Fusilar a Jesucristo: Madrid, 1936

Hoy vamos con uno de esos episodios de la Guerra Civil que muestran la vileza del ser humano, y algo mas. Me refiero a la necesidad de todo proceso revolucionario de acabar con la mitad de la sociedad para llegar a su utopía. Bajo ese utopismo buenista hay un odio evidente hacia el que piensa y vive de otra manera, que se desata a la mínima oportunidad. De ahí la represión, los asesinatos y torturas en retaguardia durante la Guerra Civil.

León XIII dedicó la encíclica Annum Sacrum a la consagración de la Humanidad al Sagrado Corazón de Jesús el 25 de mayo de 1899. No era la primera vez, pero el Papa quería movilizar al catolicismo en una manifestación de fe popular para romper esa «especie de muro entre la Iglesia y la sociedad civil» que, decía, habían levantado los Estados.

La encíclica alertaba de la acción de gobiernos que querían eliminar la religión de la vida pública, y «si les fuera posible hasta expulsarían a Dios de la misma Tierra». Por eso, concluyó, «soñamos en una forma de veneración más imponente aún». El Papa consiguió movilizar a los católicos de todo el mundo. En Sevilla y Bilbao, por ejemplo, se edificaron monumentos de Consagración. Pero el más famoso fue el erigido en el Cerro de los Ángeles, en la madrileña localidad de Getafe.

La construcción se hizo con la aportación de los feligreses y cuantiosas donaciones. La mayor fue la de Juan Mariano de Goyeneche, conde de Guaqui, que donó una imagen de Jesús de nueve metros de altura que coronaba el conjunto escultórico. A un lado estaba representada la Humanidad ‘santificad’, y al otro la que «tiende a santificarse», obras del escultor Aniceto Marinas y el arquitecto Carlos Maura. Alfonso XIII lo inauguró el 30 de junio de 1919.

El monumento al Sagrado Corazón de Jesús del Cerro de los Ángeles se convirtió en un lugar de culto en un momento de peligrosa politización de la vida pública española. Un buen ejemplo es la obra de Enrique Jardiel Poncela titulada La tournée de Dios, en la que contaba con humor la situación social de la España de la época haciendo descender a Dios precisamente en el Cerro.

Sigamos con el contexto. Es sabido que tras la proclamación de la República se desató una ola anticlerical, consentida por el Gobierno Provisional, que supuso el ataque a iglesias y centros religiosos. Fueron los días 11 y 12 de mayo de 1931. El asunto se originó porque la izquierda no quiso que se fundara en Madrid un círculo monárquico.

Es curioso, pero durante la Restauración sí podía haber legalmente republicanos, pero durante la República era intolerable. También es paradójico, o ridículo, que algunos historiadores justifiquen esta violencia hablando de reacción espontánea contra el «poder de la  Iglesia durante siglos». El caso es que la protesta derivó en jornadas de anticlericalismo en Madrid y en otras capitales, hubo mucha violencia, y ardieron alrededor de 200 establecimientos religiosos. Ante esta situación, los católicos se organizaron para defender su fe y sus lugares de culto. Entre ellos, el Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles. El complejo era custodiado por jóvenes de Acción Católica, que hacían guardia para velar la Consagración de los frecuentes ataques anticlericales.

Y llegó la Guerra Civil. El sábado 18 de julio, por la tarde, se dirigieron al Cerro de los Ángeles unos treinta congregantes de las Compañías de Obreros de San José y del Sagrado Corazón de Jesús para realizar la vigilia de adoración nocturna al Santísimo Sacramento. Tras la misa de medianoche, en la madrugada del domingo 19, la mayoría de los congregantes regresaron a Madrid, incluido Fidel de Pablo García, vocal de piedad de la Acción Católica de la parroquia del Espíritu Santo, y el sacerdote José María Vegas Pérez. Por cierto, estos dos fueron asesinados después. El sacerdote en Paracuellos del Jarama, y Fidel de Pablo, tras pasar por una checa, fue llevado a la carretera de Valencia y fusilado.

De aquel grupo de católicos cinco decidieron quedarse para mantener una «guardia de honor» al Sagrado Corazón de Jesús, esperando la inminente llegada de las tropas. Eran dos chicos de 19 años, otro de 21 y dos hombres de 31 y 40 años, todos ellos trabajadores manuales. Su error fue bajar a comer a la taberna de Perales del Río y santiguarse. La señal de la cruz no pasó desapercibida, y alguien alertó a los milicianos.

Así, el 23 de julio de 1936, un grupo de milicianos asaltó el Cerro de los Ángeles y asesinó a los cinco jóvenes católicos que lo custodiaban. Luego decidieron destruir el monumento. Empezaron fusilando la estatua de Jesús, el 28 de julio, hecho que quedó inmortalizado en una foto que dio la vuelta al mundo. La secuencia fue filmada por un equipo cinematográfico anarquista llegado desde Madrid para la ocasión. La toma fue de siete segundos, y fue emitida por el noticiario británico British Paramount News. Esto provocó indignación en el mundo católico, y se produjo el alistamiento en Irlanda y Rumanía de unas brigadas para viajar a España a defender el cristianismo. Llegaron unos 700 irlandeses que se incorporaron a la Legión y a la Falange, y un grupo nutrido de rumanos de la Guardia de Hierro.

Los milicianos siguieron con la destrucción del Monumento. Ataron la imagen de Jesús a un tractor e intentaron derribarla sin conseguirlo porque pesaba 900 toneladas. Al día siguiente acudieron con mazas para demolerlo, pero solo lo deterioraron. La solución fue dinamitar la base de la estructura, y así se hizo el 7 de agosto. El ayuntamiento de Getafe rebautizó el lugar como ‘Cerro Rojo’.

La guerra continuó. Una vez las tropas franquistas tomaron el lugar pusieron una cruz blanca y una bandera de España donde antes estaba el monumento. En 1944 se inició su reconstrucción, que no se concluyó hasta 1965. La obra se encargó a Luis Quijada y a Pedro Muguruza, autor de la Ciudad Universitaria de Madrid y del Valle de los Caídos. Los restos del antiguo se dejaron frente al nuevo, compuesto por un Cristo de 11,50 metros y cuatro conjuntos que representaban a la España misionera, la defensora de la fe, la Iglesia militante y la triunfante, con figuras de Isabel la Católica, Don Pelayo, Hernán Cortés o Santa Teresa de Jesús.

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 Hoy vamos con uno de esos episodios de la Guerra Civil que muestran la vileza del ser humano, y algo mas. Me refiero a la necesidad  

Hoy vamos con uno de esos episodios de la Guerra Civil que muestran la vileza del ser humano, y algo mas. Me refiero a la necesidad de todo proceso revolucionario de acabar con la mitad de la sociedad para llegar a su utopía. Bajo ese utopismo buenista hay un odio evidente hacia el que piensa y vive de otra manera, que se desata a la mínima oportunidad. De ahí la represión, los asesinatos y torturas en retaguardia durante la Guerra Civil.

León XIII dedicó la encíclica Annum Sacrum a la consagración de la Humanidad al Sagrado Corazón de Jesús el 25 de mayo de 1899. No era la primera vez, pero el Papa quería movilizar al catolicismo en una manifestación de fe popular para romper esa «especie de muro entre la Iglesia y la sociedad civil» que, decía, habían levantado los Estados.

La encíclica alertaba de la acción de gobiernos que querían eliminar la religión de la vida pública, y «si les fuera posible hasta expulsarían a Dios de la misma Tierra». Por eso, concluyó, «soñamos en una forma de veneración más imponente aún». El Papa consiguió movilizar a los católicos de todo el mundo. En Sevilla y Bilbao, por ejemplo, se edificaron monumentos de Consagración. Pero el más famoso fue el erigido en el Cerro de los Ángeles, en la madrileña localidad de Getafe.

La construcción se hizo con la aportación de los feligreses y cuantiosas donaciones. La mayor fue la de Juan Mariano de Goyeneche, conde de Guaqui, que donó una imagen de Jesús de nueve metros de altura que coronaba el conjunto escultórico. A un lado estaba representada la Humanidad ‘santificad’, y al otro la que «tiende a santificarse», obras del escultor Aniceto Marinas y el arquitecto Carlos Maura. Alfonso XIII lo inauguró el 30 de junio de 1919.

El monumento al Sagrado Corazón de Jesús del Cerro de los Ángeles se convirtió en un lugar de culto en un momento de peligrosa politización de la vida pública española. Un buen ejemplo es la obra de Enrique Jardiel Poncela titulada La tournée de Dios, en la que contaba con humor la situación social de la España de la época haciendo descender a Dios precisamente en el Cerro.

Sigamos con el contexto. Es sabido que tras la proclamación de la República se desató una ola anticlerical, consentida por el Gobierno Provisional, que supuso el ataque a iglesias y centros religiosos. Fueron los días 11 y 12 de mayo de 1931. El asunto se originó porque la izquierda no quiso que se fundara en Madrid un círculo monárquico.

Es curioso, pero durante la Restauración sí podía haber legalmente republicanos, pero durante la República era intolerable. También es paradójico, o ridículo, que algunos historiadores justifiquen esta violencia hablando de reacción espontánea contra el «poder de la  Iglesia durante siglos». El caso es que la protesta derivó en jornadas de anticlericalismo en Madrid y en otras capitales, hubo mucha violencia, y ardieron alrededor de 200 establecimientos religiosos. Ante esta situación, los católicos se organizaron para defender su fe y sus lugares de culto. Entre ellos, el Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles. El complejo era custodiado por jóvenes de Acción Católica, que hacían guardia para velar la Consagración de los frecuentes ataques anticlericales.

Y llegó la Guerra Civil. El sábado 18 de julio, por la tarde, se dirigieron al Cerro de los Ángeles unos treinta congregantes de las Compañías de Obreros de San José y del Sagrado Corazón de Jesús para realizar la vigilia de adoración nocturna al Santísimo Sacramento. Tras la misa de medianoche, en la madrugada del domingo 19, la mayoría de los congregantes regresaron a Madrid, incluido Fidel de Pablo García, vocal de piedad de la Acción Católica de la parroquia del Espíritu Santo, y el sacerdote José María Vegas Pérez. Por cierto, estos dos fueron asesinados después. El sacerdote en Paracuellos del Jarama, y Fidel de Pablo, tras pasar por una checa, fue llevado a la carretera de Valencia y fusilado.

De aquel grupo de católicos cinco decidieron quedarse para mantener una «guardia de honor» al Sagrado Corazón de Jesús, esperando la inminente llegada de las tropas. Eran dos chicos de 19 años, otro de 21 y dos hombres de 31 y 40 años, todos ellos trabajadores manuales. Su error fue bajar a comer a la taberna de Perales del Río y santiguarse. La señal de la cruz no pasó desapercibida, y alguien alertó a los milicianos.

Así, el 23 de julio de 1936, un grupo de milicianos asaltó el Cerro de los Ángeles y asesinó a los cinco jóvenes católicos que lo custodiaban. Luego decidieron destruir el monumento. Empezaron fusilando la estatua de Jesús, el 28 de julio, hecho que quedó inmortalizado en una foto que dio la vuelta al mundo. La secuencia fue filmada por un equipo cinematográfico anarquista llegado desde Madrid para la ocasión. La toma fue de siete segundos, y fue emitida por el noticiario británico British Paramount News. Esto provocó indignación en el mundo católico, y se produjo el alistamiento en Irlanda y Rumanía de unas brigadas para viajar a España a defender el cristianismo. Llegaron unos 700 irlandeses que se incorporaron a la Legión y a la Falange, y un grupo nutrido de rumanos de la Guardia de Hierro.

Los milicianos siguieron con la destrucción del Monumento. Ataron la imagen de Jesús a un tractor e intentaron derribarla sin conseguirlo porque pesaba 900 toneladas. Al día siguiente acudieron con mazas para demolerlo, pero solo lo deterioraron. La solución fue dinamitar la base de la estructura, y así se hizo el 7 de agosto. El ayuntamiento de Getafe rebautizó el lugar como ‘Cerro Rojo’.

La guerra continuó. Una vez las tropas franquistas tomaron el lugar pusieron una cruz blanca y una bandera de España donde antes estaba el monumento. En 1944 se inició su reconstrucción, que no se concluyó hasta 1965. La obra se encargó a Luis Quijada y a Pedro Muguruza, autor de la Ciudad Universitaria de Madrid y del Valle de los Caídos. Los restos del antiguo se dejaron frente al nuevo, compuesto por un Cristo de 11,50 metros y cuatro conjuntos que representaban a la España misionera, la defensora de la fe, la Iglesia militante y la triunfante, con figuras de Isabel la Católica, Don Pelayo, Hernán Cortés o Santa Teresa de Jesús.

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