Pese al relato que define a España como un país atrasado y oscurantista, que otras naciones han querido imponer, lo cierto es que no han sido pocas las incursiones de compatriotas nuestros en el terreno de la medicina. Hoy en día, por ejemplo, es ya bien famosa la expedición que Francisco Javier Balmis lideró a inicios del siglo XIX para llevar la recién descubierta vacuna de la viruela a los territorios españoles en América y Filipinas.
Otros casos menos conocidos los hemos ido ya reivindicando en este podcast. Como el del doctor catalán Jaime Ferrán y Clúa, que desarrolló la primera vacuna efectiva contra el cólera, o el de Fidel Pagés, que inventó la epidural, que entre otros usos destaca como la anestesia más utilizada en partos.
Descubridor del ibuprofeno
Sin embargo, seguramente ninguno de estos logros médicos sea tan cotidiano en el mundo entero como el realizado por nuestro protagonista de esta semana. Su nombre, Antonio Ribera Blancafort, un químico español sin el que hoy en día no dispondríamos de un fármaco tan universal como el ibuprofeno. Pese a ello, no tiene ni una triste página de Wikipedia. A continuación, veremos el porqué.
Antonio Ribera Blancafort nació en Barcelona en 1935. Se licenció en Ciencias químicas por la Universidad Complutense de Madrid. Tanto la licenciatura como el posterior doctorado los obtuvo con premio extraordinario. Su vida transcurrió como la de muchos profesores universitarios, muy prestigioso, eso sí, pero aparentemente sin mayor relumbrón.
Se casó con su compañera de clase África de Madariaga y, poco después de completar sus estudios, ambos se trasladaron a Nottingham, Inglaterra. Allí, Ribera entró como becario de la empresa farmacéutica Boots Pure Drug, que en ese momento tenía a un equipo dedicado a buscar una cura contra la artritis. Fue en el curso de esa investigación cuando un día el joven investigador español identificó la estructura química de una molécula que en poco tiempo se convertiría en el antiinflamatorio y analgésico más popular del mundo: el ibuprofeno.
Un hallazgo olvidado
Es aquí donde arranca la historia de un descubridor olvidado. En 1966, se registra la primera patente en Estados Unidos para el nuevo medicamento. Aparece atribuida a los químicos británicos Stewart Adams y John Nicholson en nombre de la empresa. No fue hasta seis años después, en 1974, cuando se renueva la patente y se incluye a otros dos científicos, Bernard John Armitage y, ya sí, al español Antonio Ribera Flancafort.
Sin embargo, el rastro del químico catalán es difícil de encontrar hoy en día. En la literatura científica anglosajona, el hallazgo aparece siempre atribuido a Stewart y Nicholson. Hasta el punto de que el primero de ellos recibió en 1987 la Orden del Imperio Británico, incluido el título de sir.
Mientras, Ribera, hombre discreto, continuó con su carrera científica. Tras sus cuatro años trabajando en Inglaterra, en 1965, volvió a España para incorporarse al Instituto de Química Orgánica del CSIC. Allí se dedicó a investigar sobre el metabolismo de los lípidos y sobre las membranas biológicas.
Después, tras unos años como profesor de la Complutense, logró la cátedra de Técnicas Instrumentales Biológicas en la Universidad de Palma de Mallorca. Pocos años más tarde, fue nombrado primer rector de la Universidad de las Islas Baleares. Terminó su carrera académica en la Universidad de Barcelona, también con plaza de catedrático. Murió de forma repentina en 1986, a la joven edad de 51 años.
La lucha por el reconocimiento
Fue su viuda, África de Madariaga, quien tres décadas después retomó la lucha por que el mundo reconociese la labor de Ribera en el desarrollo del ibuprofeno. En su empeño, aportó documentación que probaba el papel fundamental de su difundo marido en la creación del fármaco. Por ejemplo, en 1972, la empresa Boots escribió a Ribera para pedirle un poder que permitiera la renovación de la patente en Estados Unidos. Allí se le reconoce su «contribución como inventor».
Hoy en día, está claro que el ibuprofeno nos ha llegado gracias a un trabajo coral de aquel equipo de Boots que lideraban Stewart y Nicholson. No obstante, no es posible negar que el primer paso en el desarrollo de este medicamento fue posible gracias a Ribera.
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Pese al relato que define a España como un país atrasado y oscurantista, que otras naciones han querido imponer, lo cierto es que no han sido
Pese al relato que define a España como un país atrasado y oscurantista, que otras naciones han querido imponer, lo cierto es que no han sido pocas las incursiones de compatriotas nuestros en el terreno de la medicina. Hoy en día, por ejemplo, es ya bien famosa la expedición que Francisco Javier Balmis lideró a inicios del siglo XIX para llevar la recién descubierta vacuna de la viruela a los territorios españoles en América y Filipinas.
Otros casos menos conocidos los hemos ido ya reivindicando en este podcast. Como el del doctor catalán Jaime Ferrán y Clúa, que desarrolló la primera vacuna efectiva contra el cólera, o el de Fidel Pagés, que inventó la epidural, que entre otros usos destaca como la anestesia más utilizada en partos.
Sin embargo, seguramente ninguno de estos logros médicos sea tan cotidiano en el mundo entero como el realizado por nuestro protagonista de esta semana. Su nombre, Antonio Ribera Blancafort, un químico español sin el que hoy en día no dispondríamos de un fármaco tan universal como el ibuprofeno. Pese a ello, no tiene ni una triste página de Wikipedia. A continuación, veremos el porqué.
Antonio Ribera Blancafort nació en Barcelona en 1935. Se licenció en Ciencias químicas por la Universidad Complutense de Madrid. Tanto la licenciatura como el posterior doctorado los obtuvo con premio extraordinario. Su vida transcurrió como la de muchos profesores universitarios, muy prestigioso, eso sí, pero aparentemente sin mayor relumbrón.
Se casó con su compañera de clase África de Madariaga y, poco después de completar sus estudios, ambos se trasladaron a Nottingham, Inglaterra. Allí, Ribera entró como becario de la empresa farmacéutica Boots Pure Drug, que en ese momento tenía a un equipo dedicado a buscar una cura contra la artritis. Fue en el curso de esa investigación cuando un día el joven investigador español identificó la estructura química de una molécula que en poco tiempo se convertiría en el antiinflamatorio y analgésico más popular del mundo: el ibuprofeno.
Es aquí donde arranca la historia de un descubridor olvidado. En 1966, se registra la primera patente en Estados Unidos para el nuevo medicamento. Aparece atribuida a los químicos británicos Stewart Adams y John Nicholson en nombre de la empresa. No fue hasta seis años después, en 1974, cuando se renueva la patente y se incluye a otros dos científicos, Bernard John Armitage y, ya sí, al español Antonio Ribera Flancafort.
Sin embargo, el rastro del químico catalán es difícil de encontrar hoy en día. En la literatura científica anglosajona, el hallazgo aparece siempre atribuido a Stewart y Nicholson. Hasta el punto de que el primero de ellos recibió en 1987 la Orden del Imperio Británico, incluido el título de sir.
Mientras, Ribera, hombre discreto, continuó con su carrera científica. Tras sus cuatro años trabajando en Inglaterra, en 1965, volvió a España para incorporarse al Instituto de Química Orgánica del CSIC. Allí se dedicó a investigar sobre el metabolismo de los lípidos y sobre las membranas biológicas.
Después, tras unos años como profesor de la Complutense, logró la cátedra de Técnicas Instrumentales Biológicas en la Universidad de Palma de Mallorca. Pocos años más tarde, fue nombrado primer rector de la Universidad de las Islas Baleares. Terminó su carrera académica en la Universidad de Barcelona, también con plaza de catedrático. Murió de forma repentina en 1986, a la joven edad de 51 años.
Fue su viuda, África de Madariaga, quien tres décadas después retomó la lucha por que el mundo reconociese la labor de Ribera en el desarrollo del ibuprofeno. En su empeño, aportó documentación que probaba el papel fundamental de su difundo marido en la creación del fármaco. Por ejemplo, en 1972, la empresa Boots escribió a Ribera para pedirle un poder que permitiera la renovación de la patente en Estados Unidos. Allí se le reconoce su «contribución como inventor».
Hoy en día, está claro que el ibuprofeno nos ha llegado gracias a un trabajo coral de aquel equipo de Boots que lideraban Stewart y Nicholson. No obstante, no es posible negar que el primer paso en el desarrollo de este medicamento fue posible gracias a Ribera.
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