Dice el autor, al final del prólogo, que el suyo es un libro «producto de una pasión que busca sus razones». Les hablo de Forever Cinema (Confluencias) de Manuel Arias Maldonado, que reúne textos sobre el séptimo arte, previamente publicados en diversos medios, incluido este. Aclaración para el lector suspicaz: juro por Billy Wilder que ni conozco personalmente al autor ni este artículo nace de una sugerencia del puente de mando del periódico. Si he decidido comentarles este libro es porque Arias Maldonado me parece una de las personas que mejor y más cabalmente escribe sobre cine en este país. Y porque no se trata de una mera acumulación de artículos de ocasión, sino de una muy bien orquestada reunión de textos –de más enjundia y más longitud que una simple reseña–, que proponen un recorrido –inevitablemente incompleto, claro– por la evolución histórica del cine.
El peso de la crítica –tanto cinematográfica como literaria– en este país ya no es el que fue. La autoritas del crítico como prescriptor y como reverenciada y temida figura que creaba y destruía carreras ha pasado a la historia. ¿Recuerdan aquellos tiempos en que los escritores abrían temblorosos las páginas del suplemento literario más influyente de España para comprobar si ese sábado les tocaba a ellos ser sacrificados en el altar del canon de las letras del que el crítico estrella de turno era el celoso guardián? Y los viernes, día de estrenos, eran los directores de cine los que se enfrentaban a los zarpazos y las despiadadas ironías del crítico del ramo que podía fulminarlos sin necesidad de argumentos muy elaborados, solo destilando mala baba.
Esos tiempos han pasado a la historia y a los críticos nos toca asumir que hoy tiene más capacidad de influencia un youtuber o un tiktoker con desparpajo que el más fino, preparado y erudito analista. Toda una cura de humildad. No es motivo de celebración que se haya impuesto la horizontalidad –un problemático «cualquier opinión es igual de válida»–, pero por otro lado no hay ejercicio más cruel que colocar al experto frente a su hemeroteca: son pocos los que pasan con nota el examen. Repasar lo que algunos críticos dijeron en el momento de su estreno de películas hoy sagradas como El gran Lebowsky o El resplandor es devastador.
Por eso, una de las virtudes de Arias Maldonado es su sensatez y modestia: tiene claro que el crítico es falible y con el tiempo –o con un simple segundo visionado de una película– puede cambiar de opinión. Eso no quiere decir que la prudencia imponga no tomar nunca partido ni arriesgarse a expresar puntos de vista contundentes, pero sí invita a bajarse los humos y moderar las ínfulas. Tal vez el hecho de que Arias Maldonado sea catedrático de Ciencia Política –ha escrito varios tratados sobre la materia– y no un profesional de la crítica, le ayuda a mantener la cordura al abordar su pasión por el cine. Demostró su valía en estos menesteres con su estupendo libro sobre Vértigo de Hitchcock, Ficción fatal (Taurus) y vuelve a hacerlo con este.
En el prólogo nos anuncia que «en las páginas que siguen, el amor por las películas adopta la forma de un razonamiento». ¡Bendito sea! Como lector, no busco estar siempre de acuerdo con el autor al que leo, lo que sí le pido es que me ofrezca argumentos solventes. Por ejemplo, no comparto las valoraciones que Arias Maldonado hace de La zona de interés de Jonathan Glazer, pero entiendo su argumentación, que me enriquece la perspectiva sobre la película. Estamos a años luz de esas críticas que consisten en meros exabruptos emocionales basados en elaboraciones de tanto rigor intelectual como que si me ha llegado al alma o me ha dejado frío.
Un muerto muy vivo
Siguiente aseveración de Arias Maldonado digna de elogio: «Quiere así decirse que las noticias de la muerte del cine han sido exageradas: este muerto sigue estando muy vivo». Y añade: «De momento, hay cine para rato». ¡Sí! Cada vez que un cenizo se pone a pontificar sobre que ya no se hacen películas como las de antes y que el cine de hoy es una porquería, me entran instintos asesinos. Oiga, será que ya está usted mayorcete y le da pereza salir de su zona de confort, porque cada año se estrenan un puñado de grandes películas. Aunque tampoco conviene ponerse ditirámbico, como sucedió hace unos años con la histeria colectiva desatada con las series de televisión. Veamos, que aparezca una obra maestra por semana es un imposible metafísico.
Hay un sector viejuno de la cinefilia que vive encerrado en la enfermiza nostalgia de los viejos buenos tiempos del Hollywood clásico. Pura mitomanía. Sin duda fue un periodo dorado, pero por favor, ventile de vez en cuando la habitación y respire aire fresco. La solemne memez de que dejaron de hacerse grandes películas en los años cincuenta –tan solo se dejó de hacer un tipo de cine fantasmático y glamuroso– solo se le podía tolerar a Juan Marsé porque era Juan Marsé, e incluso cuando la decía él seguía siendo una memez.
Hay que agradecer también a Arias Maldonado la amplitud de miras que demuestra y no abunda en el sector de la crítica de cine. Ser capaz de integrar en el comentario sobre una película a Paul Valéry, Philip Roth o Arthur Machen no debería ser un mérito o una pedantería, sino una obligación. Lo siento, pero no se puede hablar de cine con verdadero criterio sin tener conocimientos bien cimentados de otras disciplinas culturales.
Por otro lado, merece aplauso la mesurada pero firme recriminación que hace el autor al desmedido peso que han adquirido últimamente en el abordaje de las películas los estudios culturales y el llamado análisis fílmico, convirtiendo la obra analizada en una mera excusa para piruetas profesorales sobre temas como el neocolonialismo o la identidad de género. ¡Malditos estructuralistas franceses mal deglutidos por el puritanismo de izquierdas del mundo académico estadounidense! La sagacidad del Roland Barthes de Mitologías se transformó en delirio psicótico en su elefantiásico análisis del relato Sarrasine de Balzac en S/Z. Y así les va a las humanidades universitarias (un consejo infalible para triunfar en ese ámbito: cite profusamente a Benjamin y sobre todo a Foucault, e invéntese unos cuantos neologismos disparatados). Dice el autor, con más razón que un santo: «Sucede que esta reordenación gradual de los parámetros críticos ha acabado desembocando en una hipertrofia culturalista».
Canon personal
Si quieren disfrutar leyendo sobre cine, tienen a su disposición las más de 500 páginas de Forever Cinema. En ellas Arias Maldonado discute con sosiego y argumentos el canon resultante de la última encuesta Sight and Sound. La revista británica organiza una votación de expertos cada diez años y la de 2022 provocó un movimiento sísmico cuando la muy rigurosa, muy feminista, muy ardua y agónicamente larga Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles de la cineasta belga Chantal Ackerman desbancó en lo alto del podio a Vértigo de Hitchcock (con la inestimable ayuda de una sesgada ampliación del número de votantes para dar un empujoncito el cambio deseado por la publicación).
El autor no se resiste a proponer su canon personal y dedica otros bloques temáticos al cine y el holocausto, a los géneros –con una maravillosa pieza sobre las encarnaciones de Philip Marlowe en la pantalla–, a los maestros de Hollywood –Sternberg, Welles, Hitchcock…–, a cineastas que han marcado el curso del cine contemporáneo –Lynch y Godard– y a talentos en activo que practican algún tipo de radicalidad: Wes Anderson, el portugués Miguel Gomes o nuestro iconoclasta de cabecera Albert Serra. En definitiva, Forever Cinema, o en castizo: ¡Viva el cine, carajo!
Dice el autor, al final del prólogo, que el suyo es un libro «producto de una pasión que busca sus razones». Les hablo de Forever Cinema
Dice el autor, al final del prólogo, que el suyo es un libro «producto de una pasión que busca sus razones». Les hablo de Forever Cinema (Confluencias) de Manuel Arias Maldonado, que reúne textos sobre el séptimo arte, previamente publicados en diversos medios, incluido este. Aclaración para el lector suspicaz: juro por Billy Wilder que ni conozco personalmente al autor ni este artículo nace de una sugerencia del puente de mando del periódico. Si he decidido comentarles este libro es porque Arias Maldonado me parece una de las personas que mejor y más cabalmente escribe sobre cine en este país. Y porque no se trata de una mera acumulación de artículos de ocasión, sino de una muy bien orquestada reunión de textos –de más enjundia y más longitud que una simple reseña–, que proponen un recorrido –inevitablemente incompleto, claro– por la evolución histórica del cine.
El peso de la crítica –tanto cinematográfica como literaria– en este país ya no es el que fue. La autoritas del crítico como prescriptor y como reverenciada y temida figura que creaba y destruía carreras ha pasado a la historia. ¿Recuerdan aquellos tiempos en que los escritores abrían temblorosos las páginas del suplemento literario más influyente de España para comprobar si ese sábado les tocaba a ellos ser sacrificados en el altar del canon de las letras del que el crítico estrella de turno era el celoso guardián? Y los viernes, día de estrenos, eran los directores de cine los que se enfrentaban a los zarpazos y las despiadadas ironías del crítico del ramo que podía fulminarlos sin necesidad de argumentos muy elaborados, solo destilando mala baba.
Esos tiempos han pasado a la historia y a los críticos nos toca asumir que hoy tiene más capacidad de influencia un youtuber o un tiktoker con desparpajo que el más fino, preparado y erudito analista. Toda una cura de humildad. No es motivo de celebración que se haya impuesto la horizontalidad –un problemático «cualquier opinión es igual de válida»–, pero por otro lado no hay ejercicio más cruel que colocar al experto frente a su hemeroteca: son pocos los que pasan con nota el examen. Repasar lo que algunos críticos dijeron en el momento de su estreno de películas hoy sagradas como El gran Lebowsky o El resplandor es devastador.
Por eso, una de las virtudes de Arias Maldonado es su sensatez y modestia: tiene claro que el crítico es falible y con el tiempo –o con un simple segundo visionado de una película– puede cambiar de opinión. Eso no quiere decir que la prudencia imponga no tomar nunca partido ni arriesgarse a expresar puntos de vista contundentes, pero sí invita a bajarse los humos y moderar las ínfulas. Tal vez el hecho de que Arias Maldonado sea catedrático de Ciencia Política –ha escrito varios tratados sobre la materia– y no un profesional de la crítica, le ayuda a mantener la cordura al abordar su pasión por el cine. Demostró su valía en estos menesteres con su estupendo libro sobre Vértigo de Hitchcock, Ficción fatal (Taurus) y vuelve a hacerlo con este.
En el prólogo nos anuncia que «en las páginas que siguen, el amor por las películas adopta la forma de un razonamiento». ¡Bendito sea! Como lector, no busco estar siempre de acuerdo con el autor al que leo, lo que sí le pido es que me ofrezca argumentos solventes. Por ejemplo, no comparto las valoraciones que Arias Maldonado hace de La zona de interés de Jonathan Glazer, pero entiendo su argumentación, que me enriquece la perspectiva sobre la película. Estamos a años luz de esas críticas que consisten en meros exabruptos emocionales basados en elaboraciones de tanto rigor intelectual como que si me ha llegado al alma o me ha dejado frío.
Un muerto muy vivo
Siguiente aseveración de Arias Maldonado digna de elogio: «Quiere así decirse que las noticias de la muerte del cine han sido exageradas: este muerto sigue estando muy vivo». Y añade: «De momento, hay cine para rato». ¡Sí! Cada vez que un cenizo se pone a pontificar sobre que ya no se hacen películas como las de antes y que el cine de hoy es una porquería, me entran instintos asesinos. Oiga, será que ya está usted mayorcete y le da pereza salir de su zona de confort, porque cada año se estrenan un puñado de grandes películas. Aunque tampoco conviene ponerse ditirámbico, como sucedió hace unos años con la histeria colectiva desatada con las series de televisión. Veamos, que aparezca una obra maestra por semana es un imposible metafísico.
Hay un sector viejuno de la cinefilia que vive encerrado en la enfermiza nostalgia de los viejos buenos tiempos del Hollywood clásico. Pura mitomanía. Sin duda fue un periodo dorado, pero por favor, ventile de vez en cuando la habitación y respire aire fresco. La solemne memez de que dejaron de hacerse grandes películas en los años cincuenta –tan solo se dejó de hacer un tipo de cine fantasmático y glamuroso– solo se le podía tolerar a Juan Marsé porque era Juan Marsé, e incluso cuando la decía él seguía siendo una memez.
Hay que agradecer también a Arias Maldonado la amplitud de miras que demuestra y no abunda en el sector de la crítica de cine. Ser capaz de integrar en el comentario sobre una película a Paul Valéry, Philip Roth o Arthur Machen no debería ser un mérito o una pedantería, sino una obligación. Lo siento, pero no se puede hablar de cine con verdadero criterio sin tener conocimientos bien cimentados de otras disciplinas culturales.
Por otro lado, merece aplauso la mesurada pero firme recriminación que hace el autor al desmedido peso que han adquirido últimamente en el abordaje de las películas los estudios culturales y el llamado análisis fílmico, convirtiendo la obra analizada en una mera excusa para piruetas profesorales sobre temas como el neocolonialismo o la identidad de género. ¡Malditos estructuralistas franceses mal deglutidos por el puritanismo de izquierdas del mundo académico estadounidense! La sagacidad del Roland Barthes de Mitologías se transformó en delirio psicótico en su elefantiásico análisis del relato Sarrasine de Balzac en S/Z. Y así les va a las humanidades universitarias (un consejo infalible para triunfar en ese ámbito: cite profusamente a Benjamin y sobre todo a Foucault, e invéntese unos cuantos neologismos disparatados). Dice el autor, con más razón que un santo: «Sucede que esta reordenación gradual de los parámetros críticos ha acabado desembocando en una hipertrofia culturalista».
Canon personal
Si quieren disfrutar leyendo sobre cine, tienen a su disposición las más de 500 páginas de Forever Cinema. En ellas Arias Maldonado discute con sosiego y argumentos el canon resultante de la última encuesta Sight and Sound. La revista británica organiza una votación de expertos cada diez años y la de 2022 provocó un movimiento sísmico cuando la muy rigurosa, muy feminista, muy ardua y agónicamente larga Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles de la cineasta belga Chantal Ackerman desbancó en lo alto del podio a Vértigo de Hitchcock (con la inestimable ayuda de una sesgada ampliación del número de votantes para dar un empujoncito el cambio deseado por la publicación).
El autor no se resiste a proponer su canon personal y dedica otros bloques temáticos al cine y el holocausto, a los géneros –con una maravillosa pieza sobre las encarnaciones de Philip Marlowe en la pantalla–, a los maestros de Hollywood –Sternberg, Welles, Hitchcock…–, a cineastas que han marcado el curso del cine contemporáneo –Lynch y Godard– y a talentos en activo que practican algún tipo de radicalidad: Wes Anderson, el portugués Miguel Gomes o nuestro iconoclasta de cabecera Albert Serra. En definitiva, Forever Cinema, o en castizo: ¡Viva el cine, carajo!
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