Coincidiendo con el centenario del nacimiento de la escritora Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925 – Madrid, 2000), la editorial Tusquets publica Carmen Martín Gaite. Una biografía, de José Teruel, que resultó ganadora del premio Comillas de 2025. Casi al mismo tiempo han aparecido otras dos biografías de escritoras españolas: Josefina de la Torre. Una biografía, de Marina Patrón Sánchez,e Íntima Atlántida. Vida de Rosa Chacel, de Anna Caballé.
Es una coincidencia azarosa, pero señala que la recuperación de mujeres, creadoras en este caso, olvidadas en parte y merecedoras de un lugar en la memoria colectiva por sus méritos literarios, es una exigencia del momento actual. Obedece también a la necesidad de levantar modelos de mujer, que, por su personalidad, puedan representar un referente vital para las propias mujeres. No es el momento de comparar ni relacionar estas tres biografías, apenas hay espacio para referirse a estas dos últimas.
La de Anna Caballé es la obra de una maestra del género, concebida con un afán introspectivo ejemplar. La documentación manejada y la lectura provechosa de la obra están trascendidas, no figuran inertes o con un fin acumulativo sin más: sirven para que veamos a la persona viviendo en su complejidad y contradicción. La de Marina Patrón Sánchez es el resultado de una tesis doctoral, con lo que esto supone de meritorio rigor académico, como de falta de flexibilidad y fluidez. Pero tiene la virtud de rescatar del olvido a una mujer y una artista total, cuya vida tuvo un difícil y contradictorio encaje en la España de su época.
Por encima de sus diferencias, estas dos biografías tienen en común un hecho que no puede pasar desapercibido: ambas están escritas por mujeres. Es un dato que tiene una importancia trascendental en el contexto actual, en el que las reivindicaciones feministas se presentan como prioritarias y casi incontestables. No quiere decir esto que un hombre no pueda escribir la biografía de una mujer, pero convengamos que, en la situación actual, la corriente dominante no lo favorece. Reconozcamos también que las mujeres son más sensibles a los conflictos propios del género y a su propia intimidad. Lo que se traduce en una mayor capacidad de penetración y de comprensión en el fuero interno femenino.
Hace cien años ya, a este propósito, Virginia Woolf, en su artículo de 1920, Hombres y mujeres, dejó escrito con humor y flema británica que «las mujeres existen, dan luz a hijos, no tienen barba y rara vez se quedan calvas, pero poco sabemos de ellas, y pocas son las pruebas sólidas sobre la que sacar conclusiones al respecto […]. En contra de lo que afirma el saber popular, el sexo parlanchín no es el femenino, sino el masculino».
Rebelde sin causa
En fin, para no ser acusado de «parlanchín» y para que se oiga la voz de las mujeres, hablando de la vida de otras mujeres y de los problemas que deben enfrentar, creo que, hoy, es preferible que las vidas de mujeres sean escritas por mujeres. Porque, como es de esperar, la vida de una mujer, vista por otra, debería asegurar una mayor empatía, proximidad y comprensión, que si el biógrafo es un hombre. Dicho esto, me propongo comentar la biografía de Carmen Martín Gaite, que, de acuerdo con lo arriba escrito, es totalmente inconsecuente por mi parte. Mea culpa. Vamos a ello.
La vida de Carmen Martín Gaite está marcada por un origen familiar burgués, confortable y seguro. Creo que esto es importante en la vida de cada burguesito/a que viene al mundo. Su vida va a estar abocada a rechazar sus orígenes (aunque sea de boquilla), es decir, a ser un rebelde sin causa, en el mayor de los casos sin renunciar a los privilegios que la cuna le dio. O, por el contrario, a afirmarse e identificarse coherentemente con sus orígenes; es decir, a instalarse sin rubor en el plácido y protector colchón de la familia. Hay sin duda terceras vías y mixtificaciones sin fin. Viene a decir Teruel que Martín Gaite fue una «rebelde interior». Él sabrá por qué lo dice, a mí no me queda claro.
El padre de Carmen, un hombre liberal, culto e interesado en la literatura, con una importante biblioteca, fue notario, primero en Salamanca, con despacho en la céntrica plaza de los Bandos. Después en Madrid, en la Alcalá 35. En ambos casos el despacho y la vivienda de la familia estaba en la misma casa en distintas plantas del inmueble. La casa de Salamanca ya no existe, pero, como nos recordará con frecuencia el biógrafo, se convertiría en un espacio añorado y evocado con reiterada frecuencia en la obra novelística de la autora. Ya se sabe: «Se canta lo que se pierde».
Abandonar un cascarón de esta clase y de tan alto nivel económico no debe ser fácil. Carmen saldrá para casarse con un chico guapo, intelectual y de muy «buena familia», Rafael Sánchez Ferlosio, hijo de Sánchez Mazas, fundador del partido fascista Falange Española, con José Antonio Primo de Rivera. Su madre era una aristócrata italiana de más alta cuna aún. La pareja recién casada se instaló en un ático de la calle Doctor Esquerdo, regalo de bodas del notario a su hija. Rafael dio pruebas pronto de ser un rebelde. La primera acción de «rebeldía» fue arrancar el parqué del apartamento por considerarlo burgués (Teruel dixit) y prescindir de la calefacción tal vez por lo mismo o, quizá, por razones intelectuales. En fin, la salida del cascarón familiar fue acolchada y segura.
Espacios interiores
La casa de Salamanca y el ático de Madrid tendrán una importancia decisiva en su vida y literatura. Nos dice Teruel que los espacios interiores se convierten en una constante de sus novelas. Es decir, una suerte de «metáforas obsesivas», en las que protegerse o esconderse de una realidad exterior, que se vive como amenaza por los protagonistas de sus novelas, casi siempre trasuntos de ella misma, y a las que vuelve una y otra vez. En fin, ¿el miedo o la añoranza? Esa sería la pregunta pendiente de respuesta. En este sentido, Teruel destaca El cuarto de atrás (1978), que considera una suerte de autobiografía enmascarada, a la que califica de «pseudonovela», sin tener en cuenta que este relato representa un tipo de «autoficción». Lástima que no aproveche el instrumento de análisis que la teoría de la autoficción ofrece para desentrañar esta clase de relatos híbridos.
Pero volvamos a la cronología de los hechos. La boda y la convivencia de casi 15 años con Rafael van a ser decisivas en el plano afectivo y literario. Pero el matrimonio acabaría separándose hacia 1965. Afectivamente Carmen, se deduce de lo que cuenta Teruel, nunca rompió totalmente con él. Rafael se emparejaría con Demetria (el desencadenante de la separación se produjo, dixit Benito Fernández, cuando Carmen sorprendió a los amantes en el ático en situación comprometida). Por su parte, Carmen nunca reharía su vida sentimental, a pesar de intentarlo con Torrente Malvido, Borau y hasta con Amancio Prada. Literariamente su marido fue su mentor literario, pero su rigor e intransigencia provocaría que, a partir de Entre visillos, novela ganadora del Nadal en 1958, nunca más le dejase leer ninguno de sus manuscritos.
La pareja tuvo dos hijos: Miguel, al que mató una meningitis con pocos meses, y Marta, que adicta a la heroína, moriría de sida a los 28 años. La muerte de esta, a la que Carmen estaba estrechamente ligada, sobre todo a partir de la separación, constituye el revés más duro que le infringiría la vida. La muerte de la Torci, nombre familiar de la hija, le parte la vida y divide su obra literaria. Saldría de la depresión, gracias a la literatura, iniciando una etapa literaria nueva con Nubosidad variable (1992), a la que seguirían otras tres novelas, que, con la citada, supondrían el mayor éxito de lectores de su carrera.
La biografía de José Teruel da cuenta de estos hechos y de muchos más de manera solvente, gracias a una exhaustiva y completa documentación, basada sobre toda en los archivos de la propia autora, en la correspondencia y en sus famosos Cuadernos de todo. Tuvo acceso privilegiado a todo esto a la muerte de la escritora (2000), cuando la hermana de Carmen, Ana María, le nombró como albacea de la obra de Carmiña. En este sentido, la biografía de Teruel debe considerarse una «biografía autorizada», denominación anglosajona que no supone ningún demérito en principio.
Relato sin fluidez
Simplemente se conocen como tales aquellas biografías que bien el escritor en vida o bien sus deudos nombran como como futuro biógrafo una persona y ponen a su disposición todos los materiales posibles. Normalmente entre ambas partes se llega a algún tipo de acuerdo, que si no es muy indigno, el biógrafo acepta de grado. En este sentido, Teruel no nos informa de cuáles fueron los límites impuestos por Ana María, pero se sabe que la correspondencia entre Carmen y Rafael durante su noviazgo, cuando este hacía la mili en África, fue quemada por la hermana… Una vendetta incomprensible, fruto de la relación hostil de Ana María con su cuñado.
Voy terminando. Esta biografía, que es la primera de esta escritora, con una obra decisiva para la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, contiene muchas informaciones novedosas e interesantes. Pero es justo señalar que también adolece de defectos, a veces fruto de la cuantiosa información manejada, que por momentos parece desbordar al biógrafo. No es nada extraño. Le ocurrió a la mismísima Virginia Woolf, cuando la familia de su amigo, el pintor inglés Roger Fry, le encargó la biografía de título homónimo, que terminaría publicando en 1940. Ante la montaña de documentos contenidos en seis grandísimos cajones, la gran Virginia declaró su impotencia y juró que nunca más aceptaría un trabajo de esta clase. En el caso que me ocupa, el exceso de información lastra por momentos la fluidez del relato, lo atasca con exceso de datos, fechas, nombres propios y títulos, dando lugar además a reiteraciones. Por momentos, la línea cronológica se ve alterada o interrumpida en algunos capítulos, dando lugar a solapamientos e innecesarias repeticiones. Todo ello junto hace que con frecuencia la escritura resulte desaliñada y carente de fluidez.
Teruel utiliza la obra de la autora como un documento biográfico más al servicio de la biografía. La referencia a la obra literaria es, por supuesto, obligada en la biografía de una escritora, pero esto encierra un peligro doble, que puede dañar el resultado final de la interpretación y esclarecimiento de la vida en cuestión. La obra debería ser tratada solo, cuando, en su génesis o en su resultado, sea exitoso o fracasado, se interseccione con la vida. No es competencia del biógrafo el estudio formal o crítico de una obra que ya ha sido extensa y suficientemente estudiada con anterioridad.
Dicho de otro modo, la biografía y la crítica literaria son dos campos diferentes con objetivos diferenciados. Solo son compatibles si confluyen al servicio del esclarecimiento de la intimidad de la autora. Para esto, Teruel se sirve de los diarios, de la correspondencia y también de la obra literaria y ensayística de la autora, porque, en su opinión, contienen un alto porcentaje de autobiografismo. Esto no es discutible. Lo peliagudo es pretender interpretar este supuesto autobiografismo de manera directa y mecánica para desentrañar introspectivamente la intimidad de la escritora. Entonces el biógrafo incurre en la tautología, pues reitera lo que la autora misma declara. Por eso, aunque esta biografía supone un avance en el conocimiento de la vida de la escritora, queda espacio para que una biógrafa penetre de manera introspectiva la intimidad femenina de Carmen Martín Gaite.
Coincidiendo con el centenario del nacimiento de la escritora Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925 – Madrid, 2000), la editorial Tusquets publica Carmen Martín Gaite. Una biografía,
Coincidiendo con el centenario del nacimiento de la escritora Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925 – Madrid, 2000), la editorial Tusquets publica Carmen Martín Gaite. Una biografía, de José Teruel, que resultó ganadora del premio Comillas de 2025. Casi al mismo tiempo han aparecido otras dos biografías de escritoras españolas: Josefina de la Torre. Una biografía, de Marina Patrón Sánchez,e Íntima Atlántida. Vida de Rosa Chacel, de Anna Caballé.
Es una coincidencia azarosa, pero señala que la recuperación de mujeres, creadoras en este caso, olvidadas en parte y merecedoras de un lugar en la memoria colectiva por sus méritos literarios, es una exigencia del momento actual. Obedece también a la necesidad de levantar modelos de mujer, que, por su personalidad, puedan representar un referente vital para las propias mujeres. No es el momento de comparar ni relacionar estas tres biografías, apenas hay espacio para referirse a estas dos últimas.
La de Anna Caballé es la obra de una maestra del género, concebida con un afán introspectivo ejemplar. La documentación manejada y la lectura provechosa de la obra están trascendidas, no figuran inertes o con un fin acumulativo sin más: sirven para que veamos a la persona viviendo en su complejidad y contradicción. La de Marina Patrón Sánchez es el resultado de una tesis doctoral, con lo que esto supone de meritorio rigor académico, como de falta de flexibilidad y fluidez. Pero tiene la virtud de rescatar del olvido a una mujer y una artista total, cuya vida tuvo un difícil y contradictorio encaje en la España de su época.
Por encima de sus diferencias, estas dos biografías tienen en común un hecho que no puede pasar desapercibido: ambas están escritas por mujeres. Es un dato que tiene una importancia trascendental en el contexto actual, en el que las reivindicaciones feministas se presentan como prioritarias y casi incontestables. No quiere decir esto que un hombre no pueda escribir la biografía de una mujer, pero convengamos que, en la situación actual, la corriente dominante no lo favorece. Reconozcamos también que las mujeres son más sensibles a los conflictos propios del género y a su propia intimidad. Lo que se traduce en una mayor capacidad de penetración y de comprensión en el fuero interno femenino.
Hace cien años ya, a este propósito, Virginia Woolf, en su artículo de 1920, Hombres y mujeres, dejó escrito con humor y flema británica que «las mujeres existen, dan luz a hijos, no tienen barba y rara vez se quedan calvas, pero poco sabemos de ellas, y pocas son las pruebas sólidas sobre la que sacar conclusiones al respecto […]. En contra de lo que afirma el saber popular, el sexo parlanchín no es el femenino, sino el masculino».
En fin, para no ser acusado de «parlanchín» y para que se oiga la voz de las mujeres, hablando de la vida de otras mujeres y de los problemas que deben enfrentar, creo que, hoy, es preferible que las vidas de mujeres sean escritas por mujeres. Porque, como es de esperar, la vida de una mujer, vista por otra, debería asegurar una mayor empatía, proximidad y comprensión, que si el biógrafo es un hombre. Dicho esto, me propongo comentar la biografía de Carmen Martín Gaite, que, de acuerdo con lo arriba escrito, es totalmente inconsecuente por mi parte. Mea culpa. Vamos a ello.
La vida de Carmen Martín Gaite está marcada por un origen familiar burgués, confortable y seguro. Creo que esto es importante en la vida de cada burguesito/a que viene al mundo. Su vida va a estar abocada a rechazar sus orígenes (aunque sea de boquilla), es decir, a ser un rebelde sin causa, en el mayor de los casos sin renunciar a los privilegios que la cuna le dio. O, por el contrario, a afirmarse e identificarse coherentemente con sus orígenes; es decir, a instalarse sin rubor en el plácido y protector colchón de la familia. Hay sin duda terceras vías y mixtificaciones sin fin. Viene a decir Teruel que Martín Gaite fue una «rebelde interior». Él sabrá por qué lo dice, a mí no me queda claro.
El padre de Carmen, un hombre liberal, culto e interesado en la literatura, con una importante biblioteca, fue notario, primero en Salamanca, con despacho en la céntrica plaza de los Bandos. Después en Madrid, en la Alcalá 35. En ambos casos el despacho y la vivienda de la familia estaba en la misma casa en distintas plantas del inmueble. La casa de Salamanca ya no existe, pero, como nos recordará con frecuencia el biógrafo, se convertiría en un espacio añorado y evocado con reiterada frecuencia en la obra novelística de la autora. Ya se sabe: «Se canta lo que se pierde».
Abandonar un cascarón de esta clase y de tan alto nivel económico no debe ser fácil. Carmen saldrá para casarse con un chico guapo, intelectual y de muy «buena familia», Rafael Sánchez Ferlosio, hijo de Sánchez Mazas, fundador del partido fascista Falange Española, con José Antonio Primo de Rivera. Su madre era una aristócrata italiana de más alta cuna aún. La pareja recién casada se instaló en un ático de la calle Doctor Esquerdo, regalo de bodas del notario a su hija. Rafael dio pruebas pronto de ser un rebelde. La primera acción de «rebeldía» fue arrancar el parqué del apartamento por considerarlo burgués (Teruel dixit) y prescindir de la calefacción tal vez por lo mismo o, quizá, por razones intelectuales. En fin, la salida del cascarón familiar fue acolchada y segura.
La casa de Salamanca y el ático de Madrid tendrán una importancia decisiva en su vida y literatura. Nos dice Teruel que los espacios interiores se convierten en una constante de sus novelas. Es decir, una suerte de «metáforas obsesivas», en las que protegerse o esconderse de una realidad exterior, que se vive como amenaza por los protagonistas de sus novelas, casi siempre trasuntos de ella misma, y a las que vuelve una y otra vez. En fin, ¿el miedo o la añoranza? Esa sería la pregunta pendiente de respuesta. En este sentido, Teruel destaca El cuarto de atrás (1978), que considera una suerte de autobiografía enmascarada, a la que califica de «pseudonovela», sin tener en cuenta que este relato representa un tipo de «autoficción». Lástima que no aproveche el instrumento de análisis que la teoría de la autoficción ofrece para desentrañar esta clase de relatos híbridos.
Pero volvamos a la cronología de los hechos. La boda y la convivencia de casi 15 años con Rafael van a ser decisivas en el plano afectivo y literario. Pero el matrimonio acabaría separándose hacia 1965. Afectivamente Carmen, se deduce de lo que cuenta Teruel, nunca rompió totalmente con él. Rafael se emparejaría con Demetria (el desencadenante de la separación se produjo, dixit Benito Fernández, cuando Carmen sorprendió a los amantes en el ático en situación comprometida). Por su parte, Carmen nunca reharía su vida sentimental, a pesar de intentarlo con Torrente Malvido, Borau y hasta con Amancio Prada. Literariamente su marido fue su mentor literario, pero su rigor e intransigencia provocaría que, a partir de Entre visillos, novela ganadora del Nadal en 1958, nunca más le dejase leer ninguno de sus manuscritos.
La pareja tuvo dos hijos: Miguel, al que mató una meningitis con pocos meses, y Marta, que adicta a la heroína, moriría de sida a los 28 años. La muerte de esta, a la que Carmen estaba estrechamente ligada, sobre todo a partir de la separación, constituye el revés más duro que le infringiría la vida. La muerte de la Torci, nombre familiar de la hija, le parte la vida y divide su obra literaria. Saldría de la depresión, gracias a la literatura, iniciando una etapa literaria nueva con Nubosidad variable (1992), a la que seguirían otras tres novelas, que, con la citada, supondrían el mayor éxito de lectores de su carrera.
La biografía de José Teruel da cuenta de estos hechos y de muchos más de manera solvente, gracias a una exhaustiva y completa documentación, basada sobre toda en los archivos de la propia autora, en la correspondencia y en sus famosos Cuadernos de todo. Tuvo acceso privilegiado a todo esto a la muerte de la escritora (2000), cuando la hermana de Carmen, Ana María, le nombró como albacea de la obra de Carmiña. En este sentido, la biografía de Teruel debe considerarse una «biografía autorizada», denominación anglosajona que no supone ningún demérito en principio.
Simplemente se conocen como tales aquellas biografías que bien el escritor en vida o bien sus deudos nombran como como futuro biógrafo una persona y ponen a su disposición todos los materiales posibles. Normalmente entre ambas partes se llega a algún tipo de acuerdo, que si no es muy indigno, el biógrafo acepta de grado. En este sentido, Teruel no nos informa de cuáles fueron los límites impuestos por Ana María, pero se sabe que la correspondencia entre Carmen y Rafael durante su noviazgo, cuando este hacía la mili en África, fue quemada por la hermana… Una vendetta incomprensible, fruto de la relación hostil de Ana María con su cuñado.
Voy terminando. Esta biografía, que es la primera de esta escritora, con una obra decisiva para la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, contiene muchas informaciones novedosas e interesantes. Pero es justo señalar que también adolece de defectos, a veces fruto de la cuantiosa información manejada, que por momentos parece desbordar al biógrafo. No es nada extraño. Le ocurrió a la mismísima Virginia Woolf, cuando la familia de su amigo, el pintor inglésRoger Fry, le encargó la biografía de título homónimo, que terminaría publicando en 1940. Ante la montaña de documentos contenidos en seis grandísimos cajones, la gran Virginia declaró su impotencia y juró que nunca más aceptaría un trabajo de esta clase. En el caso que me ocupa, el exceso de información lastra por momentos la fluidez del relato, lo atasca con exceso de datos, fechas, nombres propios y títulos, dando lugar además a reiteraciones. Por momentos, la línea cronológica se ve alterada o interrumpida en algunos capítulos, dando lugar a solapamientos e innecesarias repeticiones. Todo ello junto hace que con frecuencia la escritura resulte desaliñada y carente de fluidez.
Teruel utiliza la obra de la autora como un documento biográfico más al servicio de la biografía. La referencia a la obra literaria es, por supuesto, obligada en la biografía de una escritora, pero esto encierra un peligro doble, que puede dañar el resultado final de la interpretación y esclarecimiento de la vida en cuestión. La obra debería ser tratada solo, cuando, en su génesis o en su resultado, sea exitoso o fracasado, se interseccione con la vida. No es competencia del biógrafo el estudio formal o crítico de una obra que ya ha sido extensa y suficientemente estudiada con anterioridad.
Dicho de otro modo, la biografía y la crítica literaria son dos campos diferentes con objetivos diferenciados. Solo son compatibles si confluyen al servicio del esclarecimiento de la intimidad de la autora. Para esto, Teruel se sirve de los diarios, de la correspondencia y también de la obra literaria y ensayística de la autora, porque, en su opinión, contienen un alto porcentaje de autobiografismo. Esto no es discutible. Lo peliagudo es pretender interpretar este supuesto autobiografismo de manera directa y mecánica para desentrañar introspectivamente la intimidad de la escritora. Entonces el biógrafo incurre en la tautología, pues reitera lo que la autora misma declara. Por eso, aunque esta biografía supone un avance en el conocimiento de la vida de la escritora, queda espacio para que una biógrafa penetre de manera introspectiva la intimidad femenina de Carmen Martín Gaite.
Noticias de Cultura: Última hora de hoy en THE OBJECTIVE