Dolores Redondo: «La mística de mis novelas es auténtica,  no puede ser magia de abracadabra»

<p>¿Verdad que el Valle del Baztán tiene algo del <i>Twin Peaks </i>de <strong>David Lynch</strong>? ¿O es la cabeza la que se dispara a buscar referentes después de que la comarca haya quedado ligada a las novelas de <strong>Dolores Redondo</strong>? <i>Las que no duermen </i>(recién editado por Destino) es el octavo libro de la escritora donostiarra, el primero de un nuevo cuarteto de novelas, y no va a desmentir la comparación porque, además del paisaje boscoso y húmedo, secretamente fantasmagórico, incluye a villanos que parecen sacados de <i>Terciopelo azul </i>y a amantes equívocos que recuerdan a <i>Mullholand Drive</i>. David Lynch mezclado con <strong>Julio Caro Baroja</strong>, esa podría ser una explicación de <i>Las que no duermen</i>, aunque se quedaría corta.</p>

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 La escritora de la ‘Trilogía del Baztán’ abre una nueva serie de novelas de crímenes, etnografía y magia negra con ‘Las que no duermen’  

¿Verdad que el Valle del Baztán tiene algo del Twin Peaks de David Lynch? ¿O es la cabeza la que se dispara a buscar referentes después de que la comarca haya quedado ligada a las novelas de Dolores Redondo? Las que no duermen (recién editado por Destino) es el octavo libro de la escritora donostiarra, el primero de un nuevo cuarteto de novelas, y no va a desmentir la comparación porque, además del paisaje boscoso y húmedo, secretamente fantasmagórico, incluye a villanos que parecen sacados de Terciopelo azul y a amantes equívocos que recuerdan a Mullholand Drive. David Lynch mezclado con Julio Caro Baroja, esa podría ser una explicación de Las que no duermen, aunque se quedaría corta.

El resumen de la novela lleva su tiempo: Nash, la protagonista de Las que no duermen, dirige un equipo de arqueólogos y etnógrafos que estudia una gruta en la que, según las leyendas populares del valle, los vecinos encerraban y dejaban morir a las brujas del valle. O sea: a las mujeres más apegadas a la tradición pagana de la comarca, a las de comportamiento sexual extravagante, a las que no encajaban en la normalidad, a las que habían caído en desgracia ante alguien poderoso…

Pero, una vez dentro de la cueva, lo que los investigadores encuentran no es un resto de la época de la Inquisición, sino el cuerpo de Andrea Dancur, una adolescente que había desaparecido tres años antes y cuyo caso había sido el suceso del momento. Entonces, Nash tiene que involucrarse en la investigación criminal. Con la coartada de su trabajo científico, la protagonista de la novela permanece en el valle sin que los vecinos la asocien con la policía. Se gana la confianza de los implicados en el asesinato y cambia el mapa del caso de Andrea. Y, mientras tanto, continúa excavando en la gruta y encuentra el cuerpo de otra mujer, una momia que conectará a la investigadora con la cultura mágica de los Pirineos y con un mundo de fantasmas que chocará con su formación científica… Pero que la ayudará a desentrañar el caso.

¿Algo más? Sí. primero: la historia narrada ocurra en las vísperas del gran brote del coronavirus de 2020, de modo que los lectores saben que Nash trabaja en una cuenta atrás que el personaje ignora. No está mal ese efecto. Y segundo: la protagonista de Las que no duermen es una heroína problemática. Vive sola, sin muebles, apenas tiene a su lado a su madre, que ha tenido un ictus y ya no puede hablar, se acuesta con un hombre casado que tiene un papel siniestro en la trama, oye voces y arrastra un insomnio interminable. La serie que abre Las que no duermen también tendrá la misión de sacar adelante la vida de Nash. Pero eso va a llevar algo más que las 600 páginas de su primera entrega.

«Las que no duermen trae, sobre todo, un personaje nuevo, una mujer que aborda la investigación desde un punto completamente diferente. Un punto que, que yo sepa, no está en la en la novela negra española», explica Redondo en Elizondo, el pueblo más grande del Valle del Baztán. «Nash es una profesora, es una psicóloga forense con una especialidad que no es muy habitual. Hay muchas clases de forenses, pero pocas veces se necesita a un psicólogo forense en una autopsia. Solamente aparecen cuando no hay cadáver pero se sospecha que ese alguien está muerto o cuando el cadáver está tan deteriorado que es imposible establecer las causas de su muerte. En España, son las aseguradoras las que emplean a los psicólogos forenses, más que la policía… En este caso, Nash tiene que encontrar el punto de llegada de la investigación de una manera totalmente diferente a la de un policía».

«Un psicólogo forense», continúa la autora, «es el psicólogo de los muertos. Explora en su teléfono, en su ordenador, en las compras que hacía en internet, en la música que escuchaba, en la ropa que se ponía y en las relaciones con las personas de su pequeño universo. Habla con ellas y tiene que discernir quién miente y quién dice la verdad. Con Nash quería crear un personaje femenino que ampliara el grupo de investigación de Amaya [Salazar, la investigadora policial de las novelas anteriores de Redondo], que estableciese algo que a menudo falla en la investigación policial. La victimología existe, sí, y se fija en la víctima para ver si encaja en un perfil u otro, pero no va tanto a lo emocional ni a buscar en la profundidad del ser humano».

Y ese es el fuerte de Nash. «Hay un momento en la novela en que Nash advierte: ‘Yo no soy un policía, no puedo llegar a casa de alguien e interrogarle, yo tengo que establecer un vínculo’. Su vínculo se establece a través de la gratitud y la confianza«.

Por las páginas de Las que no duermen desfilan todo el elenco de la vida de Andrea Dancur: el padre que es errático y alcohólico, la madre que está desquiciada y es sobreprotectora, el abuelo que es omnipotente pero frío, la mujer de su madre, que fue la primera condenada por su asesinato, el novio de Andre que parece buen chico y que sólo quizá lo sea, la amiga que es una especie de mujer fatal trágicamente enamorada, la enfermera que todo lo escruta… En un segundo nivel aparecen los demás vecinos del Valle: ancianas que hablan con los muertos, sindicalistas coléricos, caseras entrometidas y una maravillosa familia de mujeres, las Mitxelena, dueñas de la funeraria local. Beben café y vino a deshoras, escuchan jazz, cocinan platos deliciosos y ayudan a Nash en su investigación… Y en la tarea de arreglar su vida.

Las Mitxelena son, en definitiva, las brujas buenas de esta historia de fantasmas y matriarcado. «Son lo más irreverente y lo más anárquico de la novela, son las que no duermen del título y son un homenaje al espíritu de inconformismo de las mujeres. En el medievo, los hombres podían levantarse durante la noche porque tenían labores de vigilancia, pero las mujeres que se despertaban antes del alba debían quedarse quietas en la cama y rezar, no podían levantarse bajo ningún concepto de la cama porque su espíritu era más frágil y más vulnerable al mal en la noche. Se las consideraba más estúpidas en la noche, cuando todo lo maligno estaba más activo y les creaba inquietudes que las hacían incómodas para la sociedad. Las Mitxelena homenajean a todas las que no nos fuimos a dormir cuando nos lo ordenaron».

Las Mitxelena son un contrapunto vitalista de una novela sobre el mal y la violencia: «Sobre el mal como concepto, como entidad. Me gusta ponerlo así en las novelas, como un mal profundo, que existe. Creo que hay personas que hacen mal, que obran mal. Y hay personas, y eso también está en todas mis novelas, que sufren enfermedades mentales». Otro rasgo reconocible en Las que no duermen para los lectores de Dolores Redondo es que ese mal está en casa, «porque la familia es el lugar en el que nos pasa lo mejor pero en el que nos puede pasar lo peor, en el que aprendemos lo que es el amor y aprendemos lo que es temer».

Hay algo más que merece la pena saber sobre Las que no duermen: su historia nació de un hecho real, porque, según explica la autora, «la parte de mística de mis novelas debe ser muy auténtica» para sostenerse, «no puede ser una magia de abracadabra». Redondo se refiere al descubrimiento en 2016, de los cadáveres de una mujer, Josefina Sagardia Goñi, y sus seis hijos, abandonados en una gruta de Gaztelu en 1936. ¿Fueron víctimas del Golpe de Estado de aquel verano? ¿Fue aquella mujer una bruja como las de la Edad Media perdida en el tiempo de nuestros abuelos? ¿Fue, simplemente, una cuestión de maldad pura, al estilo de las películas de David Lynch? «Me gustó Twin Peaks, como a todos, pero no es un mundo que haya seguido en este libro», aclara Redondo.

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