‘Diamanti’, un homenaje a las mujeres del cine detrás de las cámaras

A veces olvidamos que el cine es un arte colectivo. Siempre hablamos del director y los actores, pero en el buen –o mal– resultado de una película intervienen muchas más personas. Son esas que tienen su fugaz momento de gloria en la ceremonia de los Óscar, aunque les corten el discurso con música en cuanto se alargan más de la cuenta con los agradecimientos a los papás, la pareja, los hijos y el gato.

Dimanti es un homenaje a estas personas, en concreto a las costureras que cosen los vestidos que después lucirán las estrellas. La película está ambientada en Roma, a mediados de la década de los setenta del siglo pasado, cuando el cine italiano vivía sus últimos años de esplendor y Cinecittà todavía era uno de los platós más importantes del mundo.

Las protagonistas son dos hermanas propietarias de un taller de costura especializado en vestuario para la pantalla y el grupo de empleadas que trabajan en él. En Diamanti el protagonismo absoluto es de las mujeres. El arranque es muy bueno: el propio director, el turco nacionalizado italiano Ferzan Özpetek, convoca en el jardín de su casa a un grupo de actrices para hablarles de su próximo proyecto. Muchas de ellas son caras conocidas de largometrajes anteriores del cineasta. En esa reunión hacen una primera lectura del guion y de este modo saltamos al pasado y la ficción: las actrices se convierten en sus personajes. A lo largo del metraje hay unas cuantas vueltas al presente y la preparación del proyecto y vemos de nuevo a las actrices y al director discutiendo sobre los personajes.  

El recurso es seductor –ese juego entre la realidad y la ficción, entre el actor y el personaje– y se hubiera podido explorar más a fondo. En esa reunión una de las actrices dice que con tantas mujeres –el único varón es el director– eso parece un «vaginódromo». Más adelante, un personaje femenino asegura que «somos como hormigas, pero todas juntas podemos conseguir lo que nos propongamos». Sí, los diamantes a los que hace referencia el título son ellas, protagonistas absolutas de esta propuesta.

Si Fellini 8 ½  o La ciudad de las mujeres de Federico Fellini estaban repletas de mujeres vistas desde la mirada masculina de Marcello Mastroianni (que en una escena de la primera incluso fantaseaba con domarlas con un látigo), Diamanti pretende ser una película sobre mujeres que adquieren el protagonismo por sí mismas. Entre los personajes hay un poco de todo: la madre soltera que no sabe donde dejar al hijo, la esposa maltratada que vive aterrorizada, la mujer madura que se prenda de un jovencito, la joven activista en tiempos de convulsión política, la tímida aprendiz…

Excesos folletinescos

Algunas están mejor construidas que otras, que bordean o caen de lleno en el cliché. El director juega en el terreno del melodrama con razonable solvencia, pero en algunos momentos derrapa hacia el folletín. Por ejemplo, en los secretos o traumas que ocultan cada una de las hermanas propietarias del taller de costura. Hay en la cinta otro aspecto discutible: tantos años quejándose de que el cine ha cosificado a las mujeres para ahora pasar a cosificar a los hombres. Las escenas de los dos mozos que despiertan los deseos de las mujeres del taller son bastante bochornosas. Y además, los dos mozos en cuestión no parecen actores sino más bien modelos sin grandes dotes interpretativas. Más que un intento de jugar con la mirada y el deseo femeninos, lo que asoma aquí es la mirada gay de Özpetek.

Lo mejor de la película es el homenaje al cine italiano en su época de esplendor. El taller recibe el encargo de coser los sofisticados trajes de una cinta de época ambientada en el siglo XVIII y se viven las tensiones entre una encumbrada diseñadora de vestuario ganadora de un Oscar y el director al que sus propuestas le parecen desmesuradas y poco viables. Más adelante se produce también el choque entre una joven diva de la pantalla que podría ser Sophia Loren y una vieja dama del teatro que desprecia a las actrices que no han pasado por los escenarios…

Özpetek se da el lujo de que algunos de los trajes de época que aparecen son piezas originales de dos títulos míticos de Visconti: El gatopardo y Ludwig, que lucieron Claudia Cardinale y Romy Schneider. Es todo un homenaje a los grandes diseñadores de vestuario del cine como Edith Head, la reina del Hollywood clásico, ganadora de siete Óscar y que vistió a Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma y en Sabrina; Irene Sharaff, ganadora de cinco estatuillas, y cuyos trabajos incluyen Hello Dolly! y Cleopatra; el australiano Orry-Kelly, tres Óscar y títulos como Jezabely Con faldas y a lo loco; Piero Gherardi, que trabajó con Fellini en La dolce vita y 8 ½, y Milena Canonero, sin duda la más grande diseñadora de vestuario en activo, aplaudidísima por Barry Lyndon, Carros de fuego, María Antonieta de Sophia Coppola y El Gran Hotel Budapest de Wes Anderson, los cuatro títulos por los que ha ganado un Óscar.

Özpetek dedica Diamanti a tres actrices ya desaparecidas: Mariangela Melato, Virna Lisi y Mónica Vitti, representantes de una época en que el cine italiano todavía era glamouroso. En la escena final, el niño al que madre soltera esconde en el taller porque no tiene con quien dejarlo cobra protagonismo y la película se cierra con un aire a lo Cinema Paradiso, evocando el vínculo emocional con los ensueños del celuloide. Son estos guiños cinéfilos los que hacen que le perdonemos al director sus excesos folletinescos.

 A veces olvidamos que el cine es un arte colectivo. Siempre hablamos del director y los actores, pero en el buen –o mal– resultado de una  

A veces olvidamos que el cine es un arte colectivo. Siempre hablamos del director y los actores, pero en el buen –o mal– resultado de una película intervienen muchas más personas. Son esas que tienen su fugaz momento de gloria en la ceremonia de los Óscar, aunque les corten el discurso con música en cuanto se alargan más de la cuenta con los agradecimientos a los papás, la pareja, los hijos y el gato.

Dimanti es un homenaje a estas personas, en concreto a las costureras que cosen los vestidos que después lucirán las estrellas. La película está ambientada en Roma, a mediados de la década de los setenta del siglo pasado, cuando el cine italiano vivía sus últimos años de esplendor y Cinecittà todavía era uno de los platós más importantes del mundo.

Las protagonistas son dos hermanas propietarias de un taller de costura especializado en vestuario para la pantalla y el grupo de empleadas que trabajan en él. En Diamanti el protagonismo absoluto es de las mujeres. El arranque es muy bueno: el propio director, el turco nacionalizado italiano Ferzan Özpetek, convoca en el jardín de su casa a un grupo de actrices para hablarles de su próximo proyecto. Muchas de ellas son caras conocidas de largometrajes anteriores del cineasta. En esa reunión hacen una primera lectura del guion y de este modo saltamos al pasado y la ficción: las actrices se convierten en sus personajes. A lo largo del metraje hay unas cuantas vueltas al presente y la preparación del proyecto y vemos de nuevo a las actrices y al director discutiendo sobre los personajes.  

El recurso es seductor –ese juego entre la realidad y la ficción, entre el actor y el personaje– y se hubiera podido explorar más a fondo. En esa reunión una de las actrices dice que con tantas mujeres –el único varón es el director– eso parece un «vaginódromo». Más adelante, un personaje femenino asegura que «somos como hormigas, pero todas juntas podemos conseguir lo que nos propongamos». Sí, los diamantes a los que hace referencia el título son ellas, protagonistas absolutas de esta propuesta.

Si Fellini 8 ½  o La ciudad de las mujeres de Federico Fellini estaban repletas de mujeres vistas desde la mirada masculina de Marcello Mastroianni (que en una escena de la primera incluso fantaseaba con domarlas con un látigo), Diamanti pretende ser una película sobre mujeres que adquieren el protagonismo por sí mismas. Entre los personajes hay un poco de todo: la madre soltera que no sabe donde dejar al hijo, la esposa maltratada que vive aterrorizada, la mujer madura que se prenda de un jovencito, la joven activista en tiempos de convulsión política, la tímida aprendiz…

Algunas están mejor construidas que otras, que bordean o caen de lleno en el cliché. El director juega en el terreno del melodrama con razonable solvencia, pero en algunos momentos derrapa hacia el folletín. Por ejemplo, en los secretos o traumas que ocultan cada una de las hermanas propietarias del taller de costura. Hay en la cinta otro aspecto discutible: tantos años quejándose de que el cine ha cosificado a las mujeres para ahora pasar a cosificar a los hombres. Las escenas de los dos mozos que despiertan los deseos de las mujeres del taller son bastante bochornosas. Y además, los dos mozos en cuestión no parecen actores sino más bien modelos sin grandes dotes interpretativas. Más que un intento de jugar con la mirada y el deseo femeninos, lo que asoma aquí es la mirada gay de Özpetek.

Lo mejor de la película es el homenaje al cine italiano en su época de esplendor. El taller recibe el encargo de coser los sofisticados trajes de una cinta de época ambientada en el siglo XVIII y se viven las tensiones entre una encumbrada diseñadora de vestuario ganadora de un Oscar y el director al que sus propuestas le parecen desmesuradas y poco viables. Más adelante se produce también el choque entre una joven diva de la pantalla que podría ser Sophia Loren y una vieja dama del teatro que desprecia a las actrices que no han pasado por los escenarios…

Özpetek se da el lujo de que algunos de los trajes de época que aparecen son piezas originales de dos títulos míticos de Visconti: El gatopardo y Ludwig, que lucieron Claudia Cardinale y Romy Schneider. Es todo un homenaje a los grandes diseñadores de vestuario del cine como Edith Head, la reina del Hollywood clásico, ganadora de siete Óscar y que vistió a Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma y en Sabrina; Irene Sharaff, ganadora de cinco estatuillas, y cuyos trabajos incluyen Hello Dolly! y Cleopatra; el australiano Orry-Kelly, tres Óscar y títulos como Jezabely Con faldas y a lo loco; Piero Gherardi, que trabajó con Fellini en La dolce vita y 8 ½, y Milena Canonero, sin duda la más grande diseñadora de vestuario en activo, aplaudidísima por Barry Lyndon, Carros de fuego, María Antonieta de Sophia Coppola y El Gran Hotel Budapest de Wes Anderson, los cuatro títulos por los que ha ganado un Óscar.

Özpetek dedica Diamanti a tres actrices ya desaparecidas: Mariangela Melato, Virna Lisi y Mónica Vitti, representantes de una época en que el cine italiano todavía era glamouroso. En la escena final, el niño al que madre soltera esconde en el taller porque no tiene con quien dejarlo cobra protagonismo y la película se cierra con un aire a lo Cinema Paradiso, evocando el vínculo emocional con los ensueños del celuloide. Son estos guiños cinéfilos los que hacen que le perdonemos al director sus excesos folletinescos.

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