Flow es una de las mejores películas del año. Es de animación, no contiene diálogos, aunque sí un poderoso universo sonoro, y se aleja tanto del cinismo y la agilidad del cine infantil contemporáneo como lo hacían las primeras películas de Miyazaki. Ojo, el regusto que nos deja en el paladar es muy distinto al del maestro japonés. Disculpen que haga referencia a una anécdota personal, pero en el fondo, y aunque alguno juegue la objetividad científica, no hay reseña o crítica que no lo sea. Fui a verla con mi hijo pequeño. Los dos salimos de la sala en silencio, conmovidos y turbados por su extraña belleza, y yo rompí el silencio preguntándole qué le había parecido, y fue su respuesta lo que me animó a recomendársela. No sé si es triste o alegre, pero es una película muy misteriosa. Les explico por qué merece la pena dejarse llevar por su misterio.
El protagonista de Flow es un gato. Un gato que vive solo en una casa donde hay rastros de vida humana: dibujos, esculturas, una cama a medio hacer… Quizás fue la residencia de su dueño. No es el único edificio abandonado, pero no hay humanos a la vista. Puede que el relato ocurra en algún futuro en el que ya somos una raza extinguida, o sencillamente que estamos en un nivel distinto de realidad. Salvo por el acoso de un grupo de perros, el día a día de nuestro gato debe ser lo más parecido a un paraíso. Hasta que, sin explicación alguna, el agua empieza a crecer, anegándolo todo. Asciende sepultando en sus profundidades el mundo de Flow.
Algunos animales logran subirse a una barca y navegan sin un rumbo concreto. Entre ellos, claro, nuestro gato protagonista. La película dialoga por contraste con otra de animación de hace ya unos años, ¡Buenos días, mundo!; podéis verla en Filmin. Esta era una producción casi documental, guiada por la voz en off de un narrador omnisciente que conversa con los múltiples animales que conforman la riqueza vital de un lago. Todos ellos se preguntan sobre la majestad de la propia vida de la que forman parte, unas veces sobrecogidos, otras sintiéndose protagonistas absolutos de su microcosmos, pero siempre dejándose guiar por un instinto inexplicable que todo lo ordena y regula.
Algo de esta idea late en Flow. La sensación de que nuestro destino está ligado a fuerzas inexorables, una naturaleza que nos hace sentir frágiles, pero que también nos hipnotiza con su belleza. Aparte de que una recurre a la voz en off y la otra no, la diferencia más notable entre ambas es que ¡Buenos días, mundo! tiene una perspectiva biológica y Flow está emparentada con la abstracción de los mitos bíblicos.
Gints Zilbalodis, su director, parece condensar el relato del arca de Noé como un alquimista, como si destilara lo más esencial del mismo, el oro, eliminando de la ecuación incluso al ser humano. Los protagonistas son animales, pero esto no nos distancia del relato. Hombres, espectadores y animales estamos al mismo nivel experiencial con respecto al misterio mismo de la existencia. Su pasmo ante la naturaleza desconcertante e inexplicable, su instinto de supervivencia o su sobrecogimiento ante el fin de la existencia de quienes nos rodean es idéntico al nuestro. Muy recomendable, por tanto, que la vivan con sus hijos en la sala de cine, sobre todo si no tienen miedo a dejar sin respuesta alguna de sus preguntas. Déjense sobrepasar por su misterio.
Flow es una de las mejores películas del año. Es de animación, no contiene diálogos, aunque sí un poderoso universo sonoro, y se aleja tanto del
Flow es una de las mejores películas del año. Es de animación, no contiene diálogos, aunque sí un poderoso universo sonoro, y se aleja tanto del cinismo y la agilidad del cine infantil contemporáneo como lo hacían las primeras películas de Miyazaki. Ojo, el regusto que nos deja en el paladar es muy distinto al del maestro japonés. Disculpen que haga referencia a una anécdota personal, pero en el fondo, y aunque alguno juegue la objetividad científica, no hay reseña o crítica que no lo sea. Fui a verla con mi hijo pequeño. Los dos salimos de la sala en silencio, conmovidos y turbados por su extraña belleza, y yo rompí el silencio preguntándole qué le había parecido, y fue su respuesta lo que me animó a recomendársela. No sé si es triste o alegre, pero es una película muy misteriosa. Les explico por qué merece la pena dejarse llevar por su misterio.
El protagonista de Flow es un gato. Un gato que vive solo en una casa donde hay rastros de vida humana: dibujos, esculturas, una cama a medio hacer… Quizás fue la residencia de su dueño. No es el único edificio abandonado, pero no hay humanos a la vista. Puede que el relato ocurra en algún futuro en el que ya somos una raza extinguida, o sencillamente que estamos en un nivel distinto de realidad. Salvo por el acoso de un grupo de perros, el día a día de nuestro gato debe ser lo más parecido a un paraíso. Hasta que, sin explicación alguna, el agua empieza a crecer, anegándolo todo. Asciende sepultando en sus profundidades el mundo de Flow.
Algunos animales logran subirse a una barca y navegan sin un rumbo concreto. Entre ellos, claro, nuestro gato protagonista. La película dialoga por contraste con otra de animación de hace ya unos años, ¡Buenos días, mundo!; podéis verla en Filmin. Esta era una producción casi documental, guiada por la voz en off de un narrador omnisciente que conversa con los múltiples animales que conforman la riqueza vital de un lago. Todos ellos se preguntan sobre la majestad de la propia vida de la que forman parte, unas veces sobrecogidos, otras sintiéndose protagonistas absolutos de su microcosmos, pero siempre dejándose guiar por un instinto inexplicable que todo lo ordena y regula.
Algo de esta idea late en Flow. La sensación de que nuestro destino está ligado a fuerzas inexorables, una naturaleza que nos hace sentir frágiles, pero que también nos hipnotiza con su belleza. Aparte de que una recurre a la voz en off y la otra no, la diferencia más notable entre ambas es que ¡Buenos días, mundo! tiene una perspectiva biológica y Flow está emparentada con la abstracción de los mitos bíblicos.
Gints Zilbalodis, su director, parece condensar el relato del arca de Noé como un alquimista, como si destilara lo más esencial del mismo, el oro, eliminando de la ecuación incluso al ser humano. Los protagonistas son animales, pero esto no nos distancia del relato. Hombres, espectadores y animales estamos al mismo nivel experiencial con respecto al misterio mismo de la existencia. Su pasmo ante la naturaleza desconcertante e inexplicable, su instinto de supervivencia o su sobrecogimiento ante el fin de la existencia de quienes nos rodean es idéntico al nuestro. Muy recomendable, por tanto, que la vivan con sus hijos en la sala de cine, sobre todo si no tienen miedo a dejar sin respuesta alguna de sus preguntas. Déjense sobrepasar por su misterio.
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