Christina Rosenvinge firma su primera banda sonora para ‘Hombre íntegros’

Se dice que es en la adolescencia cuando todo nos marca, configura y diseña nuestro futuro, nuestros gustos y la forma en la que nos vemos a nosotros mismos. Para bien y para mal. Y es así también en el caso del director de cine mexicano Alejandro Andrade (1975, México DF) y su estancia en el Colegio privado Cumbres International School México. De su paso por ese colegio católico en su adolescencia, donde se reúne la clase dominante mexicana, nace una idea: qué es ser un hombre, qué significa ser un hombre hoy, cómo se conforma la idea de lo que es un hombre en ese periodo tan crítico de la adolescencia. Una idea que acabará siendo una película, su segundo largometraje como director: Hombres íntegros, que se ha estrenado en España el pasado viernes 23 de mayo.

Todo comienza en 2018, con cuatro personajes basados en personajes reales conocidos por el director en el colegio Cumbres: «comencé a pensar un poco de las historias que vimos allí, del alcoholismo, machismo, clasismo, racismo, homofobia, todo lo que se veía ahí dentro», nos cuenta Andrade, de visita en Madrid para presentar su película, un filme que es el resultado de repensar sus años de juventud. Pensamiento que le llevó a Andrade hasta el 2021, dándole vueltas, mientras buscaba financiación, y rehaciendo una y otra vez la historia.

Todo cambia en 2021, cuando Alejandro Andrade se va Cannes, al Producers Network, y no para de tener reuniones, de hablar y hablar del proyecto… tanto hablar le produce una pequeña crisis: después de tres años dándole vueltas a la idea, se da cuenta de que ha llegado al punto de que ya no sabe ni siquiera lo que quiere contar. Y aparece Madrid, y aparece Christina Rosenvinge.

Alejandro Andrade viaja a Madrid para encontrarse con la compositora y cantante española de ascendencia danesa y, un día antes de verla, decide pasarse por el Museo Thyssen. Allí se produce la revelación: el cuadro Retrato de un joven caballero, un cuadro pintado hacia 1005 por el veneciano Vittore Carpaccio (aunque estuvo atribuida la obra a Alberto Durero hasta 1919) le sirve de chispazo, de cambio de rumbo, de revelación. «Empecé a soñar con este cuadro, nos cuenta Andrade, y se lo conté a Cristina y le pareció alucinante y luego ella me dijo que tenía que salir en la película».  El cuadro es considerado el primer retrato de cuerpo entero pintado en toda Europa, pero lo más importante es el escrito que aparece en él y reza: «Malo mori quam foedari / Mejor la muerte que el deshonor». 

En este lema encontró Andrade la metáfora principal para su película, esa ilusión arcaica del caballero cristiano de las cruzadas medievales, «que representa los valores del macho conquistador», afirma Andrade. A este ideal se le opone el de otras comunidades, otros grupos, «otras poblaciones, como los cátaros, con unas vidas más libres, pensamientos más abiertos e inclusivos, que muchas veces son masacrados», nos dice. De hecho, el tema central de la película es una versión en castellano que hace Christina Rosenvinge de «Le Bouvier», un canto tradicional occitano, popular en la zona del Languedoc (en el sur de Francia) y desarrollado en la época en la que los cátaros fueron empujados a la clandestinidad, que la Rosenvinge transforma en «El labriego».

En Hombres íntegros, la película de Alejandro Andrade, la analogía se establece entre los chicos buenos de la escuela católica, que respetan los valores tradicionales y clásicos de lo que es ser un hombre, con una fuerte carga de homofobia, racismo y clasismo, y los outsiders, que llegan nuevos a la escuela y se ven obligados a vivir en una cierta clandestinidad y al margen, gente que fuma mota (marihuana) y que practican una sexualidad divergente (la némesis del protagonista del film es un joven gay del cual Alf, el protagonista, se enamora).

La cinta, así, nos cuenta la historia de un grupo de chavales de diecisiete años en un colegio en México, al que llega Alf, después de una estancia en Estados Unidos. Alf se siente atraído por este joven gay, una suerte de moderno juglar que toca el ukelele, y su grupo de amigos le presionan e insultan para que abandone sus inclinaciones sexuales, se acomode a la norma y se acueste con mujeres. Tamaña presión acaba en un asesinato fortuito y, a partir de ahí, se activarán los resortes y mecanismos del poder, el dinero y la influencia para tratar de que el asesinato quede impune. Todo ello nos lleva a la reflexión, paradójica, de quiénes son los hombres íntegros, quienes se supone que, de cara a la galería, sostienen las atávicas normas sociales o quienes, por otro lado, deciden vivir de forma libre y auténtica sus vidas.

Hombres íntegros es una película muy mexicana. Preguntado por el particular, y por si cree que la masculinidad hegemónica y omnipresente en ciertos ambientes mexicanos será entendida en España, o cómo cree que está aquí la situación, opina Alejandro Andrade que «desgraciadamente no es un problema exclusivo de México. Hemos presentado la película en Estados Unidos, aquí, en México, ahora nos vamos a Brasil, a Tailandia, a China y lo que hemos escuchado, pues es que en todas las funciones en Estados Unidos siempre había alguien que decía, esto pasa aquí; hubo una señora, incluso, que nos dijo: esto es como Trump y su adolescencia». Y añade: «incluso hace un rato, un reportero aquí en España, de otro medio, nos compartió que su escuela aquí en Madrid era así, tal cual, y tenían este tipo de estructura, entonces creo que al final del día ese sistema patriarcal no es mexicano, es occidental y nos atraviesa a muchísimas culturas».

A Chistina Rosenvinge, artífice de la banda sonora del film, lo que más le interesó de la película y lo que la animó a componer la banda sonora (su primera banda sonora original completa para una película) «es que la historia que cuenta es muy valiente y además es muy inusual, porque se cuenta, se habla mucho de las consecuencias más terroríficas de la homofobia o del machismo, pero pocas veces contando la historia de las víctimas». Y añade: «es como un chico que está jugando con sus peluches y que comparte con su hermana la cocinita y a veces juegan a las pistolas y a veces juegan a las cocinitas, niños con espíritus puros, que, de repente, en la adolescencia se les pone como una armadura y se les dice que tienen que encajar en un tipo específico no de masculinidad, sino de machismo». Así, la cuestión es tratar de entender cómo se produce esa evolución, esa influencia y, sobre todo, ese cercenamiento de la personalidad masculina para convertir a los jóvenes en machistas y ponerles esa máscara», sentencia Rosenvinge, madre de dos chavales adolescentes (uno de los cuales participa en la película, haciendo coros y con una música de reggaetón).

Preguntada sobre la dificultad de componer la banda sonora de esta película, nos cuenta Christina Rosenvinge que tiene una base conceptual muy clara: «por un lado, está la canción del final, el abrigo («El labriego»), de ahí ya nacen unas tonalidades, una forma de hacer. Entonces yo hice un tema sobre guitarra clásica, que es una canción que sonoramente te recuerda un poco pues eso, una melodía de juglar, y sirve para evidenciar el pensamiento, el estado mental del protagonista, y en ese sentido pues deja de ser una canción armada y se convierte a ratos en un ruido insoportable, se convierte en algo distorsionado y que, bueno, quiere representar el estado mental de confusión y de desamparo que tiene el personaje, y también pues la deriva de la violencia, y de la incomprensión que hay».

Todo ello se consigue a través de una suerte de dramatismo expansivo, que funciona en oleadas, pues a pesar de tener apariencia de thriller, se puede decir que Hombres íntegros es un drama intimista, que funciona a oleadas. 

Preguntada sobre la dificultad de crear la banda sonora de una película, nos cuenta Christina Rosenvinge que «hacer una banda sonora es muy divertido en el fondo, pero también es muy exigente, porque tienes que conseguir encajar tu idea musical sobre una escena que ya está montada, y tienes que entrar en un minuto y salir en otro, y que todo eso suene increíblemente natural, así que hay que jugar mucho con las estructuras, con las sonoridades, con los silencios, como para que la música esté ahí, pero nunca tenga el protagonismo».

Todo ello nace de sesiones de improvisación que realizó Rosenvinge con Charlie Bautista, tocando una guitarra acústica y otra eléctrica, cambiando luego al teclado y probando con dos guitarras eléctricas… «probamos todas las combinaciones, hicimos como cinco horas de improvisación, luego sobre eso cortamos lo que me resultaba más interesante y todo eso lo puse en escenas y eso es lo que le propuse Alejandro. Le dije, esto va a ser más o menos así, y bueno, trabajamos sobre eso. Él vino también, estuvo en el estudio, lo cual estuvo bien, porque siempre con las películas hay mucha ida y venida entre compositores y director, y aquí lo hicimos a una», sentencia.

 Se dice que es en la adolescencia cuando todo nos marca, configura y diseña nuestro futuro, nuestros gustos y la forma en la que nos vemos  

Se dice que es en la adolescencia cuando todo nos marca, configura y diseña nuestro futuro, nuestros gustos y la forma en la que nos vemos a nosotros mismos. Para bien y para mal. Y es así también en el caso del director de cine mexicano Alejandro Andrade (1975, México DF) y su estancia en el Colegio privado Cumbres International School México. De su paso por ese colegio católico en su adolescencia, donde se reúne la clase dominante mexicana, nace una idea: qué es ser un hombre, qué significa ser un hombre hoy, cómo se conforma la idea de lo que es un hombre en ese periodo tan crítico de la adolescencia. Una idea que acabará siendo una película, su segundo largometraje como director: Hombres íntegros, que se ha estrenado en España el pasado viernes 23 de mayo.

Todo comienza en 2018, con cuatro personajes basados en personajes reales conocidos por el director en el colegio Cumbres: «comencé a pensar un poco de las historias que vimos allí, del alcoholismo, machismo, clasismo, racismo, homofobia, todo lo que se veía ahí dentro», nos cuenta Andrade, de visita en Madrid para presentar su película, un filme que es el resultado de repensar sus años de juventud. Pensamiento que le llevó a Andrade hasta el 2021, dándole vueltas, mientras buscaba financiación, y rehaciendo una y otra vez la historia.

Todo cambia en 2021, cuando Alejandro Andrade se va Cannes, al Producers Network, y no para de tener reuniones, de hablar y hablar del proyecto… tanto hablar le produce una pequeña crisis: después de tres años dándole vueltas a la idea, se da cuenta de que ha llegado al punto de que ya no sabe ni siquiera lo que quiere contar. Y aparece Madrid, y aparece Christina Rosenvinge.

Alejandro Andrade viaja a Madrid para encontrarse con la compositora y cantante española de ascendencia danesa y, un día antes de verla, decide pasarse por el Museo Thyssen. Allí se produce la revelación: el cuadro Retrato de un joven caballero, un cuadro pintado hacia 1005 por el veneciano Vittore Carpaccio (aunque estuvo atribuida la obra a Alberto Durero hasta 1919) le sirve de chispazo, de cambio de rumbo, de revelación. «Empecé a soñar con este cuadro, nos cuenta Andrade, y se lo conté a Cristina y le pareció alucinante y luego ella me dijo que tenía que salir en la película».  El cuadro es considerado el primer retrato de cuerpo entero pintado en toda Europa, pero lo más importante es el escrito que aparece en él y reza: «Malo mori quam foedari / Mejor la muerte que el deshonor». 

En este lema encontró Andrade la metáfora principal para su película, esa ilusión arcaica del caballero cristiano de las cruzadas medievales, «que representa los valores del macho conquistador», afirma Andrade. A este ideal se le opone el de otras comunidades, otros grupos, «otras poblaciones, como los cátaros, con unas vidas más libres, pensamientos más abiertos e inclusivos, que muchas veces son masacrados», nos dice. De hecho, el tema central de la película es una versión en castellano que hace Christina Rosenvinge de «Le Bouvier», un canto tradicional occitano, popular en la zona del Languedoc (en el sur de Francia) y desarrollado en la época en la que los cátaros fueron empujados a la clandestinidad, que la Rosenvinge transforma en «El labriego».

En Hombres íntegros, la película de Alejandro Andrade, la analogía se establece entre los chicos buenos de la escuela católica, que respetan los valores tradicionales y clásicos de lo que es ser un hombre, con una fuerte carga de homofobia, racismo y clasismo, y los outsiders, que llegan nuevos a la escuela y se ven obligados a vivir en una cierta clandestinidad y al margen, gente que fuma mota (marihuana) y que practican una sexualidad divergente (la némesis del protagonista del film es un joven gay del cual Alf, el protagonista, se enamora).

La cinta, así, nos cuenta la historia de un grupo de chavales de diecisiete años en un colegio en México, al que llega Alf, después de una estancia en Estados Unidos. Alf se siente atraído por este joven gay, una suerte de moderno juglar que toca el ukelele, y su grupo de amigos le presionan e insultan para que abandone sus inclinaciones sexuales, se acomode a la norma y se acueste con mujeres. Tamaña presión acaba en un asesinato fortuito y, a partir de ahí, se activarán los resortes y mecanismos del poder, el dinero y la influencia para tratar de que el asesinato quede impune. Todo ello nos lleva a la reflexión, paradójica, de quiénes son los hombres íntegros, quienes se supone que, de cara a la galería, sostienen las atávicas normas sociales o quienes, por otro lado, deciden vivir de forma libre y auténtica sus vidas.

Hombres íntegros es una película muy mexicana. Preguntado por el particular, y por si cree que la masculinidad hegemónica y omnipresente en ciertos ambientes mexicanos será entendida en España, o cómo cree que está aquí la situación, opina Alejandro Andrade que «desgraciadamente no es un problema exclusivo de México. Hemos presentado la película en Estados Unidos, aquí, en México, ahora nos vamos a Brasil, a Tailandia, a China y lo que hemos escuchado, pues es que en todas las funciones en Estados Unidos siempre había alguien que decía, esto pasa aquí; hubo una señora, incluso, que nos dijo: esto es como Trump y su adolescencia». Y añade: «incluso hace un rato, un reportero aquí en España, de otro medio, nos compartió que su escuela aquí en Madrid era así, tal cual, y tenían este tipo de estructura, entonces creo que al final del día ese sistema patriarcal no es mexicano, es occidental y nos atraviesa a muchísimas culturas».

A Chistina Rosenvinge, artífice de la banda sonora del film, lo que más le interesó de la película y lo que la animó a componer la banda sonora (su primera banda sonora original completa para una película) «es que la historia que cuenta es muy valiente y además es muy inusual, porque se cuenta, se habla mucho de las consecuencias más terroríficas de la homofobia o del machismo, pero pocas veces contando la historia de las víctimas». Y añade: «es como un chico que está jugando con sus peluches y que comparte con su hermana la cocinita y a veces juegan a las pistolas y a veces juegan a las cocinitas, niños con espíritus puros, que, de repente, en la adolescencia se les pone como una armadura y se les dice que tienen que encajar en un tipo específico no de masculinidad, sino de machismo». Así, la cuestión es tratar de entender cómo se produce esa evolución, esa influencia y, sobre todo, ese cercenamiento de la personalidad masculina para convertir a los jóvenes en machistas y ponerles esa máscara», sentencia Rosenvinge, madre de dos chavales adolescentes (uno de los cuales participa en la película, haciendo coros y con una música de reggaetón).

Preguntada sobre la dificultad de componer la banda sonora de esta película, nos cuenta Christina Rosenvinge que tiene una base conceptual muy clara: «por un lado, está la canción del final, el abrigo («El labriego»), de ahí ya nacen unas tonalidades, una forma de hacer. Entonces yo hice un tema sobre guitarra clásica, que es una canción que sonoramente te recuerda un poco pues eso, una melodía de juglar, y sirve para evidenciar el pensamiento, el estado mental del protagonista, y en ese sentido pues deja de ser una canción armada y se convierte a ratos en un ruido insoportable, se convierte en algo distorsionado y que, bueno, quiere representar el estado mental de confusión y de desamparo que tiene el personaje, y también pues la deriva de la violencia, y de la incomprensión que hay».

Todo ello se consigue a través de una suerte de dramatismo expansivo, que funciona en oleadas, pues a pesar de tener apariencia de thriller, se puede decir que Hombres íntegros es un drama intimista, que funciona a oleadas. 

Preguntada sobre la dificultad de crear la banda sonora de una película, nos cuenta Christina Rosenvinge que «hacer una banda sonora es muy divertido en el fondo, pero también es muy exigente, porque tienes que conseguir encajar tu idea musical sobre una escena que ya está montada, y tienes que entrar en un minuto y salir en otro, y que todo eso suene increíblemente natural, así que hay que jugar mucho con las estructuras, con las sonoridades, con los silencios, como para que la música esté ahí, pero nunca tenga el protagonismo».

Todo ello nace de sesiones de improvisación que realizó Rosenvinge con Charlie Bautista, tocando una guitarra acústica y otra eléctrica, cambiando luego al teclado y probando con dos guitarras eléctricas… «probamos todas las combinaciones, hicimos como cinco horas de improvisación, luego sobre eso cortamos lo que me resultaba más interesante y todo eso lo puse en escenas y eso es lo que le propuse Alejandro. Le dije, esto va a ser más o menos así, y bueno, trabajamos sobre eso. Él vino también, estuvo en el estudio, lo cual estuvo bien, porque siempre con las películas hay mucha ida y venida entre compositores y director, y aquí lo hicimos a una», sentencia.

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