Conocer la Inquisición Española

«Es preciso atribuir a este tribunal [de la Inquisición] la profunda ignorancia de la sana filosofía en que se encuentran sumidos los saberes en España, mientras en Alemania, Inglaterra, Francia, la propia Italia, se han descubierto tantas verdades». Esta frase de Voltaire en su conocido Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, acuñó el mito moderno de la Inquisición Española como causa de las maldades de nuestro país.

Dicho por Voltaire, autor tan brillante como famoso, se ha tomado ese juicio como una verdad irrebatible. Sin embargo, es la perfecta fake news, un bulo malintencionado al que se le da un soporte acreditado, en este caso la obra de Voltaire. Con ese respaldo, la Inquisición se convertiría en el elemento esencial de la Leyenda Negra antiespañola, una quintaesencial del mal, como si dijéramos el nazismo de Hitler, cuyo morbo tentó a escritores como Schiller, Goethe, Victor Hugo, Oscar Wilde, a músicos como Vivaldi, Beethoven o Verdi.

Frente a estos populares creadores de imagen se han alzado durante el último siglo numerosos estudios académicos, historiadores serios de España y del extranjero que, con el rigor del método científico, han estudiado a fondo la realidad de esa Inquisición española, con resultados que repetidamente han demostrado que la Leyenda Negra es lo que su nombre indica, una leyenda tendenciosa, la peor enemiga de la Historia. Así se derriban los mitos y las fake news.

La Inquisición española, que no sólo cubría España, sino su Imperio, dictó 1.695 sentencias de muerte entre 1540 y 1700 -posteriormente las ejecuciones fueron esporádicas- aunque solamente ejecutó a la mitad, 863 personas, pues la otra mitad eran «condenados en efigie», es decir, ausentes, de los que se quemaba un retrato. Pero en 1572, solamente en unas horas, en la llamada Noche de San Bartolomé, fueron pasados a cuchillo en París de 2.000 a 3.000 protestantes, en una operación de auténtica limpieza étnica organizada por la monarquía francesa, el partido católico y el ayuntamiento de París. En el mes siguiente la matanza se extendió al resto de Francia, con una cifra de asesinatos de alrededor de 10.000 protestantes, que algunos historiadores elevan incluso a 30.000.

Si se contrastan las cifras de la represión religiosa en Francia y en España no tienen parangón y, sin embargo, Francia tiene fama de país liberal, mientras que sobre España pesa la Leyenda Negra. Y una de las causas de ello es, precisamente, que la Inquisición española fue un tribunal garantista, que tardaba años en realizar un proceso por su exigencia de pruebas y por sus mecanismos de apelación, y con todos sus procedimientos perfectamente documentados. Es decir, que de los 863 ajusticiados por la Inquisición conocemos su nombre, apellido e incluso su vida y pecados, mientras que los masacrados en la Noche de San Bartolomé son anónimos, y precisamente su masa indiferenciada hace que parezca menos horrible el sacrificio de 30.000 que el de 863.

Esta reflexión es uno de los muchos aspectos fascinantes del libro La Inquisición desconocida. El Imperio español y el Santo Oficio (Arzalia Ediciones), obra de Mercedes Tenboury Redondo. Esta historiadora vinculada a la Universidad Autónoma de Madrid ha realizado una labor de investigación profunda, causa por causa, en los Archivos Nacionales, desentrañando los matices de un tribunal que, aparte de velar por la ortodoxia religiosa, era un instrumento político de la Monarquía hispánica que perseguía la piratería, el bandidismo, el contrabando, el espionaje a favor de potencias extranjeras o la colaboración con los corsarios berberiscos que asolaban las costas españolas.

La persecución de las brujas, otra competencia de la Inquisición en España, es un tema tentador para el cine y la televisión, que actualmente suele presentarlo como un feminicidio, aunque en realidad se procesaba tanto a brujas como a brujos. Europa entera cayó en una especie de delirio paranoico con las hechicerías. Eran los municipios, o sea, los vecinos de cada pueblo, los que se tomaban la justicia por su mano, lo que llevaría a terribles excesos. Se calcula que en Alemania fueron quemadas en la hoguera entre 20.000 y 30.000 personas, y 10.000 en un pequeño país como Suiza -ambos con población mayoritariamente protestante-. En Francia fueron unas 4.000, en Inglaterra 2.000 y en Escandinavia unas 1.700. Fue seguramente en Suiza donde se quemó la última bruja en 1782.

De nuevo la falta de una jurisdicción centralizada y reglada nos impide conocer la cifra exacta de la caza de brujas en Europa, la «justicia popular» no pierde tiempo en procesos escritos y archivados. En cambio, en España, el Tribunal del Santo Oficio ejerció el monopolio de la represión de la brujería, con procesos garantistas, largos en el tiempo y perfectamente documentados. Así sabemos cuántas brujas -o brujos- fueron a la hoguera en nuestro país: ¡exactamente 49!

De nuevo los datos históricos científicos desmontan a la Leyenda Negra.

El mal menor

Además de su aporte de información, el libro de Mercedes Temboury tiene el valor de señalarnos los aspectos positivos de la existencia del Tribunal del Santo Oficio en España. Visto desde la perspectiva actual resultaría insalvable un organismo que mandó a la hoguera a 863 personas, pero la Historia hay que contemplarla en su perspectiva, con la referencia constante a lo que se consideraba normalidad en épocas pasadas. Con este talante de relativismo y pragmatismo hay que procesar los argumentos «a favor» de la Inquisición que destaca Temboury.

Uno de ellos es que la Inquisición impidió que hubiera guerras de religión en España. La Noche de San Bartolomé, a la que nos hemos referido antes, fue un episodio más entre las ocho guerras civiles que padeció Francia en 38 años, de 1560 a 1598. Ese enfrentamiento fratricida entre católicos y hugonotes, como se llamaba a los protestantes franceses, causó entre 2 y 3 millones de muertos.

Peor aún fue la guerra de religión entre luteranos y católicos en Alemania, llamada Guerra de los Treinta Años. Provocó entre 4 y 8 millones de muertos e hizo retroceder a Alemania desde el siglo XVII a la Edad Media. Estas devastaciones fueron evitadas en España por la acción preventiva de la Inquisición, que no permitió que surgiera un partido protestante poderoso. Los brotes de luteranismo que aparecieron fueron inmediatamente reprimidos, matando la herejía «en el huevo», y además la Inquisición ejercía una eficaz censura de libros, impidiendo que circulasen por el país las ideas protestantes.

Con relación a los judíos, tema extremadamente sensible, se señala que a partir de la implantación de la Inquisición en España por iniciativa de los Reyes Católicos, no hubo matanzas de judíos ni asaltos a las juderías, como las que habían sucedido a finales del siglo XIV, que empezaron en Cataluña y se extendieron por otros reinos de España. La represión del judaísmo el España era competencia exclusiva del Tribunal del Santo Oficio, que entre 1540 y 1700 condenó a muerte a 540 judaizantes (se ejecutó solamente a la mitad), sin que se permitieran los estallidos de cólera popular contra los judíos que han avergonzado a Europa hasta hace bien poco.

Las degollinas de judíos fueron un fenómeno recurrente en Europa desde la Edad Media y hasta tienen un nombre propio, «progrom», palabra rusa que significa devastación, porque en el siglo XIX y XX fue especialmente en los territorios del Imperio ruso, incluidas Polonia, Ucrania o Moldavia, donde más se produjeron. Tras el asesinato del zar Alejandro II en 1881 corrió el bulo de que lo habían cometido los judíos, y se efectuaron matanzas en 161 ciudades rusas. No se sabe cuántos muertos hubo, pero aquel gran progrom provocó la emigración de dos millones de judíos rusos hacia América.

El fenómeno se ha mantenido hasta tiempos vergonzosamente recientes. En 1946, en la ciudad polaca de Kielze, los vecinos, apoyados por policías y soldados, asaltaron un centro de refugiados judíos asesinando a 42 de ellos. Crueldades de la Historia, se habían salvado del holocausto nazi para morir en un progrom polaco. Y como vimos la semana pasada en estas páginas (véase El judío que asesinó a un nazi), en noviembre de 1938, durante la Noche del Cristal, 91 judíos fueron asesinados, cientos heridos y 177 sinagogas incendiadas por las turbas nazis. Aquel estallido de la ira popular fue el prólogo del Holocausto.

 «Es preciso atribuir a este tribunal [de la Inquisición] la profunda ignorancia de la sana filosofía en que se encuentran sumidos los saberes en España, mientras  

«Es preciso atribuir a este tribunal [de la Inquisición] la profunda ignorancia de la sana filosofía en que se encuentran sumidos los saberes en España, mientras en Alemania, Inglaterra, Francia, la propia Italia, se han descubierto tantas verdades». Esta frase de Voltaire en su conocido Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, acuñó el mito moderno de la Inquisición Española como causa de las maldades de nuestro país.

Dicho por Voltaire, autor tan brillante como famoso, se ha tomado ese juicio como una verdad irrebatible. Sin embargo, es la perfecta fake news, un bulo malintencionado al que se le da un soporte acreditado, en este caso la obra de Voltaire. Con ese respaldo, la Inquisición se convertiría en el elemento esencial de la Leyenda Negra antiespañola, una quintaesencial del mal, como si dijéramos el nazismo de Hitler, cuyo morbo tentó a escritores como Schiller, Goethe, Victor Hugo, Oscar Wilde, a músicos como Vivaldi, Beethoven o Verdi.

Frente a estos populares creadores de imagen se han alzado durante el último siglo numerosos estudios académicos, historiadores serios de España y del extranjero que, con el rigor del método científico, han estudiado a fondo la realidad de esa Inquisición española, con resultados que repetidamente han demostrado que la Leyenda Negra es lo que su nombre indica, una leyenda tendenciosa, la peor enemiga de la Historia. Así se derriban los mitos y las fake news.

La Inquisición española, que no sólo cubría España, sino su Imperio, dictó 1.695 sentencias de muerte entre 1540 y 1700 -posteriormente las ejecuciones fueron esporádicas- aunque solamente ejecutó a la mitad, 863 personas, pues la otra mitad eran «condenados en efigie», es decir, ausentes, de los que se quemaba un retrato. Pero en 1572, solamente en unas horas, en la llamada Noche de San Bartolomé, fueron pasados a cuchillo en París de 2.000 a 3.000 protestantes, en una operación de auténtica limpieza étnica organizada por la monarquía francesa, el partido católico y el ayuntamiento de París. En el mes siguiente la matanza se extendió al resto de Francia, con una cifra de asesinatos de alrededor de 10.000 protestantes, que algunos historiadores elevan incluso a 30.000.

Si se contrastan las cifras de la represión religiosa en Francia y en España no tienen parangón y, sin embargo, Francia tiene fama de país liberal, mientras que sobre España pesa la Leyenda Negra. Y una de las causas de ello es, precisamente, que la Inquisición española fue un tribunal garantista, que tardaba años en realizar un proceso por su exigencia de pruebas y por sus mecanismos de apelación, y con todos sus procedimientos perfectamente documentados. Es decir, que de los 863 ajusticiados por la Inquisición conocemos su nombre, apellido e incluso su vida y pecados, mientras que los masacrados en la Noche de San Bartolomé son anónimos, y precisamente su masa indiferenciada hace que parezca menos horrible el sacrificio de 30.000 que el de 863.

Esta reflexión es uno de los muchos aspectos fascinantes del libro La Inquisición desconocida. El Imperio español y el Santo Oficio (Arzalia Ediciones), obra de Mercedes Tenboury Redondo. Esta historiadora vinculada a la Universidad Autónoma de Madrid ha realizado una labor de investigación profunda, causa por causa, en los Archivos Nacionales, desentrañando los matices de un tribunal que, aparte de velar por la ortodoxia religiosa, era un instrumento político de la Monarquía hispánica que perseguía la piratería, el bandidismo, el contrabando, el espionaje a favor de potencias extranjeras o la colaboración con los corsarios berberiscos que asolaban las costas españolas.

La persecución de las brujas, otra competencia de la Inquisición en España, es un tema tentador para el cine y la televisión, que actualmente suele presentarlo como un feminicidio, aunque en realidad se procesaba tanto a brujas como a brujos. Europa entera cayó en una especie de delirio paranoico con las hechicerías. Eran los municipios, o sea, los vecinos de cada pueblo, los que se tomaban la justicia por su mano, lo que llevaría a terribles excesos. Se calcula que en Alemania fueron quemadas en la hoguera entre 20.000 y 30.000 personas, y 10.000 en un pequeño país como Suiza -ambos con población mayoritariamente protestante-. En Francia fueron unas 4.000, en Inglaterra 2.000 y en Escandinavia unas 1.700. Fue seguramente en Suiza donde se quemó la última bruja en 1782.

De nuevo la falta de una jurisdicción centralizada y reglada nos impide conocer la cifra exacta de la caza de brujas en Europa, la «justicia popular» no pierde tiempo en procesos escritos y archivados. En cambio, en España, el Tribunal del Santo Oficio ejerció el monopolio de la represión de la brujería, con procesos garantistas, largos en el tiempo y perfectamente documentados. Así sabemos cuántas brujas -o brujos- fueron a la hoguera en nuestro país: ¡exactamente 49!

De nuevo los datos históricos científicos desmontan a la Leyenda Negra.

Además de su aporte de información, el libro de Mercedes Temboury tiene el valor de señalarnos los aspectos positivos de la existencia del Tribunal del Santo Oficio en España. Visto desde la perspectiva actual resultaría insalvable un organismo que mandó a la hoguera a 863 personas, pero la Historia hay que contemplarla en su perspectiva, con la referencia constante a lo que se consideraba normalidad en épocas pasadas. Con este talante de relativismo y pragmatismo hay que procesar los argumentos «a favor» de la Inquisición que destaca Temboury.

Uno de ellos es que la Inquisición impidió que hubiera guerras de religión en España. La Noche de San Bartolomé, a la que nos hemos referido antes, fue un episodio más entre las ocho guerras civiles que padeció Francia en 38 años, de 1560 a 1598. Ese enfrentamiento fratricida entre católicos y hugonotes, como se llamaba a los protestantes franceses, causó entre 2 y 3 millones de muertos.

Peor aún fue la guerra de religión entre luteranos y católicos en Alemania, llamada Guerra de los Treinta Años. Provocó entre 4 y 8 millones de muertos e hizo retroceder a Alemania desde el siglo XVII a la Edad Media. Estas devastaciones fueron evitadas en España por la acción preventiva de la Inquisición, que no permitió que surgiera un partido protestante poderoso. Los brotes de luteranismo que aparecieron fueron inmediatamente reprimidos, matando la herejía «en el huevo», y además la Inquisición ejercía una eficaz censura de libros, impidiendo que circulasen por el país las ideas protestantes.

Con relación a los judíos, tema extremadamente sensible, se señala que a partir de la implantación de la Inquisición en España por iniciativa de los Reyes Católicos, no hubo matanzas de judíos ni asaltos a las juderías, como las que habían sucedido a finales del siglo XIV, que empezaron en Cataluña y se extendieron por otros reinos de España. La represión del judaísmo el España era competencia exclusiva del Tribunal del Santo Oficio, que entre 1540 y 1700 condenó a muerte a 540 judaizantes (se ejecutó solamente a la mitad), sin que se permitieran los estallidos de cólera popular contra los judíos que han avergonzado a Europa hasta hace bien poco.

Las degollinas de judíos fueron un fenómeno recurrente en Europa desde la Edad Media y hasta tienen un nombre propio, «progrom», palabra rusa que significa devastación, porque en el siglo XIX y XX fue especialmente en los territorios del Imperio ruso, incluidas Polonia, Ucrania o Moldavia, donde más se produjeron. Tras el asesinato del zar Alejandro II en 1881 corrió el bulo de que lo habían cometido los judíos, y se efectuaron matanzas en 161 ciudades rusas. No se sabe cuántos muertos hubo, pero aquel gran progrom provocó la emigración de dos millones de judíos rusos hacia América.

El fenómeno se ha mantenido hasta tiempos vergonzosamente recientes. En 1946, en la ciudad polaca de Kielze, los vecinos, apoyados por policías y soldados, asaltaron un centro de refugiados judíos asesinando a 42 de ellos. Crueldades de la Historia, se habían salvado del holocausto nazi para morir en un progrom polaco. Y como vimos la semana pasada en estas páginas (véase El judío que asesinó a un nazi), en noviembre de 1938, durante la Noche del Cristal, 91 judíos fueron asesinados, cientos heridos y 177 sinagogas incendiadas por las turbas nazis. Aquel estallido de la ira popular fue el prólogo del Holocausto.

 Noticias de Cultura: Última hora de hoy en THE OBJECTIVE

Noticias Similares