Leandro Izaguirre pintó para la posteridad una de las escenas icónicas que acompaña a cada persona de México desde la escuela: El suplicio de Cuauhtémoc, el último tlatoani o rey azteca que plantó cara a los conquistadores españoles. De enormes dimensiones, la obra es un símbolo de la resistencia indígena y una de las piezas principales expuesta en una nueva muestra organizada por el Museo Nacional de Arte (MUNAL), que rescata el trabajo de los artistas de la célebre Academia de San Carlos, la gran escuela mexicana de pintura y escultura del siglo XIX. Muchas de estas obras estaban en los almacenes del museo, pero ahora tendrán una exposición permanente donde el público podrá apreciar el trabajo de cuyos maestros ayudaron a construir el imaginario de un México moderno, libre e independiente de las ataduras virreinales.
La sala nacional rescata de los almacenes obras de creadores del Siglo XIX que conforman la visión de México como nación moderna
Leandro Izaguirre pintó para la posteridad una de las escenas icónicas que acompaña a cada persona de México desde la escuela: El suplicio de Cuauhtémoc, el último tlatoani o rey azteca que plantó cara a los conquistadores españoles. De enormes dimensiones, la obra es un símbolo de la resistencia indígena y una de las piezas principales expuesta en una nueva muestra organizada por el Museo Nacional de Arte (MUNAL), que rescata el trabajo de los artistas de la célebre Academia de San Carlos, la gran escuela mexicana de pintura y escultura del siglo XIX. Muchas de estas obras estaban en los almacenes del museo, pero ahora tendrán una exposición permanente donde el público podrá apreciar el trabajo de cuyos maestros ayudaron a construir el imaginario de un México moderno, libre e independiente de las ataduras virreinales.
La obra de Izaguirre, uno de los grandes pintores del México del siglo XIX, rompe con las tradiciones de pintura religiosa o relacionada con la corona y explora en la historia de un país al que él y sus colegas veían como descendiente de grandes civilizaciones, como fueron la azteca o la maya, cuyo imperio se extendió a lo largo del sur del actual territorio mexicano. Izaguirre perteneció a lo que en un inicio se llamó Real Academia de San Carlos de las Nobles Artes de la Nueva España, fundada por órdenes del Rey español en 1781. Tras la independencia y con el devenir de una joven República, las nuevas autoridades decidieron convertir a la academia en el espacio artístico que formara la noción de México como nación. “Fue muy importante, porque dentro de las materias que se desarrollaban se promovían ciertos cortes temáticos, como la pintura histórica como parte de esa legitimación de los discursos nacionalistas”, explica Ramón Avendaño, jefe de Curaduría del MUNAL.
El museo ha renovado dos de sus salas del primer piso para albergar esta exposición, titulada El arte mexicano del siglo XIX, que reúne 60 piezas entre óleos, esculturas y litografías. Se trata de parte del acervo que el MUNAL resguarda y que consta de más de 9.000 obras. Desde su apertura en 1982, el acervo del museo fue conformado en gran parte por colecciones procedentes de la antigua Academia de San Carlos, un valioso legado, que desde la institución consideran como “un diálogo que articula la tradición pictórica de la Academia y los grandes temas nacionalistas, a través de la integración de obras referenciales para los mexicanos, con otras que por primera vez se exhiben”.
Una de esas obras de referencia es El suplicio de Cuauhtémoc (1893) de Izaguirre, que muestra al último tlatoani atado a una enorme roca labrada con jeroglíficos y los pies amarrados sobre una hoguera que arde mientras es vigilado por conquistadores españoles, que lo someten a semejante tormento para que les revelara dónde escondía el monarca sus supuestos tesoros. La actitud de rebeldía del azteca, que viste parte de sus ropajes monárquicos, es un símbolo del orgullo mexicano. “Es uno de los lienzos de mayores dimensiones que guardamos en el MUNAL y es en un cuadro famosísimo, que todos los mexicanos tienen presente. Muestra a un Cuauhtémoc que se mantiene estoico frente a toda esa tortura. Esa pintura es un emblema de esa resistencia indígena frente a los invasores. Es muy importante en tanto sus dimensiones, su calidad artística y su temática”, explica Avendaño.
Desde el MUNAL explican que la Academia de San Carlos “exaltó, desde el bastión artístico, la representación del pasado precolombino, los orígenes y los mitos fundacionales de la nación mexicana, resaltando la figura de sus héroes”. Otras de las muestras de esta exposición que ahonda en ese tema es una escultura del español Manuel Vilar, quien llegó a México a mediados del siglo XIX para dar clases a los alumnos de la academia. “Le encargarán muchos proyectos escultóricos para espacios públicos”, dice Avendaño. De Vilar se expone el famoso Tlahuicole, “otro gran emblema de resistencia porque representa a un líder de los tlaxcaltecas que está en acto heroico, combativo y que muestra una fusión de ese pasado grecolatino que trajo Vilar de Europa y que incorpora con la fisionomía indígena, generando una nueva obra mexicana”, acota el curador del MUNAL.
La muestra también reúne obras de destacados artistas del siglo XIX, como Félix Parra y Rodrigo Gutiérrez, en lienzos como Escenas de la conquista (1877) o El Congreso de Tlaxcala (1875), “las que enaltecen los ideales de la vida indígena frente a los procesos de la Conquista”, según los curadores del museo. “Esta exposición, que además ya se coloca como un área permanente dentro del museo, concentra una de las principales temáticas que se abordaron dentro de la Academia de San Carlos, que fue la pintura de historia como género. En este sentido, el proyecto de renovación en esta etapa buscó articular a través de estos grandes maestros de la segunda mitad del siglo XIX, los temas de historia, las alegorías y los mitos fundacionales”, agrega Avendaño.
Se trata, agrega el experto, de la “reconfiguración” de México como un Estado “que estaba dejando atrás la época virreinal para dar paso a una nación joven, libre, que buscaba anclarse no en el pasado inmediato, sino en lo anterior, ese pasado que se equiparaba a las grandes civilizaciones de Europa, Mesopotamia, el pasado prehispánico. De ahí es que se retoman muchos de estos mitos fundacionales, tanto así que saldrá de ahí el emblema del águila mexicana, esa historia de esos pobladores que formaron una nueva ciudad en este lago, donde se encontraron ese nopal con una águila posando y devorando una serpiente”. La exposición es el espejo en el que se puede reflejar la gente de México que busca reforzar su identidad a través de los pinceles de los artistas a quienes les encargaron “crear un nuevo imaginario visual en el que los reyes, el Papa, la religión no fueran los grandes protagonistas, sino los habitantes de México”, afirma el curador Avendaño.
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