Dos de Mayo, una fiesta polémica

Hasta hace poco podíamos decir que España era un país raro en cuanto a conmemoraciones históricas, pero ya es un movimiento mundial. En las últimas décadas se ha interpretado que las festividades históricas tienen una connotación política para crear un relato y una identidad colectiva, transmitiendo una visión falsa de la historia. Puede ser. No obstante, quienes critican unas fechas celebran otras alimentando de esta manera esa supuesta manipulación política del pasado. Esto ocurre por el dominio de la deconstrucción posmodernista, que se ha empeñado en revisar la historia, por ejemplo, el Día de Colón en Estados Unidos.

El levantamiento del Dos de Mayo de 1808 es, sin duda, un episodio que ha sido interpretado desde múltiples perspectivas a lo largo de la historia. Para los liberales, simbolizó el inicio de la revolución nacional, una lucha por la libertad y la independencia que quedaría reflejada en discursos políticos y literarios desde la victoria de Bailén. A través de las instituciones creadas durante la guerra, la revuelta madrileña se convirtió en un referente movilizador, con una fuerte carga propagandística similar a otros eventos icónicos, como la Boston Tea Party en Estados Unidos o la Toma de la Bastilla en Francia. Este tipo de construcciones históricas buscaban generar identificación con las víctimas, presentadas como heroicas y virtuosas, sacrificadas por los intereses colectivos frente a un enemigo caracterizado como el origen de todos los males. Así, el Dos de Mayo no solo representó un hecho histórico, sino un símbolo que evolucionó con el tiempo según el contexto político y social.

El Dos de Mayo se convirtió en un símbolo con múltiples interpretaciones a lo largo del tiempo, reflejo de los distintos intereses políticos en España. La proclamación de esta fecha como fiesta nacional en 1811, promovida por Antonio Capmany, consolidó su papel como el paradigma del levantamiento popular por la libertad, una imagen que se integró en el imaginario liberal. Figuras como Daoíz, Velarde, Manuela Malasaña y Clara del Rey fueron elevadas al rango de mártires de la lucha por la independencia, reforzando el relato de una nación despertando a su destino político.

Sin embargo, los tradicionalistas ofrecieron una interpretación diferente: el levantamiento no representaba tanto una revolución liberal, sino un movimiento para expulsar a los franceses y restaurar la legítima monarquía borbónica. Esta visión se consolidó en 1814 con el golpe de Estado de Fernando VII, que, con el apoyo popular, revirtió la celebración de la fecha, convirtiéndola en un día de luto oficial. Desde entonces, el Dos de Mayo pasó a simbolizar la defensa de Rey, Patria y Dios, con Daoíz y Velarde como exponentes de los valores guerreros y religiosos de los españoles que esperaban el retorno de su monarca. Así lo decía entonces un poeta:

«Gran Fernando; ¡oh, Rey de amor!

Entre nuestros hijos fieles,

Coronado de laureles

Vivid mil siglos, Señor:

Nuestra constancia y valor,

Nuestra lealtad sin medida,

Dará mil veces la vida

Por vuestra Real Persona,

Como lo afirma y abona

Tanta sangre aquí vertida»

El Dos de Mayo continuó evolucionando como un símbolo de identidad nacional y política a lo largo del siglo XIX. Con la llegada del Trienio Liberal, entre 1820 y 1823, la interpretación liberal del levantamiento fue restaurada y reforzada, culminando en 1839 con la inauguración del monumento en el Campo de la Lealtad, hoy ubicado en el Paseo de Recoletos de Madrid. Esta conmemoración buscó exaltar la nueva España constitucional y oponerla a las dos grandes «tiranías»: la extranjera, representada por Francia, y la interna, simbolizada por Fernando VII y posteriormente por el carlismo.

La poesía desempeñó un papel crucial en la construcción de esta memoria histórica, y una de las composiciones más difundidas en la prensa durante años fue la de José de Espronceda, un ferviente liberal y republicano. Su obra reflejaba la exaltación de la lucha por la libertad y la reivindicación del Dos de Mayo como un episodio clave en el despertar de la nación española diciendo:

«Brilla el puñal en la irritada mano, 
huye el cobarde y el traidor se esconde; 
truena el cañón y el grito castellano 
de independencia y libertad responde

El trono que erigió vuestra bravura

Sobre huesos de héroes cimentado

Un rey ingrato, de memoria impura (Fernando VII)

Con eterno baldón dejó manchado.

¡Ay! Para herir la libertad sagrada

El príncipe, borrón de nuestra historia

Llamó en su auxilio la francesa espada

Que segase el laurel de vuestra gloria.»

Mientras que los liberales de 1808 habían establecido la fecha como un símbolo de nación y libertad, el Partido Moderado, a partir de 1844, trató de suavizar su carga política. Así, buscando estabilidad diplomática, redujeron la francofobia y desvincularon el levantamiento de su carácter popular y liberal, centrándolo en figuras como Daoíz y Velarde, y limitándolo a actos religiosos y militares.

Sin embargo, el Partido Progresista dio un giro en 1856 apropiándose de la celebración y restaurando su significado original dentro de la lucha política con el Partido Moderado. De este modo, el Dos de Mayo volvió a ser reivindicado como el punto de partida de la batalla por la libertad, algo que quedó reflejado en la prensa progresista de la época, como en el periódico La Iberia, el 2 de mayo de 1862, donde se podía leer:

«El Dos de Mayo es para nosotros el símbolo de la guerra de la Independencia, de esa brillante epopeya con que empezaron a un tiempo nuestro siglo y nuestra revolución. (…) ¿No luchaban los españoles por la patria? ¿Y qué es la patria? La patria no es la ergástula del esclavo, la patria no es la cárcel, la primera patria del hombre es la libertad»

El Dos de Mayo es para nosotros el símbolo de la guerra de la Independencia, de esa brillante epopeya con que empezaron a un tiempo nuestro siglo y nuestra revolución. (…) ¿No luchaban los españoles por la patria? ¿Y qué es la patria? La patria no es la ergástula del esclavo, la patria no es la cárcel, la primera patria del hombre es la libertad”.

Los progresistas, seguidos por los demócratas y republicanos, reivindicaron el Dos de Mayo como la esencia de la lucha popular por la libertad, considerándose herederos de aquellos «mártires». Las conmemoraciones adquirieron un carácter más militante, de partido, no institucional, con manifestaciones que culminaban en el obelisco del Campo de la Lealtad, reforzando la idea de una resistencia frente a la opresión. Cuando se hablaba de «popular», el significado se vinculaba explícitamente con lo progresista y democrático.

Durante el Sexenio Revolucionario, entre 1868 y 1874, esta exaltación se materializó en la reestructuración del espacio público: se establecieron la Plaza del Dos de Mayo, las calles de Daoíz, Velarde, Ruiz y Malasaña, el arco de Monteleón y el grupo escultórico de Solà. La celebración religiosa quedó eliminada, debido a la negativa de los obispos a participar en un evento que había adquirido un fuerte carácter político.

Sin embargo, con la Restauración, la conmemoración perdió peso. La multiplicidad de interpretaciones quedó marcada: los progresistas lo recordaban como un acto de lucha por la libertad, los carlistas como una exaltación de la monarquía y la fe, y los republicanos como el ejemplo de un pueblo rebelde contra la tiranía representada en la monarquía y la Iglesia. A partir de 1890, con la irrupción de los socialistas y anarquistas, la conmemoración del Primero de Mayo fue desplazando la importancia del Dos de Mayo, que quedó en un segundo plano. Para finales de siglo, algunos sectores republicanos incluso abogaron por su desaparición, como reflejó el diario El País el 2 de mayo de 1899 tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas:

«¿Cómo osamos rendir homenajes a los desinteresados y magnánimos patriotas que murieron por España, nosotros que la hemos arrebatado la vida y el honor? (…) después de perderlo todo con indiferencia repugnante, todavía tenemos la desvergüenza de turbar el reposo de los mártires con fiestas en su honor que son un sarcasmo»

¿Cómo osamos rendir homenajes a los desinteresados y magnánimos patriotas que murieron por España, nosotros que la hemos arrebatado la vida y el honor? (…) después de perderlo todo con indiferencia repugnante, todavía tenemos la desvergüenza de turbar el reposo de los mártires con fiestas en su honor que son un sarcasmo. 

A pesar de su uso partidista y de la múltiple interpretación, el Dos de Mayo siguió siendo una celebración significativa para los madrileños, aunque con matices distintos. La fiesta mantuvo su carácter popular, combinando el desfile militar con espectáculos y encuentros festivos donde no faltaban el baile, los azucarillos y el aguardiente. Sin embargo, el intento de dar al centenario una dimensión nacional fracasó. Las distintas regiones prefirieron conmemorar sus propias gestas locales, como el Sitio de Gerona, las batallas del Bruch y de Igualada en Barcelona, el levantamiento de Asturias, o, en el caso de Cádiz, simplemente optaron por no participar. Este fenómeno reflejaba la progresiva fragmentación del sentimiento nacional y el predominio de una visión más localista de la historia.

Con la llegada de la Segunda República, el Dos de Mayo se convirtió en una celebración puramente cívica, sin el componente religioso que había tenido en épocas anteriores. Durante la Guerra Civil, la conmemoración adquirió un nuevo significado: pasó a ser utilizada como un símbolo de resistencia y ánimo para los madrileños. Dolores Ibárruri y el general Miaja aprovecharon la fecha para reforzar el espíritu de lucha de la población. En una famosa alocución radiofónica, Miaja recordó el valor y la determinación de quienes se habían alzado el Dos de Mayo de 1808, estableciendo un paralelismo con la situación que se vivía entonces en Madrid diciendo:

«El pueblo de Madrid sabe hacer honor a sus antepasados del 2 de Mayo, que en lucha con el mejor ejército de Napoleón, lucharon y vencieron. Madrileños, luchad como buenos, y el triunfo será nuestro. ¡Viva el pueblo de Madrid!»

El pueblo de Madrid sabe hacer honor a sus antepasados del 2 de Mayo, que en lucha con el mejor ejército de Napoleón, lucharon y vencieron. Madrileños, luchad como buenos, y el triunfo será nuestro. ¡Viva el pueblo de Madrid!

El Dos de Mayo, como hemos visto, ha pasado por múltiples reinterpretaciones a lo largo de la historia, adaptándose a los cambios políticos y sociales. Durante el primer franquismo, la fecha fue transformada en una celebración nacionalsindicalista, equiparando los alzamientos de 1808 y 1936 como dos «guerras de independencia». Bajo la influencia de Ramón Serrano Suñer, ministro y cuñado de Franco, y los falangistas, la festividad adquirió un carácter oficial con desfiles militares y actos religiosos, consolidándose como una fiesta nacional. Como curiosidad, se ofreció a Franco la alcaldía honoraria de Móstoles, donde se publicó el bando dando noticia a España de los acontecimientos del Dos de Mayo. Por supuesto, el dictador aceptó el ofrecimiento el 11 de mayo de 1953.

Con la caída de Falange desde 1959, la conmemoración perdió fuerza. Muchas provincias dejaron de celebrarla, y en Madrid fue sustituida por la festividad de San Isidro. No fue hasta la llegada de la Democracia que el Dos de Mayo se recuperó como festividad autonómica, combinando una celebración oficial con eventos populares y la recreación del levantamiento. Este año 2025 parece que vuelve la politización porque Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno, ha decidido retirar al Ejército español de la celebración en Madrid en su oposición al gobierno de Ayuso. No sorprende, pero indigna.

[¿Eres anunciante y quieres patrocinar este programa? Escríbenos a comercial@theobjective.com]

 Hasta hace poco podíamos decir que España era un país raro en cuanto a conmemoraciones históricas, pero ya es un movimiento mundial. En las últimas décadas  

Hasta hace poco podíamos decir que España era un país raro en cuanto a conmemoraciones históricas, pero ya es un movimiento mundial. En las últimas décadas se ha interpretado que las festividades históricas tienen una connotación política para crear un relato y una identidad colectiva, transmitiendo una visión falsa de la historia. Puede ser. No obstante, quienes critican unas fechas celebran otras alimentando de esta manera esa supuesta manipulación política del pasado. Esto ocurre por el dominio de la deconstrucción posmodernista, que se ha empeñado en revisar la historia, por ejemplo, el Día de Colón en Estados Unidos.

El levantamiento del Dos de Mayo de 1808 es, sin duda, un episodio que ha sido interpretado desde múltiples perspectivas a lo largo de la historia. Para los liberales, simbolizó el inicio de la revolución nacional, una lucha por la libertad y la independencia que quedaría reflejada en discursos políticos y literarios desde la victoria de Bailén. A través de las instituciones creadas durante la guerra, la revuelta madrileña se convirtió en un referente movilizador, con una fuerte carga propagandística similar a otros eventos icónicos, como la Boston Tea Party en Estados Unidos o la Toma de la Bastilla en Francia. Este tipo de construcciones históricas buscaban generar identificación con las víctimas, presentadas como heroicas y virtuosas, sacrificadas por los intereses colectivos frente a un enemigo caracterizado como el origen de todos los males. Así, el Dos de Mayo no solo representó un hecho histórico, sino un símbolo que evolucionó con el tiempo según el contexto político y social.

El Dos de Mayo se convirtió en un símbolo con múltiples interpretaciones a lo largo del tiempo, reflejo de los distintos intereses políticos en España. La proclamación de esta fecha como fiesta nacional en 1811, promovida por Antonio Capmany, consolidó su papel como el paradigma del levantamiento popular por la libertad, una imagen que se integró en el imaginario liberal. Figuras como Daoíz, Velarde, Manuela Malasaña y Clara del Rey fueron elevadas al rango de mártires de la lucha por la independencia, reforzando el relato de una nación despertando a su destino político.

Sin embargo, los tradicionalistas ofrecieron una interpretación diferente: el levantamiento no representaba tanto una revolución liberal, sino un movimiento para expulsar a los franceses y restaurar la legítima monarquía borbónica. Esta visión se consolidó en 1814 con el golpe de Estado de Fernando VII, que, con el apoyo popular, revirtió la celebración de la fecha, convirtiéndola en un día de luto oficial. Desde entonces, el Dos de Mayo pasó a simbolizar la defensa de Rey, Patria y Dios, con Daoíz y Velarde como exponentes de los valores guerreros y religiosos de los españoles que esperaban el retorno de su monarca. Así lo decía entonces un poeta:

«Gran Fernando; ¡oh, Rey de amor!

Entre nuestros hijos fieles,

Coronado de laureles

Vivid mil siglos, Señor:

Nuestra constancia y valor,

Nuestra lealtad sin medida,

Dará mil veces la vida

Por vuestra Real Persona,

Como lo afirma y abona

Tanta sangre aquí vertida»

El Dos de Mayo continuó evolucionando como un símbolo de identidad nacional y política a lo largo del siglo XIX. Con la llegada del Trienio Liberal, entre 1820 y 1823, la interpretación liberal del levantamiento fue restaurada y reforzada, culminando en 1839 con la inauguración del monumento en el Campo de la Lealtad, hoy ubicado en el Paseo de Recoletos de Madrid. Esta conmemoración buscó exaltar la nueva España constitucional y oponerla a las dos grandes «tiranías»: la extranjera, representada por Francia, y la interna, simbolizada por Fernando VII y posteriormente por el carlismo.

La poesía desempeñó un papel crucial en la construcción de esta memoria histórica, y una de las composiciones más difundidas en la prensa durante años fue la de José de Espronceda, un ferviente liberal y republicano. Su obra reflejaba la exaltación de la lucha por la libertad y la reivindicación del Dos de Mayo como un episodio clave en el despertar de la nación española diciendo:

«Brilla el puñal en la irritada mano, 
huye el cobarde y el traidor se esconde; 
truena el cañón y el grito castellano 
de independencia y libertad responde

El trono que erigió vuestra bravura

Sobre huesos de héroes cimentado

Un rey ingrato, de memoria impura (Fernando VII)

Con eterno baldón dejó manchado.

¡Ay! Para herir la libertad sagrada

El príncipe, borrón de nuestra historia

Llamó en su auxilio la francesa espada

Que segase el laurel de vuestra gloria.»

Mientras que los liberales de 1808 habían establecido la fecha como un símbolo de nación y libertad, el Partido Moderado, a partir de 1844, trató de suavizar su carga política. Así, buscando estabilidad diplomática, redujeron la francofobia y desvincularon el levantamiento de su carácter popular y liberal, centrándolo en figuras como Daoíz y Velarde, y limitándolo a actos religiosos y militares.

Sin embargo, el Partido Progresista dio un giro en 1856 apropiándose de la celebración y restaurando su significado original dentro de la lucha política con el Partido Moderado. De este modo, el Dos de Mayo volvió a ser reivindicado como el punto de partida de la batalla por la libertad, algo que quedó reflejado en la prensa progresista de la época, como en el periódico La Iberia, el 2 de mayo de 1862, donde se podía leer:

«El Dos de Mayo es para nosotros el símbolo de la guerra de la Independencia, de esa brillante epopeya con que empezaron a un tiempo nuestro siglo y nuestra revolución. (…) ¿No luchaban los españoles por la patria? ¿Y qué es la patria? La patria no es la ergástula del esclavo, la patria no es la cárcel, la primera patria del hombre es la libertad»

El Dos de Mayo es para nosotros el símbolo de la guerra de la Independencia, de esa brillante epopeya con que empezaron a un tiempo nuestro siglo y nuestra revolución. (…) ¿No luchaban los españoles por la patria? ¿Y qué es la patria? La patria no es la ergástula del esclavo, la patria no es la cárcel, la primera patria del hombre es la libertad”.

Los progresistas, seguidos por los demócratas y republicanos, reivindicaron el Dos de Mayo como la esencia de la lucha popular por la libertad, considerándose herederos de aquellos «mártires». Las conmemoraciones adquirieron un carácter más militante, de partido, no institucional, con manifestaciones que culminaban en el obelisco del Campo de la Lealtad, reforzando la idea de una resistencia frente a la opresión. Cuando se hablaba de «popular», el significado se vinculaba explícitamente con lo progresista y democrático.

Durante el Sexenio Revolucionario, entre 1868 y 1874, esta exaltación se materializó en la reestructuración del espacio público: se establecieron la Plaza del Dos de Mayo, las calles de Daoíz, Velarde, Ruiz y Malasaña, el arco de Monteleón y el grupo escultórico de Solà. La celebración religiosa quedó eliminada, debido a la negativa de los obispos a participar en un evento que había adquirido un fuerte carácter político.

Sin embargo, con la Restauración, la conmemoración perdió peso. La multiplicidad de interpretaciones quedó marcada: los progresistas lo recordaban como un acto de lucha por la libertad, los carlistas como una exaltación de la monarquía y la fe, y los republicanos como el ejemplo de un pueblo rebelde contra la tiranía representada en la monarquía y la Iglesia. A partir de 1890, con la irrupción de los socialistas y anarquistas, la conmemoración del Primero de Mayo fue desplazando la importancia del Dos de Mayo, que quedó en un segundo plano. Para finales de siglo, algunos sectores republicanos incluso abogaron por su desaparición, como reflejó el diario El País el 2 de mayo de 1899 tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas:

«¿Cómo osamos rendir homenajes a los desinteresados y magnánimos patriotas que murieron por España, nosotros que la hemos arrebatado la vida y el honor? (…) después de perderlo todo con indiferencia repugnante, todavía tenemos la desvergüenza de turbar el reposo de los mártires con fiestas en su honor que son un sarcasmo»

¿Cómo osamos rendir homenajes a los desinteresados y magnánimos patriotas que murieron por España, nosotros que la hemos arrebatado la vida y el honor? (…) después de perderlo todo con indiferencia repugnante, todavía tenemos la desvergüenza de turbar el reposo de los mártires con fiestas en su honor que son un sarcasmo. 

A pesar de su uso partidista y de la múltiple interpretación, el Dos de Mayo siguió siendo una celebración significativa para los madrileños, aunque con matices distintos. La fiesta mantuvo su carácter popular, combinando el desfile militar con espectáculos y encuentros festivos donde no faltaban el baile, los azucarillos y el aguardiente. Sin embargo, el intento de dar al centenario una dimensión nacional fracasó. Las distintas regiones prefirieron conmemorar sus propias gestas locales, como el Sitio de Gerona, las batallas del Bruch y de Igualada en Barcelona, el levantamiento de Asturias, o, en el caso de Cádiz, simplemente optaron por no participar. Este fenómeno reflejaba la progresiva fragmentación del sentimiento nacional y el predominio de una visión más localista de la historia.

Con la llegada de la Segunda República, el Dos de Mayo se convirtió en una celebración puramente cívica, sin el componente religioso que había tenido en épocas anteriores. Durante la Guerra Civil, la conmemoración adquirió un nuevo significado: pasó a ser utilizada como un símbolo de resistencia y ánimo para los madrileños. Dolores Ibárruri y el general Miaja aprovecharon la fecha para reforzar el espíritu de lucha de la población. En una famosa alocución radiofónica, Miaja recordó el valor y la determinación de quienes se habían alzado el Dos de Mayo de 1808, estableciendo un paralelismo con la situación que se vivía entonces en Madrid diciendo:

«El pueblo de Madrid sabe hacer honor a sus antepasados del 2 de Mayo, que en lucha con el mejor ejército de Napoleón, lucharon y vencieron. Madrileños, luchad como buenos, y el triunfo será nuestro. ¡Viva el pueblo de Madrid!»

El pueblo de Madrid sabe hacer honor a sus antepasados del 2 de Mayo, que en lucha con el mejor ejército de Napoleón, lucharon y vencieron. Madrileños, luchad como buenos, y el triunfo será nuestro. ¡Viva el pueblo de Madrid!

El Dos de Mayo, como hemos visto, ha pasado por múltiples reinterpretaciones a lo largo de la historia, adaptándose a los cambios políticos y sociales. Durante el primer franquismo, la fecha fue transformada en una celebración nacionalsindicalista, equiparando los alzamientos de 1808 y 1936 como dos «guerras de independencia». Bajo la influencia de Ramón Serrano Suñer, ministro y cuñado de Franco, y los falangistas, la festividad adquirió un carácter oficial con desfiles militares y actos religiosos, consolidándose como una fiesta nacional. Como curiosidad, se ofreció a Franco la alcaldía honoraria de Móstoles, donde se publicó el bando dando noticia a España de los acontecimientos del Dos de Mayo. Por supuesto, el dictador aceptó el ofrecimiento el 11 de mayo de 1953.

Con la caída de Falange desde 1959, la conmemoración perdió fuerza. Muchas provincias dejaron de celebrarla, y en Madrid fue sustituida por la festividad de San Isidro. No fue hasta la llegada de la Democracia que el Dos de Mayo se recuperó como festividad autonómica, combinando una celebración oficial con eventos populares y la recreación del levantamiento. Este año 2025 parece que vuelve la politización porque Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno, ha decidido retirar al Ejército español de la celebración en Madrid en su oposición al gobierno de Ayuso. No sorprende, pero indigna.

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