‘El eternauta’, el fin del mundo en Buenos Aires

Todo empieza con un apagón, como aquí hace unos días. Solo que aquí la cosa se quedó en Pepe Gotera y Otilio la lían parda jugando con las renovables y la demagogia, y en el caso de El eternauta eso es solo el principio de una situación en la que poco después cae una nevada en pleno verano y resulta que la nieve es tóxica y te mata si te toca la piel. Y los horrores no se acaban ahí, porque esto son prolegómenos de una invasión alienígena.

El eternauta no solo es la obra maestra del cómic argentino, sino uno de los hitos internacionales del cómic de ciencia ficción. Desde que se publicó por primera vez por entregas en la revista Hora Cero de la editorial Frontera, entre 1957 y 1959, no ha parado de acumular reediciones y nuevos lectores entusiastas. Se hablaba desde hacía décadas de una adaptación al cine que nunca llegaba. Ahora Netflix la ha convertido en serie de televisión dirigida por Bruno Stagnaro. ¿Y quién interpreta a su protagonista, Juan Salvo? Pues Ricardo Darín, claro. ¿Quién si no iba a poner cara a un argentino normal y corriente obligado a enfrentarse, junto con sus amigos y su familia, a una situación límite?

El cómic original se publicó a finales de los años cincuenta, lo cual quiere decir que el contexto era la Guerra Fría y la literatura, el cine y los cómics se llenaron de extraterrestres chungos. La ciencia ficción estaba en su apogeo. En Estados Unidos las invasiones alienígenas eran metáfora del temor a la infiltración o el ataque de los soviéticos, y entre el alud de películas de serie B de la época destaca La invasión de los ladrones de cuerpos de Don Siegel, por su uso de la abducción de las voluntades. Es muy probable que el guionista de El eternauta, Héctor Germán Oesterheld, la hubiera visto, porque en su cómic también aparece la manipulación de las voluntades.  Solo que la situación de Argentina era muy distinta de la de Estados Unidos, y Oesterheld no estaba pensando en agresiones soviéticas sino en dictaduras militares. Él mismo, progresivamente radicalizado hasta vincularse con los montoneros, acabaría siendo víctima de una de ellas. Fue uno de los desaparecidos durante la época de la junta militar de Videla.

Antes de este final trágico, fue el mejor guionista del cómic argentino clásico. Los años cincuenta fueron una época de esplendor para la industria del tebeo de ese país. El mismísimo Hugo Pratt pasó esa década en Buenos Aires, donde dibujó sus estupendas obras primerizas previas a Corto Maltés: Sargento Kirk, Ticonderoga y Enrie Pike. ¿Quién era el guionista de todas ellas? Pues Héctor Germán Oesterheld.

En el caso de El eternauta, contó como dibujante con Francisco Solano López, un ilustrador eficaz pero mucho menos inventivo, con lo que la potencia de esta obra está en su guion más que en su parte gráfica. Uno de los muchos aspectos interesantes de la trama es que el escenario apocalíptico no es Nueva York o Los Ángeles, como era lo habitual, sino un reconocible Buenos Aires, en el que incluso el estadio del River tiene un papel muy relevante.

Fidelidad al espíritu original

La serie de Netflix es muy fiel al espíritu del cómic y a sus elementos más icónicos como las máscaras -gafas de buzo, cascos de soldador…- que han de colocarse los personajes para que la nieve no les toce la piel, o el aspecto de los bichos que empiezan a aparecer. Sin embargo, actualiza la época de la acción, trasladándola al presente, lo cual puede parecer un anatema, pero es una buena idea, que no debería escandalizar a ningún admirador del tebeo original.

También crea algunos personajes femeninos nuevos -como una joven inmigrante venezolana-; cambia la edad de la hija del protagonista, que pasa de niña a adolescente; e introduce en el pasado del personaje de Darín su participación en la guerra de la Malvinas y los traumas que arrastra (lo cual es una decisión brillante, que funciona muy bien). En cambio, la versión televisiva no se a atrevido con el osado arranque del cómic -del todo inusual para su época- en el que un misterioso individuo -el eternauta, viajero en el tiempo- se le aparece al propio guionista, Oesterheld -que se convierte a sí mismo en personaje de su cómic- y le cuenta su increíble historia.

Los seis capítulos de la serie de Netflix adaptan solo la primera parte del cómic original, con lo que queda pendiente una segunda parte, en la que llegarán las decisiones más arriesgadas, porque es a partir de ahí que los elementos de ciencia ficción vinculados con la invasión alienígena plantean los giros más atrevidos.

En 1969 Oesterheld decidió poner en marcha una nueva versión más ambiciosa y politizada de El eternauta, con el uruguayo instalado en Argentina Alberto Breccia, un dibujante de pasmosa inventiva y audacia. Ya habían colaborado en varias obras anteriores, entre las que destaca otra cumbre del cómic argentino: Mort Cinder. La nueva versión empezó a publicarse en el semanario Gente, pero la radicalidad del dibujo de Breccia -manejo del claroscuro, ruptura con el formato de viñetas- desconcertó a los lectores y la serie se clausuró de forma abrupta a los pocos meses. Frente a las más de 300 páginas del original, esta nueva versión tiene poco más de 50. Ahora, coincidiendo con el estreno de la serie de Netflix, Reservoir Books publica por primera vez en España la edición restaurada de El eternauta 1969.

En 1976, un años antes de su desaparición, Oesterheld, ya muy radicalizado, publicó El eternauta II, de nuevo con Solano López a los lápices, incómodo y disconforme con el sesgo ideológico de esta nueva entrega, que además es muy inferior a la original. Ya sin Oesterheld han seguido apareciendo varias secuelas de El eternauta, con otros guionistas y dibujantes. Ninguna de ellas tiene la magia de la historieta original, que ahora se ha convertido en una estimulante serie de Netflix. El eternauta sigue viajando en el tiempo.

 Todo empieza con un apagón, como aquí hace unos días. Solo que aquí la cosa se quedó en Pepe Gotera y Otilio la lían parda jugando  

Todo empieza con un apagón, como aquí hace unos días. Solo que aquí la cosa se quedó en Pepe Gotera y Otilio la lían parda jugando con las renovables y la demagogia, y en el caso de El eternauta eso es solo el principio de una situación en la que poco después cae una nevada en pleno verano y resulta que la nieve es tóxica y te mata si te toca la piel. Y los horrores no se acaban ahí, porque esto son prolegómenos de una invasión alienígena.

El eternauta no solo es la obra maestra del cómic argentino, sino uno de los hitos internacionales del cómic de ciencia ficción. Desde que se publicó por primera vez por entregas en la revista Hora Cero de la editorial Frontera, entre 1957 y 1959, no ha parado de acumular reediciones y nuevos lectores entusiastas. Se hablaba desde hacía décadas de una adaptación al cine que nunca llegaba. Ahora Netflix la ha convertido en serie de televisión dirigida por Bruno Stagnaro. ¿Y quién interpreta a su protagonista, Juan Salvo? Pues Ricardo Darín, claro. ¿Quién si no iba a poner cara a un argentino normal y corriente obligado a enfrentarse, junto con sus amigos y su familia, a una situación límite?

El cómic original se publicó a finales de los años cincuenta, lo cual quiere decir que el contexto era la Guerra Fría y la literatura, el cine y los cómics se llenaron de extraterrestres chungos. La ciencia ficción estaba en su apogeo. En Estados Unidos las invasiones alienígenas eran metáfora del temor a la infiltración o el ataque de los soviéticos, y entre el alud de películas de serie B de la época destaca La invasión de los ladrones de cuerpos de Don Siegel, por su uso de la abducción de las voluntades. Es muy probable que el guionista de El eternauta, Héctor Germán Oesterheld, la hubiera visto, porque en su cómic también aparece la manipulación de las voluntades.  Solo que la situación de Argentina era muy distinta de la de Estados Unidos, y Oesterheld no estaba pensando en agresiones soviéticas sino en dictaduras militares. Él mismo, progresivamente radicalizado hasta vincularse con los montoneros, acabaría siendo víctima de una de ellas. Fue uno de los desaparecidos durante la época de la junta militar de Videla.

Antes de este final trágico, fue el mejor guionista del cómic argentino clásico. Los años cincuenta fueron una época de esplendor para la industria del tebeo de ese país. El mismísimo Hugo Pratt pasó esa década en Buenos Aires, donde dibujó sus estupendas obras primerizas previas a Corto Maltés: Sargento Kirk, Ticonderoga y Enrie Pike. ¿Quién era el guionista de todas ellas? Pues Héctor Germán Oesterheld.

En el caso de El eternauta, contó como dibujante con Francisco Solano López, un ilustrador eficaz pero mucho menos inventivo, con lo que la potencia de esta obra está en su guion más que en su parte gráfica. Uno de los muchos aspectos interesantes de la trama es que el escenario apocalíptico no es Nueva York o Los Ángeles, como era lo habitual, sino un reconocible Buenos Aires, en el que incluso el estadio del River tiene un papel muy relevante.

La serie de Netflix es muy fiel al espíritu del cómic y a sus elementos más icónicos como las máscaras -gafas de buzo, cascos de soldador…- que han de colocarse los personajes para que la nieve no les toce la piel, o el aspecto de los bichos que empiezan a aparecer. Sin embargo, actualiza la época de la acción, trasladándola al presente, lo cual puede parecer un anatema, pero es una buena idea, que no debería escandalizar a ningún admirador del tebeo original.

También crea algunos personajes femeninos nuevos -como una joven inmigrante venezolana-; cambia la edad de la hija del protagonista, que pasa de niña a adolescente; e introduce en el pasado del personaje de Darín su participación en la guerra de la Malvinas y los traumas que arrastra (lo cual es una decisión brillante, que funciona muy bien). En cambio, la versión televisiva no se a atrevido con el osado arranque del cómic -del todo inusual para su época- en el que un misterioso individuo -el eternauta, viajero en el tiempo- se le aparece al propio guionista, Oesterheld -que se convierte a sí mismo en personaje de su cómic- y le cuenta su increíble historia.

Los seis capítulos de la serie de Netflix adaptan solo la primera parte del cómic original, con lo que queda pendiente una segunda parte, en la que llegarán las decisiones más arriesgadas, porque es a partir de ahí que los elementos de ciencia ficción vinculados con la invasión alienígena plantean los giros más atrevidos.

En 1969 Oesterheld decidió poner en marcha una nueva versión más ambiciosa y politizada de El eternauta, con el uruguayo instalado en Argentina Alberto Breccia, un dibujante de pasmosa inventiva y audacia. Ya habían colaborado en varias obras anteriores, entre las que destaca otra cumbre del cómic argentino: Mort Cinder. La nueva versión empezó a publicarse en el semanario Gente, pero la radicalidad del dibujo de Breccia -manejo del claroscuro, ruptura con el formato de viñetas- desconcertó a los lectores y la serie se clausuró de forma abrupta a los pocos meses. Frente a las más de 300 páginas del original, esta nueva versión tiene poco más de 50. Ahora, coincidiendo con el estreno de la serie de Netflix, Reservoir Books publica por primera vez en España la edición restaurada de El eternauta 1969.

En 1976, un años antes de su desaparición, Oesterheld, ya muy radicalizado, publicó El eternauta II, de nuevo con Solano López a los lápices, incómodo y disconforme con el sesgo ideológico de esta nueva entrega, que además es muy inferior a la original. Ya sin Oesterheld han seguido apareciendo varias secuelas de El eternauta, con otros guionistas y dibujantes. Ninguna de ellas tiene la magia de la historieta original, que ahora se ha convertido en una estimulante serie de Netflix. El eternauta sigue viajando en el tiempo.

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