A la exposición temporal Entre Caos y Cosmos. Naturaleza en la Antigua Grecia se accede por una pequeña puerta del Museo Arqueológico Nacional (MAN). Tiene sentido. Propone un recorrido por el imaginario mítico que los antiguos griegos construyeron en torno a la naturaleza: el tan manido paso del mito al logos nos ha hecho despreciar durante siglos una parte esencial de nuestro ser como algo superado, si acaso meramente anecdótico. Si somos narrativamente, como demostraron Barbara Hardy o Julián Marías, entre otros, necesitamos el mito más vivo que nunca, precisamente para darle un cauce de sentido a este exceso de logos que amenaza ahogarnos, encadenados en tecnología.
No es casualidad que la ecología sea una de las obsesiones de nuestro tiempo. Reconectar con la naturaleza se siente una prioridad insoslayable. Por desgracia, las grandes avenidas de la discusión al respecto parecen ocuparla la ideología y otros intereses más o menos espurios. ¿Qué tal si le damos una oportunidad a esa pequeña puerta que le ha quedado al mito? Tras la de la exposición del MAN hay un largo pasillo envuelto en un azul paradójicamente cálido y misterioso a la vez. Las paredes muestran un mar rizado, casi rugiente. Se le intuye lleno de misterio a punto de emerger. Como explica Mircea Eliade, el agua conecta con lo sagrado. Allá vamos.
La exposición estructura narrativamente una gran variedad de obras de la colección del MAN: cerámicas, terracotas, vaciados de esculturas, monedas… a las que se unen préstamos del Louvre, la Antikensammlung de Berlín, la Antikensammlungen und Glyptothek de Múnich, el Museo Nacional de Escultura de Valladolid y el Museo del Traje. Se trata, en su mayoría, de objetos cotidianos, que dan idea de la penetración de la comprensión mítica de la naturaleza en el imaginario griego.
En un principio fue el el caos. Una amplia cartela explica que en los mitos cosmogónicos de la antigua Grecia el universo precede al nacimiento de los dioses: «La Naturaleza es un espacio imprevisible, en constante movimiento. Las poderosas fuerzas del interior de la Tierra, que se traducen en terremotos, erupciones volcánicas, maremotos y tsunamis, dan lugar en el mito a figuras proteiformes con una extraordinaria capacidad para alterar su forma». Pero al final del sendero sobre el océano, una copia del relieve del Trono Ludovisi nos muestra el nacimiento en las aguas del Mediterráneo de la sublime diosa del amor y la belleza, Afrodita, hija de Urano.
Tras el prólogo, la primera sala divide la naturaleza en dos mitades contrapuestas. En Naturaleza Salvaje, una cita de Platón recuerda una Edad de Oro en la que «no había ninguna criatura salvaje ni los animales se devoraban unos a otros y no existía guerra ni ningún tipo de discordia». La Naturaleza es ante todo un espacio indómito y divinizado, pleno de armonía.
Intervención humana
Una cerámica de la Beocia de 740-650 A. C. representa dos aves afrontadas, de rasgos muy esquemáticos, que dirigen sus picos hacia un elemento triangular sobre el que dos esvásticas aluden al plano celeste: el equilibrio. Pero los dioses comienzan ya un trasvase del dominio de la naturaleza a los humanos, como se observa en la sítula con Nike.
Domina el centro de la sala una gran estatua de Artemisa cazadora, que nos dirige a la Naturaleza Conquistada, en la que, dice Jenofonte, «la tierra produce para quienes la trabajan los productos con los que viven los hombres y les concede además cuanto les permite vivir regaladamente». Pero la intervención humana en aquello dispuesto por los dioses precisa una reparación. En un hábil subterfugio, que garantiza el sustento, se destinan los aromas a los dioses mientras se consume la carne de las víctimas y se apropian de los frutos de la Tierra, respetando los ritos de paso. Aparecen, por ejemplo, unas pequeñas jarras de vino decoradas con escenas infantiles y de juego que los niños atenienses de hacia 410 A. C. recibían al cumplir los tres años, durante la fiesta de las Antesterias: se celebraba el fin de su primera infancia y el reconocimiento por la comunidad.
En siguiente sala, el Mar Mediterráneo es el protagonista. Fuente de alimentación, pero también de intercambios comerciales y, con ellos, de transmisión de conocimiento, cultura y riqueza. Su navegación multiplica las proezas entre peligros sin número, con criaturas marinas que adornan las piezas de la muestra. Por su parte, la sección Los Dones de los Dioses da cuenta de la economía griega, fundamentalmente agrícola, con la célebre tríada de cereal olivo y vid. Son regalos de Deméter, Atenea y Dionisio.
Dimensión mágica
El misterio se apodera de la exposición en Naturaleza Alterada, donde los límites entre el orden mineral, vegetal y animal se desdibujan para que surjan los «seres híbridos». Aparecen sirenas o centauros, pero también la fascinación por los autómatas y la creación de vida artificial: vemos como la pequeña puerta del mito nos ha llevado a las raíces más profundas de ese anhelo que hoy en día llamamos Inteligencia Artificial. Tan nuevo que nos parecía…
Tras las visitas a los Jardines y el devaneo por el Eros, una ingeniosa sección abrocha toda la muestra en el extremo más civilizado. El Cosmos en una Mano parte de la premisa de que, en la mentalidad griega, una polis no puede existir sin una moneda propia, para subrayar su capacidad simbólica: una interesante selección de monedas incluye todos los temas tratados en la exposición con una precisión asombrosa.
La muestra culmina en el Más Allá, que ocupa una sala oscura, con un sugerente espacio para las pócimas y brebajes, ámbito dominado por las mujeres, conocedoras de las hierbas, raíces y ungüentos que utilizaban en el cuidado cotidiano de la familia. Además, personajes míticos como Circe o Medea dominan estos conocimientos que adquieren una dimensión mágica. En la penumbra, y entre inquietantes burbujeos y crepitar del fuego, la imaginación se dispara, ampliando la pequeña puerta del mito a dimensiones insondables.
A la exposición temporal Entre Caos y Cosmos. Naturaleza en la Antigua Grecia se accede por una pequeña puerta del Museo Arqueológico Nacional (MAN). Tiene sentido.
A la exposición temporal Entre Caos y Cosmos. Naturaleza en la Antigua Grecia se accede por una pequeña puerta del Museo Arqueológico Nacional (MAN). Tiene sentido. Propone un recorrido por el imaginario mítico que los antiguos griegos construyeron en torno a la naturaleza: el tan manido paso del mito al logos nos ha hecho despreciar durante siglos una parte esencial de nuestro ser como algo superado, si acaso meramente anecdótico. Si somos narrativamente, como demostraron Barbara Hardy o Julián Marías, entre otros, necesitamos el mito más vivo que nunca, precisamente para darle un cauce de sentido a este exceso de logos que amenaza ahogarnos, encadenados en tecnología.
No es casualidad que la ecología sea una de las obsesiones de nuestro tiempo. Reconectar con la naturaleza se siente una prioridad insoslayable. Por desgracia, las grandes avenidas de la discusión al respecto parecen ocuparla la ideología y otros intereses más o menos espurios. ¿Qué tal si le damos una oportunidad a esa pequeña puerta que le ha quedado al mito? Tras la de la exposición del MAN hay un largo pasillo envuelto en un azul paradójicamente cálido y misterioso a la vez. Las paredes muestran un mar rizado, casi rugiente. Se le intuye lleno de misterio a punto de emerger. Como explica Mircea Eliade, el agua conecta con lo sagrado. Allá vamos.
La exposición estructura narrativamente una gran variedad de obras de la colección del MAN: cerámicas, terracotas, vaciados de esculturas, monedas… a las que se unen préstamos del Louvre, la Antikensammlung de Berlín, la Antikensammlungen und Glyptothek de Múnich, el Museo Nacional de Escultura de Valladolid y el Museo del Traje. Se trata, en su mayoría, de objetos cotidianos, que dan idea de la penetración de la comprensión mítica de la naturaleza en el imaginario griego.
En un principio fue el el caos. Una amplia cartela explica que en los mitos cosmogónicos de la antigua Grecia el universo precede al nacimiento de los dioses: «La Naturaleza es un espacio imprevisible, en constante movimiento. Las poderosas fuerzas del interior de la Tierra, que se traducen en terremotos, erupciones volcánicas, maremotos y tsunamis, dan lugar en el mito a figuras proteiformes con una extraordinaria capacidad para alterar su forma». Pero al final del sendero sobre el océano, una copia del relieve del Trono Ludovisi nos muestra el nacimiento en las aguas del Mediterráneo de la sublime diosa del amor y la belleza, Afrodita, hija de Urano.
Tras el prólogo, la primera sala divide la naturaleza en dos mitades contrapuestas. En Naturaleza Salvaje, una cita de Platón recuerda una Edad de Oro en la que «no había ninguna criatura salvaje ni los animales se devoraban unos a otros y no existía guerra ni ningún tipo de discordia». La Naturaleza es ante todo un espacio indómito y divinizado, pleno de armonía.
Una cerámica de la Beocia de 740-650 A. C. representa dos aves afrontadas, de rasgos muy esquemáticos, que dirigen sus picos hacia un elemento triangular sobre el que dos esvásticas aluden al plano celeste: el equilibrio. Pero los dioses comienzan ya un trasvase del dominio de la naturaleza a los humanos, como se observa en la sítula con Nike.
Domina el centro de la sala una gran estatua de Artemisa cazadora, que nos dirige a la Naturaleza Conquistada, en la que, dice Jenofonte, «la tierra produce para quienes la trabajan los productos con los que viven los hombres y les concede además cuanto les permite vivir regaladamente». Pero la intervención humana en aquello dispuesto por los dioses precisa una reparación. En un hábil subterfugio, que garantiza el sustento, se destinan los aromas a los dioses mientras se consume la carne de las víctimas y se apropian de los frutos de la Tierra, respetando los ritos de paso. Aparecen, por ejemplo, unas pequeñas jarras de vino decoradas con escenas infantiles y de juego que los niños atenienses de hacia 410 A. C. recibían al cumplir los tres años, durante la fiesta de las Antesterias: se celebraba el fin de su primera infancia y el reconocimiento por la comunidad.
En siguiente sala, el Mar Mediterráneo es el protagonista. Fuente de alimentación, pero también de intercambios comerciales y, con ellos, de transmisión de conocimiento, cultura y riqueza. Su navegación multiplica las proezas entre peligros sin número, con criaturas marinas que adornan las piezas de la muestra. Por su parte, la sección Los Dones de los Dioses da cuenta de la economía griega, fundamentalmente agrícola, con la célebre tríada de cereal olivo y vid. Son regalos de Deméter, Atenea y Dionisio.
El misterio se apodera de la exposición en Naturaleza Alterada, donde los límites entre el orden mineral, vegetal y animal se desdibujan para que surjan los «seres híbridos». Aparecen sirenas o centauros, pero también la fascinación por los autómatas y la creación de vida artificial: vemos como la pequeña puerta del mito nos ha llevado a las raíces más profundas de ese anhelo que hoy en día llamamos Inteligencia Artificial. Tan nuevo que nos parecía…
Tras las visitas a los Jardines y el devaneo por el Eros, una ingeniosa sección abrocha toda la muestra en el extremo más civilizado. El Cosmos en una Mano parte de la premisa de que, en la mentalidad griega, una polis no puede existir sin una moneda propia, para subrayar su capacidad simbólica: una interesante selección de monedas incluye todos los temas tratados en la exposición con una precisión asombrosa.
La muestra culmina en el Más Allá, que ocupa una sala oscura, con un sugerente espacio para las pócimas y brebajes, ámbito dominado por las mujeres, conocedoras de las hierbas, raíces y ungüentos que utilizaban en el cuidado cotidiano de la familia. Además, personajes míticos como Circe o Medea dominan estos conocimientos que adquieren una dimensión mágica. En la penumbra, y entre inquietantes burbujeos y crepitar del fuego, la imaginación se dispara, ampliando la pequeña puerta del mito a dimensiones insondables.
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