Así nos ven

Para una sociedad ensimismada en sus propias miserias resulta muy saludable conocer el punto de vista ajeno. En España, hemos tenido la suerte de que un buen número de hispanófilos, en su mayoría británicos, se interesaran por nuestro país y nos ofrecieran generosamente la visión del que nos mira desde fuera, con ojos nuevos. Algunos llegaron a implicarse tanto que se han quedado con nosotros. Otros volvieron a sus países tras estancias más o menos largas. Todos nos han dejado una obra muy valiosa a la hora de averiguar quiénes somos y cómo somos. «No hay como los extranjeros para ver nuestras cosas», escribió Ramón J. Sender.

William Chislett (Oxford, 1951) acaba de publicar, de la mano del Instituto Cervantes, Los curiosos impertinentes. Hispanófilos británicos de los siglo XIX-XXI. El corresponsal de The Times durante la Transición, autor de 20 libros en su mayoría sobre España, ha realizado el trabajo ímprobo de reunir una antología de veinte de esos viajeros e intelectuales que pusieron su mirada en la Península como objeto de estudio.

Julio Llamazares, autor del prólogo, recoge las dos visiones de España que históricamente los británicos han tenido de los españoles, según Chislett. La primera, dominante durante varios siglos, que nos definía como «intolerantes, estrechos de miras, indolentes, calculadores y devotamente católicos». La otra, a partir del siglo XIX, idealiza la diferencia de España respecto a otros países europeos y nos estereotipa como «anarquistas, individualistas, tolerantes, apasionados, impulsivos, naturales, generosos y paganos». Como se ve, totalmente contrapuestas. 

El autor nos ofrece, con una síntesis admirable, un compendio de los avatares vitales y las principales conclusiones de su obra en una serie de perfiles bio bibliográficos. Empieza por George Borrow (1803-1881), un hombre que pese a no tener estudios se dice que conocía unas cien lenguas. Recorrió una España prácticamente analfabeta vendiendo Biblias, con bastante éxito. Según cuenta él mismo, en solo quince días pateando Madrid casa por casa logró vender 500 ejemplares.

Y termina con Giles Tremlett (1966), autor de España ante sus fantasmas: Un recorrido por un país en transición (Siglo XXI, 2006). No puede haber mejor cita que la del corresponsal de The Guardian para cerrar el libro de Chislett: Los fantasmas históricos «son, sobre todo, los que hacen que este país sea, como decía el odiado eslogan de los años sesenta, diferente. Sin embargo, lo que muchos españoles aún no han aprendido a hacer es a amar la idea de su propia diferencia. Y eso es extraño. Porque es precisamente por eso por lo que tantos forasteros, incluido este anglosajón, los quieren tanto».

Que somos diferentes al resto de Europa, para bien o para mal, es una idea que comparten todos. Aunque sin llegar al extremo de la máxima atribuida a Alexandre Dumas: «Los Pirineos, donde empieza África». O de la opinión tan lírica como cruel del poeta W. H. Auden (1907-1973), quien definió España como «ese fragmento extirpado de la caliente África, soldada tan crudamente a la Europa creativa».

A los hispanófilos se les ha reprochado ser los responsables de muchos de los estereotipos que se nos aplican. Como, por ejemplo, que a diferencia de otros europeos, no podemos vivir en democracia, incapaces de ponernos de acuerdo sobre asuntos de interés nacional. John Brand Trend (1887-1958), que durante la Guerra Civil ayudó a organizar la evacuación de 3.489 niños vascos a Inglaterra, en su Retrato de la España moderna (1921) ya predecía que «la cuestión de Cataluña es principalmente, si no enteramente, una cuestión de dinero».

Gerald Brenan, otro de los protagonistas del libro, observaba en su clásico El laberinto español (1943): «Lo primero que hay que observar es la fuerza del sentimiento regional y municipal. España es el país de la patria chica. Cada pueblo, cada ciudad, es el centro de una intensa vida social y política (…) Un hombre se caracteriza en primer lugar por su vinculación a su ciudad natal o, dentro de ella, a su familia o grupo social, y solo en segundo lugar a su patria y al Estado (…) España es un conjunto de pequeñas repúblicas hostiles o indiferentes entre sí, agrupadas en una federación de escasa cohesión».

El libro tiene tal actualidad. que la mayoría de los autores recogidos por Chislett ya se quejaban de cómo la invasión de los turistas estaba desvirtuando el espíritu de España. «La implacable marcha del intelecto europeo está aplastando muchas flores silvestres autóctonas», se quejaba Richard Ford (1796-1858), poniendo de manifiesto una paradoja, ya que él y otros hispanófilos tuvieron gran responsabilidad en esa masiva atracción hacia España.

De esa opinión difiere Michael Jacobs (1952-2014), quien, según Chislett, «pretendía desvincularse de la escuela de escritores de viajes que se quejan de la España moderna y lamentan la desaparición de la vida rural», porque «tal sentimentalismo puede resultar bastante ofensivo». Christopher Howse (1955), autor de El tren en España (2013) llega a lamentar la velocidad del AVE, «viajando demasiado rápido para ver un pájaro o una cabra». 

La pertenencia de España a Europa es defendida también por muchos de estos hispanófilos. Entre ellos, Sacheverell Sitwell (1897-1888), quien escribió que «España es una parte de Europa, y Europa no es Europa sin España». O el mencionado Gerald Brenan, quien defendía la necesidad moral de ayudar a España, «porque forma una provincia natural e inalienable de Europa Occidental y su prosperidad conviene a todas las naciones atlánticas».

Los más recientes siguen viendo singularidades -de nuevo el «Spain is different»- de la España de hoy con respecto a sus vecinos. Es el caso de Miranda France (1966), quien en Don Quixote’s Delusions (2001), destaca que «dos tercios de los españoles menores de 30 años viven con sus padres, y España tiene la tasa de nupcialidad más baja de la Unión Europea, pero también la esperanza de vida más alta, así que quizá estén en lo cierto». Los curiosos impertinentes, con una edición exquisita y profusamente ilustrada, nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre nosotros mismos. Hoy día, en que tanto se echa de menos escuchar las opiniones ajenas, resulta más imprescindible que nunca abrirnos a las consideraciones de quienes nos ven desde fuera. Es cierto que con frecuencia abusan de los tópicos y que, a veces, pecan de suficiencia, pero también lo es que su juicio está hecho, casi siempre, desde la fascinación.

 Para una sociedad ensimismada en sus propias miserias resulta muy saludable conocer el punto de vista ajeno. En España, hemos tenido la suerte de que un  

Para una sociedad ensimismada en sus propias miserias resulta muy saludable conocer el punto de vista ajeno. En España, hemos tenido la suerte de que un buen número de hispanófilos, en su mayoría británicos, se interesaran por nuestro país y nos ofrecieran generosamente la visión del que nos mira desde fuera, con ojos nuevos. Algunos llegaron a implicarse tanto que se han quedado con nosotros. Otros volvieron a sus países tras estancias más o menos largas. Todos nos han dejado una obra muy valiosa a la hora de averiguar quiénes somos y cómo somos. «No hay como los extranjeros para ver nuestras cosas», escribió Ramón J. Sender.

William Chislett (Oxford, 1951) acaba de publicar, de la mano del Instituto Cervantes, Los curiosos impertinentes. Hispanófilos británicos de los siglo XIX-XXI. El corresponsal de The Times durante la Transición, autor de 20 libros en su mayoría sobre España, ha realizado el trabajo ímprobo de reunir una antología de veinte de esos viajeros e intelectuales que pusieron su mirada en la Península como objeto de estudio.

Julio Llamazares, autor del prólogo, recoge las dos visiones de España que históricamente los británicos han tenido de los españoles, según Chislett. La primera, dominante durante varios siglos, que nos definía como «intolerantes, estrechos de miras, indolentes, calculadores y devotamente católicos». La otra, a partir del siglo XIX, idealiza la diferencia de España respecto a otros países europeos y nos estereotipa como «anarquistas, individualistas, tolerantes, apasionados, impulsivos, naturales, generosos y paganos». Como se ve, totalmente contrapuestas. 

El autor nos ofrece, con una síntesis admirable, un compendio de los avatares vitales y las principales conclusiones de su obra en una serie de perfiles bio bibliográficos. Empieza por George Borrow (1803-1881), un hombre que pese a no tener estudios se dice que conocía unas cien lenguas. Recorrió una España prácticamente analfabeta vendiendo Biblias, con bastante éxito. Según cuenta él mismo, en solo quince días pateando Madrid casa por casa logró vender 500 ejemplares.

Y termina con Giles Tremlett (1966), autor de España ante sus fantasmas: Un recorrido por un país en transición (Siglo XXI, 2006). No puede haber mejor cita que la del corresponsal de The Guardian para cerrar el libro de Chislett: Los fantasmas históricos «son, sobre todo, los que hacen que este país sea, como decía el odiado eslogan de los años sesenta, diferente. Sin embargo, lo que muchos españoles aún no han aprendido a hacer es a amar la idea de su propia diferencia. Y eso es extraño. Porque es precisamente por eso por lo que tantos forasteros, incluido este anglosajón, los quieren tanto».

Que somos diferentes al resto de Europa, para bien o para mal, es una idea que comparten todos. Aunque sin llegar al extremo de la máxima atribuida a Alexandre Dumas: «Los Pirineos, donde empieza África». O de la opinión tan lírica como cruel del poeta W. H. Auden (1907-1973), quien definió España como «ese fragmento extirpado de la caliente África, soldada tan crudamente a la Europa creativa».

A los hispanófilos se les ha reprochado ser los responsables de muchos de los estereotipos que se nos aplican. Como, por ejemplo, que a diferencia de otros europeos, no podemos vivir en democracia, incapaces de ponernos de acuerdo sobre asuntos de interés nacional. John Brand Trend (1887-1958), que durante la Guerra Civil ayudó a organizar la evacuación de 3.489 niños vascos a Inglaterra, en su Retrato de la España moderna (1921) ya predecía que «la cuestión de Cataluña es principalmente, si no enteramente, una cuestión de dinero».

Gerald Brenan, otro de los protagonistas del libro, observaba en su clásico El laberinto español (1943): «Lo primero que hay que observar es la fuerza del sentimiento regional y municipal. España es el país de la patria chica. Cada pueblo, cada ciudad, es el centro de una intensa vida social y política (…) Un hombre se caracteriza en primer lugar por su vinculación a su ciudad natal o, dentro de ella, a su familia o grupo social, y solo en segundo lugar a su patria y al Estado (…) España es un conjunto de pequeñas repúblicas hostiles o indiferentes entre sí, agrupadas en una federación de escasa cohesión».

El libro tiene tal actualidad. que la mayoría de los autores recogidos por Chislett ya se quejaban de cómo la invasión de los turistas estaba desvirtuando el espíritu de España. «La implacable marcha del intelecto europeo está aplastando muchas flores silvestres autóctonas», se quejaba Richard Ford (1796-1858), poniendo de manifiesto una paradoja, ya que él y otros hispanófilos tuvieron gran responsabilidad en esa masiva atracción hacia España.

De esa opinión difiere Michael Jacobs (1952-2014), quien, según Chislett, «pretendía desvincularse de la escuela de escritores de viajes que se quejan de la España moderna y lamentan la desaparición de la vida rural», porque «tal sentimentalismo puede resultar bastante ofensivo». Christopher Howse (1955), autor de El tren en España (2013) llega a lamentar la velocidad del AVE, «viajando demasiado rápido para ver un pájaro o una cabra». 

La pertenencia de España a Europa es defendida también por muchos de estos hispanófilos. Entre ellos, Sacheverell Sitwell (1897-1888), quien escribió que «España es una parte de Europa, y Europa no es Europa sin España». O el mencionado Gerald Brenan, quien defendía la necesidad moral de ayudar a España, «porque forma una provincia natural e inalienable de Europa Occidental y su prosperidad conviene a todas las naciones atlánticas».

Los más recientes siguen viendo singularidades -de nuevo el «Spain is different»- de la España de hoy con respecto a sus vecinos. Es el caso de Miranda France (1966), quien en Don Quixote’s Delusions (2001), destaca que «dos tercios de los españoles menores de 30 años viven con sus padres, y España tiene la tasa de nupcialidad más baja de la Unión Europea, pero también la esperanza de vida más alta, así que quizá estén en lo cierto». Los curiosos impertinentes, con una edición exquisita y profusamente ilustrada, nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre nosotros mismos. Hoy día, en que tanto se echa de menos escuchar las opiniones ajenas, resulta más imprescindible que nunca abrirnos a las consideraciones de quienes nos ven desde fuera. Es cierto que con frecuencia abusan de los tópicos y que, a veces, pecan de suficiencia, pero también lo es que su juicio está hecho, casi siempre, desde la fascinación.

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