando el rey se hizo de nuevo con el poder absoluto, Merino retornó a su pueblo.
Llega entonces el año 1833. A la muerte de Fernando VII, se inició la Primera Guerra Carlista y el cura Merino se puso al servicio del pretendiente Carlos María Isidro. Los mandos carlistas tuvieron en alta estima su historial militar y le encargaron comandar catorce batallones, con más de 11.000 hombres a sus órdenes. Durante los siete años de lucha, fue uno de los más destacados caudillos carlistas y mantuvo mucho contacto con el general Zumalacárregui. Con el triunfo del bando isabelino, el cura Merino tuvo que exiliarse a Francia. Murió en la ciudad gala de Alençon en 1844.
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Este pasado dos de mayo, hemos celebrado un nuevo aniversario del inicio de la guerra de Independencia española. Aquel día, el pueblo de Madrid se levantó
Este pasado dos de mayo, hemos celebrado un nuevo aniversario del inicio de la guerra de Independencia española. Aquel día, el pueblo de Madrid se levantó en armas contra las tropas francesas que estaban ocupando la capital por orden de Napoleón y que amenazaban nuestra soberanía. En efecto, los hechos del Dos de Mayo en Madrid constituyen el paradigma de esa reacción ciudadana, pero el socorro a la nación llegó desde todos los rincones de la geografía española. Una de esas cientos de miles de historias de ciudadanos comprometidos con su patria ya la contamos en otro episodio de Ilustres olvidados, la de Antonio García-Monteabaro, un asturiano que, durante la guerra, se ganó los apodos del Inmortal y el Arcabuceado. Esta semana, contaremos otra de esas historias, en este caso la de un burgalés. Lo curioso del caso es que el guerrillero del que hablaremos hoy llevaba alzacuellos, pues era sacerdote. Su nombre, Jerónimo Merino Cob, más conocido como el cura Merino.
Por cierto, antes de continuar, no debemos confundir a este personaje con otro al que también se le da el sobrenombre del cura Merino. Este segundo es Martín Merino y Gómez, que también se echó al monte a combatir a los franceses durante la guerra, pero que se ordenó sacerdote poco antes de terminar la misma. Además, Martín encabezó años después, en 1852, un complot para asesinar a Isabel II. Por ello, fue ejecutado.
El caso es que Jerónimo Merino nació en Villoviado, provincia de Burgos, en 1769. Ese año, también se eligió un papa, Clemente XIV; James Watt patentó la máquina de vapor; y nació otro importante protagonista de esta historia, el ya citado Napoleón Bonaparte. Jerónimo fue el segundo de una larga prole, de nada menos que doce hijos. Sus primeros años los pasó como pastor.
La carrera religiosa le pudo venir por un tío suyo, que era el párroco del pueblo y que le enseñó a leer y escribir. Tras pasar un tiempo en la colegiata de Lerma y de asistir al párroco de Covarrubias, finalmente Jerónimo fue ordenado sacerdote en 1790. Su primer destino fue precisamente la parroquia de su pueblo natal, donde relevó a su tío.
Fue allí donde, en enero de 1808, le pilló la llegada de una compañía de soldados franceses. El objetivo final de esta tropa era dirigirse a Madrid para ponerse a las órdenes del general Murat y ocupar la capital. El caso es que la compañía se quedó a dormir en el pueblo. Al día siguiente, el cura Merino se disponía a celebrar misa cuando lo sacaron violentamente de la sacristía y le obligaron, junto a otros vecinos de Villoviado, a llevar a hombros los instrumentos de música del pelotón francés. El motivo era que todos los habitantes del valle se habían negado a facilitar a las tropas extranjeras cualquier tipo de medio de transporte.
Si los españoles ya miraban con recelo a los soldados franceses, el suceso de los instrumentos de música supuso para el cura Merino la gota que colmó el vaso. Ni corto ni perezoso, buscó apoyos en el pueblo y se echó al monte con quien quiso acompañarle. Entre ellos, figuraban uno de sus sobrinos, un criado y varios mozos de Villoviado. Por cierto, con ojos de hoy, puede sorprendernos que un sacerdote optase por la vía de las armas para resistir a los franceses, pero hay que recordar que las tropas napoleónicas, movidas por un especial espíritu anticlerical, se dedicaban al asalto sistemático de iglesias, para profanarlas y robar cuantos objetos de valor se guardaban en ellas.
El primer golpe de la partida de guerrilleros liderada por el cura Merino tuvo lugar el 10 de agosto de 1808, cuando atacó a un grupo de soldados franceses que se habían separado de su unidad. A lo largo de los meses siguientes, fue dando forma a la partida que lideraba y que iba creciendo en número. Para ello, fue importante su contacto con el Empecinado, que le facilitó armas, y con la Junta Suprema Central.
El cura Merino se convirtió en un auténtico caudillo guerrillero en Castilla la Vieja. Su partida, que empezó con apenas seis o siete hombres, llegó a ser de 2.500, incluyendo centenares de jinetes.
En su hoja de servicios figuran cientos de franceses muertos o prisioneros, capturas de correos enemigos y de numerosos convoyes de armas. Uno de ellos apresó el suculento botín de 118 carros cargados de granadas, 16.000 libras de pólvora, cuatro morteros y dos obuses. Además, destacan sus acciones en Lerma; en Santo Domingo de Silos, donde logró salvar el tesoro del centenario monasterio; y su victoria en Hontoria de Valdearados, donde capturó a todo un regimiento napoleónico. Terminó la guerra con el rango de brigadier.
Su prestigio después de la contienda llevó a que el cura Merino pasase de párroco de pueblo a canónigo de la catedral de Valencia. Sin embargo, la cosa dura poco: un día en que se reunió el cabildo, Merino tuvo un desencuentro con sus compañeros y volvió a Villoviado.
Allí permaneció nuestro protagonista durante los años siguientes, hasta el inicio del Trienio Liberal. En ese momento, el cura Merino volvió a los campos de batalla, en oposición al Gobierno y a favor de Fernando VII. Quedaban claras de esta forma sus ideas conservadoras. En varias ocasiones se enfrentó al Empecinado, quien en otro tiempo había sido su aliado. Cuando el rey se hizo de nuevo con el poder absoluto, Merino retornó a su pueblo.
Llega entonces el año 1833. A la muerte de Fernando VII, se inició la Primera Guerra Carlista y el cura Merino se puso al servicio del pretendiente Carlos María Isidro. Los mandos carlistas tuvieron en alta estima su historial militar y le encargaron comandar catorce batallones, con más de 11.000 hombres a sus órdenes. Durante los siete años de lucha, fue uno de los más destacados caudillos carlistas y mantuvo mucho contacto con el general Zumalacárregui. Con el triunfo del bando isabelino, el cura Merino tuvo que exiliarse a Francia. Murió en la ciudad gala de Alençon en 1844.
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