Gabriele Münter, la gran dama del expresionismo alemán

Siempre escapó a la norma: desde joven fumaba, en un acto de equiparación al género masculino, practicaba deporte, montaba en bicicleta en señal de emancipación femenina e hizo del arte su profesión cuando este universo estaba dominado por los hombres. Puede que el nombre de Gabriele Münter (1877-1962) resulte desconocido, pero en 1911 fue una de las fundadoras de Der Blaue Reiter (El Jinete Azul), el grupo de expresionistas asentado en Múnich que apostó por un arte vinculado a lo espiritual pero sin rígidas normas que cumplir.

Conocida en el mundo germánico, el Museo Thyssen-Bornemisza le dedica por primera vez en España una retrospectiva que reúne un centenar de piezas entre pinturas, fotografías, dibujos y grabados. Bajo el título de Gabriele Münter. La gran pintora expresionista, la pinacoteca madrileña recorre cinco décadas de trayectoria a través de las que se puede conocer el ámbito más cercano de la artista, sus inspiraciones y sus temáticas más repetidas.

Gabriele Münter nace en 1877 en Berlín en el seno de una familia acomodada que le proporciona la formación que sus inquietudes requieren. Desde pequeña muestra interés en el dibujo y con 17 años realiza algunos cursos en Düsseldorf. Junto a su hermana, en 1899 emprende un viaje por Estados Unidos para conocer a la familia materna que sus padres habían dejado con el estallido de la Guerra Civil americana para regresar a su país de origen. El recorrido, que le lleva desde Nueva York hasta San Luis, Missouri, Arkansas y Texas, para adentrarse también en territorios más remotos y rurales, lo captura con una cámara de fotos portátil de la marca Kodak que le habían regalado.

A pesar de ser una fotógrafa amateur, la mirada de Münter es incisiva y analítica y deja intuir algunas de las bases de la pintura que practicará más tarde. Marta Ruiz del Árbol, conservadora de Pintura Moderna del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y comisaria de la exposición junto a Isabelle Jansen y Mattias Mühling, directora y presidente de The Gabriele Münter and Johannes Eichner Foundation, recuerda que la fotografía permite a Münter explorar temáticas y educar su mirada. «Hasta entonces se había dedicado a pintar figuras humanas, pero en sus fotografías aparecen temas que serán clave en su pintura como son el paisaje, los bodegones, los interiores domésticos, la cultura popular o el mundo del trabajo», apunta.

En 1901, Münter regresa a Alemania e inicia un periodo de formación en la escuela Phalanx de Múnich, donde las mujeres podían pintar del natural, aunque aún no tenían permitido el acceso a la academia. Allí conoce a Kandinsky, fundador y profesor de la escuela que se convierte en una figura principal en su vida. Sus excursiones para pintar al aire libre, sus clases y sus consejos en torno a los colores llevaron a Münter a abandonar su primera inclinación hacia la escultura para explorar de manera directa la pintura.

Influencia de París y los Alpes

Implicados en una relación sentimental que se convierte en un escándalo porque Kandinsky estaba casado, la pareja recorre Europa y el norte de África entre 1904 y 1906 en busca de inspiración creativa. A su vuelta se instalan durante un año en París, donde la artista visita exposiciones de Van Gogh, Gauguin o Matisse, que ejercen una clara influencia en su visión de la pintura. Esta etapa, comenta la comisaria, es importante porque «gran parte de los avances que se atribuyen a la estancia en Murnau tienen su origen en la capital francesa».

Su etapa en París acaba en 1908, año en el que deciden instalarse en Múnich y descubren el pintoresco pueblo de Murnau, situado a una hora al sur, con los Alpes como vista privilegiada. «Deciden pasar unas semanas allí junto con sus amigos Alexej von Jawlensky y Marianne von Werefkin y aquellas vacaciones lo cambian todo», apunta Ruiz del Árbol. Los cuatro trabajan en unas obras que se consideran fundacionales de la vertiente expresionista del sur de Alemania y en este contexto Münter se libera de las ataduras de su pintura, empieza a reducir los colores y a abstraer las figuras hasta convertirlas en una versión simplificada de lo que ve. En 1909 repiten esta experiencia y Münter, que había podido mantenerse con las rentas de la herencia de su padre, compra una casa que se convertirá en su refugio.

Gabriele Münter es una artista que representa todo aquello que la rodea: desde las vistas de Murnau, sus casas y sus calles hasta sus familiares, amigos y habitantes de la localidad. Para ella, «pintar retratos es la tarea más audaz y difícil, la más espiritual, la más extrema para una artista». Münter siente predilección por las mujeres y los niños y tras el cambio de estilo que ha ido desarrollando, sus retratos adquieren colores más intensos, formas simplificadas y contornos oscuros. No obstante, con tan solo unas pocas pinceladas consigue imprimirles una carga psicológica que en ocasiones recuerda a la pintura de Munch.

La trayectoria de Münter se desenvuelve entre varias temáticas tradicionales que se repiten a lo largo de los años. Además de los retratos, sobresale una serie de bodegones y unos interiores domésticos que realiza entre 1909 y el estallido de la Primera Guerra Mundial, contienda que le lleva a vivir entre Múnich y Murnau. Allí, junto a Kandinsky, decide llevar una vida más sencilla, alejada de las necesidades de la ciudad, visten trajes típicos bávaros y cultivan la tierra para reducir las necesidades a lo explícitamente necesario. En este contexto, todo lo que encuentra a su alrededor, como la tradicional pintura al vidrio o las figuras religiosas, se convierte en un protagonista de unos bodegones en los que se aleja de las habituales escenas de naturalezas muertas.

Vista de una sala de la exposición. | Museo Thyssen-Bornemisza

Creación de El Jinete Azul

Los cuatro amigos que en unas vacaciones en Murnau habían fundado La Nueva Asociación de Artistas de Múnich comienzan a tener fricciones con otros más conservadores que forman parte del círculo. Una de las normas que tenía el grupo era el tamaño de los cuadros y cuando Kandinsky quiere presentar su Composición n.º5, que excede de las medidas, ven la excusa perfecta para abandonar el grupo y crear El jinete azul. «Los artistas de este grupo no comparten lenguaje formal pero sí algunas ideas y objetivos como la batalla de lo espiritual contra lo material», recuerda Marta Ruiz del Árbol.

Cada uno de ellos es libre de expresar su «necesidad interior», como lo expresaba Kandinsky, de modo que desarrollan su propio estilo. En paralelo a las exposiciones que hacen en conjunto como grupo, Münter también expone de manera individual, llegando a convertirse en una figura de vanguardia en Múnich. Su cámara de fotos, además, juega un papel importante cuando decide retratar tanto a los integrantes del grupo como a las propias exposiciones.

Pero no todo en la trayectoria de la artista es un camino fácil y el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 hace que Kandinsky tenga que regresar a Rusia. La pareja decide buscar un lugar neutro en el que poder encontrarse de modo que Münter se instala en Estocolmo, ciudad en la que ya había expuesto su obra antes. Allí, es recibida como una gran figura de la pintura y comienza a formar su propio círculo de amistades y artistas que habían sido educados con Matisse en París. En esta época, «el impresionismo más suave se deja ver en sus obras y sus colores se suavizan», matiza la comisaria. Motivos hasta entonces no abordados como las ventanas, se cuelan en sus pinturas.

Cuando en 1920 decide regresar a Alemania, la artista descubre que Kandinsky sigue vivo, que se ha casado y tiene un hijo en Rusia. En este contexto, Münter atraviesa un periodo nómada que le lleva a vivir en casas de diferentes amigos y familiares en distintas ciudades. Durante este intenso periodo, la artista recupera su afición por el dibujo, al tiempo que se acerca a la Nueva Objetividad, una nueva corriente que se convierte en el lenguaje mayoritario en Alemania.

El refugio de Murnau

Sus años de peregrinaje terminan en 1931 con su traslado definitivo a Murnau, donde retoma el expresionismo que le lleva a pintar las calles y los paisajes de un pueblo que ha empezado a cambiar. Instalada allí junto a Johannes Eichner, su nueva pareja, un crítico de arte que le incita a adaptarse al gusto del régimen de Hitler para poder sobrevivir, Münter retrató el trabajo que unos obreros realizan en la localidad para los Juegos de Invierno de 1937 que tan importantes resultaban al líder nazi.

Con el objetivo de no ser considerada una «artista degenerada» y escapar a las políticas culturales del régimen de Hitler, su nueva pareja conecta su trabajo Münter con el arte popular y con lo naif en lugar de acercarla a las vanguardias. Alejada del bullicio, en 1938 Münter expone por última vez y decide reducir sus apariciones públicas, aunque sigue trabajando en unas pinturas en las que, en ocasiones, recupera piezas anteriores que introduce en sus nuevas creaciones.

El final de la contienda trae consigo la recuperación de su figura con varios coleccionistas que deciden llevar su obra a Estados Unidos. En su pequeño refugio, Münter guarda durante los últimos años de su vida muchas de sus obras, junto a otras de sus compañeros y amigos de El Jinete Azul. Cuando en 1957 cumple 80 años, la artista decide donar toda su colección a la Lenbachhaus de Múnich, encargada desde entonces de gestionar su legado. Reconocida en vida, pero ensombrecida por Kandinsky después, ahora es el momento de reivindicar su papel protagonista en el expresionismo alemán.

 Siempre escapó a la norma: desde joven fumaba, en un acto de equiparación al género masculino, practicaba deporte, montaba en bicicleta en señal de emancipación femenina  

Siempre escapó a la norma: desde joven fumaba, en un acto de equiparación al género masculino, practicaba deporte, montaba en bicicleta en señal de emancipación femenina e hizo del arte su profesión cuando este universo estaba dominado por los hombres. Puede que el nombre de Gabriele Münter (1877-1962) resulte desconocido, pero en 1911 fue una de las fundadoras de Der Blaue Reiter (El Jinete Azul), el grupo de expresionistas asentado en Múnich que apostó por un arte vinculado a lo espiritual pero sin rígidas normas que cumplir.

Conocida en el mundo germánico, el Museo Thyssen-Bornemisza le dedica por primera vez en España una retrospectiva que reúne un centenar de piezas entre pinturas, fotografías, dibujos y grabados. Bajo el título de Gabriele Münter. La gran pintora expresionista, la pinacoteca madrileña recorre cinco décadas de trayectoria a través de las que se puede conocer el ámbito más cercano de la artista, sus inspiraciones y sus temáticas más repetidas.

Gabriele Münter nace en 1877 en Berlín en el seno de una familia acomodada que le proporciona la formación que sus inquietudes requieren. Desde pequeña muestra interés en el dibujo y con 17 años realiza algunos cursos en Düsseldorf. Junto a su hermana, en 1899 emprende un viaje por Estados Unidos para conocer a la familia materna que sus padres habían dejado con el estallido de la Guerra Civil americana para regresar a su país de origen. El recorrido, que le lleva desde Nueva York hasta San Luis, Missouri, Arkansas y Texas, para adentrarse también en territorios más remotos y rurales, lo captura con una cámara de fotos portátil de la marca Kodak que le habían regalado.

A pesar de ser una fotógrafa amateur, la mirada de Münter es incisiva y analítica y deja intuir algunas de las bases de la pintura que practicará más tarde. Marta Ruiz del Árbol, conservadora de Pintura Moderna del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y comisaria de la exposición junto a Isabelle Jansen y Mattias Mühling, directora y presidente de The Gabriele Münter and Johannes Eichner Foundation, recuerda que la fotografía permite a Münter explorar temáticas y educar su mirada. «Hasta entonces se había dedicado a pintar figuras humanas, pero en sus fotografías aparecen temas que serán clave en su pintura como son el paisaje, los bodegones, los interiores domésticos, la cultura popular o el mundo del trabajo», apunta.

En 1901, Münter regresa a Alemania e inicia un periodo de formación en la escuela Phalanx de Múnich, donde las mujeres podían pintar del natural, aunque aún no tenían permitido el acceso a la academia. Allí conoce a Kandinsky, fundador y profesor de la escuela que se convierte en una figura principal en su vida. Sus excursiones para pintar al aire libre, sus clases y sus consejos en torno a los colores llevaron a Münter a abandonar su primera inclinación hacia la escultura para explorar de manera directa la pintura.

Implicados en una relación sentimental que se convierte en un escándalo porque Kandinsky estaba casado, la pareja recorre Europa y el norte de África entre 1904 y 1906 en busca de inspiración creativa. A su vuelta se instalan durante un año en París, donde la artista visita exposiciones de Van Gogh, Gauguin o Matisse, que ejercen una clara influencia en su visión de la pintura. Esta etapa, comenta la comisaria, es importante porque «gran parte de los avances que se atribuyen a la estancia en Murnau tienen su origen en la capital francesa».

Su etapa en París acaba en 1908, año en el que deciden instalarse en Múnich y descubren el pintoresco pueblo de Murnau, situado a una hora al sur, con los Alpes como vista privilegiada. «Deciden pasar unas semanas allí junto con sus amigos Alexej von Jawlensky y Marianne von Werefkin y aquellas vacaciones lo cambian todo», apunta Ruiz del Árbol. Los cuatro trabajan en unas obras que se consideran fundacionales de la vertiente expresionista del sur de Alemania y en este contexto Münter se libera de las ataduras de su pintura, empieza a reducir los colores y a abstraer las figuras hasta convertirlas en una versión simplificada de lo que ve. En 1909 repiten esta experiencia y Münter, que había podido mantenerse con las rentas de la herencia de su padre, compra una casa que se convertirá en su refugio.

Gabriele Münter es una artista que representa todo aquello que la rodea: desde las vistas de Murnau, sus casas y sus calles hasta sus familiares, amigos y habitantes de la localidad. Para ella, «pintar retratos es la tarea más audaz y difícil, la más espiritual, la más extrema para una artista». Münter siente predilección por las mujeres y los niños y tras el cambio de estilo que ha ido desarrollando, sus retratos adquieren colores más intensos, formas simplificadas y contornos oscuros. No obstante, con tan solo unas pocas pinceladas consigue imprimirles una carga psicológica que en ocasiones recuerda a la pintura de Munch.

La trayectoria de Münter se desenvuelve entre varias temáticas tradicionales que se repiten a lo largo de los años. Además de los retratos, sobresale una serie de bodegones y unos interiores domésticos que realiza entre 1909 y el estallido de la Primera Guerra Mundial, contienda que le lleva a vivir entre Múnich y Murnau. Allí, junto a Kandinsky, decide llevar una vida más sencilla, alejada de las necesidades de la ciudad, visten trajes típicos bávaros y cultivan la tierra para reducir las necesidades a lo explícitamente necesario. En este contexto, todo lo que encuentra a su alrededor, como la tradicional pintura al vidrio o las figuras religiosas, se convierte en un protagonista de unos bodegones en los que se aleja de las habituales escenas de naturalezas muertas.

Vista de una sala de la exposición. | Museo Thyssen-Bornemisza

Los cuatro amigos que en unas vacaciones en Murnau habían fundado La Nueva Asociación de Artistas de Múnich comienzan a tener fricciones con otros más conservadores que forman parte del círculo. Una de las normas que tenía el grupo era el tamaño de los cuadros y cuando Kandinsky quiere presentar su Composición n.º5, que excede de las medidas, ven la excusa perfecta para abandonar el grupo y crear El jinete azul. «Los artistas de este grupo no comparten lenguaje formal pero sí algunas ideas y objetivos como la batalla de lo espiritual contra lo material», recuerda Marta Ruiz del Árbol.

Cada uno de ellos es libre de expresar su «necesidad interior», como lo expresaba Kandinsky, de modo que desarrollan su propio estilo. En paralelo a las exposiciones que hacen en conjunto como grupo, Münter también expone de manera individual, llegando a convertirse en una figura de vanguardia en Múnich. Su cámara de fotos, además, juega un papel importante cuando decide retratar tanto a los integrantes del grupo como a las propias exposiciones.

Pero no todo en la trayectoria de la artista es un camino fácil y el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 hace que Kandinsky tenga que regresar a Rusia. La pareja decide buscar un lugar neutro en el que poder encontrarse de modo que Münter se instala en Estocolmo, ciudad en la que ya había expuesto su obra antes. Allí, es recibida como una gran figura de la pintura y comienza a formar su propio círculo de amistades y artistas que habían sido educados con Matisse en París. En esta época, «el impresionismo más suave se deja ver en sus obras y sus colores se suavizan», matiza la comisaria. Motivos hasta entonces no abordados como las ventanas, se cuelan en sus pinturas.

Cuando en 1920 decide regresar a Alemania, la artista descubre que Kandinsky sigue vivo, que se ha casado y tiene un hijo en Rusia. En este contexto, Münter atraviesa un periodo nómada que le lleva a vivir en casas de diferentes amigos y familiares en distintas ciudades. Durante este intenso periodo, la artista recupera su afición por el dibujo, al tiempo que se acerca a la Nueva Objetividad, una nueva corriente que se convierte en el lenguaje mayoritario en Alemania.

Sus años de peregrinaje terminan en 1931 con su traslado definitivo a Murnau, donde retoma el expresionismo que le lleva a pintar las calles y los paisajes de un pueblo que ha empezado a cambiar. Instalada allí junto a Johannes Eichner, su nueva pareja, un crítico de arte que le incita a adaptarse al gusto del régimen de Hitler para poder sobrevivir, Münter retrató el trabajo que unos obreros realizan en la localidad para los Juegos de Invierno de 1937 que tan importantes resultaban al líder nazi.

Con el objetivo de no ser considerada una «artista degenerada» y escapar a las políticas culturales del régimen de Hitler, su nueva pareja conecta su trabajo Münter con el arte popular y con lo naif en lugar de acercarla a las vanguardias. Alejada del bullicio, en 1938 Münter expone por última vez y decide reducir sus apariciones públicas, aunque sigue trabajando en unas pinturas en las que, en ocasiones, recupera piezas anteriores que introduce en sus nuevas creaciones.

El final de la contienda trae consigo la recuperación de su figura con varios coleccionistas que deciden llevar su obra a Estados Unidos. En su pequeño refugio, Münter guarda durante los últimos años de su vida muchas de sus obras, junto a otras de sus compañeros y amigos de El Jinete Azul. Cuando en 1957 cumple 80 años, la artista decide donar toda su colección a la Lenbachhaus de Múnich, encargada desde entonces de gestionar su legado. Reconocida en vida, pero ensombrecida por Kandinsky después, ahora es el momento de reivindicar su papel protagonista en el expresionismo alemán.

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