‘Henshin’, el camino de la música clásica

Es abracadabrante el arribismo con el que se ha justificado la hibridación de la música clásica con otros géneros para vestirla de un interés popular esquivo. Cualquier cosa con tal de meter, calzador mediante si hiciera falta, una melodía decimonónica en un proyecto con tal de simular… ¿qué? ¿Elevación? ¿Sensibilidad? ¿Eruditismo? Vale que lo llamen ‘música culta’, pero no creo que eso alcance a justificar que el sonido orquestal, del Barroco al modernismo, sea un comodín frente al que caer rendido sin remedio. Se diría que cualquier mamarrachada, de estar auspiciada por una camerata, merece instantáneamente aplauso y beca.

Este oprobio viene a cuento del prejuicio potencial nacido a colación del cortometraje Henshin: El camino de una joven violinista del Barroco a Mayumaná, dirigido por el periodista y cineasta Jorge Pastor, que vio la luz para el público madrileño el 21 de mayo en el Círculo de Bellas Artes. El título del documental lo dice todo. Mejor dicho, el subtítulo. Muy de agradecer para quien, despistado, piense que se dirige a una escenificación de la obra de título homónimo Henshin, de Shindo L; un manga hentai un rato chungo sobre una adolescente que pendula entre el despertar sexual y la prostitución. Al fin y al cabo, ‘henshin’ significa ‘metamorfosis’ en japonés.

Nada más lejos, la obra de Pastor, rodada entre el 23 y el 26 de septiembre de 2024 en diferentes calles de Granada, sigue a la jovencísima y talentosa violinista Sara Yonehara: una granaína de ascendencia japonesa que busca su lugar en la música clásica y pertenece a la Camerata Garnati. Esta orquesta, comandada por el violinista, compositor y director Pablo Martos, tiene por objetivo: “rescatar y difundir aquellas obras pertenecientes a nuestro rico patrimonio musical que permanecen en silencio en entidades que las custodian con mimo”. Una labor que el documental de Jorge Pastor sigue con mimo durante la grabación.

¿En qué se justifica, por tanto, el esputo original lanzado contra el comodín de lo clásico para la veneración del talonario? La de Yonehara y la Camerata Garnati se manifiesta como una historia seria. Del todo solvente. Sin esas pirotecnias bizarras tan propias de los documentales que, al no saber ‘cómo’ decir algo, se centran en la exótica del ‘qué’. Sin embargo, es entonces cuando aparece Mayumaná y el prejuicio se hace carne.

La compañía israelí, conocida desde los años dos mil por su expresión libérrima de la percusión con materiales reciclados, ha ido serpenteando en cualquier ecosistema donde pudiera rascar un revisionismo de su propuesta. Y es que un cuarto de siglo dándole a los contenedores de basura es algo que, inevitablemente, huele. En estas que, auspiciados por la Fundación Banco Sabadell, Mayumaná buscó acoplarse a la propuesta de la Camerata Garnati y, para ello, realizó unos talleres en Granada bajo la premisa: “¿Cómo sería la Serenata para cuerdas de Tchaikovsky si este hubiese nacido en el Albaicín en el año 2004?”. Y la respuesta es, por supuesto, con un grupo de zutanos haciendo palmas en un teatro, a la vez la fastuosa obra es interpretada por una orquesta.

La composición en la que se centra el final del documental Henshin relata audiovisualmente tanto parte de los talleres organizados por la compañía, como el concierto en el que la propuesta aterriza. Una exhibición musical en la que Camerata Garnati interpretó obras de Tchaikovsky o J. S. Bach, así como de autores contemporáneos, tales como Fernando Javier Carmona o Pedro Osuna, y remató con la interpretación de la obra Metamorfosis (entiéndase toda la elipsis del guiño en el documental), de Ángel López Carreño, en la que participaron las personas que asistieron al taller. Básicamente, y como muestra el cortometraje de Pastor, la orquesta interpretó la composición hasta que, paulatinamente y dirigidos por una percusionista de Mayumaná, el público llenó la sala de palmas en el pecho y pisotones, intentando seguir el ritmo de la Camerata Garnati. He aquí la innovadora e imprescindible proposición. 

Esto si hablamos, por así decirlo, de la cara B del documental Henshi. En la cara A, descubrimos a una ambiciosa, discreta y apacible postadolescente, en su obsesivo camino hacia vivir de lo que la apasiona. Yonehara demuestra con su ejemplo y tesón que, como bien dice: “la palabra que identifica a un músico es sacrificio”. Según la violinista, ser bueno a los mandos del instrumento es una tarea hercúlea que te lleva a largos periodos de ostracismo y a rechazar las actividades gregarias propias de la juventud. Una ristra larga de privaciones que, sin embargo, para Yonehara —como también lo habrá sido para todos los grandes artistas de la historia— queda compensada ante la emoción de coronar hitos al principio impensables. Porque el talento puro tal vez exista en unos pocos. Pero si no se abona con el hediento esfuerzo cotidiano, nada puede brotar inmenso de él.

Durante la presentación madrileña del cortometraje en el Círculo de Bellas Artes, tanto Pastor como el director Pablo Martos estuvieron presentes y hablaron sobre la significación para ellos de la música y el arte. “El arte es sanador. Y tiene la capacidad de conmover. El hecho artístico es para mí una constante”, aseguró Pastor, quien quería hundirse en una mirada concreta, la de Yonehara, para desvelar los hemisferios ocultos de la música clásica. Por su parte, Martos aseguró que, una vez vio el documental, sintió que: “ya no era mío. Corría solo”. Pero también era una buena oportunidad, otra más, de reivindicar su filosofía personal: “Estoy convencido de que la música clásica gusta a todo el mundo, pero la gente no lo sabe. La música clásica debe permitir compartirse con todo el mundo, lejos de lo académico. Es algo vivo y nace de la voluntad de compartir y de estar juntos”. Al fin y al cabo, como confesó el director y compositor, su crianza a cargo de dos padres dedicados a la música folk convirtió la melodía, el instrumento, fuese cual fuese, en un síntoma festivo. En una jovialidad inherente.

Y fue innegable que hubo algo pirotécnico en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, durante la presentación Henshi. Cuando un quinteto de cuerda, parte de la Camerata Garnati, y dirigido por Martos, brindó la oportunidad al público presente de escuchar algunas de sus interpretaciones, los aplausos –esta vez anárquicos, sinceros y alejados de talleres- inundaron la estancia durante largos periodos. Un colofón sensacional para la puesta a rodar de un documental que, más allá de su sensibilidad fotográfica y el valor humano de la propuesta, busca hurgar en los placeres de la música clásica. 

 Es abracadabrante el arribismo con el que se ha justificado la hibridación de la música clásica con otros géneros para vestirla de un interés popular esquivo.  

Es abracadabrante el arribismo con el que se ha justificado la hibridación de la música clásica con otros géneros para vestirla de un interés popular esquivo. Cualquier cosa con tal de meter, calzador mediante si hiciera falta, una melodía decimonónica en un proyecto con tal de simular… ¿qué? ¿Elevación? ¿Sensibilidad? ¿Eruditismo? Vale que lo llamen ‘música culta’, pero no creo que eso alcance a justificar que el sonido orquestal, del Barroco al modernismo, sea un comodín frente al que caer rendido sin remedio. Se diría que cualquier mamarrachada, de estar auspiciada por una camerata, merece instantáneamente aplauso y beca.

Este oprobio viene a cuento del prejuicio potencial nacido a colación del cortometraje Henshin: El camino de una joven violinista del Barroco a Mayumaná, dirigido por el periodista y cineasta Jorge Pastor, que vio la luz para el público madrileño el 21 de mayo en el Círculo de Bellas Artes. El título del documental lo dice todo. Mejor dicho, el subtítulo. Muy de agradecer para quien, despistado, piense que se dirige a una escenificación de la obra de título homónimo Henshin, de Shindo L; un manga hentai un rato chungo sobre una adolescente que pendula entre el despertar sexual y la prostitución. Al fin y al cabo, ‘henshin’ significa ‘metamorfosis’ en japonés.

Nada más lejos, la obra de Pastor, rodada entre el 23 y el 26 de septiembre de 2024 en diferentes calles de Granada, sigue a la jovencísima y talentosa violinista Sara Yonehara: una granaína de ascendencia japonesa que busca su lugar en la música clásica y pertenece a la Camerata Garnati. Esta orquesta, comandada por el violinista, compositor y director Pablo Martos, tiene por objetivo: “rescatar y difundir aquellas obras pertenecientes a nuestro rico patrimonio musical que permanecen en silencio en entidades que las custodian con mimo”. Una labor que el documental de Jorge Pastor sigue con mimo durante la grabación.

¿En qué se justifica, por tanto, el esputo original lanzado contra el comodín de lo clásico para la veneración del talonario? La de Yonehara y la Camerata Garnati se manifiesta como una historia seria. Del todo solvente. Sin esas pirotecnias bizarras tan propias de los documentales que, al no saber ‘cómo’ decir algo, se centran en la exótica del ‘qué’. Sin embargo, es entonces cuando aparece Mayumaná y el prejuicio se hace carne.

La compañía israelí, conocida desde los años dos mil por su expresión libérrima de la percusión con materiales reciclados, ha ido serpenteando en cualquier ecosistema donde pudiera rascar un revisionismo de su propuesta. Y es que un cuarto de siglo dándole a los contenedores de basura es algo que, inevitablemente, huele. En estas que, auspiciados por la Fundación Banco Sabadell, Mayumaná buscó acoplarse a la propuesta de la Camerata Garnati y, para ello, realizó unos talleres en Granada bajo la premisa: “¿Cómo sería la Serenata para cuerdas de Tchaikovsky si este hubiese nacido en el Albaicín en el año 2004?”. Y la respuesta es, por supuesto, con un grupo de zutanos haciendo palmas en un teatro, a la vez la fastuosa obra es interpretada por una orquesta.

La composición en la que se centra el final del documental Henshin relata audiovisualmente tanto parte de los talleres organizados por la compañía, como el concierto en el que la propuesta aterriza. Una exhibición musical en la que Camerata Garnati interpretó obras de Tchaikovsky o J. S. Bach, así como de autores contemporáneos, tales como Fernando Javier Carmona o Pedro Osuna, y remató con la interpretación de la obra Metamorfosis (entiéndase toda la elipsis del guiño en el documental), de Ángel López Carreño, en la que participaron las personas que asistieron al taller. Básicamente, y como muestra el cortometraje de Pastor, la orquesta interpretó la composición hasta que, paulatinamente y dirigidos por una percusionista de Mayumaná, el público llenó la sala de palmas en el pecho y pisotones, intentando seguir el ritmo de la Camerata Garnati. He aquí la innovadora e imprescindible proposición. 

Esto si hablamos, por así decirlo, de la cara B del documental Henshi. En la cara A, descubrimos a una ambiciosa, discreta y apacible postadolescente, en su obsesivo camino hacia vivir de lo que la apasiona. Yonehara demuestra con su ejemplo y tesón que, como bien dice: “la palabra que identifica a un músico es sacrificio”. Según la violinista, ser bueno a los mandos del instrumento es una tarea hercúlea que te lleva a largos periodos de ostracismo y a rechazar las actividades gregarias propias de la juventud. Una ristra larga de privaciones que, sin embargo, para Yonehara —como también lo habrá sido para todos los grandes artistas de la historia— queda compensada ante la emoción de coronar hitos al principio impensables. Porque el talento puro tal vez exista en unos pocos. Pero si no se abona con el hediento esfuerzo cotidiano, nada puede brotar inmenso de él.

Durante la presentación madrileña del cortometraje en el Círculo de Bellas Artes, tanto Pastor como el director Pablo Martos estuvieron presentes y hablaron sobre la significación para ellos de la música y el arte. “El arte es sanador. Y tiene la capacidad de conmover. El hecho artístico es para mí una constante”, aseguró Pastor, quien quería hundirse en una mirada concreta, la de Yonehara, para desvelar los hemisferios ocultos de la música clásica. Por su parte, Martos aseguró que, una vez vio el documental, sintió que: “ya no era mío. Corría solo”. Pero también era una buena oportunidad, otra más, de reivindicar su filosofía personal: “Estoy convencido de que la música clásica gusta a todo el mundo, pero la gente no lo sabe. La música clásica debe permitir compartirse con todo el mundo, lejos de lo académico. Es algo vivo y nace de la voluntad de compartir y de estar juntos”. Al fin y al cabo, como confesó el director y compositor, su crianza a cargo de dos padres dedicados a la música folk convirtió la melodía, el instrumento, fuese cual fuese, en un síntoma festivo. En una jovialidad inherente.

Y fue innegable que hubo algo pirotécnico en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, durante la presentación Henshi. Cuando un quinteto de cuerda, parte de la Camerata Garnati, y dirigido por Martos, brindó la oportunidad al público presente de escuchar algunas de sus interpretaciones, los aplausos –esta vez anárquicos, sinceros y alejados de talleres- inundaron la estancia durante largos periodos. Un colofón sensacional para la puesta a rodar de un documental que, más allá de su sensibilidad fotográfica y el valor humano de la propuesta, busca hurgar en los placeres de la música clásica. 

 Noticias de Cultura: Última hora de hoy en THE OBJECTIVE

Noticias Similares