No es un autor de campanillas. No aparece en el top ten (ni twenty) de los libros más vendidos. No sabe lo que es un best-seller. No recibe millonarios derechos de autor. No firma 1.000 ejemplares de sus obras en Barcelona el día Sant Jordi ni en la Feria del libro de Madrid. Pero Gervasio Posadas es un espléndido novelista, que merece ser investido de los galones dorados de extraordinario contador de historias.
Su última novela, editada por Espasa, lleva un título aparentemente contradictorio El fracaso de mi éxito. Reúne las mejores cualidades de una novela: cuenta una historia, o mejor, cuenta varias historias, hiladas a partir de un personaje. Pero no hay un solo protagonista en torno al cual el autor construya un monólogo, sino que hay una pluralidad de personajes, todos bien definidos; y hay ritmo, en ocasiones más acelerado y en otras con sordina, pero capítulo tras capítulo encontramos sorpresas que nos llaman la atención, que nos permiten asombrarnos y que nos aceleran el deseo de continuar devorando el texto que se nos abrocha de tal manera que somos incapaces de desprendernos de su lectura. Hay, pues, historia, personajes y ritmo, pero hay también un lenguaje a la par sencillo y elegante, en el que prima la naturalidad y en el que, por supuesto, no falta el sarcasmo. La trama es tan atrayente como el estilo.
Las reseñas de los libros están hechas habitualmente por los críticos, que se adornan con citas de la obra anterior del autor, con la que buscan encontrar la continuidad en la última, y que además enriquecen su comentario con comparaciones tal vez odiosas, o con preguntas dificilísimas de contestar. Me confieso un modesto lector que simplemente pretende destacar los valores intrínsecos de una novela, la de Gervasio Posadas, El fracaso de mi éxito, con la que he disfrutado y que recomiendo.
Es la historia de un novelista que ha perseguido toda su vida el éxito y que no solo no lo ha alcanzado, sino que se enfrenta, en esos dramáticos cincuenta y tantos, al silencio editorial. Y a Gonzalo Montenegro, que así se llama, en su deambular decadente cuando las puertas se cierran se le presenta la oportunidad de trabajar de negro escribiendo la biografía de un súper futbolista, de una estrella del balompié, de un héroe deportivo contemporáneo. Muchas son las ventanas, y las complicaciones que se abren a partir de aceptar el trabajo que le propone su «comercial» representante y aquí me debo quedar para invitar a la lectura de esta obra.
¿El éxito está en ganar un premio de más o menor relumbrón? ¿O en vender más de treinta o cuarenta mil ejemplares? ¿O quizás en tener miles de seguidores pasmados ante las evidencias del instagramero de turno? No pocas veces las prioridades que nos fijamos nos alejan de lo verdaderamente importante. Gonzalo Montenegro cae en la cuenta… a su manera, pero quizás no demasiado.
El éxito, medido en términos económicos o un número de seguidores, es siempre perecedero, pero es una aspiración natural de cualquier escritor que persigue el reconocimiento de su obra. Cuando el siempre limitado número de lectores decide dar la espalda al novelista -que, además, se considera razonablemente bueno-, se enciende la rojísima luz del fracaso y comienzan los tumbos.
Un iconoclasta profesor americano, Costica Bradatan, ha publicado un libro, recién traducido al español, cuyo título es Elogio del fracaso. Considera que el fracaso no es tan negativo, pues la vida nos enseña que todo empieza y se termina, que todo viene y va: «Desterrar la idea del fracaso nos ha convertido en esclavos», concluye Bradatan animándonos a resistir y buscar otros estímulos. No creo que Gonzalo Montenegro hubiera leído este ensayo, pero aprendió a buscar otros estímulos. Los tenía muy cerca, pero los dio de lado por la urgencia del éxito.
No es un autor de campanillas. No aparece en el top ten (ni twenty) de los libros más vendidos. No sabe lo que es un best-seller.
No es un autor de campanillas. No aparece en el top ten (ni twenty) de los libros más vendidos. No sabe lo que es un best-seller. No recibe millonarios derechos de autor. No firma 1.000 ejemplares de sus obras en Barcelona el día Sant Jordi ni en la Feria del libro de Madrid. Pero Gervasio Posadas es un espléndido novelista, que merece ser investido de los galones dorados de extraordinario contador de historias.
Su última novela, editada por Espasa, lleva un título aparentemente contradictorio El fracaso de mi éxito. Reúne las mejores cualidades de una novela: cuenta una historia, o mejor, cuenta varias historias, hiladas a partir de un personaje. Pero no hay un solo protagonista en torno al cual el autor construya un monólogo, sino que hay una pluralidad de personajes, todos bien definidos; y hay ritmo, en ocasiones más acelerado y en otras con sordina, pero capítulo tras capítulo encontramos sorpresas que nos llaman la atención, que nos permiten asombrarnos y que nos aceleran el deseo de continuar devorando el texto que se nos abrocha de tal manera que somos incapaces de desprendernos de su lectura. Hay, pues, historia, personajes y ritmo, pero hay también un lenguaje a la par sencillo y elegante, en el que prima la naturalidad y en el que, por supuesto, no falta el sarcasmo. La trama es tan atrayente como el estilo.
Las reseñas de los libros están hechas habitualmente por los críticos, que se adornan con citas de la obra anterior del autor, con la que buscan encontrar la continuidad en la última, y que además enriquecen su comentario con comparaciones tal vez odiosas, o con preguntas dificilísimas de contestar. Me confieso un modesto lector que simplemente pretende destacar los valores intrínsecos de una novela, la de Gervasio Posadas, El fracaso de mi éxito, con la que he disfrutado y que recomiendo.
Es la historia de un novelista que ha perseguido toda su vida el éxito y que no solo no lo ha alcanzado, sino que se enfrenta, en esos dramáticos cincuenta y tantos, al silencio editorial. Y a Gonzalo Montenegro, que así se llama, en su deambular decadente cuando las puertas se cierran se le presenta la oportunidad de trabajar de negro escribiendo la biografía de un súper futbolista, de una estrella del balompié, de un héroe deportivo contemporáneo. Muchas son las ventanas, y las complicaciones que se abren a partir de aceptar el trabajo que le propone su «comercial» representante y aquí me debo quedar para invitar a la lectura de esta obra.
¿El éxito está en ganar un premio de más o menor relumbrón? ¿O en vender más de treinta o cuarenta mil ejemplares? ¿O quizás en tener miles de seguidores pasmados ante las evidencias del instagramero de turno? No pocas veces las prioridades que nos fijamos nos alejan de lo verdaderamente importante. Gonzalo Montenegro cae en la cuenta… a su manera, pero quizás no demasiado.
El éxito, medido en términos económicos o un número de seguidores, es siempre perecedero, pero es una aspiración natural de cualquier escritor que persigue el reconocimiento de su obra. Cuando el siempre limitado número de lectores decide dar la espalda al novelista -que, además, se considera razonablemente bueno-, se enciende la rojísima luz del fracaso y comienzan los tumbos.
Un iconoclasta profesor americano, Costica Bradatan, ha publicado un libro, recién traducido al español, cuyo título es Elogio del fracaso. Considera que el fracaso no es tan negativo, pues la vida nos enseña que todo empieza y se termina, que todo viene y va: «Desterrar la idea del fracaso nos ha convertido en esclavos», concluye Bradatan animándonos a resistir y buscar otros estímulos. No creo que Gonzalo Montenegro hubiera leído este ensayo, pero aprendió a buscar otros estímulos. Los tenía muy cerca, pero los dio de lado por la urgencia del éxito.
Noticias de Cultura: Última hora de hoy en THE OBJECTIVE