De Napoleón a Trump

Ya en el lejano 1841, Alejandro Dumas padre reflexionaba sobre la credibilidad de los titulares de los periódicos. Lo hacía en un diario de viaje titulado Une année à Florence (Un año en Florencia). Para ejemplificar la poca fiabilidad de la prensa, reproducía los cambiantes titulares del París Moniteur Universel a lo largo de 20 días de marzo de 1815, los días en los en que se desarrolló la marcha gloriosa de Napoleón hasta París desde su destierro en la isla de Elba.

Alejandro Dumas senior -el de El conde de Montecristo– enumeraba diez titulares del diario  hasta entonces incondicional de Luis XVIII, que, en sólo veinte días, pasó de denominar a Napoleón «caníbal» a considerarlo «su majestad». Estos son, en orden cronológico, los citados titulares que reflejaban la posición del periódico hacia el emperador: «El caníbal ha salido de su guarida»; «El ogro de Córcega acaba de aterrizar en el golfo de Juan»; «El tigre ha llegado a Gap»; «El monstruo durmió en Grenoble»; «El tirano ha cruzado Lyon»; «El usurpador fue visto a sesenta leguas de la capital»; «Bonaparte avanza a grandes zancadas, pero nunca entrará en París»;  «Napoleón estará mañana bajo nuestras murallas»; «El Emperador ha llegado a Fontainebleau»; y, finalmente, «Su Majestad Imperial y Real entró ayer en su palacio de las Tullerías en medio de sus fieles súbditos».

Esta fue una de las muchas enseñanzas que nos ofreció el jueves de la semana pasada la conferencia sobre el desastre de Waterloo, que cerraba el ciclo Batallas de la era de Napoléon, coordinado por el catedrático Fernando Quesada Sanz en la Fundación Juan March de Madrid. A lo largo del mes de enero se habían celebrado sesiones dedicadas a los ejércitos napoleónicos y a las batallas de Trafalgar, Austerlitz, Bailén y Borondinó. Todas ellas registraron un lleno absoluto de las casi cuatrocientas localidades disponibles en la propia Fundación, a las que habría que sumar las personas que siguieron las charlas en streaming. Desde luego, un número muy superior al de espectadores en cualquiera de las proyecciones de la mediocre superproducción de Ridley Scott sobre el corso que hizo temblar Europa.

Uno no puede dejar de preguntarse ¿de dónde salen tantos ciudadanos interesados en los avatares del emperador francés y su época? Es indudable que Napoleón es uno de los personajes históricos más atractivos, pero, en mi opinión, el verdadero atractivo se encuentra en el paralelismo con el presente que con tanta frecuencia nos ofrece la historia.

La investigación de Alejandro Dumas sobre el vertiginoso cambio de postura del París Moniteur Universel nos hace pensar en el también vertiginoso cambio de chaqueta de los grandes magnates digitales, según Donald Trump se iba acercando a la Casa Blanca. Magnates digitales que se atribuyen el, según ellos, cuarto poder del siglo XXI -las redes sociales– en detrimento de la prensa tradicional. No sólo Elon Musk, quien con mucha antelación supo ver que el atrabiliario entonces expresidente representaba el futuro, y que apostar por él como ganador era una apuesta segura.

Más dudoso se mostró Mark Zuckerberg, propietario de Meta -Facebook, Instagram, Whatsapp-, quien cambió de caballo en la recta final de la carrera, adoptando para sus redes sociales las mismas medidas ultraliberales que impuso Elon Musk en X. Es decir, fuera moderadores, los ciudadanos son capaces de regularse a sí mismos, el todo vale en nombre de una pretendida libertad absoluta e ilimitada. «Los legacy media han representado un sesgo nocivo para la libertad de expresión», ha llegado a asegurar el magnate, incorporado a la administración Trump, en línea con la nueva postura oficial.

En cuanto a Jeff Bezos, el cambio no puede ser más radical. En las memorias de Marin Baron, exdirector del Washington Post, se relatan los continuos desencuentros del propietario del periódico, Bezos, y Trump durante el primer mandato de este. Desde las trabas al uso del US Postal Service por parte del gran comercio digital hasta los duros ataques del Post al presidente, que el dueño de Amazon permitía sin interferir. Hoy, Bezos ha tenido que hincar la rodilla y ya interviene en la línea editorial de su periódico hasta el punto de prohibir que tomara postura por ningún candidato, lo que venía haciendo desde hace casi cincuenta años.

En el siglo XIX, los diarios franceses supieron adaptarse a los nuevos tiempos, y pasaron, de un día para otro, de apoyar al rey borbón a entregarse al emperador que le arrebató el poder. Sería exagerado asegurar  que Trump es un nuevo Napoleón, aunque los nuevos usurpadores del cuarto poder lo traten como a un emperador.  

 Ya en el lejano 1841, Alejandro Dumas padre reflexionaba sobre la credibilidad de los titulares de los periódicos. Lo hacía en un diario de viaje titulado Une  

Ya en el lejano 1841, Alejandro Dumas padre reflexionaba sobre la credibilidad de los titulares de los periódicos. Lo hacía en un diario de viaje titulado Une année à Florence (Un año en Florencia). Para ejemplificar la poca fiabilidad de la prensa, reproducía los cambiantes titulares del París Moniteur Universel a lo largo de 20 días de marzo de 1815, los días en los en que se desarrolló la marcha gloriosa de Napoleón hasta París desde su destierro en la isla de Elba.

Alejandro Dumas senior -el de El conde de Montecristo– enumeraba diez titulares del diario  hasta entonces incondicional de Luis XVIII, que, en sólo veinte días, pasó de denominar a Napoleón «caníbal» a considerarlo «su majestad». Estos son, en orden cronológico, los citados titulares que reflejaban la posición del periódico hacia el emperador: «El caníbal ha salido de su guarida»; «El ogro de Córcega acaba de aterrizar en el golfo de Juan»; «El tigre ha llegado a Gap»; «El monstruo durmió en Grenoble»; «El tirano ha cruzado Lyon»; «El usurpador fue visto a sesenta leguas de la capital»; «Bonaparte avanza a grandes zancadas, pero nunca entrará en París»;  «Napoleón estará mañana bajo nuestras murallas»; «El Emperador ha llegado a Fontainebleau»; y, finalmente, «Su Majestad Imperial y Real entró ayer en su palacio de las Tullerías en medio de sus fieles súbditos».

Esta fue una de las muchas enseñanzas que nos ofreció el jueves de la semana pasada la conferencia sobre el desastre de Waterloo, que cerraba el ciclo Batallas de la era de Napoléon, coordinado por el catedráticoFernando Quesada Sanz en la Fundación Juan March de Madrid. A lo largo del mes de enero se habían celebrado sesiones dedicadas a los ejércitos napoleónicos y a las batallas de Trafalgar, Austerlitz, Bailén y Borondinó. Todas ellas registraron un lleno absoluto de las casi cuatrocientas localidades disponibles en la propia Fundación, a las que habría que sumar las personas que siguieron las charlas en streaming. Desde luego, un número muy superior al de espectadores en cualquiera de las proyecciones de la mediocre superproducción de Ridley Scott sobre el corso que hizo temblar Europa.

Uno no puede dejar de preguntarse ¿de dónde salen tantos ciudadanos interesados en los avatares del emperador francés y su época? Es indudable que Napoleón es uno de los personajes históricos más atractivos, pero, en mi opinión, el verdadero atractivo se encuentra en el paralelismo con el presente que con tanta frecuencia nos ofrece la historia.

La investigación de Alejandro Dumas sobre el vertiginoso cambio de postura del París Moniteur Universel nos hace pensar en el también vertiginoso cambio de chaqueta de los grandes magnates digitales, según Donald Trump se iba acercando a la Casa Blanca. Magnates digitales que se atribuyen el, según ellos, cuarto poder del siglo XXI -las redes sociales– en detrimento de la prensa tradicional. No sólo Elon Musk, quien con mucha antelación supo ver que el atrabiliario entonces expresidente representaba el futuro, y que apostar por él como ganador era una apuesta segura.

Más dudoso se mostró Mark Zuckerberg, propietario de Meta -Facebook, Instagram, Whatsapp-, quien cambió de caballo en la recta final de la carrera, adoptando para sus redes sociales las mismas medidas ultraliberales que impuso Elon Musk en X. Es decir, fuera moderadores, los ciudadanos son capaces de regularse a sí mismos, el todo vale en nombre de una pretendida libertad absoluta e ilimitada. «Los legacy media han representado un sesgo nocivo para la libertad de expresión», ha llegado a asegurar el magnate, incorporado a la administración Trump, en línea con la nueva postura oficial.

En cuanto a Jeff Bezos, el cambio no puede ser más radical. En las memorias de Marin Baron, exdirector del Washington Post, se relatan los continuos desencuentros del propietario del periódico, Bezos, y Trump durante el primer mandato de este. Desde las trabas al uso del US Postal Service por parte del gran comercio digital hasta los duros ataques del Post al presidente, que el dueño de Amazon permitía sin interferir. Hoy, Bezos ha tenido que hincar la rodilla y ya interviene en la línea editorial de su periódico hasta el punto de prohibir que tomara postura por ningún candidato, lo que venía haciendo desde hace casi cincuenta años.

En el siglo XIX, los diarios franceses supieron adaptarse a los nuevos tiempos, y pasaron, de un día para otro, de apoyar al rey borbón a entregarse al emperador que le arrebató el poder. Sería exagerado asegurar  que Trump es un nuevo Napoleón, aunque los nuevos usurpadores del cuarto poder lo traten como a un emperador.  

 Noticias de Cultura: Última hora de hoy en THE OBJECTIVE

Noticias Similares