Hay algo romántico en los álbumes que nunca vieron la luz cuando debían hacerlo. Obras completas, a menudo terminadas, mezcladas y listas para publicarse, que sus creadores (o las procelosas compañías discográficas) decidieron guardar bajo llave. A veces por inseguridad, otras por un desliz burocrático, casi siempre por razones que escapan al juicio racional. Son discos que quedaron a medio camino entre el mito y la realidad, pasto de ediciones piratas, objeto de deseo de coleccionistas obsesivos. Pero que, con el paso de los años –como viejos manuscritos de Kafka o de Proust encontrados en un desván–, emergen del olvido con la fuerza reveladora de una epifanía.
El último en sumarse a esta fascinante tradición es Bruce Springsteen, que acaba de publicar Tracks II: The Lost Albums, una caja monumental en la que rescata siete discos enteros que nunca vieron la luz, grabados entre 1983 y 2018. Un legado sonoro de 83 canciones, 74 de ellas completamente inéditas, que muestran al cantante de New Jersey como un artista tan prolífico con polifacético.
«No tiro nada, lo guardo todo», explica Springsteen en Inside Tracks II, el documental que acompaña a la edición física del proyecto. Como buen hijo de clase obrera, criado en el cinturón industrial de Nueva Jersey, Springsteen conserva sus cintas maestras con la meticulosidad de un contable del rock. Hasta ahora, esas grabaciones dormían en los archivos digitales de su estudio casero de Colts Neck, codificadas, etiquetadas y protegidas en un servidor gris sin glamur, pero lleno de historia.
Tracks II no es una colección de descartes, ni una limpieza de trastero discográfico. Es, más bien, el testimonio de un creador que, cual novelista que va escribiendo varios cuadernos en paralelo, avanza en múltiples proyectos a la vez, alternando tonos, estilos y temáticas. Aquí hay country con pedal Steel como Somewhere North of Nashville y experimentos lo-fi como LA Garage Sessions ’83 en el más puro estilo acústico del mítico Nebraska (1982), además de suites de corte mariachi inspiradas en los sonidos fronterizos, pop orquestal a la manera de Burt Bacharach y una banda sonora completa para una película que nunca se filmó. Siete álbumes con diseño propio, libreto encuadernado en tela y textos del erudito Erik Flannigan, quien describe el proyecto como «una conversación con el pasado».
Bruce se refiere a épocas pretéritas como una brújula emocional. «Nuestro pasado tiene mucho que ver con la configuración de quien somos ahora y las cosas que buscamos», le cuenta a Jon Paraleles en una entrevista publicada por el New York Times. Esa obsesión por narrar, revisar y reescribir la memoria atraviesa todo Tracks II, álbum de álbumes que ofrece una visión caleidoscópica de su universo creativo.
Entre los discos más sorprendentes de esta antología destaca Faithless, una banda sonora compuesta en dos semanas para un supuesto «western espiritual» que nunca se materializó. Inspirado por su educación católica y grabado en solitario, el disco refleja una inquietud mística que rara vez asoma con tanta claridad en su obra. «Me empaparon de la Biblia desde niño», recuerda el Boss. «Esa imaginería me ha acompañado toda la vida».
Somewhere North of Nashville, por su parte, es un disco country juguetón, luminoso, con canciones como Delivery Man, que narra el absurdo viaje de un camión cargado de pollos estropeados. Lo sorprendente de estas piezas es que se grabaron durante las mismas sesiones en que componía The Ghost of Tom Joad, su álbum más sombrío y político. De día, música para sonreír; de noche, folk social a la luz de las velas.
Inyo indaga en los sonidos fronterizos, con mariachis incluidos. Springsteen afirma que le interesa la historia migrante porque representa el futuro de América. Las canciones evocan a los desplazados, a los que viven en los márgenes. Twilight Hours, en cambio, es un prodigio de sofisticación melódica. Arreglos a lo Jimmy Webb, acordes en séptima mayor y letras que abrazan el desencanto con elegancia. «La E. Street Band nunca tocaba un acorde de séptima», bromea. Pero aquí lo hace, y con un gusto exquisito. Es su trabajo más cercano al Tin Pan Alley y uno de los más valientes. Hay también un álbum de rock musculoso para satisfacer a los fans más ortodoxos (Perfect World), un experimento de sonido urbano y electrónico que nació a partir de Streets of Philadelphia y unas sesiones desnudas grabadas en 1983 en un garaje de Los Ángeles, con caja de ritmos y sonido unplugged (LA Garage Sessions ’83).
Pero lo de Springsteen no es un caso aislado. La Historia del Pop está plagada de obras caídas en el olvido, cuyo lanzamiento fue saboteado en su día por la compañía discográfica de turno o retrasado indefinidamente por artistas o managers sumidos en un mar de dudas. Algunas se distribuyeron de forma clandestina durante años entre los fans hasta que, en vista del lucro cesante, sus hacedores decidieron sacarlas a la luz tiempo más tarde. Otras no tuvieron tanta suerte. He aquí un recorrido por los casos más fascinantes.
Four More Respected Gentlemen – The Kinks (1967-1968 / 1973)
En junio de 1968, The Kinks querían cortar su relación con el sello norteamericano Reprise, pero le debían aún un disco. Así que Ray Davies recopiló sobrantes de las sesiones de Something Else (1967), algunos singles y varios temas nuevos para dar a forma a Four More Respected Gentlemen, mientras el cuarteto inglés de registrar el magistral The Village Green Preservation Society, que aparecería en Gran Bretaña a final de año. Reprise estuvo a punto de lanzar Respected Gentlemen en Estados Unidos, pero en el último momento prefirió esperar a la salida de Village Green para que ambos discos no compitiesen entre sí. Una parte de aquellos retales fue incluida en Village Green y otra daría lugar un tiempo después a The Great Lost Kinks Album (1973): el primer artefacto arqueológico de la era pop.
The Basement Tapes – Bob Dylan & The Band (1967 / 1975 / 2014)
A mediados de 1967, Bob Dylan se retiró del mundanal ruido a una casa en Woodstock, Nueva York. Recién recuperado de un accidente de moto, grabó para divertirse junto a The Band un centenar de canciones entre originales, versiones y piezas tradicionales. El tono era desenfadado, lúdico, casi doméstico, pero rebosante de autenticidad. Parte del material se filtró en 1969 en el legendario bootleg Great White Wonder, iniciando la fiebre de las grabaciones piratas. Columbia Records publicó una versión oficial en 1975, bajo el título de The Basement Tapes, que pasó a ocupar un puesto de honor en la discografía de ambos. En 2014, el archivo se abrió de par en par con The Basement Tapes Complete, seis CD que constituyen una lección magistral sobre las raíces del rock americano.
Smile – The Beach Boys (1966-67 / 2004)
Brian Wilson soñaba con una obra sinfónica pop que superase el sobresaliente Pet Sounds (1966). Pero Smile se convirtió en su descenso a los infiernos: presiones internas, inseguridad creativa, drogas y paranoia truncaron el proyecto. Lo poco que se grabó –incluidos temas legendarios como Good Vibrations y Heroes and Villains– quedó disperso en álbumes posteriores. Durante décadas fue el símbolo del genio malogrado, la obra maestra imposible. En 2004, Wilson regrabó y reconstruyó Smile con el grupo The Wondermints, como disco en solitario. Y en 2011 llegaron por fin The Smile Sessions, con las cintas originales de los Beach Boys. Un viaje psicodélico a la California más idílica que pudo haber cambiado la historia del pop… y lo hizo desde el limbo.
V.U. – The Velvet Underground (1969 / 1985)
En octubre de 1969, no estaba muy claro si la Velvet Underground planeaba su quinto elepé o si acudió al estudio para grabar unas cuantas maquetas antes de que expirase su contrato con MGM. El caso es que, tras esas sesiones, Lou Reed dejó el grupo y aprovechó parte de aquel material (I can’t Stand It, Lisa Says, Ride into the Sun, Ocean…), convenientemente regrabado, para completar su primer disco solista. El redescubrimiento de las cintas originales del cuarteto neoyorquino en los sótanos de Polygram, a principios de los 80, dio lugar al primer gran lanzamiento de los archivos secretos de la Velvet bajo el lacónico título de V.U.: diez cortes de rock accesible que muestran a la banda en plena forma, antes de que los egos dieran al traste con todo.
Black Gold – Jimi Hendrix (1970 / en parte inédito)
Poco antes de morir, Hendrix grabó una serie de demos acústicas que conformaban una especie de suite conceptual sobre un superhéroe negro. Mandó las cintas a su baterista Mitch Mitchell, quien las olvidó durante dos décadas. Una sola canción, Suddenly November Morning, ha sido publicada. El resto, según sus herederos, sigue pendiente de restauración. El último viaje de un visionario, olvidado en los pliegues del tiempo.
Homegrown – Neil Young (1974 / 2020)
Quizá el más célebre de los álbumes perdidos de Neil Young. Registrado durante su ruptura sentimental con la actriz Carrie Snodgress, Homegrown era un disco acústico y confesional, íntimo y más vulnerable que nunca. Pero cuando Young lo comparó con Tonight’s the Night (1975), grabado meses antes, eligió el más oscuro de los dos para publicar. “Homegrown resultaba demasiado personal”, confesó. El álbum permaneció en el baúl de los recuerdos casi medio siglo. Cuando finalmente se lanzó en 2020, fue acogido como una pieza fundamental en su obra: crudo, honesto, esencial.
A Story – Yoko Ono (1974 / 1997)
Grabado durante la separación de John Lennon, este disco era un manifiesto de emancipación: pop directo, melodías claras, letras personales. Sin embargo, al reconciliarse la pareja, el álbum fue desterrado. Algunos temas se editaron en recopilatorios hasta que A Story vio finalmente la luz en 1997, más de tres lustros después de la muerte del Beatle. Una obra que podría haber cambiado la percepción crítica sobre Ono, si hubiera salido en su momento.
Love Man – Marvin Gaye (1979 / parcial)
Tras el descalabro de Here, My Dear (1978), un disco sobre su divorcio que Motown editó por mandato judicial, Marvin Gaye intentó dar un giro total. Grabó Love Man, con canciones como Ego Tripping Out que coqueteaban con el hedonismo y la sensualidad. El álbum se archivó tras su pelea con Berry Gordy y algunos cortes fueron reciclados en In Our Lifetime (1981). Gaye abandonó Motown y revivió con Sexual Healing (1982), antes de morir asesinato de dos tiros por su propio padre tras una pelea por drogas. Love Man permanece como el eslabón perdido en su tránsito del soul clásico al sofisticado funk ochentero.
The Black Album – Prince (1987 / 1994)
Planeado como contrapunto oscuro al magistral doble elepé Sign O’ the Times (1987), The Black Album era una descarga de funk sucio y provocador a cargo del autor de Purple Rain. Iba a salir en diciembre de 1987, pero Prince lo canceló en el último momento, convencido de que era una obra «maligna». Algunas copias promocionales sobrevivieron y se convirtieron en objeto de coleccionismo. En 1994, Warner lo editó oficialmente, aunque en tirada limitada, como The Legendary Black Album. Temas como Bob George o Superfunkycalifragisexy mostraban el lado salvaje y experimental del genio de Minneapolis. Un disco que se asoma a lo oscuro y flirtea con el abismo.
Camille – Prince (1986 / inédito oficialmente)
En paralelo, Prince había desarrollado un alter ego: Camille, una voz aguda y andrógina conseguida acelerando la cinta. Grabó un álbum entero bajo ese nombre con temas como If I Was Your Girlfriend o Housequake, que luego se incorporarían a Sign O’ the Times. El álbum, previsto para noviembre de 1986, fue cancelado por Warner. Actualmente, Camille sigue inédito, pero la mayoría de sus canciones circulan en bootlegs o forman parte de compilaciones. La edición definitiva de la obra íntegra está pendiente de la multinacional ponga fecha.
Extraordinary Machine – Fiona Apple (2003 / 2005)
Grabado con Jon Brion, este álbum era un experimento barroco, lleno de pianos dramáticos y producción orquestal. Sony no lo aprobó y el disco quedó aparcado. En 2005, se difundió en la red, desatando una campaña de fans para su publicación. Fiona regrabó parte con nuevos productores (Mike Elizondo y Brian Kehew) y lanzó Extraordinary Machine en octubre de aquel año. La versión oficial era más pulida y moderna, por lo que los puristas siguen prefiriendo el original de Brion. Una artista híper-sensible enfrentada a los corsés de la industria.
Cigarettes and Valentines – Green Day (2003 / inédito)
Después de Warning (2000), Green Day entraron al estudio para facturar un nuevo álbum, pero alguien robó las cintas maestras. En lugar de volver a registrar dicho material, decidieron empezar de cero. Así nació American Idiot (2004), su obra maestra política y conceptual. Una sola canción, Cigarettes and Valentines, sobrevivió y fue incluida en un disco en directo. El resto del álbum, si aún existe, permanece oculto. Un caso de pérdida literal que derivó en redención artística.
Detox – Dr. Dre (2001-2015 / inédito)
Anunciado como el esperado tercer álbum de Dre, con Eminem, Snoop Dogg, Mary J. Blige y Kendrick Lamar como invitados, Detox fue un proyecto maldito. Cada pocos años se decía que estaba a punto de salir. Nunca lo hizo. En 2015, el rapero confesó que lo había descartado por no estar a la altura. Algunas canciones se reaprovecharon en Compton (2015). Detox sigue siendo una sombra mitológica en el hip-hop, como el Santo Grial del rap.
Protest Songs – Prefab Sprout (1985 / 1989)
Prefab Sprout fue una de las bandas británicas más populares de los 80, con un sonido entre el pop elegante y el jazz. Tras el éxito de su segundo trabajo, el magistral Steve McQueen (1985), Paddy McAloon quiso entregar Protest Songs, una colección de temas marcados por la crítica social. La discográfica se opuso tajantemente y el cuarteto acató la orden, facturando a continuación From Langley Park to Memphis (1988), el mayor superventas de su trayectoria: una obra luminosa inspirada por la iconografía estadounidense, que incluía himnos como The King of Rock’n’Roll –dedicado a Elvis Presley– o Cars a Girls, a mayor gloria de Bruce Springsteen. Y con la reaparición del Boss en esta historia se cierra el círculo de nuestro relato. Protest Songs, por cierto, se publicó unos años después debido a la terquedad del grupo, sin pena ni gloria (y sin promoción), cayendo pronto en el olvido.
Todos estos discos perdidos son, en el fondo, cápsulas del tiempo. Fragmentos de lo que pudo ser y no fue. A veces decepcionan, otras iluminan rincones inesperados de la creatividad de un artista. Pero siempre aportan algo sobre el contexto, las dudas, el miedo o la valentía de sus creadores. En la era del streaming y la inmediatez, el rescate de dichas obras cobra una dimensión casi arqueológica.
El propio Springsteen lo resume mejor que nadie: «Un disco es un registro de quién eras y dónde estabas en ese momento de tu vida». Y si ese testimonio se extravía durante décadas, al recuperarlo puede volverse aún más elocuente. Como cuando te topas con una foto del pasado que, contemplada décadas después, adquiere un nuevo significado, revelando detalles que acaso antes pasaban desapercibidos.
Hay algo romántico en los álbumes que nunca vieron la luz cuando debían hacerlo. Obras completas, a menudo terminadas, mezcladas y listas para publicarse, que sus
Hay algo romántico en los álbumes que nunca vieron la luz cuando debían hacerlo. Obras completas, a menudo terminadas, mezcladas y listas para publicarse, que sus creadores (o las procelosas compañías discográficas) decidieron guardar bajo llave. A veces por inseguridad, otras por un desliz burocrático, casi siempre por razones que escapan al juicio racional. Son discos que quedaron a medio camino entre el mito y la realidad, pasto de ediciones piratas, objeto de deseo de coleccionistas obsesivos. Pero que, con el paso de los años –como viejos manuscritos de Kafka o de Proust encontrados en un desván–, emergen del olvido con la fuerza reveladora de una epifanía.
El último en sumarse a esta fascinante tradición es Bruce Springsteen, que acaba de publicar Tracks II: The Lost Albums, una caja monumental en la que rescata siete discos enteros que nunca vieron la luz, grabados entre 1983 y 2018. Un legado sonoro de 83 canciones, 74 de ellas completamente inéditas, que muestran al cantante de New Jersey como un artista tan prolífico con polifacético.
«No tiro nada, lo guardo todo», explica Springsteen en Inside Tracks II, el documental que acompaña a la edición física del proyecto. Como buen hijo de clase obrera, criado en el cinturón industrial de Nueva Jersey, Springsteen conserva sus cintas maestras con la meticulosidad de un contable del rock. Hasta ahora, esas grabaciones dormían en los archivos digitales de su estudio casero de Colts Neck, codificadas, etiquetadas y protegidas en un servidor gris sin glamur, pero lleno de historia.
Tracks II no es una colección de descartes, ni una limpieza de trastero discográfico. Es, más bien, el testimonio de un creador que, cual novelista que va escribiendo varios cuadernos en paralelo, avanza en múltiples proyectos a la vez, alternando tonos, estilos y temáticas. Aquí hay country con pedal Steel como Somewhere North of Nashville y experimentos lo-fi como LA Garage Sessions ’83 en el más puro estilo acústico del mítico Nebraska (1982), además de suites de corte mariachi inspiradas en los sonidos fronterizos, pop orquestal a la manera de Burt Bacharach y una banda sonora completa para una película que nunca se filmó. Siete álbumes con diseño propio, libreto encuadernado en tela y textos del erudito Erik Flannigan, quien describe el proyecto como «una conversación con el pasado».
Bruce se refiere a épocas pretéritas como una brújula emocional. «Nuestro pasado tiene mucho que ver con la configuración de quien somos ahora y las cosas que buscamos», le cuenta a Jon Paraleles en una entrevista publicada por el New York Times. Esa obsesión por narrar, revisar y reescribir la memoria atraviesa todo Tracks II, álbum de álbumes que ofrece una visión caleidoscópica de su universo creativo.
Entre los discos más sorprendentes de esta antología destaca Faithless, una banda sonora compuesta en dos semanas para un supuesto «western espiritual» que nunca se materializó. Inspirado por su educación católica y grabado en solitario, el disco refleja una inquietud mística que rara vez asoma con tanta claridad en su obra. «Me empaparon de la Biblia desde niño», recuerda el Boss. «Esa imaginería me ha acompañado toda la vida».
Somewhere North of Nashville, por su parte, es un disco country juguetón, luminoso, con canciones como Delivery Man, que narra el absurdo viaje de un camión cargado de pollos estropeados. Lo sorprendente de estas piezas es que se grabaron durante las mismas sesiones en que componía The Ghost of Tom Joad, su álbum más sombrío y político. De día, música para sonreír; de noche, folk social a la luz de las velas.
Inyo indaga en los sonidos fronterizos, con mariachis incluidos. Springsteen afirma que le interesa la historia migrante porque representa el futuro de América. Las canciones evocan a los desplazados, a los que viven en los márgenes. Twilight Hours, en cambio, es un prodigio de sofisticación melódica. Arreglos a lo Jimmy Webb, acordes en séptima mayor y letras que abrazan el desencanto con elegancia. «La E. Street Band nunca tocaba un acorde de séptima», bromea. Pero aquí lo hace, y con un gusto exquisito. Es su trabajo más cercano al Tin Pan Alley y uno de los más valientes. Hay también un álbum de rock musculoso para satisfacer a los fans más ortodoxos (Perfect World), un experimento de sonido urbano y electrónico que nació a partir de Streets of Philadelphia y unas sesiones desnudas grabadas en 1983 en un garaje de Los Ángeles, con caja de ritmos y sonido unplugged (LA Garage Sessions ’83).
Pero lo de Springsteen no es un caso aislado. La Historia del Pop está plagada de obras caídas en el olvido, cuyo lanzamiento fue saboteado en su día por la compañía discográfica de turno o retrasado indefinidamente por artistas o managers sumidos en un mar de dudas. Algunas se distribuyeron de forma clandestina durante años entre los fans hasta que, en vista del lucro cesante, sus hacedores decidieron sacarlas a la luz tiempo más tarde. Otras no tuvieron tanta suerte. He aquí un recorrido por los casos más fascinantes.
En junio de 1968, The Kinks querían cortar su relación con el sello norteamericano Reprise, pero le debían aún un disco. Así que Ray Davies recopiló sobrantes de las sesiones de Something Else (1967), algunos singles y varios temas nuevos para dar a forma a Four More Respected Gentlemen, mientras el cuarteto inglés de registrar el magistral The Village Green Preservation Society, que aparecería en Gran Bretaña a final de año. Reprise estuvo a punto de lanzar Respected Gentlemen en Estados Unidos, pero en el último momento prefirió esperar a la salida de Village Green para que ambos discos no compitiesen entre sí. Una parte de aquellos retales fue incluida en Village Green y otra daría lugar un tiempo después a The Great Lost Kinks Album (1973): el primer artefacto arqueológico de la era pop.
A mediados de 1967, Bob Dylan se retiró del mundanal ruido a una casa en Woodstock, Nueva York. Recién recuperado de un accidente de moto, grabó para divertirse junto a The Band un centenar de canciones entre originales, versiones y piezas tradicionales. El tono era desenfadado, lúdico, casi doméstico, pero rebosante de autenticidad. Parte del material se filtró en 1969 en el legendario bootleg Great White Wonder, iniciando la fiebre de las grabaciones piratas. Columbia Records publicó una versión oficial en 1975, bajo el título de The Basement Tapes, que pasó a ocupar un puesto de honor en la discografía de ambos. En 2014, el archivo se abrió de par en par con The Basement Tapes Complete, seis CD que constituyen una lección magistral sobre las raíces del rock americano.
Brian Wilson soñaba con una obra sinfónica pop que superase el sobresaliente Pet Sounds (1966). Pero Smile se convirtió en su descenso a los infiernos: presiones internas, inseguridad creativa, drogas y paranoia truncaron el proyecto. Lo poco que se grabó –incluidos temas legendarios como Good Vibrations y Heroes and Villains– quedó disperso en álbumes posteriores. Durante décadas fue el símbolo del genio malogrado, la obra maestra imposible. En 2004, Wilson regrabó y reconstruyó Smile con el grupo The Wondermints, como disco en solitario. Y en 2011 llegaron por fin The Smile Sessions, con las cintas originales de los Beach Boys. Un viaje psicodélico a la California más idílica que pudo haber cambiado la historia del pop… y lo hizo desde el limbo.
En octubre de 1969, no estaba muy claro si la Velvet Underground planeaba su quinto elepé o si acudió al estudio para grabar unas cuantas maquetas antes de que expirase su contrato con MGM. El caso es que, tras esas sesiones, Lou Reed dejó el grupo y aprovechó parte de aquel material (I can’t Stand It, Lisa Says, Ride into the Sun, Ocean…), convenientemente regrabado, para completar su primer disco solista. El redescubrimiento de las cintas originales del cuarteto neoyorquino en los sótanos de Polygram, a principios de los 80, dio lugar al primer gran lanzamiento de los archivos secretos de la Velvet bajo el lacónico título de V.U.: diez cortes de rock accesible que muestran a la banda en plena forma, antes de que los egos dieran al traste con todo.
Poco antes de morir, Hendrix grabó una serie de demos acústicas que conformaban una especie de suite conceptual sobre un superhéroe negro. Mandó las cintas a su baterista Mitch Mitchell, quien las olvidó durante dos décadas. Una sola canción, Suddenly November Morning, ha sido publicada. El resto, según sus herederos, sigue pendiente de restauración. El último viaje de un visionario, olvidado en los pliegues del tiempo.
Quizá el más célebre de los álbumes perdidos de Neil Young. Registrado durante su ruptura sentimental con la actriz Carrie Snodgress, Homegrown era un disco acústico y confesional, íntimo y más vulnerable que nunca. Pero cuando Young lo comparó con Tonight’s the Night (1975), grabado meses antes, eligió el más oscuro de los dos para publicar. “Homegrown resultaba demasiado personal”, confesó. El álbum permaneció en el baúl de los recuerdos casi medio siglo. Cuando finalmente se lanzó en 2020, fue acogido como una pieza fundamental en su obra: crudo, honesto, esencial.
Grabado durante la separación de John Lennon, este disco era un manifiesto de emancipación: pop directo, melodías claras, letras personales. Sin embargo, al reconciliarse la pareja, el álbum fue desterrado. Algunos temas se editaron en recopilatorios hasta que A Story vio finalmente la luz en 1997, más de tres lustros después de la muerte del Beatle. Una obra que podría haber cambiado la percepción crítica sobre Ono, si hubiera salido en su momento.
Tras el descalabro de Here, My Dear (1978), un disco sobre su divorcio que Motown editó por mandato judicial, Marvin Gaye intentó dar un giro total. Grabó Love Man, con canciones como Ego Tripping Out que coqueteaban con el hedonismo y la sensualidad. El álbum se archivó tras su pelea con Berry Gordy y algunos cortes fueron reciclados en In Our Lifetime (1981). Gaye abandonó Motown y revivió con Sexual Healing (1982), antes de morir asesinato de dos tiros por su propio padre tras una pelea por drogas. Love Man permanece como el eslabón perdido en su tránsito del soul clásico al sofisticado funk ochentero.
Planeado como contrapunto oscuro al magistral doble elepé Sign O’ the Times (1987), The Black Album era una descarga de funk sucio y provocador a cargo del autor de Purple Rain. Iba a salir en diciembre de 1987, pero Prince lo canceló en el último momento, convencido de que era una obra «maligna». Algunas copias promocionales sobrevivieron y se convirtieron en objeto de coleccionismo. En 1994, Warner lo editó oficialmente, aunque en tirada limitada, como The Legendary Black Album. Temas como Bob George o Superfunkycalifragisexy mostraban el lado salvaje y experimental del genio de Minneapolis. Un disco que se asoma a lo oscuro y flirtea con el abismo.
En paralelo, Prince había desarrollado un alter ego: Camille, una voz aguda y andrógina conseguida acelerando la cinta. Grabó un álbum entero bajo ese nombre con temas como If I Was Your Girlfriend o Housequake, que luego se incorporarían a Sign O’ the Times. El álbum, previsto para noviembre de 1986, fue cancelado por Warner. Actualmente, Camille sigue inédito, pero la mayoría de sus canciones circulan en bootlegs o forman parte de compilaciones. La edición definitiva de la obra íntegra está pendiente de la multinacional ponga fecha.
Grabado con Jon Brion, este álbum era un experimento barroco, lleno de pianos dramáticos y producción orquestal. Sony no lo aprobó y el disco quedó aparcado. En 2005, se difundió en la red, desatando una campaña de fans para su publicación. Fiona regrabó parte con nuevos productores (Mike Elizondo y Brian Kehew) y lanzó Extraordinary Machine en octubre de aquel año. La versión oficial era más pulida y moderna, por lo que los puristas siguen prefiriendo el original de Brion. Una artista híper-sensible enfrentada a los corsés de la industria.
Después de Warning (2000), Green Day entraron al estudio para facturar un nuevo álbum, pero alguien robó las cintas maestras. En lugar de volver a registrar dicho material, decidieron empezar de cero. Así nació American Idiot (2004), su obra maestra política y conceptual. Una sola canción, Cigarettes and Valentines, sobrevivió y fue incluida en un disco en directo. El resto del álbum, si aún existe, permanece oculto. Un caso de pérdida literal que derivó en redención artística.
Anunciado como el esperado tercer álbum de Dre, con Eminem, Snoop Dogg, Mary J. Blige y Kendrick Lamar como invitados, Detox fue un proyecto maldito. Cada pocos años se decía que estaba a punto de salir. Nunca lo hizo. En 2015, el rapero confesó que lo había descartado por no estar a la altura. Algunas canciones se reaprovecharon en Compton (2015). Detox sigue siendo una sombra mitológica en el hip-hop, como el Santo Grial del rap.
Prefab Sprout fue una de las bandas británicas más populares de los 80, con un sonido entre el pop elegante y el jazz. Tras el éxito de su segundo trabajo, el magistral Steve McQueen (1985), Paddy McAloon quiso entregar Protest Songs, una colección de temas marcados por la crítica social. La discográfica se opuso tajantemente y el cuarteto acató la orden, facturando a continuación From Langley Park to Memphis (1988), el mayor superventas de su trayectoria: una obra luminosa inspirada por la iconografía estadounidense, que incluía himnos como The King of Rock’n’Roll –dedicado a Elvis Presley– o Cars a Girls, a mayor gloria de Bruce Springsteen. Y con la reaparición del Boss en esta historia se cierra el círculo de nuestro relato. Protest Songs, por cierto, se publicó unos años después debido a la terquedad del grupo, sin pena ni gloria (y sin promoción), cayendo pronto en el olvido.
Todos estos discos perdidos son, en el fondo, cápsulas del tiempo. Fragmentos de lo que pudo ser y no fue. A veces decepcionan, otras iluminan rincones inesperados de la creatividad de un artista. Pero siempre aportan algo sobre el contexto, las dudas, el miedo o la valentía de sus creadores. En la era del streaming y la inmediatez, el rescate de dichas obras cobra una dimensión casi arqueológica.
El propio Springsteen lo resume mejor que nadie: «Un disco es un registro de quién eras y dónde estabas en ese momento de tu vida». Y si ese testimonio se extravía durante décadas, al recuperarlo puede volverse aún más elocuente. Como cuando te topas con una foto del pasado que, contemplada décadas después, adquiere un nuevo significado, revelando detalles que acaso antes pasaban desapercibidos.
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