De viaje con Fermín Bocos

Para mí (y creo que para muchos oyentes más) Fermín Bocos era una voz, la voz enérgica y equilibrada que narraba las noticias de Hora 25. Más tarde se tornó en rostro, sin dejar de ser voz, como editor y presentador de los informativos de Televisión Española, de Telemadrid y de Telecinco. Pero además de periodista (y de raza, es decir, es su vocación y lo sigue siendo 50 años después), Fermín Bocos es escritor. Y escribe como pronuncia, como sabe hacer un cántabro sin dobleces. Puede que a alguno le parezca exagerado (por desorbitado), pero para mí Fermín Bocos es un hombre del Renacimiento al que le ha tocado vivir cinco siglos más tarde. Es renacentista porque es universal, porque sus conocimientos conforman un universo en el que no falta nada, pues todos los saberes los cubre y los acumula. Nada le pasa desapercibido. Su curiosidad es inagotable. Y, además, nada se le olvida. Inteligente, culto y también ameno. 

Pongamos, como Sabina, que hablo de Fermín, de su obra. Y pongamos que Zeus y familia. Dioses, héroes y templos, es un relato, con no pocas gotas de humor, de la mitología griega y romana, un recorrido por las divinidades de los ancestros de nuestra civilización, con no pocos engarces que tiende con el mundo del presente. Y pongamos que poco después da el salto a la ficción, en forma de thriller trepidante, en Algo va mal, que es la frase que emplea el comisario encargado de la investigación del asesinato de un magnate de los medios de comunicación en la habitación de un Hotel en Ámsterdam la víspera de sesión anual del elitista club Bilderberg. En fin, pongamos que hablo, y en ella me quedo, de su última creación Cuando viajar era descubrir. Tras las huellas de los grandes viajeros, que ha publicado la cordobesa editorial Almuzara, el proyecto que capitanea, Manuel Pimentel. 

No es un libro de viajes, sino sobre las hazañas de los viajeros legendarios de los siglos XIX y XX como, entre otros, Alexander Von Humboldt, Charles Darwin, Gertrude Bell, Roald Amundsen, Agatha Christie, Gustave Flaubert, Henry Marton Stanley y de algún otro anterior como Álvaro Núñez Cabeza de Vaca, protagonista de la primera gran larga marcha de la historia, caminando a pie desde Florida hasta México, unos diez mil kilómetros. No es Cabeza de Vaca -quien escribió el relato autobiográfico Naufragios (¿recuerdan el Relato de un náufrago de García Márquez?)- el único español del libro de Fermín Bocos. En el mismo están presentes otros personajes admirados como José María de Murga, el llamado moro vizcaíno, militar primero y que después que se hizo pasar por árabe en esas tierras. O como Vicente Blasco Ibáñez, Julio Camba o como Adolfo de Ribadeneyra, apellido icónico de la historia española, que sirvió como diplomático español, entre otros, en el consulado de Teherán; o, en fin, como José de Ribas, un español en la corte de Catalina II. Y quedan dos grandes amigos del autor: Manu Leguineche- el jefe de la tribu, «el mejor de toda una generación de periodistas, enviados especiales y reporteros de guerra»-y Javier Reverte -viajero, incansable «con talento para escribir historias», especialmente por los países del este de África, primero, y luego por América y Asia. 

Y es que, como Javier Reverte, la mayor parte de los que hicieron del viajar una forma de vivir, dejaron testimonio de sus andanzas en sus libros que aún permanecen como lecciones para nosotros, que somos simples aprendices. Fermín Bocos, viajero él, y también detector de las mejores virtudes de los países y paisajes, es sobre todo enamorado del sur de Italia, del Peloponeso y de Egipto. Su sabiduría, sus conocimientos nos llevan a sus lectores a emprender con él el camino a través de las atrapadoras páginas de «Cuando viajar era descubrir». 

Los grandes viajeros de la historia no están movidos por un único y confluyente afán, sino por motivos diversos. Algunos por el ansia descubridora como Cristobal Colón, Magallanes, Elcano, Vasco de Gama. Otros se movieron por el afán de extender su poder como Alejandro Magno, Julio César o Napoleón. Los de la fiebre del oro fueron detrás de riquezas. Otros buscaron ampliar sus conocimientos como Marco Polo, Alexis de Tocqueville, Lord Byron o Gandhi. En fin, el impulso de la mayor parte ha sido la aventura, la emoción y la curiosidad. Como dice Fermín Bocos, el viajero (no confundir con el turista) es «un ser peculiar, por lo general, inquieto, aventurero, soñador, curioso, osado y autosuficiente», es un tipo humano, que no tiene miedo ni a la soledad ni al silencio.

El viajero es un ser apasionado que ansía y disfruta de experiencias nuevas, de lugares desconocidos, de personalidades a descubrir. Todos hemos sentido una más o menos intensa emoción -dependiendo de nuestra facilidad o dificultad para ello- ante un monumento de la naturaleza o uno hecho por el hombre. Recuerdo muchos momentos estelares: desde las Cataratas Victoria, Abu Simbel o Luxor, Cusco o San Petersburgo; pero también recuerdo a un jurista tailandés, a un profesor ecuatoriano, a un politólogo colombiano o a un periodista israelí. Viajar es, sobre todo, descubrir, abrir, ventanas, romper rutinas, imaginar. El viajero es un ser valiente, moderadamente intrépido, pasional, como lo fue Ulises, «el primer gran viajero de nuestro mundo mediterráneo, el Odiseo de la saga narrada por Homero». Es cierto que los grandes viajeros concentran su atención en África, Oriente Medio, América o los mares del Sur, aunque lo más grande probablemente está más cerca, en Italia, en Grecia o en Egipto. Mi admiración, como siempre, querido Fermín, que has elegido perfectamente tus preferencias. En ellas también coincido contigo.

 Para mí (y creo que para muchos oyentes más) Fermín Bocos era una voz, la voz enérgica y equilibrada que narraba las noticias de Hora 25.  

Para mí (y creo que para muchos oyentes más) Fermín Bocos era una voz, la voz enérgica y equilibrada que narraba las noticias de Hora 25. Más tarde se tornó en rostro, sin dejar de ser voz, como editor y presentador de los informativos de Televisión Española, de Telemadrid y de Telecinco. Pero además de periodista (y de raza, es decir, es su vocación y lo sigue siendo 50 años después), Fermín Bocos es escritor. Y escribe como pronuncia, como sabe hacer un cántabro sin dobleces. Puede que a alguno le parezca exagerado (por desorbitado), pero para mí Fermín Bocos es un hombre del Renacimiento al que le ha tocado vivir cinco siglos más tarde. Es renacentista porque es universal, porque sus conocimientos conforman un universo en el que no falta nada, pues todos los saberes los cubre y los acumula. Nada le pasa desapercibido. Su curiosidad es inagotable. Y, además, nada se le olvida. Inteligente, culto y también ameno. 

Pongamos, como Sabina, que hablo de Fermín, de su obra. Y pongamos que Zeus y familia. Dioses, héroes y templos, es un relato, con no pocas gotas de humor, de la mitología griega y romana, un recorrido por las divinidades de los ancestros de nuestra civilización, con no pocos engarces que tiende con el mundo del presente. Y pongamos que poco después da el salto a la ficción, en forma de thriller trepidante, en Algo va mal, que es la frase que emplea el comisario encargado de la investigación del asesinato de un magnate de los medios de comunicación en la habitación de un Hotel en Ámsterdam la víspera de sesión anual del elitista club Bilderberg. En fin, pongamos que hablo, y en ella me quedo, de su última creación Cuando viajar era descubrir. Tras las huellas de los grandes viajeros, que ha publicado la cordobesa editorial Almuzara, el proyecto que capitanea, Manuel Pimentel. 

No es un libro de viajes, sino sobre las hazañas de los viajeros legendarios de los siglos XIX y XX como, entre otros, Alexander Von Humboldt, Charles Darwin, Gertrude Bell, Roald Amundsen, Agatha Christie, Gustave Flaubert, Henry Marton Stanley y de algún otro anterior como Álvaro Núñez Cabeza de Vaca, protagonista de la primera gran larga marcha de la historia, caminando a pie desde Florida hasta México, unos diez mil kilómetros. No es Cabeza de Vaca -quien escribió el relato autobiográfico Naufragios (¿recuerdan el Relato de un náufrago de García Márquez?)- el único español del libro de Fermín Bocos. En el mismo están presentes otros personajes admirados como José María de Murga, el llamado moro vizcaíno, militar primero y que después que se hizo pasar por árabe en esas tierras. O como Vicente Blasco Ibáñez, Julio Camba o como Adolfo de Ribadeneyra, apellido icónico de la historia española, que sirvió como diplomático español, entre otros, en el consulado de Teherán; o, en fin, como José de Ribas, un español en la corte de Catalina II. Y quedan dos grandes amigos del autor: Manu Leguineche- el jefe de la tribu, «el mejor de toda una generación de periodistas, enviados especiales y reporteros de guerra»-y Javier Reverte -viajero, incansable «con talento para escribir historias», especialmente por los países del este de África, primero, y luego por América y Asia. 

Y es que, como Javier Reverte, la mayor parte de los que hicieron del viajar una forma de vivir, dejaron testimonio de sus andanzas en sus libros que aún permanecen como lecciones para nosotros, que somos simples aprendices. Fermín Bocos, viajero él, y también detector de las mejores virtudes de los países y paisajes, es sobre todo enamorado del sur de Italia, del Peloponeso y de Egipto. Su sabiduría, sus conocimientos nos llevan a sus lectores a emprender con él el camino a través de las atrapadoras páginas de «Cuando viajar era descubrir». 

Los grandes viajeros de la historia no están movidos por un único y confluyente afán, sino por motivos diversos. Algunos por el ansia descubridora como Cristobal Colón, Magallanes, Elcano, Vasco de Gama. Otros se movieron por el afán de extender su poder como Alejandro Magno, Julio César o Napoleón. Los de la fiebre del oro fueron detrás de riquezas. Otros buscaron ampliar sus conocimientos como Marco Polo, Alexis de Tocqueville, Lord Byron o Gandhi. En fin, el impulso de la mayor parte ha sido la aventura, la emoción y la curiosidad. Como dice Fermín Bocos, el viajero (no confundir con el turista) es «un ser peculiar, por lo general, inquieto, aventurero, soñador, curioso, osado y autosuficiente», es un tipo humano, que no tiene miedo ni a la soledad ni al silencio.

El viajero es un ser apasionado que ansía y disfruta de experiencias nuevas, de lugares desconocidos, de personalidades a descubrir. Todos hemos sentido una más o menos intensa emoción -dependiendo de nuestra facilidad o dificultad para ello- ante un monumento de la naturaleza o uno hecho por el hombre. Recuerdo muchos momentos estelares: desde las Cataratas Victoria, Abu Simbel o Luxor, Cusco o San Petersburgo; pero también recuerdo a un jurista tailandés, a un profesor ecuatoriano, a un politólogo colombiano o a un periodista israelí. Viajar es, sobre todo, descubrir, abrir, ventanas, romper rutinas, imaginar. El viajero es un ser valiente, moderadamente intrépido, pasional, como lo fue Ulises, «el primer gran viajero de nuestro mundo mediterráneo, el Odiseo de la saga narrada por Homero». Es cierto que los grandes viajeros concentran su atención en África, Oriente Medio, América o los mares del Sur, aunque lo más grande probablemente está más cerca, en Italia, en Grecia o en Egipto. Mi admiración, como siempre, querido Fermín, que has elegido perfectamente tus preferencias. En ellas también coincido contigo.

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