‘Bufones’: el humor y la verdad en tiempos de internet

¿Qué tiene el humor, la ironía, el sarcasmo, para ser tan reverenciado? En primer lugar porque ha sido la única forma de decirle la verdad al poder. De las pocas formas que ha habido en la historia de la civilización para evitar que los tiranos quedasen embriagados de su ceguera despótica ha sido a través de la burla. De la sorna. Una cualidad que el antropólogo y filósofo Iñaki Domínguez relaciona en su ensayo Bufones: humor, censura e ideología en los tiempos de internet (Ariel) directamente al concepto de locura.

Si bien las referencias del autor son extremadamente ricas y variadas en los terrenos de la enajenación, quizás una frase de Alejandro Dumas, recordada por el psiquiatra Enrique González Duro, y citada en el libro, sirva de amplia referencia: «La verdad puede ser tolerada sólo bajo la máscara de la locura».

Domínguez insiste así, desgranando con acertadas alusiones históricas, en que, si debemos apreciar una cualidad del bufón por encima de cualquier otra, es la que lo liga a cierta desquicia. A una revelación lunática de la realidad que, bien sea gracias a su minusvaloración, bien por su presupuesta condición de iluminado, era tolerada por el poder. Bajo burlas y desfalcos, sometidos a luces desfavorables, los locos eran libres de decir lo que nadie se atrevía. Cosa que los bufones, muchos aquejados de malformaciones, o premeditadamente abiertos a la mofa, toleraban con el fin de ostentar tan ventajosa posición. Como bien cita Domínguez, y dicen los gringos, ya antaño se llevaba la filosofía: no pain, no gain.

A lo largo del ensayo, vemos la pasión que despierta Nietzsche en Domínguez, quien cita al padre del nihilismo a lo largo de toda la obra. Y no parece una decisión baladí, mucho menos cuando sabemos que las tesis de Henri Bergson en su obra La risa (1900), son largamente homologables a las que expuso sobre dicho tema el autor de Así habló Zaratustra. «El ser humano es el único animal capaz de reír», cita Domínguez a Nietzsche, usando la aseveración para ligar al bufón con el trickster (embaucador o timador), figura relacionada ya con los antiguos griegos, chinos, japoneses e indios americanos como su predecesor. Un ancestro del payaso.

Dice Domínguez: «Esta figura es considerada la más antigua de toda la mitología del indio americano, lo que daría a entender que el bufón como arquetipo, ya en sus formas más atávicas, es verdaderamente universal, una parte constitutiva de nuestra psique». Al parecer, desde siempre, los timadores, torpes y trileros; los pícaros divinos, arropados por la gracia y la simpatía, por el error convertido en chirigota, han sabido hacerse parte de quienes dictaban la historia y la convertían en relato.

TO Store
Bufones: Humor, censura e ideología en los tiempos de internet
Iñaki Domínguez

Compra este libro

Censura

Sin embargo, y dando un tremendo salto hacia el presente, ¿puede decirse lo mismo de una sociedad donde el poder radica en una masa enfervorizada, ofendida y con predisposición a la censura? Esta sería, grosso modo, la gran pregunta a la que Iñaki Domínguez trata de dar respuesta con buena parte de su ensayo.

El poder actual, dirá Domínguez, tiene un especial sentido del gusto por promover la liquidez y la virtualidad. Desea anticipar los principios posestructuralistas al materialismo entre las masas con el fin, precisamente, de apropiarse de esa materialidad. De esos bienes que siguen siendo la auténtica fuente de riqueza. No obstante, la naturaleza  ingrávida de la verdad en el escenario posmoderno, aviva una predisposición a la ofensa y el avasallamiento viperinos. Un cóctel ideal para que la crítica, incluida aquella que han llevado a cabo tradicionalmente los bufones, se vea enterrada. Desplazada a punterazos hasta las costas de lo indecible cuando no, directamente, empadronándola en la autocensura. Un lugar donde la duda no germina, fumigada por el miedo y la degradación del valor.

Hablando del valor… esta es, de hecho, una de las cualidades a la que Domínguez hace un llamamiento en diversas partes de la obra. Es el atributo de quienes alzan una voz propia, en vez de replicar el discurso dominante. El autor liga esta fortaleza espiritual, por ejemplo, con la actitud punk. Y materializa su honradez, en primer lugar, con la figura de Johnny Rotten quien denunció, de forma precoz y abierta, la actitud sórdida y sexualmente abusiva de Jimmy Savile (poderosa personalidad televisiva británica). Y, en segundo, con el valor de Courtney Love (frontwoman de la banda Hole) en sus advertencias públicas sobre Harvey Weinstein 12 años antes del Me Too, con todas las consecuencias que le acarreó. Porque hay algo muy punk en decir la verdad sin cortapisas. Y también hay algo punk en Domínguez. Cosa que se destila de entre la inmensa biblioteca que demuestra pilotar, y la solvencia inapelable de sus conclusiones a lo largo del ensayo. No todo van a ser latas de cerveza y cigarrillos.

Quizás lo más sorprendente del ensayo, en cuanto a cruce de visiones se refiere, sea el magma musical y de cultura contemporánea sobre el que se erige. Son decenas las personalidades que impregnan de declaraciones y anécdotas la obra. Desde el sempiterno Jim Morrison, que Domínguez desgrana en pensamiento y actitud vital, identificándolo como un «sátiro,  excesivo en sus palabras, y particularmente lascivo en sus gestos», hasta el cómico Lenny Bruce, el batería de los Mötley Crüe, Ice Cube, Rocío Sainz, Dave Chapelle, Richard Pryor o George Carlin.

Cancelaciones ‘woke’

Y eso, por supuesto, abrigado bajo la clarividencia de conceptualizaciones y teorías que llevan por firma a Peter Sloterdijk, Baltasar Gracián, Max Weber, Orwell o Foucault. Todo un acierto e ironía, en el caso del filósofo francés, puesto que Domínguez alcanza a convertir muchas de sus tesis, habitualmente empleadas por parte del intelectualismo woke, en armas arrojadizas para criticar la deriva canceladora y vigilante del movimiento y sus vástagos culturales. Iñaki Domínguez consigue así, usando el humor como vehículo, poner un espejo frente a quienes tratan de justificar sus impulsos restrictivos con argumentaciones baratas sensiblemente identitarias y egomaníacas.

Bufones: humor, censura e ideología en los tiempos de internet es un compendio extremadamente bien salpicado de referencias imprescindibles para comprender el humor. Sus orígenes, sus juglares, sus razones y su atávico poder. Pero también es un clamor doradamente versado contra la censura, la restricción y la parquedad mental de quien decapita antes que escucha. De los que prefieren coser la boca de la incomodidad ante su incapacidad narcisista de contradicción.

Porque, como bien afirma Domínguez: «Gran parte de la sociedad es hipócrita, finge indignación moral cuando no llega ni de lejos a alcanzar los estándares éticos que exige para otros». Y eso, en el humor, que es el espejo donde deben reflejarse los amargores y patinazos de una sociedad, se hace carne con saña; domesticando el poder popular y la incomodidad individual a través el miedo a ver las miserias reveladas. Los bufones, sin embargo, seguirán peleando a la contra. Diciendo lo indecible. «Corriendo el riesgo de decir la verdad», como concluye el autor de este ensayo. Amenazando, cueste lo que cueste, la infatigable predisposición humana hacia la estupidez.

 ¿Qué tiene el humor, la ironía, el sarcasmo, para ser tan reverenciado? En primer lugar porque ha sido la única forma de decirle la verdad al  

¿Qué tiene el humor, la ironía, el sarcasmo, para ser tan reverenciado? En primer lugar porque ha sido la única forma de decirle la verdad al poder. De las pocas formas que ha habido en la historia de la civilización para evitar que los tiranos quedasen embriagados de su ceguera despótica ha sido a través de la burla. De la sorna. Una cualidad que el antropólogo y filósofo Iñaki Domínguez relaciona en su ensayo Bufones: humor, censura e ideología en los tiempos de internet (Ariel) directamente al concepto de locura.

Si bien las referencias del autor son extremadamente ricas y variadas en los terrenos de la enajenación, quizás una frase de Alejandro Dumas, recordada por el psiquiatra Enrique González Duro, y citada en el libro, sirva de amplia referencia: «La verdad puede ser tolerada sólo bajo la máscara de la locura».

Domínguez insiste así, desgranando con acertadas alusiones históricas, en que, si debemos apreciar una cualidad del bufón por encima de cualquier otra, es la que lo liga a cierta desquicia. A una revelación lunática de la realidad que, bien sea gracias a su minusvaloración, bien por su presupuesta condición de iluminado, era tolerada por el poder. Bajo burlas y desfalcos, sometidos a luces desfavorables, los locos eran libres de decir lo que nadie se atrevía. Cosa que los bufones, muchos aquejados de malformaciones, o premeditadamente abiertos a la mofa, toleraban con el fin de ostentar tan ventajosa posición. Como bien cita Domínguez, y dicen los gringos, ya antaño se llevaba la filosofía: no pain, no gain.

A lo largo del ensayo, vemos la pasión que despierta Nietzsche en Domínguez, quien cita al padre del nihilismo a lo largo de toda la obra. Y no parece una decisión baladí, mucho menos cuando sabemos que las tesis de Henri Bergson en su obra La risa (1900), son largamente homologables a las que expuso sobre dicho tema el autor de Así habló Zaratustra. «El ser humano es el único animal capaz de reír», cita Domínguez a Nietzsche, usando la aseveración para ligar al bufón con el trickster (embaucador o timador), figura relacionada ya con los antiguos griegos, chinos, japoneses e indios americanos como su predecesor. Un ancestro del payaso.

Dice Domínguez: «Esta figura es considerada la más antigua de toda la mitología del indio americano, lo que daría a entender que el bufón como arquetipo, ya en sus formas más atávicas, es verdaderamente universal, una parte constitutiva de nuestra psique». Al parecer, desde siempre, los timadores, torpes y trileros; los pícaros divinos, arropados por la gracia y la simpatía, por el error convertido en chirigota, han sabido hacerse parte de quienes dictaban la historia y la convertían en relato.

Sin embargo, y dando un tremendo salto hacia el presente, ¿puede decirse lo mismo de una sociedad donde el poder radica en una masa enfervorizada, ofendida y con predisposición a la censura? Esta sería, grosso modo, la gran pregunta a la que Iñaki Domínguez trata de dar respuesta con buena parte de su ensayo.

El poder actual, dirá Domínguez, tiene un especial sentido del gusto por promover la liquidez y la virtualidad. Desea anticipar los principios posestructuralistas al materialismo entre las masas con el fin, precisamente, de apropiarse de esa materialidad. De esos bienes que siguen siendo la auténtica fuente de riqueza. No obstante, la naturaleza  ingrávida de la verdad en el escenario posmoderno, aviva una predisposición a la ofensa y el avasallamiento viperinos. Un cóctel ideal para que la crítica, incluida aquella que han llevado a cabo tradicionalmente los bufones, se vea enterrada. Desplazada a punterazos hasta las costas de lo indecible cuando no, directamente, empadronándola en la autocensura. Un lugar donde la duda no germina, fumigada por el miedo y la degradación del valor.

Hablando del valor… esta es, de hecho, una de las cualidades a la que Domínguez hace un llamamiento en diversas partes de la obra. Es el atributo de quienes alzan una voz propia, en vez de replicar el discurso dominante. El autor liga esta fortaleza espiritual, por ejemplo, con la actitud punk. Y materializa su honradez, en primer lugar, con la figura de Johnny Rotten quien denunció, de forma precoz y abierta, la actitud sórdida y sexualmente abusiva de Jimmy Savile (poderosa personalidad televisiva británica). Y, en segundo, con el valor de Courtney Love (frontwoman de la banda Hole) en sus advertencias públicas sobre Harvey Weinstein 12 años antes del Me Too, con todas las consecuencias que le acarreó. Porque hay algo muy punk en decir la verdad sin cortapisas. Y también hay algo punk en Domínguez. Cosa que se destila de entre la inmensa biblioteca que demuestra pilotar, y la solvencia inapelable de sus conclusiones a lo largo del ensayo. No todo van a ser latas de cerveza y cigarrillos.

Quizás lo más sorprendente del ensayo, en cuanto a cruce de visiones se refiere, sea el magma musical y de cultura contemporánea sobre el que se erige. Son decenas las personalidades que impregnan de declaraciones y anécdotas la obra. Desde el sempiterno Jim Morrison, que Domínguez desgrana en pensamiento y actitud vital, identificándolo como un «sátiro,  excesivo en sus palabras, y particularmente lascivo en sus gestos», hasta el cómico Lenny Bruce, el batería de los Mötley Crüe, Ice Cube, Rocío Sainz, Dave Chapelle, Richard Pryor o George Carlin.

Y eso, por supuesto, abrigado bajo la clarividencia de conceptualizaciones y teorías que llevan por firma a Peter Sloterdijk, Baltasar Gracián, Max Weber, Orwell o Foucault. Todo un acierto e ironía, en el caso del filósofo francés, puesto que Domínguez alcanza a convertir muchas de sus tesis, habitualmente empleadas por parte del intelectualismo woke, en armas arrojadizas para criticar la deriva canceladora y vigilante del movimiento y sus vástagos culturales. Iñaki Domínguez consigue así, usando el humor como vehículo, poner un espejo frente a quienes tratan de justificar sus impulsos restrictivos con argumentaciones baratas sensiblemente identitarias y egomaníacas.

Bufones: humor, censura e ideología en los tiempos de internet es un compendio extremadamente bien salpicado de referencias imprescindibles para comprender el humor. Sus orígenes, sus juglares, sus razones y su atávico poder. Pero también es un clamor doradamente versado contra la censura, la restricción y la parquedad mental de quien decapita antes que escucha. De los que prefieren coser la boca de la incomodidad ante su incapacidad narcisista de contradicción.

Porque, como bien afirma Domínguez: «Gran parte de la sociedad es hipócrita, finge indignación moral cuando no llega ni de lejos a alcanzar los estándares éticos que exige para otros». Y eso, en el humor, que es el espejo donde deben reflejarse los amargores y patinazos de una sociedad, se hace carne con saña; domesticando el poder popular y la incomodidad individual a través el miedo a ver las miserias reveladas. Los bufones, sin embargo, seguirán peleando a la contra. Diciendo lo indecible. «Corriendo el riesgo de decir la verdad», como concluye el autor de este ensayo. Amenazando, cueste lo que cueste, la infatigable predisposición humana hacia la estupidez.

 Noticias de Cultura: Última hora de hoy en THE OBJECTIVE

Noticias Similares