‘Grita’, la lucha por la palabra de Roberto Saviano

Cuando Roberto Saviano estudiaba Filosofía en Nápoles, a principios del siglo XXI, anhelaba poder viajar más a Roma para visitar Campo de’ Fiori, el lugar donde cuatro siglos antes habían quemado vivo al filósofo Giordano Bruno, acusado de herejía. Después, a pesar de vivir en la capital italiana varios meses al año, tampoco podría. «Allí no circulan coches y, de todas maneras, no sería lo mismo verlo a través de los cristales blindados», cuenta en su último libro, Grita (Anagrama).

Hablará de ello algo más muchas páginas después, cuando cuente lo mucho que le agobian las habitaciones de los hoteles. «Hubo un tiempo en el que, cuando entraba en una, registraba cada centímetro cuadrado del techo, hurgaba en la papelera, en el armario del cuarto de baño, tras la mesita de noche, debajo de las lámparas, en las rejillas de los ventiladores; con los dedos recorría los marcos de los horribles cuadros que colgaban de las paredes, intentaba mover el televisor. No había nada. Era pura paranoia». Pero esta es la primera vez en su libro que uno es consciente de lo mucho a lo que el italiano ha tenido que renunciar en su vida diaria a cambio de contar la verdad.

Desde que en 2006 publicó su libro Gomorra, donde escribía sobre la Camorra del sur de Italia (la mafia de la región de Campania), y fue amenazado de muerte por varios capos, Saviano vive recluido y con escolta. ¿Mereció la pena? Esa es la pregunta que parece planearse el escritor a lo largo de Grita. Su respuesta es un sí rotundo de 500 páginas, construidas a partir de personajes históricos, culturales, sociales o políticos que, como él, decidieron no callarse o cuya existencia puso en evidencia las costuras del mundo en el que vivieron… y vivimos.

En esta especie de ensayo sobre el poder de las palabras, el escritor repasa la vida y obra de personajes célebres como Hipatia, Martin Luther King, Robert Capa o Pier Paolo Pasolini. Algunos más recientes como George Floyd, cuyo asesinato en plena pandemia, del que se cumplen ya cinco años, provocó populosas revueltas y dio nuevo impulso al movimiento Black Lives Matter, o Edward Snowden. Escritores como Émile Zola, que murió intoxicado por un brasero envuelto en un profundo ostracismo tras su encendida defensa al oficial francés, Alfred Dreyfus, acusado falsamente de espionaje; o como Anna Ajmátova, una de las poetas rusas más importantes de su época, que sufrió las consecuencias de oponerse a la política de Stalin.

 Algunos son particularmente crueles, si se tiene en cuenta las circunstancias del propio escritor. Ahí tenemos a la periodista Anna Politkóvskaya que, por su oposición a la guerra ruso-chechena y a las políticas de Vladímir Putin, fue asesinada en 2006, a los 48 años, mientras esperaba el ascensor de su casa cuando volvía de hacer la compra. Dos años antes había sobrevivido a un intento de envenenamiento cuando, durante un viaje en avión, se había tomado el té que una azafata le había ofrecido.

Periodistas asesinados

Historias no faltan, porque por suerte los valientes son muchos. Menos conocida en España es quizá la de Daphne Caruana Galizia, clave en la investigación sobre los papeles de Panamá que salpicaban al Gobierno de Joseph Muscat en Malta. A la periodista, columnista y bloguera no se le perdonó que informara sobre los paraísos fiscales y el blanqueo de dinero en su país y fue asesinada cuando al arrancar el coche para ir al banco a desbloquear sus cuentas corrientes –solían bloqueárselas a menudo a modo de presión–, se detonó una bomba.

¿Cuántas veces no habrá repasado el periodista estos y otros descuidos, como el momento del asesinato de Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul a donde acudió para poder casarse? «Las personas que viven con amenazas de muerte acaban pasando por alto sus malos presentimientos; tienen muchos y dejan de hacerles caso porque, de lo contrario, impedirían vivir, ya que todo lo que rodea al amenazado habla de muerte, de peligro, de acecho», escribe sobre el fin de este columnista de opinión conocido por ser crítico con el príncipe Mohamed bin Salmán de Arabia Saudí.

Pero Saviano, que publicó en Italia este libro en 2020, aún hila más fino y relaciona al saudí con Jeff Bezos, propietario del Washington Post, el diario donde Khashoggi escribía. Merece la pena que miremos atrás. Era entonces el primer mandato de Donald Trump y el magnate norteamericano ya había iniciado su particular guerra contra la prensa. Así lo recuerda el autor de Gomorra: «A Trump no le gusta Bezos, y no es por los bajos salarios que les paga a los empleados de Amazon o por los horarios agotadores de los mozos de almacén. ¡Ya ves lo que le importará eso a Trump!, sino porque es el dueño del Whasington Post».

En 2019, Bezos había sido extorsionado con unas imágenes íntimas en las que aparecía con Lauren Sanchez. «El poseedor de esos selfis eróticos no es ningún mirón ni está interesado en el dinero –continúa–. Es una persona que quiere silenciar a los periodistas del Washington Post. Ya sabes por qué. Sabes lo que piensa Trump, ¿no? Que los periodistas son unos privilegiados, que tienen espíritu de casta, que siempre se defienden unos a otros».

El caso de Jeff Bezos

«Aunque The Post me complica muchas veces las cosas, no lamento en absoluto mi inversión –alegó entonces Bezos–. The Post es una institución crítica con una misión crítica. Mi administración de The Post y mi apoyo a su misión, que seguirá siendo inquebrantable, es una de las cosas de las que estaré más orgulloso cuando cumpla 90 años y revise mi vida, si tengo la suerte de vivir tanto tiempo, independientemente de las complejidades que cree para mí».

Un lustro después, ante la nueva victoria de Trump, el dueño del diario anunció hace apenas unos meses que la sección de opinión se enfocaría únicamente a las libertades personales y al libre mercado, lo que ocasionó la renuncia de varios de sus periodistas más emblemáticos. Parece que su apoyo era más bien quebrantable.

Y es que ya lo dice el propio Saviano en su defensa acérrima por el lenguaje: «Nunca han sido solo palabras, porque, si lo hubieran sido, no se explicaría por qué siempre han sido borradas, calladas, escondidas, tergiversadas, despedazadas, prohibidas, quemadas, perseguidas, encarceladas».

Pero el escritor, no se queda solo en las buenas intenciones y en los actos heroicos. Las mismas palabras, argumenta, sirvieron para que el periodista radiofónico Kantano Habimana detonara el genocidio de los tutsi en Ruanda, al incitar al odio, la violencia y la persecución, además de la violación de las mujeres tutsi (se calcula que entre 250.000 y 500.000 mujeres fueron agredidas sexualmente durante aquellos meses), en uno de los pasajes más terroríficos de la historia y de este libro. 

La polarización y los bulos

Grita habla de temas tan candentes como la polarización actual. «¿Sabes por qué me interesa Carl Schmitt? Porque la radicalización a la que estamos asistiendo hoy día, en política y en el debate mediático, tiene que ver con él. Schmitt vio que solo promoviendo la polarización, la contraposición, la simplificación, se podía conquistar la voluntad de la gente». O sobre los bulos y los rumores. «La deslegitimación, la difamación, la maledicencia, las leyendas urbanas son mucho más destructivas con internet y la capacidad que tiene de conectar a millones de personas».

«Lo que ha infestado internet no ha sido el ‘pueblo’, el pueblo violento y bárbaro, de bajos impulsos que buscan un cauce para desahogarse, sino una serie de autores ocultos, anónimos, desconocidos, que trabajan sin parar en plataformas pensadas para dirigir todas las emociones, todos lo deseos ingenuamente expresados en internet en el sentido que a ellos les conviene. El odio, los bulos, el linchamiento, la difamación, el ciberacoso, el jaqueo de datos personales no se han producido por causa de la ‘instintiva bestialidad del pueblo’ sino porque las plataformas han empezado a proponer a los usuarios el upgrade de sus peores instintos».

 Porque, en la era de las redes sociales y de la guerra de los datos, añade, «vale la regla de siempre: cuando estamos cabreados, cuando nos sentimos atacados excluidos, arrinconados, gastamos más y más vorazmente. Porque la rabia da más beneficio que la reflexión». A lo largo de estas páginas, Saviano, que también escribe sobre personajes como Joseph Goebbels y sobe la fábrica del pensamiento único, alerta de los peligros de luchar por una idea. Explica y argumenta cómo funciona la maquinaria difamatoria cercando a todo aquel que se pronuncie en contra de los intereses de unos pocos y cómo trabajan los asesores políticos.

Aquí, hay espacio para hablar hasta de Netanyahu y su doble moral. «El político israelí que apoya a las fuerzas ultraortodoxas de su país y reclama espacio vital entre los asentamientos del otro lado de la frontera. En realidad, a Netanyahu la identidad judía le importa poco, lo que le interesa es ganar las elecciones, lo que consigue fácilmente gracias a asesores expertos como Arthur [Finkelstein]. Lo que podría parecernos paradójico, pero no lo es, es que Netanyahu es amigo de líderes europeos que defienden ideas neonazis. Y los neonazis, como sabemos, no han dejado precisamente de odiar a los judíos», escribe irónico.

Derecho a disentir

Aboga, eso sí, por la diferencia de opiniones. «Que los diferentes, que los más disidentes se encuentren tienden hoy a impedirlo los filtros que aplican las plataformas digitales. Estos filtros son como embudos pensados para que leamos libros que desarrollan ideas que ya tenemos, escuchemos canciones parecidas a las que hemos escuchado, vayamos de vacaciones a lugares como los que ya hemos visitado».

Grita es, además de todo lo comentado, una carta que el escritor dirige a su yo adolescente y de ahí que peque a veces de utilizar un tono un tanto condescendiente o aleccionador. Inspirador y aterrador en ocasiones, su lectura es una toma de conciencia, un pulso a la necesidad de revalorizar la palabra, de detenernos a analizar con calma en un mundo donde la aceleración de los tiempos es la fórmula constante. Saviano habla de rejas. «Sin darnos cuenta –dice– vivimos encerrados en jaulas, cada cual en la suya, solo con sus semejantes. La contaminación –que es el verdadero motor del cambio– no es posible. Lo que nos separa no son las clases sociales, sino las ideas». De nuevo, otra vez las palabras, por cuya defensa y silenciamiento, todavía muchos se juegan la vida.

 Cuando Roberto Saviano estudiaba Filosofía en Nápoles, a principios del siglo XXI, anhelaba poder viajar más a Roma para visitar Campo de’ Fiori, el lugar donde  

Cuando Roberto Saviano estudiaba Filosofía en Nápoles, a principios del siglo XXI, anhelaba poder viajar más a Roma para visitar Campo de’ Fiori, el lugar donde cuatro siglos antes habían quemado vivo al filósofo Giordano Bruno, acusado de herejía. Después, a pesar de vivir en la capital italiana varios meses al año, tampoco podría. «Allí no circulan coches y, de todas maneras, no sería lo mismo verlo a través de los cristales blindados», cuenta en su último libro, Grita (Anagrama).

Hablará de ello algo más muchas páginas después, cuando cuente lo mucho que le agobian las habitaciones de los hoteles. «Hubo un tiempo en el que, cuando entraba en una, registraba cada centímetro cuadrado del techo, hurgaba en la papelera, en el armario del cuarto de baño, tras la mesita de noche, debajo de las lámparas, en las rejillas de los ventiladores; con los dedos recorría los marcos de los horribles cuadros que colgaban de las paredes, intentaba mover el televisor. No había nada. Era pura paranoia». Pero esta es la primera vez en su libro que uno es consciente de lo mucho a lo que el italiano ha tenido que renunciar en su vida diaria a cambio de contar la verdad.

Desde que en 2006 publicó su libro Gomorra, donde escribía sobre la Camorra del sur de Italia (la mafia de la región de Campania), y fue amenazado de muerte por varios capos, Saviano vive recluido y con escolta. ¿Mereció la pena? Esa es la pregunta que parece planearse el escritor a lo largo de Grita. Su respuesta es un sí rotundo de 500 páginas, construidas a partir de personajes históricos, culturales, sociales o políticos que, como él, decidieron no callarse o cuya existencia puso en evidencia las costuras del mundo en el que vivieron… y vivimos.

En esta especie de ensayo sobre el poder de las palabras, el escritor repasa la vida y obra de personajes célebres como Hipatia, Martin Luther King, Robert Capa o Pier Paolo Pasolini. Algunos más recientes como George Floyd, cuyo asesinato en plena pandemia, del que se cumplen ya cinco años, provocó populosas revueltas y dio nuevo impulso al movimiento Black Lives Matter, o Edward Snowden. Escritores como Émile Zola, que murió intoxicado por un brasero envuelto en un profundo ostracismo tras su encendida defensa al oficial francés, Alfred Dreyfus, acusado falsamente de espionaje; o como Anna Ajmátova, una de las poetas rusas más importantes de su época, que sufrió las consecuencias de oponerse a la política de Stalin.

 Algunos son particularmente crueles, si se tiene en cuenta las circunstancias del propio escritor. Ahí tenemos a la periodista Anna Politkóvskaya que, por su oposición a la guerra ruso-chechena y a las políticas de Vladímir Putin, fue asesinada en 2006, a los 48 años, mientras esperaba el ascensor de su casa cuando volvía de hacer la compra. Dos años antes había sobrevivido a un intento de envenenamiento cuando, durante un viaje en avión, se había tomado el té que una azafata le había ofrecido.

Historias no faltan, porque por suerte los valientes son muchos. Menos conocida en España es quizá la de Daphne Caruana Galizia, clave en la investigación sobre los papeles de Panamá que salpicaban al Gobierno de Joseph Muscat en Malta. A la periodista, columnista y bloguera no se le perdonó que informara sobre los paraísos fiscales y el blanqueo de dinero en su país y fue asesinada cuando al arrancar el coche para ir al banco a desbloquear sus cuentas corrientes –solían bloqueárselas a menudo a modo de presión–, se detonó una bomba.

¿Cuántas veces no habrá repasado el periodista estos y otros descuidos, como el momento del asesinato de Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul a donde acudió para poder casarse? «Las personas que viven con amenazas de muerte acaban pasando por alto sus malos presentimientos; tienen muchos y dejan de hacerles caso porque, de lo contrario, impedirían vivir, ya que todo lo que rodea al amenazado habla de muerte, de peligro, de acecho», escribe sobre el fin de este columnista de opinión conocido por ser crítico con el príncipe Mohamed bin Salmán de Arabia Saudí.

Pero Saviano, que publicó en Italia este libro en 2020, aún hila más fino y relaciona al saudí con Jeff Bezos, propietario del Washington Post, el diario donde Khashoggi escribía. Merece la pena que miremos atrás. Era entonces el primer mandato de Donald Trump y el magnate norteamericano ya había iniciado su particular guerra contra la prensa. Así lo recuerda el autor de Gomorra: «A Trump no le gusta Bezos, y no es por los bajos salarios que les paga a los empleados de Amazon o por los horarios agotadores de los mozos de almacén. ¡Ya ves lo que le importará eso a Trump!, sino porque es el dueño del Whasington Post».

En 2019, Bezos había sido extorsionado con unas imágenes íntimas en las que aparecía con Lauren Sanchez. «El poseedor de esos selfis eróticos no es ningún mirón ni está interesado en el dinero –continúa–. Es una persona que quiere silenciar a los periodistas del Washington Post. Ya sabes por qué. Sabes lo que piensa Trump, ¿no? Que los periodistas son unos privilegiados, que tienen espíritu de casta, que siempre se defienden unos a otros».

«Aunque The Post me complica muchas veces las cosas, no lamento en absoluto mi inversión –alegó entonces Bezos–. The Post es una institución crítica con una misión crítica. Mi administración de The Post y mi apoyo a su misión, que seguirá siendo inquebrantable, es una de las cosas de las que estaré más orgulloso cuando cumpla 90 años y revise mi vida, si tengo la suerte de vivir tanto tiempo, independientemente de las complejidades que cree para mí».

Un lustro después, ante la nueva victoria de Trump, el dueño del diario anunció hace apenas unos meses que la sección de opinión se enfocaría únicamente a las libertades personales y al libre mercado, lo que ocasionó la renuncia de varios de sus periodistas más emblemáticos. Parece que su apoyo era más bien quebrantable.

Y es que ya lo dice el propio Saviano en su defensa acérrima por el lenguaje: «Nunca han sido solo palabras, porque, si lo hubieran sido, no se explicaría por qué siempre han sido borradas, calladas, escondidas, tergiversadas, despedazadas, prohibidas, quemadas, perseguidas, encarceladas».

Pero el escritor, no se queda solo en las buenas intenciones y en los actos heroicos. Las mismas palabras, argumenta, sirvieron para que el periodista radiofónico Kantano Habimana detonara el genocidio de los tutsi en Ruanda, al incitar al odio, la violencia y la persecución, además de la violación de las mujeres tutsi (se calcula que entre 250.000 y 500.000 mujeres fueron agredidas sexualmente durante aquellos meses), en uno de los pasajes más terroríficos de la historia y de este libro. 

Grita habla de temas tan candentes como la polarización actual. «¿Sabes por qué me interesa Carl Schmitt? Porque la radicalización a la que estamos asistiendo hoy día, en política y en el debate mediático, tiene que ver con él. Schmitt vio que solo promoviendo la polarización, la contraposición, la simplificación, se podía conquistar la voluntad de la gente». O sobre los bulos y los rumores. «La deslegitimación, la difamación, la maledicencia, las leyendas urbanas son mucho más destructivas con internet y la capacidad que tiene de conectar a millones de personas».

«Lo que ha infestado internet no ha sido el ‘pueblo’, el pueblo violento y bárbaro, de bajos impulsos que buscan un cauce para desahogarse, sino una serie de autores ocultos, anónimos, desconocidos, que trabajan sin parar en plataformas pensadas para dirigir todas las emociones, todos lo deseos ingenuamente expresados en internet en el sentido que a ellos les conviene. El odio, los bulos, el linchamiento, la difamación, el ciberacoso, el jaqueo de datos personales no se han producido por causa de la ‘instintiva bestialidad del pueblo’ sino porque las plataformas han empezado a proponer a los usuarios el upgrade de sus peores instintos».

 Porque, en la era de las redes sociales y de la guerra de los datos, añade, «vale la regla de siempre: cuando estamos cabreados, cuando nos sentimos atacados excluidos, arrinconados, gastamos más y más vorazmente. Porque la rabia da más beneficio que la reflexión». A lo largo de estas páginas, Saviano, que también escribe sobre personajes como Joseph Goebbels y sobe la fábrica del pensamiento único, alerta de los peligros de luchar por una idea. Explica y argumenta cómo funciona la maquinaria difamatoria cercando a todo aquel que se pronuncie en contra de los intereses de unos pocos y cómo trabajan los asesores políticos.

Aquí, hay espacio para hablar hasta de Netanyahu y su doble moral. «El político israelí que apoya a las fuerzas ultraortodoxas de su país y reclama espacio vital entre los asentamientos del otro lado de la frontera. En realidad, a Netanyahu la identidad judía le importa poco, lo que le interesa es ganar las elecciones, lo que consigue fácilmente gracias a asesores expertos como Arthur [Finkelstein]. Lo que podría parecernos paradójico, pero no lo es, es que Netanyahu es amigo de líderes europeos que defienden ideas neonazis. Y los neonazis, como sabemos, no han dejado precisamente de odiar a los judíos», escribe irónico.

Aboga, eso sí, por la diferencia de opiniones. «Que los diferentes, que los más disidentes se encuentren tienden hoy a impedirlo los filtros que aplican las plataformas digitales. Estos filtros son como embudos pensados para que leamos libros que desarrollan ideas que ya tenemos, escuchemos canciones parecidas a las que hemos escuchado, vayamos de vacaciones a lugares como los que ya hemos visitado».

Grita es, además de todo lo comentado, una carta que el escritor dirige a su yo adolescente y de ahí que peque a veces de utilizar un tono un tanto condescendiente o aleccionador. Inspirador y aterrador en ocasiones, su lectura es una toma de conciencia, un pulso a la necesidad de revalorizar la palabra, de detenernos a analizar con calma en un mundo donde la aceleración de los tiempos es la fórmula constante. Saviano habla de rejas. «Sin darnos cuenta –dice– vivimos encerrados en jaulas, cada cual en la suya, solo con sus semejantes. La contaminación –que es el verdadero motor del cambio– no es posible. Lo que nos separa no son las clases sociales, sino las ideas». De nuevo, otra vez las palabras, por cuya defensa y silenciamiento, todavía muchos se juegan la vida.

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