El Pacífico es una inmensidad extraña. Probablemente, el colmo del exotismo para lo que solemos llamar sociedad occidental. Justo en las antípodas de Europa, se extiende por una superficie de casi 180 millones de kilómetros cuadrados. Nada menos que un tercio del planeta. Pero la tierra firme solo alcanza una vigésima parte. El resto es océano. Una inmensidad en la que ha sido capaz de prosperar una civilización fascinante. La exposición Voces del Pacífico. Innovación y tradición, que se puede visitar hasta el 14 de septiembre en CaixaForum Madrid, explora la realidad cultural detrás de la fascinación.
Las más de 10.000 mil islas, 14 Estados nacionales independientes y 15 territorios coloniales que componen el territorio de Oceanía han acumulado a lo largo de los siglos una riqueza artística que la muestra resume en 210 objetos, en su gran mayoría de la colección que atesora el British Museum. Una riqueza viva y en constante expansión. Como explica la doctora Julie Adams, comisaria sénior de Oceanía del Departamento de África, Oceanía y las Américas del British Museum, «algunos de estos objetos tienen muchos cientos de años, pero otros han sido creados tan recientemente como la semana pasada, específicamente para la exposición».
Es el caso de la instalación Bottled Ocean 2123, del artista de origen maorí George Nuku, que corona la exposición. Con ascendencia kahungunu, alemana y escocesa, Nuku se reconoció en la presentación de la muestra consciente de su condición de «componente vivo de lo que está pasando en el Pacífico y en el mundo actualmente, de los problemas que enfrentamos: la discusión del cambio climático, la contaminación y la proliferación del plástico en los océanos». Su obra pretende «transmitirle a la gente que la contaminación es sagrada. Tanto como todas las otras piezas ancestrales que se pueden contemplar en esta exposición. El plástico tiene cualidades divinas que puedes sentir y ver por ti mismo, y expresan cualidades de la luz y el agua».
El diálogo entre plástico y naturaleza que propone su instalación culmina una muestra tan interesante como necesaria: «Durante muchos siglos, los isleños del Pacífico han creado unas increíbles obras de arte no siempre conocidas en Europa, por lo que esta exhibición ofrece una gran oportunidad», sostiene Adams, que destaca la versatilidad de los materiales trabajados para la elaboración de las piezas: «Hay tesoros en hilo, madera, piedra, piedra, piel, plástico…» Se disponen en siete ámbitos temáticos: ‘Introducción’, ‘Innovadores’, ‘Tejedores’, ‘Bailarines’, ‘Guerreros’, ‘Talladores’ y ‘Viajeros’.
La muestra introduce todo su poderío con unas tallas en madera de figuras mitológicas, que penetran en la densidad ancestral del Pacífico justo antes de una interesante sección denominada Cara a cara. En ella, objetos y fotografías ilustran cómo «los artistas contemporáneos del Pacífico conectan con la labor de sus ancestros, preservando y recuperando formas tradicionales como el tejido textil y el tatuaje. En algunos casas, además, utilizan su arte para llamar la atención sobre los retos a los que se enfrenta la región a causa del cambio climático».

Conexión con el pasado
A continuación, un pasillo despliega un enorme mapa repleto de azul, con todas las islas que inspiran el recorrido de la muestra. Esta comienza propiamente con la sección Innovadores, con una notable cantidad de vestidos, instrumentos musicales y todo tipo de artefactos que incluyen, en la cartela, foto y explicación del autor, cuando es actual. Por ejemplo, se puede contemplar uno de los vestidos de boda que confecciona con tela de corteza Paula Chan Cheui, nacida en Samoa de ascendencia samoana y china, y primera diseñadora que adapto este material tradicional para crear prendas contemporáneas. «Para las isleñas que viven lejos de su tierra natal, llevar un vestido de novia de tela de corteza es una forma de demostrar la conexión que mantienen con su cultura», explica.
Oceanía aparece aquí como un espacio dinámico de islas que mantiene a sus habitantes en un continuo movimiento que inspiró a los artistas nuevos materiales y técnicas. La llegada de los europeos en el siglo XVI incorporó materiales tan «exóticos» como el vidrio, la lana y el metal; y, a partir de principios del siglo XIX, el acceso a nuevas ideas, como el cristianismo, transformó las vidas de los habitantes de toda la región. Pasado el colonialismo, la exposición recuerda la curiosa retroalimentación actual: las colecciones de Oceanía del British Museum son una fuente de inspiración para artistas contemporáneos. «En algunos casos investigan objetos creados por las generaciones precedentes para comprender técnicas perdidas; en otros, realizan obras nuevas como respuesta directa a piezas históricas concretas».
La sección Tejedores se sostiene sobre un argumento sociológico fundamental: «En toda Oceanía, los tejidos son objetos de gran valor que se ofrecen como obsequio en momentos importantes de la vida, como nacimientos, defunciones y bodas. Los más valiosos se convierten en reliquias que pasan de generación en generación». Es el caso de uno de los objetos más espectaculares de la muestra, la armadura completa de fibra de coco de Kiribati. Aunque la introducción de las prendas y las telas europeas supuso el declive de los tejidos indígenas, en muchas islas se han recuperado las tradiciones de tejeduría, y en la actualidad los sombreros, los abanicos, las cestas y las esteras son objetos populares entre los turistas, y tejerlos permite a algunas mujeres obtener unos ingresos para vivir y mantener a su familia.
Bailarines da cuenta de la principal, o al menos la más reconocida, expresión artística de las islas del Pacífico: la danza. «El elegante hula hawaiano, el enérgico ‘ori Tahiti o el rítmico meke de Fiyi son bailes apreciados en todo el mundo que se enseñan en escuelas de danza de ciudades tan distantes como Londres, Nueva York y Tokio», reconoce la muestra, pero «para los isleños que viven en la diáspora, la danza es una forma de conectar con la cultura ‘tradicional’ de la isla de la que están geográficamente separados»; de ahí la importancia de las competiciones anuales de danza, para el que se elaboran sofisticados instrumentos, trajes y tocados. Una gran pantalla muestra algunos ejemplos de estos bailes.

Pruebas nucleares y tatuajes
La escasez de tierra y recursos ha propiciado también una tradición bélica de la que da cuenta la sección Guerreros. Viejas y legendarias historias de muerte y venganza se mezclan con la resistencia a la colonización y, en último término, los terribles conflictos internacionales del siglo XX, que culminaron con la Segunda Guerra Mundial, en la que la región fue un destacado terreno de combate, y las posteriores pruebas de armamento nuclear. Por su parte, el capítulo Talladores despliega varias de las piezas más hermosas y significativas tanto del contexto de la vida cotidiana como de los rituales y ceremonias. Aunque el apartado quizás más sugerente sea el dedicado al tatuaje, tan de moda actualmente en la sociedad occidental y que en el Pacífico abarca siglos de tradición de lo que se describe como «tallas en la piel».
La última sección, Viajeros, da cuenta de un talento innato (e inevitable, dada la geografía) de los moradores del Pacífico para la navegación. Explica la exposición que, «para trasladarse, los distintos pueblos idearon complejas tecnologías partiendo de un profundo conocimiento del entorno. Los navegantes sabían leer el mar y el cielo, de día y de noche, para ir y venir surcando las aguas». Impresionan las maquetas de las embarcaciones, como la del tomoko de Roviana, en las Islas Salomón, una hermosa canoa bélica replicada en madera y concha.
A modo de epílogo, la ya mencionada sacralización del plástico de George Nuku despide al espectador. Una paradoja que recuerda mucho a la que inunda la reciente novela Patio de recreo (AdN), de Richard Powers, una lectura más que recomendable para complementar esta visita al corazón del Pacífico.
El Pacífico es una inmensidad extraña. Probablemente, el colmo del exotismo para lo que solemos llamar sociedad occidental. Justo en las antípodas de Europa, se extiende
El Pacífico es una inmensidad extraña. Probablemente, el colmo del exotismo para lo que solemos llamar sociedad occidental. Justo en las antípodas de Europa, se extiende por una superficie de casi 180 millones de kilómetros cuadrados. Nada menos que un tercio del planeta. Pero la tierra firme solo alcanza una vigésima parte. El resto es océano. Una inmensidad en la que ha sido capaz de prosperar una civilización fascinante. La exposición Voces del Pacífico. Innovación y tradición, que se puede visitar hasta el 14 de septiembre en CaixaForum Madrid, explora la realidad cultural detrás de la fascinación.
Las más de 10.000 mil islas, 14 Estados nacionales independientes y 15 territorios coloniales que componen el territorio de Oceanía han acumulado a lo largo de los siglos una riqueza artística que la muestra resume en 210 objetos, en su gran mayoría de la colección que atesora el British Museum. Una riqueza viva y en constante expansión. Como explica la doctora Julie Adams, comisaria sénior de Oceanía del Departamento de África, Oceanía y las Américas del British Museum, «algunos de estos objetos tienen muchos cientos de años, pero otros han sido creados tan recientemente como la semana pasada, específicamente para la exposición».
Es el caso de la instalación Bottled Ocean 2123, del artista de origen maorí George Nuku, que corona la exposición. Con ascendencia kahungunu, alemana y escocesa, Nuku se reconoció en la presentación de la muestra consciente de su condición de «componente vivo de lo que está pasando en el Pacífico y en el mundo actualmente, de los problemas que enfrentamos: la discusión del cambio climático, la contaminación y la proliferación del plástico en los océanos». Su obra pretende «transmitirle a la gente que la contaminación es sagrada. Tanto como todas las otras piezas ancestrales que se pueden contemplar en esta exposición. El plástico tiene cualidades divinas que puedes sentir y ver por ti mismo, y expresan cualidades de la luz y el agua».
El diálogo entre plástico y naturaleza que propone su instalación culmina una muestra tan interesante como necesaria: «Durante muchos siglos, los isleños del Pacífico han creado unas increíbles obras de arte no siempre conocidas en Europa, por lo que esta exhibición ofrece una gran oportunidad», sostiene Adams, que destaca la versatilidad de los materiales trabajados para la elaboración de las piezas: «Hay tesoros en hilo, madera, piedra, piedra, piel, plástico…» Se disponen en siete ámbitos temáticos: ‘Introducción’, ‘Innovadores’, ‘Tejedores’, ‘Bailarines’, ‘Guerreros’, ‘Talladores’ y ‘Viajeros’.
La muestra introduce todo su poderío con unas tallas en madera de figuras mitológicas, que penetran en la densidad ancestral del Pacífico justo antes de una interesante sección denominada Cara a cara. En ella, objetos y fotografías ilustran cómo «los artistas contemporáneos del Pacífico conectan con la labor de sus ancestros, preservando y recuperando formas tradicionales como el tejido textil y el tatuaje. En algunos casas, además, utilizan su arte para llamar la atención sobre los retos a los que se enfrenta la región a causa del cambio climático».

A continuación, un pasillo despliega un enorme mapa repleto de azul, con todas las islas que inspiran el recorrido de la muestra. Esta comienza propiamente con la sección Innovadores, con una notable cantidad de vestidos, instrumentos musicales y todo tipo de artefactos que incluyen, en la cartela, foto y explicación del autor, cuando es actual. Por ejemplo, se puede contemplar uno de los vestidos de boda que confecciona con tela de corteza Paula Chan Cheui, nacida en Samoa de ascendencia samoana y china, y primera diseñadora que adapto este material tradicional para crear prendas contemporáneas. «Para las isleñas que viven lejos de su tierra natal, llevar un vestido de novia de tela de corteza es una forma de demostrar la conexión que mantienen con su cultura», explica.
Oceanía aparece aquí como un espacio dinámico de islas que mantiene a sus habitantes en un continuo movimiento que inspiró a los artistas nuevos materiales y técnicas. La llegada de los europeos en el siglo XVI incorporó materiales tan «exóticos» como el vidrio, la lana y el metal; y, a partir de principios del siglo XIX, el acceso a nuevas ideas, como el cristianismo, transformó las vidas de los habitantes de toda la región. Pasado el colonialismo, la exposición recuerda la curiosa retroalimentación actual: las colecciones de Oceanía del British Museum son una fuente de inspiración para artistas contemporáneos. «En algunos casos investigan objetos creados por las generaciones precedentes para comprender técnicas perdidas; en otros, realizan obras nuevas como respuesta directa a piezas históricas concretas».
La sección Tejedores se sostiene sobre un argumento sociológico fundamental: «En toda Oceanía, los tejidos son objetos de gran valor que se ofrecen como obsequio en momentos importantes de la vida, como nacimientos, defunciones y bodas. Los más valiosos se convierten en reliquias que pasan de generación en generación». Es el caso de uno de los objetos más espectaculares de la muestra, la armadura completa de fibra de coco de Kiribati. Aunque la introducción de las prendas y las telas europeas supuso el declive de los tejidos indígenas, en muchas islas se han recuperado las tradiciones de tejeduría, y en la actualidad los sombreros, los abanicos, las cestas y las esteras son objetos populares entre los turistas, y tejerlos permite a algunas mujeres obtener unos ingresos para vivir y mantener a su familia.
Bailarines da cuenta de la principal, o al menos la más reconocida, expresión artística de las islas del Pacífico: la danza. «El elegante hula hawaiano, el enérgico ‘ori Tahiti o el rítmico meke de Fiyi son bailes apreciados en todo el mundo que se enseñan en escuelas de danza de ciudades tan distantes como Londres, Nueva York y Tokio», reconoce la muestra, pero «para los isleños que viven en la diáspora, la danza es una forma de conectar con la cultura ‘tradicional’ de la isla de la que están geográficamente separados»; de ahí la importancia de las competiciones anuales de danza, para el que se elaboran sofisticados instrumentos, trajes y tocados. Una gran pantalla muestra algunos ejemplos de estos bailes.

La escasez de tierra y recursos ha propiciado también una tradición bélica de la que da cuenta la sección Guerreros. Viejas y legendarias historias de muerte y venganza se mezclan con la resistencia a la colonización y, en último término, los terribles conflictos internacionales del siglo XX, que culminaron con la Segunda Guerra Mundial, en la que la región fue un destacado terreno de combate, y las posteriores pruebas de armamento nuclear. Por su parte, el capítulo Talladores despliega varias de las piezas más hermosas y significativas tanto del contexto de la vida cotidiana como de los rituales y ceremonias. Aunque el apartado quizás más sugerente sea el dedicado al tatuaje, tan de moda actualmente en la sociedad occidental y que en el Pacífico abarca siglos de tradición de lo que se describe como «tallas en la piel».
La última sección, Viajeros, da cuenta de un talento innato (e inevitable, dada la geografía) de los moradores del Pacífico para la navegación. Explica la exposición que, «para trasladarse, los distintos pueblos idearon complejas tecnologías partiendo de un profundo conocimiento del entorno. Los navegantes sabían leer el mar y el cielo, de día y de noche, para ir y venir surcando las aguas». Impresionan las maquetas de las embarcaciones, como la del tomoko de Roviana, en las Islas Salomón, una hermosa canoa bélica replicada en madera y concha.
A modo de epílogo, la ya mencionada sacralización del plástico de George Nuku despide al espectador. Una paradoja que recuerda mucho a la que inunda la reciente novela Patio de recreo (AdN), de Richard Powers, una lectura más que recomendable para complementar esta visita al corazón del Pacífico.
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