Una noche de finales de enero de 1972, un fantasma se apareció a dos pescadores de camarones de la Isla de Guam: era un soldado japonés salido de la Segunda Guerra Mundial como si hubiese venido a través de un túnel del tiempo. Pero de donde surgía era de la jungla, donde había vivido como una alimaña salvaje durante 27 años. No sabía nada de la bomba atómica de Hiroshima ni de la rendición de Japón en 1945, era lo dicho, un fantasma del pasado.
En realidad se trataba del sargento Shoichi Yokoi, que formaba parte de la guarnición de 18.500 soldados japoneses que en 1944 defendieron Guam de la infantería de Marina norteamericana hasta la muerte. Lo de «hasta la muerte» era literal, como solía ser frecuente entre los militares japoneses de la II Guerra Mundial, se habían conjurado a no rendirse jamás, incluso a suicidarse antes que caer prisioneros. Los americanos únicamente pudieron capturar a 485 japoneses del contingente de 18.500.
Pero hubo un puñado de hombres que ni murieron ni fueron capturados, lograron esconderse en la jungla y siguieron la batalla, aunque ya no era frente a los marines americanos, era frente a la naturaleza. El sargento Yokoi formaba parte de un grupo de diez de estos fugitivos, que terminarían convirtiéndose en fieras selváticas, luchando por la supervivencia en un medio hostil. Poco a poco, el medio los fue devorando. Hacia 1964 solamente quedaban tres, pero dos murieron de hambre y durante los últimos ocho años de su vida salvaje, Yokoi se quedó solo, como un animal de una especie a punto de extinción.
Esta brutal historia nos sirve de referencia de otra aún más brutal, la batalla de Guam, librada durante 20 días del verano de 1944 entre el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos y el Ejército Imperial japonés por una remota isla del Archipiélago de las Marianas. No fue nada nuevo, la forma en que se combatió por las pequeñas islas del Pacífico, a veces meros atolones, fue de las más sangrientas de los anales de la guerra.
La primera de ellas, la batalla de Guadalcanal, enfrentó a 60.000 marines con 36.000 japoneses, duró seis meses y murieron 7.000 americanos y 31.000 japoneses. En noviembre de 1943 hicieron falta 35.000 soldados americanos para conquistar el minúsculo atolón de Tarawa, defendido por 3.000 japoneses. Solamente hubo 17 prisioneros. Y en la batalla más famosa de la Infantería de Marina norteamericana, Iwo Jima, lucharon 70.000 marines contra 21.000 japoneses: los americanos sufrieron 6.000 muertos y 8,000 heridos, pero de los 21.000 japoneses sólo sobrevivieron 216.
Habrán observado los lectores que la batalla de Guadalcanal fue por una isla que tiene el nombre de un pueblo de Sevilla. Por otra parte, el combate decisivo de la batalla de Guam tuvo lugar en un monte que dominaba toda la isla desde su centro, llamado Barrigada.
Y aquí surge otra sorpresa. ¿Por qué aparecen nombres españoles en el Pacífico Central? Es sólo gracias a las películas americanas que algunos hemos oído hablar de Guam o Guadalcanal, por lo demás a los españoles nos parecen tan lejanos como los cráteres de la Luna.
Y, sin embargo, Guam fue descubierta y colonizada por nuestros antepasados, pasó a formar parte del olvidado Imperio español del Pacífico, y hoy día, aunque sea una dependencia de Estados Unidos, la mayoría de su población es de raza mestiza hispano-isleña, practica la religión católica y habla un idioma descendiente del castellano.
Dominar lo desconocido
Los primeros europeos que llegaron a Guam fueron los navegantes españoles que le estaban dando la vuelta al mundo por primera vez en la Historia, la expedición de Magallanes-Elcano. Arribaron el 6 de marzo de 1521 y la bautizaron Isla de los Ladrones, porque los nativos tenían la mano larga. Pese a todo, para ellos llegar a Guam fue como llegar al cielo, porque habían estado tres meses sin ver tierra y estaban muertos de hambre y corroídos por el escorbuto.
Nadie podía saber qué era aquella inmensidad de agua que llamamos Pacífico, y la ruta que siguió Magallanes, bordeando la punta Sur del continente americano para cruzar el estrecho que lleva su nombre, le obligó a una travesía en diagonal del océano, en la que efectivamente no se encuentra ni un islote. Guam, en cambio, era la antesala de las Filipinas, pegadas al continente asiático, el final del Pacífico. Y para Magallanes el final de su vida, pues el 27 de marzo de 1521 murió peleando contra los indígenas filipinos.
En los años siguientes las expediciones españolas fueron surcando un mar que no tenía propietarios, incorporando territorios insulares a aquel Imperio en donde «no se ponía el sol». En 1526 Alonso de Salazar descubrió las Islas de las Hermanas, luego llamadas Carolinas en honor al rey Carlos II, y las Islas de los Pintados, actualmente llamadas Marshall. Curiosamente, el atolón de Bikini, tristemente célebre por ser el lugar de más alta radioactividad del mundo, debido a las pruebas de bombas atómicas norteamericanas, había sido bautizado Isla de los Buenos Jardines por los españoles.
Años más tarde, en 1568, la expedición de Álvaro de Mendaña que buscaba la «Terra Australis Incognita» (es decir, Australia), tomó posesión de Guadalcanal en nombre del rey de España. Pero todas esas empresas, que salían de las costas del Virreinato de Nueva España (México), al que pertenecía el Pacífico entero, tenían un problema: no volvían. Todavía no se habían encontrado los vientos o las corrientes que permitieran atravesar el Pacífico de Oeste a Este.
En 1564, por instrucciones de Felipe II, se organizó en México una gran expedición que debía atravesar el Pacífico y hacer efectiva la soberanía española sobre las Filipinas, reclamadas por Portugal. Era una expedición de guerra, cinco naves y 350 hombres al mando de Miguel López de Legazpi, hidalgo y alto funcionario del Virreinato. Pero el cerebro de la empresa era el fraile agustino Andrés de Urdaneta, un sabio cosmógrafo que debía encontrar el camino de vuelta a México, lo que llamaban el «tornaviaje».
La flota de Legazpi zarpó de Barra de Navidad, un puerto y astillero de Jalisco, el 21 de noviembre de 1564, y tras una travesía de 93 días llegó a Guam a finales de enero del 65, tomando inmediatamente posesión de la isla en nombre del rey de España. El jefe local era hijo del que cuatro décadas atrás había matado a 30 españoles en una banquete-trampa en Filipinas, y decidió atacar a Legazpi. Aunque tenía un ejército de 2.500 hombres, los cañones de las naves sembraron el pánico, y Legazpi desembarcó como conquistador. Luego también conquistaría Filipinas.
Legazpi había cumplido su misión, pero Urdaneta también culminaría la suya, pues encontró el camino de vuelta a América siguiendo la Corriente de Kuroshio, que traza una curva por el Norte del Pacífico en dirección al Este. A partir de ese momento España disfrutaría de una extraordinaria ruta comercial exclusiva, la del «Galeón de Manila» o «Nao de China», que una vez al año enviaba productos españoles y americanos hasta China, y se traía de vuelta a Acapulco mercancías exóticas de Oriente. Así se integrarían en la cultura española los mantones de Manila.
Para el Galeón de Manila resultaba vital contar con una base de suministro en la Isla de Guam, como lo había sido para Magallanes, y durante un siglo ese fue su papel en el Imperio Español del Pacífico. Pero en la década de 1680 la piadosa reina Mariana de Austria, viuda de Felipe IV y madre de Carlos II, impulsó una política de evangelización para extender el cristianismo a las Islas de los Ladrones, que cambiarían su nombre por Islas Marianas en honor a ella.
La misión la llevarían a cabo los jesuitas, que se establecieron en San Ignacio de Agaña, que hasta el día de hoy sería la capital de Guam. Pero con la evangelización llegó también la colonización con gente venida de Nueva España. Agaña, donde recalaban siempre el Galeón de Manila, no sólo sería la capital de lo que se titulaba oficialmente Guaján, que era como llamaban a su isla los nativos, era también la ciudad más importante del Pacífico.
Se desarrolló así una nueva nación de raza mestiza hispano-isleña, que practicaba el catolicismo y que hablaba el chamorro, que es un híbrido del castellano y la lengua austronesia. La colonia tuvo su mejor momento en la centuria siguiente, en el llamado Siglo de la Luces, cuando llegó desde Manila, donde tenía un alto puesto militar, el gobernador Mariano Tobías, un ilustrado, que introdujo grandes reformas para modernizar y desarrollar Guaján.
En 1898, con la derrota de España ante Estados Unidos en la Guerra de Cuba, los vencedores yanquis se premiaron con las Filipinas y la Marianas, y Guaján pasó a llamarse Guam. Todavía conservábamos las Carolinas, pero se las vendimos a Alemania. Se había acabado el sueño del Imperio Español del Pacífico.
Una noche de finales de enero de 1972, un fantasma se apareció a dos pescadores de camarones de la Isla de Guam: era un soldado japonés
Una noche de finales de enero de 1972, un fantasma se apareció a dos pescadores de camarones de la Isla de Guam: era un soldado japonés salido de la Segunda Guerra Mundial como si hubiese venido a través de un túnel del tiempo. Pero de donde surgía era de la jungla, donde había vivido como una alimaña salvaje durante 27 años. No sabía nada de la bomba atómica de Hiroshima ni de la rendición de Japón en 1945, era lo dicho, un fantasma del pasado.
En realidad se trataba del sargento Shoichi Yokoi, que formaba parte de la guarnición de 18.500 soldados japoneses que en 1944 defendieron Guam de la infantería de Marina norteamericana hasta la muerte. Lo de «hasta la muerte» era literal, como solía ser frecuente entre los militares japoneses de la II Guerra Mundial, se habían conjurado a no rendirse jamás, incluso a suicidarse antes que caer prisioneros. Los americanos únicamente pudieron capturar a 485 japoneses del contingente de 18.500.
Pero hubo un puñado de hombres que ni murieron ni fueron capturados, lograron esconderse en la jungla y siguieron la batalla, aunque ya no era frente a los marines americanos, era frente a la naturaleza. El sargento Yokoi formaba parte de un grupo de diez de estos fugitivos, que terminarían convirtiéndose en fieras selváticas, luchando por la supervivencia en un medio hostil. Poco a poco, el medio los fue devorando. Hacia 1964 solamente quedaban tres, pero dos murieron de hambre y durante los últimos ocho años de su vida salvaje, Yokoi se quedó solo, como un animal de una especie a punto de extinción.
Esta brutal historia nos sirve de referencia de otra aún más brutal, la batalla de Guam, librada durante 20 días del verano de 1944 entre el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos y el Ejército Imperial japonés por una remota isla del Archipiélago de las Marianas. No fue nada nuevo, la forma en que se combatió por las pequeñas islas del Pacífico, a veces meros atolones, fue de las más sangrientas de los anales de la guerra.
La primera de ellas, la batalla de Guadalcanal, enfrentó a 60.000 marines con 36.000 japoneses, duró seis meses y murieron 7.000 americanos y 31.000 japoneses. En noviembre de 1943 hicieron falta 35.000 soldados americanos para conquistar el minúsculo atolón de Tarawa, defendido por 3.000 japoneses. Solamente hubo 17 prisioneros. Y en la batalla más famosa de la Infantería de Marina norteamericana, Iwo Jima, lucharon 70.000 marines contra 21.000 japoneses: los americanos sufrieron 6.000 muertos y 8,000 heridos, pero de los 21.000 japoneses sólo sobrevivieron 216.
Habrán observado los lectores que la batalla de Guadalcanal fue por una isla que tiene el nombre de un pueblo de Sevilla. Por otra parte, el combate decisivo de la batalla de Guam tuvo lugar en un monte que dominaba toda la isla desde su centro, llamado Barrigada.
Y aquí surge otra sorpresa. ¿Por qué aparecen nombres españoles en el Pacífico Central? Es sólo gracias a las películas americanas que algunos hemos oído hablar de Guam o Guadalcanal, por lo demás a los españoles nos parecen tan lejanos como los cráteres de la Luna.
Y, sin embargo, Guam fue descubierta y colonizada por nuestros antepasados, pasó a formar parte del olvidado Imperio español del Pacífico, y hoy día, aunque sea una dependencia de Estados Unidos, la mayoría de su población es de raza mestiza hispano-isleña, practica la religión católica y habla un idioma descendiente del castellano.
Los primeros europeos que llegaron a Guam fueron los navegantes españoles que le estaban dando la vuelta al mundo por primera vez en la Historia, la expedición de Magallanes-Elcano. Arribaron el 6 de marzo de 1521 y la bautizaron Isla de los Ladrones, porque los nativos tenían la mano larga. Pese a todo, para ellos llegar a Guam fue como llegar al cielo, porque habían estado tres meses sin ver tierra y estaban muertos de hambre y corroídos por el escorbuto.
Nadie podía saber qué era aquella inmensidad de agua que llamamos Pacífico, y la ruta que siguió Magallanes, bordeando la punta Sur del continente americano para cruzar el estrecho que lleva su nombre, le obligó a una travesía en diagonal del océano, en la que efectivamente no se encuentra ni un islote. Guam, en cambio, era la antesala de las Filipinas, pegadas al continente asiático, el final del Pacífico. Y para Magallanes el final de su vida, pues el 27 de marzo de 1521 murió peleando contra los indígenas filipinos.
En los años siguientes las expediciones españolas fueron surcando un mar que no tenía propietarios, incorporando territorios insulares a aquel Imperio en donde «no se ponía el sol». En 1526 Alonso de Salazar descubrió las Islas de las Hermanas, luego llamadas Carolinas en honor al rey Carlos II, y las Islas de los Pintados, actualmente llamadas Marshall. Curiosamente, el atolón de Bikini, tristemente célebre por ser el lugar de más alta radioactividad del mundo, debido a las pruebas de bombas atómicas norteamericanas, había sido bautizado Isla de los Buenos Jardines por los españoles.
Años más tarde, en 1568, la expedición de Álvaro de Mendaña que buscaba la «Terra Australis Incognita» (es decir, Australia), tomó posesión de Guadalcanal en nombre del rey de España. Pero todas esas empresas, que salían de las costas del Virreinato de Nueva España (México), al que pertenecía el Pacífico entero, tenían un problema: no volvían. Todavía no se habían encontrado los vientos o las corrientes que permitieran atravesar el Pacífico de Oeste a Este.
En 1564, por instrucciones de Felipe II, se organizó en México una gran expedición que debía atravesar el Pacífico y hacer efectiva la soberanía española sobre las Filipinas, reclamadas por Portugal. Era una expedición de guerra, cinco naves y 350 hombres al mando de Miguel López de Legazpi, hidalgo y alto funcionario del Virreinato. Pero el cerebro de la empresa era el fraile agustino Andrés de Urdaneta, un sabio cosmógrafo que debía encontrar el camino de vuelta a México, lo que llamaban el «tornaviaje».
La flota de Legazpi zarpó de Barra de Navidad, un puerto y astillero de Jalisco, el 21 de noviembre de 1564, y tras una travesía de 93 días llegó a Guam a finales de enero del 65, tomando inmediatamente posesión de la isla en nombre del rey de España. El jefe local era hijo del que cuatro décadas atrás había matado a 30 españoles en una banquete-trampa en Filipinas, y decidió atacar a Legazpi. Aunque tenía un ejército de 2.500 hombres, los cañones de las naves sembraron el pánico, y Legazpi desembarcó como conquistador. Luego también conquistaría Filipinas.
Legazpi había cumplido su misión, pero Urdaneta también culminaría la suya, pues encontró el camino de vuelta a América siguiendo la Corriente de Kuroshio, que traza una curva por el Norte del Pacífico en dirección al Este. A partir de ese momento España disfrutaría de una extraordinaria ruta comercial exclusiva, la del «Galeón de Manila» o «Nao de China», que una vez al año enviaba productos españoles y americanos hasta China, y se traía de vuelta a Acapulco mercancías exóticas de Oriente. Así se integrarían en la cultura española los mantones de Manila.
Para el Galeón de Manila resultaba vital contar con una base de suministro en la Isla de Guam, como lo había sido para Magallanes, y durante un siglo ese fue su papel en el Imperio Español del Pacífico. Pero en la década de 1680 la piadosa reina Mariana de Austria, viuda de Felipe IV y madre de Carlos II, impulsó una política de evangelización para extender el cristianismo a las Islas de los Ladrones, que cambiarían su nombre por Islas Marianas en honor a ella.
La misión la llevarían a cabo los jesuitas, que se establecieron en San Ignacio de Agaña, que hasta el día de hoy sería la capital de Guam. Pero con la evangelización llegó también la colonización con gente venida de Nueva España. Agaña, donde recalaban siempre el Galeón de Manila, no sólo sería la capital de lo que se titulaba oficialmente Guaján, que era como llamaban a su isla los nativos, era también la ciudad más importante del Pacífico.
Se desarrolló así una nueva nación de raza mestiza hispano-isleña, que practicaba el catolicismo y que hablaba el chamorro, que es un híbrido del castellano y la lengua austronesia. La colonia tuvo su mejor momento en la centuria siguiente, en el llamado Siglo de la Luces, cuando llegó desde Manila, donde tenía un alto puesto militar, el gobernador Mariano Tobías, un ilustrado, que introdujo grandes reformas para modernizar y desarrollar Guaján.
En 1898, con la derrota de España ante Estados Unidos en la Guerra de Cuba, los vencedores yanquis se premiaron con las Filipinas y la Marianas, y Guaján pasó a llamarse Guam. Todavía conservábamos las Carolinas, pero se las vendimos a Alemania. Se había acabado el sueño del Imperio Español del Pacífico.
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