Crónica de iniciación del reportero en la Patagonia

¡La Patagonia!, exclamaba Chatwin, como si paladeara cada sílaba de aquella palabra mítica; luego intentaba descifrarla: «Es una amante exigente. Te embruja. ¡Es una hechicera! Te atrapa en sus brazos y nunca te suelta». He comprobado en Europa que pronunciar el nombre de ese confín provoca aún hoy estremecimiento y fascinación; también puro asombro cuando cuento que yo ejercí el periodismo durante cinco años en ese territorio de leyendas. Fue en la lejana década de ochenta, y la experiencia cambió para siempre mi vida.Yo era reportero de sucesos en Buenos Aires, y alguien me convenció de abandonar la ciudad, fundar un diario en el Alto Valle del Río Negro y del Neuquén e internarme en aquella gran aventura; la misión consistía en escribir crónicas policiales apasionantes que elevaran la circulación del periódico, y además ser redactor en jefe durante las noches: eso solía ocurrir en los diarios de provincias; un periodista cubría varios puestos a la vez y debía dedicarse en cuerpo y alma a las noticias regionales y al cierre de cada portada. Pronto aprendí que allí la tarea era por entonces difícil y peligrosa, puesto que una cosa es escribir desde lejos, cómodamente instalado en una redacción de una gran publicación nacional, y otra muy distinta es hacer reporterismo de cercanías, y hacerlo en esos tiempos y en esos lares.Noticia Relacionada CONTACTO EN BUENOS AIRES opinion Si Viaje a las tumbas blancas Jorge Fernández Díaz La sociedad argentina, con mala conciencia, por haber apoyado aquel desastre, quiso borrarlo y condenó a sus combatientes al ostracismoCuando un labriego asesinó en Zapala a su mujer, la ató a un arado y luego se ahorcó en un barranco, hubo una marcha de dos mil vecinos para repudiarnos por haber narrado la historia y «manchado» así la orgullosa reputación de esa localidad. Cuando revelé cómo un grupo de jóvenes matones cobraba ‘peajes’ y daba palizas en una plaza de barrio, se presentó en recepción el jefe de la pandilla con su madre para exigirme a los gritos una rectificación. «Vieja, te vamos a quemar viva»El mayor traficante de drogas vivía a dos calles de mi casa y solía interceptarme en la acera. Y nuestra corresponsal –una inefable anciana que en su juventud había sido parte de la Fundación Eva Perón, que vivía en Cutral Co y que denunciaba el modus operandi de los narcos– recibió una noche una llamada anónima: «Vieja, te vamos a quemar viva». Nuestra corresponsal interrumpió a su interlocutor y le dijo: «¿Ernesto? ¿Sos vos, Ernesto? Mirá que le voy a contar a tu mamá, eh». Un comisario ‘heroico’ me guio durante meses hacia una pista fallida y un callejón sin salida en el crimen sensacional de un empresario porque estaba involucrado precisamente en esa conjura, y un investigador de la policía que lo había denunciado terminó en la Sección Canes: una noche atravesamos juntos la ciudad conversando, mientras un coche con cuatro gorilas nos seguía lentamente y él acariciaba la culata de su pistola 9 milímetros. La proximidad de los acontecimientos me volvió mucho más riguroso y responsable, y me di cuenta de que las pequeñas ciudades son maquetas de las grandes: si comprendes sus mecanismos básicos aprendes también cómo funciona de verdad el poder en las metrópolis y hasta en países laberínticos y sofisticados, porque allí los entramados y las ambiciones humanas se ven sin disfraces.El primer travesti de la zonaHace unas semanas, nos invitaron a transmitir un programa desde la flamante Radio Mitre Patagonia y treinta años después regresé a esa tierra de todos los aprendizajes. Cuando me dijeron que nuestro hotel quedaba sobre la ruta 22 recordé al primer travesti de la zona, una rubia de casi dos metros que, lo juro, se parecía a Bibi Andersen: a raíz de lo que me contaba de su oficio en esa nota, las putas recelosas y ofendidas le propinaron luego una golpiza y la mandaron a un hospital, y aun así, rota como estaba, vino a darme las gracias por la «humanidad» con que la había tratado. Los fantasmas, y esos y otros remordimientos de juventud y de pago chico, me siguieron a cada lugar que iba durante este retorno de hijo pródigo, cuando comprobé de paso que hasta lo inmutable había mutado: el reciente descubrimiento del fabuloso yacimiento Vaca Muerta convirtió a Neuquén en la cuarta reserva de petróleo del mundo y en la segunda en gas no convencional. Una nueva Arabia Saudita. Las ciudades aquellas se modernizaron y llegan todos los días a ellas empresarios de todo el planeta para explotar ese nuevo paraíso de oportunidades donde no existe la palabra recesión; también emigrantes, como aquél que alguna vez fui yo, persiguiendo la renovada quimera patagónica. Es que la amante exigente, la hechicera de Chatwin tiene brazos todavía más poderosos, y amenaza con atrapar a muchos más peregrinos durante las próximas décadas. Leo a Chatwin, en un sillón, a pocos metros de la ruta 22 y pienso en el destino: «Imaginé una cabaña de troncos baja, con techo de tejas, calafateada contra las tempestades, con un crepitante fuego de leña en el interior y las paredes cubiertas por los mejores libros: un lugar donde vivir cuando el resto del mundo volara en pedazos». ¡La Patagonia!, exclamaba Chatwin, como si paladeara cada sílaba de aquella palabra mítica; luego intentaba descifrarla: «Es una amante exigente. Te embruja. ¡Es una hechicera! Te atrapa en sus brazos y nunca te suelta». He comprobado en Europa que pronunciar el nombre de ese confín provoca aún hoy estremecimiento y fascinación; también puro asombro cuando cuento que yo ejercí el periodismo durante cinco años en ese territorio de leyendas. Fue en la lejana década de ochenta, y la experiencia cambió para siempre mi vida.Yo era reportero de sucesos en Buenos Aires, y alguien me convenció de abandonar la ciudad, fundar un diario en el Alto Valle del Río Negro y del Neuquén e internarme en aquella gran aventura; la misión consistía en escribir crónicas policiales apasionantes que elevaran la circulación del periódico, y además ser redactor en jefe durante las noches: eso solía ocurrir en los diarios de provincias; un periodista cubría varios puestos a la vez y debía dedicarse en cuerpo y alma a las noticias regionales y al cierre de cada portada. Pronto aprendí que allí la tarea era por entonces difícil y peligrosa, puesto que una cosa es escribir desde lejos, cómodamente instalado en una redacción de una gran publicación nacional, y otra muy distinta es hacer reporterismo de cercanías, y hacerlo en esos tiempos y en esos lares.Noticia Relacionada CONTACTO EN BUENOS AIRES opinion Si Viaje a las tumbas blancas Jorge Fernández Díaz La sociedad argentina, con mala conciencia, por haber apoyado aquel desastre, quiso borrarlo y condenó a sus combatientes al ostracismoCuando un labriego asesinó en Zapala a su mujer, la ató a un arado y luego se ahorcó en un barranco, hubo una marcha de dos mil vecinos para repudiarnos por haber narrado la historia y «manchado» así la orgullosa reputación de esa localidad. Cuando revelé cómo un grupo de jóvenes matones cobraba ‘peajes’ y daba palizas en una plaza de barrio, se presentó en recepción el jefe de la pandilla con su madre para exigirme a los gritos una rectificación. «Vieja, te vamos a quemar viva»El mayor traficante de drogas vivía a dos calles de mi casa y solía interceptarme en la acera. Y nuestra corresponsal –una inefable anciana que en su juventud había sido parte de la Fundación Eva Perón, que vivía en Cutral Co y que denunciaba el modus operandi de los narcos– recibió una noche una llamada anónima: «Vieja, te vamos a quemar viva». Nuestra corresponsal interrumpió a su interlocutor y le dijo: «¿Ernesto? ¿Sos vos, Ernesto? Mirá que le voy a contar a tu mamá, eh». Un comisario ‘heroico’ me guio durante meses hacia una pista fallida y un callejón sin salida en el crimen sensacional de un empresario porque estaba involucrado precisamente en esa conjura, y un investigador de la policía que lo había denunciado terminó en la Sección Canes: una noche atravesamos juntos la ciudad conversando, mientras un coche con cuatro gorilas nos seguía lentamente y él acariciaba la culata de su pistola 9 milímetros. La proximidad de los acontecimientos me volvió mucho más riguroso y responsable, y me di cuenta de que las pequeñas ciudades son maquetas de las grandes: si comprendes sus mecanismos básicos aprendes también cómo funciona de verdad el poder en las metrópolis y hasta en países laberínticos y sofisticados, porque allí los entramados y las ambiciones humanas se ven sin disfraces.El primer travesti de la zonaHace unas semanas, nos invitaron a transmitir un programa desde la flamante Radio Mitre Patagonia y treinta años después regresé a esa tierra de todos los aprendizajes. Cuando me dijeron que nuestro hotel quedaba sobre la ruta 22 recordé al primer travesti de la zona, una rubia de casi dos metros que, lo juro, se parecía a Bibi Andersen: a raíz de lo que me contaba de su oficio en esa nota, las putas recelosas y ofendidas le propinaron luego una golpiza y la mandaron a un hospital, y aun así, rota como estaba, vino a darme las gracias por la «humanidad» con que la había tratado. Los fantasmas, y esos y otros remordimientos de juventud y de pago chico, me siguieron a cada lugar que iba durante este retorno de hijo pródigo, cuando comprobé de paso que hasta lo inmutable había mutado: el reciente descubrimiento del fabuloso yacimiento Vaca Muerta convirtió a Neuquén en la cuarta reserva de petróleo del mundo y en la segunda en gas no convencional. Una nueva Arabia Saudita. Las ciudades aquellas se modernizaron y llegan todos los días a ellas empresarios de todo el planeta para explotar ese nuevo paraíso de oportunidades donde no existe la palabra recesión; también emigrantes, como aquél que alguna vez fui yo, persiguiendo la renovada quimera patagónica. Es que la amante exigente, la hechicera de Chatwin tiene brazos todavía más poderosos, y amenaza con atrapar a muchos más peregrinos durante las próximas décadas. Leo a Chatwin, en un sillón, a pocos metros de la ruta 22 y pienso en el destino: «Imaginé una cabaña de troncos baja, con techo de tejas, calafateada contra las tempestades, con un crepitante fuego de leña en el interior y las paredes cubiertas por los mejores libros: un lugar donde vivir cuando el resto del mundo volara en pedazos».  ¡La Patagonia!, exclamaba Chatwin, como si paladeara cada sílaba de aquella palabra mítica; luego intentaba descifrarla: «Es una amante exigente. Te embruja. ¡Es una hechicera! Te atrapa en sus brazos y nunca te suelta». He comprobado en Europa que pronunciar el nombre de ese confín provoca aún hoy estremecimiento y fascinación; también puro asombro cuando cuento que yo ejercí el periodismo durante cinco años en ese territorio de leyendas. Fue en la lejana década de ochenta, y la experiencia cambió para siempre mi vida.Yo era reportero de sucesos en Buenos Aires, y alguien me convenció de abandonar la ciudad, fundar un diario en el Alto Valle del Río Negro y del Neuquén e internarme en aquella gran aventura; la misión consistía en escribir crónicas policiales apasionantes que elevaran la circulación del periódico, y además ser redactor en jefe durante las noches: eso solía ocurrir en los diarios de provincias; un periodista cubría varios puestos a la vez y debía dedicarse en cuerpo y alma a las noticias regionales y al cierre de cada portada. Pronto aprendí que allí la tarea era por entonces difícil y peligrosa, puesto que una cosa es escribir desde lejos, cómodamente instalado en una redacción de una gran publicación nacional, y otra muy distinta es hacer reporterismo de cercanías, y hacerlo en esos tiempos y en esos lares.Noticia Relacionada CONTACTO EN BUENOS AIRES opinion Si Viaje a las tumbas blancas Jorge Fernández Díaz La sociedad argentina, con mala conciencia, por haber apoyado aquel desastre, quiso borrarlo y condenó a sus combatientes al ostracismoCuando un labriego asesinó en Zapala a su mujer, la ató a un arado y luego se ahorcó en un barranco, hubo una marcha de dos mil vecinos para repudiarnos por haber narrado la historia y «manchado» así la orgullosa reputación de esa localidad. Cuando revelé cómo un grupo de jóvenes matones cobraba ‘peajes’ y daba palizas en una plaza de barrio, se presentó en recepción el jefe de la pandilla con su madre para exigirme a los gritos una rectificación. «Vieja, te vamos a quemar viva»El mayor traficante de drogas vivía a dos calles de mi casa y solía interceptarme en la acera. Y nuestra corresponsal –una inefable anciana que en su juventud había sido parte de la Fundación Eva Perón, que vivía en Cutral Co y que denunciaba el modus operandi de los narcos– recibió una noche una llamada anónima: «Vieja, te vamos a quemar viva». Nuestra corresponsal interrumpió a su interlocutor y le dijo: «¿Ernesto? ¿Sos vos, Ernesto? Mirá que le voy a contar a tu mamá, eh». Un comisario ‘heroico’ me guio durante meses hacia una pista fallida y un callejón sin salida en el crimen sensacional de un empresario porque estaba involucrado precisamente en esa conjura, y un investigador de la policía que lo había denunciado terminó en la Sección Canes: una noche atravesamos juntos la ciudad conversando, mientras un coche con cuatro gorilas nos seguía lentamente y él acariciaba la culata de su pistola 9 milímetros. La proximidad de los acontecimientos me volvió mucho más riguroso y responsable, y me di cuenta de que las pequeñas ciudades son maquetas de las grandes: si comprendes sus mecanismos básicos aprendes también cómo funciona de verdad el poder en las metrópolis y hasta en países laberínticos y sofisticados, porque allí los entramados y las ambiciones humanas se ven sin disfraces.El primer travesti de la zonaHace unas semanas, nos invitaron a transmitir un programa desde la flamante Radio Mitre Patagonia y treinta años después regresé a esa tierra de todos los aprendizajes. Cuando me dijeron que nuestro hotel quedaba sobre la ruta 22 recordé al primer travesti de la zona, una rubia de casi dos metros que, lo juro, se parecía a Bibi Andersen: a raíz de lo que me contaba de su oficio en esa nota, las putas recelosas y ofendidas le propinaron luego una golpiza y la mandaron a un hospital, y aun así, rota como estaba, vino a darme las gracias por la «humanidad» con que la había tratado. Los fantasmas, y esos y otros remordimientos de juventud y de pago chico, me siguieron a cada lugar que iba durante este retorno de hijo pródigo, cuando comprobé de paso que hasta lo inmutable había mutado: el reciente descubrimiento del fabuloso yacimiento Vaca Muerta convirtió a Neuquén en la cuarta reserva de petróleo del mundo y en la segunda en gas no convencional. Una nueva Arabia Saudita. Las ciudades aquellas se modernizaron y llegan todos los días a ellas empresarios de todo el planeta para explotar ese nuevo paraíso de oportunidades donde no existe la palabra recesión; también emigrantes, como aquél que alguna vez fui yo, persiguiendo la renovada quimera patagónica. Es que la amante exigente, la hechicera de Chatwin tiene brazos todavía más poderosos, y amenaza con atrapar a muchos más peregrinos durante las próximas décadas. Leo a Chatwin, en un sillón, a pocos metros de la ruta 22 y pienso en el destino: «Imaginé una cabaña de troncos baja, con techo de tejas, calafateada contra las tempestades, con un crepitante fuego de leña en el interior y las paredes cubiertas por los mejores libros: un lugar donde vivir cuando el resto del mundo volara en pedazos». RSS de noticias de cultura

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