António Lobo Antunes: en los infiernos de la conciencia

Autor de una brillante y dilatada obra, comenzada en 1979 con Memoria de elefante, el escritor y psiquiatra portugués António Lobo Antunes (nacido en Lisboa, en 1942) ha logrado a lo largo de varias décadas ininterrumpidas, tanto en Europa como en los Estados Unidos, unos elogios críticos, una aceptación y también un respaldo por parte del público inusitados. Un indiscutible mérito si se tiene en cuenta la escasa facilidad y en ocasiones complejidad que ofrece su densa, no lineal y barroca literatura. Leerlo se convierte siempre en una apasionante aventura intelectual y sensorial. La suya no sólo es una de las mejores obras de nuestros días, sino también una de las más personales e inimitables, de una feroz y atormentada melancolía comparable a la del francés Céline o a la del alemán Thomas Bernhard.

Nacido en el seno de una familia de la alta burguesía portuguesa, Lobo Antunes creció en el barrio de Benfica, en las cercanías de Lisboa, y es uno de los seis hijos de un reputado neuropatólogo portugués. Junto a los más grandes de su lengua (Miguel Torga, Agustina Bessa Luís o José Saramago) ha sido candidato permanente durante años al premio Nobel de Literatura, hasta que este galardón recayó en 1998 en el último autor citado. Antes de dedicarse por completo a la literatura, Lobo Antunes estudió medicina y se especializó en psiquiatría, ejerciendo durante años en el hospital Miguel Bombarda de Lisboa, labor que desempeñó hasta 1985. Esto, junto a su enrolamiento en la guerra de Angola durante veintisiete meses como médico militar, no tendría poco que ver en gran parte de sus temas y obsesiones novelescas: la muerte, la locura, el exterminio de almas y no sólo de oponentes, las implacables crueldades humanas, la dictadura, un Portugal ferozmente golpeado y desguazado y, en general, la bajada a los infiernos de la conciencia.

Alejado del realismo narrativo, con una treintena de novelas publicadas, la esplendorosa escritura de Lobo Antunes, sin embargo, no dejará nunca de estar traumáticamente adherida a su propia realidad: la tortuosa, caótica y tantas veces lúgubre realidad de su tierra, contaminada y deformada hasta la pesadilla o hasta el más enloquecido espejismo. Amante de complicadas arquitecturas, de tupidos tejidos narrativos sostenidos en sus libros por laberínticos textos y párrafos, por sucesos, diálogos y pensamientos desplegados en cadena, viajando sin cesar de pasado a presente, de realidad a delirio, de alucinación en alucinación, su época principalmente descrita será la del salazarismo y el período inmediatamente posterior a la revolución del 25 de abril.

Sus múltiples voces convocadas, mezcladas y amalgamadas serán voces que niegan toda posibilidad de una incontestable y dominante autoría. Así lo atestiguaba esa magnífica trilogía suya de los años 90 dedicada a la muerte (Tratado de las pasiones, 1990; El orden natural de las cosas, 1992; La muerte de Carlos Gardel, 1994). Con una nutrida bibliografía compuesta por cerca de 30 novelas, aparte de sus libros de crónicas, entre ellas destacan, además de esta famosa trilogía citada, grandes novelas que se pueden considerar como auténticos clásicos de la lengua portuguesa como es el caso de Manual de inquisidores (1996) o Esplendor de Portugal (1997). Autor sumamente prolífico, a los treinta y siete años Lobo Antunes publicaría sus primeros libros, con pocos meses de diferencia: Memoria de elefante, así como otra de sus más conocidas obras, En el culo de Judas, sobre su traumática y desoladora experiencia en la guerra de Angola, a donde fue destinado como médico militar, durante veintisiete meses, entre 1971 y 1973.

Sería allí precisamente donde conocería a un hombre decisivo en su vida, «su capitán», Ernesto Melo Antunes, uno de los ideólogos de «la revolución de los claveles» de abril de 1974, y al que le uniría ya para siempre una gran amistad y admiración mutuas. Junto a otras novelas como La costa de los murmullos (1988) de Lídia Jorge o Autópsia de Um Mar de Ruínas (1984) de Joâo de Melo, esta novela de Lobo Antunes forma parte de la mejor bibliografía escrita sobre el pasado colonial portugués en África.

En la espléndida novela de Lobo Antunes Manual de inquisidores (1996), una de sus más grandes obras, voces interiores, monólogos, recuerdos que se instalan como parásitos de la conciencia, fantasías sin domesticar, deseos jamás vencidos, asoman sin cesar a la superficie. Todo pasa a reflejarse, en medio de un turbio y degradado muestrario, a través de la fauna protagonista, cómplice y a expensas de la «obediencia debida», de un régimen autoritario y unas camarillas que mostraban públicamente, sin ningún recato, con aceptada arrogancia, su depravación, al tiempo que se asentaban en un andamiaje vergonzoso de secretos desmanes y vicios privados.

Como ya hizo con el viaje siniestro emprendido a la espiral psicológica y vital de un terrorista en Tratado de las pasiones, o con el torturador que tras la dictadura vestía el disfraz de profesor de hipnotismo por correspondencia en El orden natural de las cosas, la novela Manual de inquisidores es el viaje al centro, al interior mismo del pensamiento cautivo y perturbado de la dictadura, de cualquier dictadura, representada aquí con todas sus variantes planetarias. Tomando como protagonista, o eslabón narrativo, a un ministro de Salazar, que ejerce a la vez de cacique rural en su quinta de la sierra, por las páginas de Manual de inquisidores irán desfilando toda una caterva de sombras directa o indirectamente relacionadas con este amo absoluto del mundo durante un tiempo: sus amantes, sus compinches y colegas, el empresa rio que sostiene y a la vez saquea el régimen, el médico de la policía política, el furriel, los viejos gerifaltes y militares descontentos convertidos de repente en conspiradores de salón, hijos legítimos, hijos ilegítimos, criados y, por supuesto, la gran sombra protectora que planea sobre los destinos de todos ellos, el profesor Salazar, auténtico protagonista subterráneo de la novela.

Alguien que se pasea por ella como un fantasma silencioso e irreal, apenas una exhalación entrevista por unos y otros, que atraviesa veloz por los sitios, envuelto en una nube o cortejo de matones y secuaces a sueldo, como un auténtico capo de la mafia que domina una extensa zona reservada o gigantesca finca, que en este caso coincide exactamente con todo su país.

La figura del dictador Salazar ya había aparecido utilizada como inspiración literaria en el relato «Silla» de Saramago perteneciente a su libro Casi un objeto (1978). También en la sátira política o fábula El dinosaurio excelentísimo (1972), así como en el libro de cuentos La república de los cuervos (1988) de ese estupendo autor que fue Cardoso Pires. En el caso del fascista protagonista de Lobo Antunes en Manual de inquisidores, ese ministro con dominios rurales, que «después del profesor Salazar no se resignaba a que no lo eligiesen para dirigir el país, a que el señor almirante no lo hubiese llamado para pedirle: gobiérneme esta letrina, doctor», es presentado por uno de los muchos personajes o voces como «un hombre con quien el profesor Salazar se asesoraba para dirigir Portugal, que mandaba detener a los que le contrariaban y soltar a los que le apetecía sin necesidad de salir de su despacho, marcaba el número y listo».

Novela de un cosmos irreal, el de una dictadura que marca sus propios espacios, verdades y tiempos, al mismo tiempo, además del viaje emprendido al interior y al detallismo paranoico de ese ramillete de conciencias subyugadas, o de verdades universales impuestas, la obra, sin nombrarlos claramente, reflejará en algunos de sus pasajes hechos históricos como el salvaje asesinato en España del opositor a Salazar, el general Humberto Delgado, presidente del Frente portugués de Liberación Nacional.

Manual de inquisidores será, sobre todo, una novela de actitudes, de gestos, de prepotencias: esa áspera y displicente desgana con la que se practica la crueldad, ese profundo desprecio con el que se dan órdenes, o ese odio irracional y despiadado con el que amenazan a sus semejantes los que viven despóticamente instalados en las alturas, en medio de la barbarie.

Y si la guerra sería uno de los infiernos familiares para Lobo Antunes, y otros más serían los demonios y las pesadillas de la mente humana, a los que accedería como psiquiatra y que narraría en obras como Conhecimento do Inferno (1981), el siguiente y permanente infierno, recurrente en toda la literatura de este gran autor, considerado un auténtico clásico vivo, sería la miseria de la vida cotidiana, que ahoga a los seres humanos en muertes lentas y anticipadas. Algo simbolizado, sobre todo, en esa gran muerte por decreto que significó la inmensa y generalizada miseria de su país durante la etapa de la dictadura salazarista.

Tras una sucesión de magníficas novelas publicadas, sin interrupción, a lo largo de los últimos años, como es el caso de No entres tan deprisa en esa noche oscura (2000), Buenas tardes a las cosas de aquí abajo (2003), ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? (2005), o Hasta que las piedras se vuelvan más ligeras que el agua (2017), por citar solo algunas, la última novela de este autor, recién aparecida en la editorial Random House y titulada La última puerta antes de la noche, está basada en un crimen real que sacudió Portugal. En ella, cinco hombres están unidos por un pacto criminal: todos ellos participaron en el secuestro y asesinato de un rico empresario, cuyo cuerpo hicieron desaparecer, disuelto con ácido sulfúrico, con la esperanza de que su crimen quedara impune. Como sucede en las novelas de este autor, en las que las voces se entremezclan formando un abigarrado tapiz indisoluble, cada uno de los protagonistas evoca el curso de los acontecimientos, multiplicando las digresiones sobre sus estados de ánimo, las mil y una miserias de la existencia y relatando recuerdos y obsesiones de la infancia. «Sin cuerpo no hay crimen», dice uno de los asesinos: a veces, sin embargo, la verdad logra salir a la superficie en las formas más insospechadas.

Una vez más, Lobo Antunes nos adentra en el hogar, en la infancia, en el cuerpo, en la rutina de los hombres, a través de su lenguaje, siempre esplendoroso, siempre poéticamente sombrío, de gran belleza, que hace resonar las voces entrelazadas de los vivos y los muertos y que se convierte en cada una de sus obras, no solo en esta, en una aventura intelectual y sensorial sin igual. El autor va tejiendo, y entremezclando sin cesar, el fluir ininterrumpido de los pensamientos de cada protagonista, a veces apenas retazos de palabras, de sueños, de pasado amalgamado con el presente, junto a otros minúsculos y parásitos soliloquios. Una grandiosa comedia humana, en definitiva, que va desde lo más emotivo y doloroso hasta lo más grotesco.

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 Autor de una brillante y dilatada obra, comenzada en 1979 con Memoria de elefante, el escritor y psiquiatra portugués António Lobo Antunes (nacido en Lisboa, en  

Autor de una brillante y dilatada obra, comenzada en 1979 con Memoria de elefante, el escritor y psiquiatra portugués António Lobo Antunes (nacido en Lisboa, en 1942) ha logrado a lo largo de varias décadas ininterrumpidas, tanto en Europa como en los Estados Unidos, unos elogios críticos, una aceptación y también un respaldo por parte del público inusitados. Un indiscutible mérito si se tiene en cuenta la escasa facilidad y en ocasiones complejidad que ofrece su densa, no lineal y barroca literatura. Leerlo se convierte siempre en una apasionante aventura intelectual y sensorial. La suya no sólo es una de las mejores obras de nuestros días, sino también una de las más personales e inimitables, de una feroz y atormentada melancolía comparable a la del francés Céline o a la del alemán Thomas Bernhard.

Nacido en el seno de una familia de la alta burguesía portuguesa, Lobo Antunes creció en el barrio de Benfica, en las cercanías de Lisboa, y es uno de los seis hijos de un reputado neuropatólogo portugués. Junto a los más grandes de su lengua (Miguel Torga, Agustina Bessa Luís o José Saramago) ha sido candidato permanente durante años al premio Nobel de Literatura, hasta que este galardón recayó en 1998 en el último autor citado. Antes de dedicarse por completo a la literatura, Lobo Antunes estudió medicina y se especializó en psiquiatría, ejerciendo durante años en el hospital Miguel Bombarda de Lisboa, labor que desempeñó hasta 1985. Esto, junto a su enrolamiento en la guerra de Angola durante veintisiete meses como médico militar, no tendría poco que ver en gran parte de sus temas y obsesiones novelescas: la muerte, la locura, el exterminio de almas y no sólo de oponentes, las implacables crueldades humanas, la dictadura, un Portugal ferozmente golpeado y desguazado y, en general, la bajada a los infiernos de la conciencia.

Alejado del realismo narrativo, con una treintena de novelas publicadas, la esplendorosa escritura de Lobo Antunes, sin embargo, no dejará nunca de estar traumáticamente adherida a su propia realidad: la tortuosa, caótica y tantas veces lúgubre realidad de su tierra, contaminada y deformada hasta la pesadilla o hasta el más enloquecido espejismo. Amante de complicadas arquitecturas, de tupidos tejidos narrativos sostenidos en sus libros por laberínticos textos y párrafos, por sucesos, diálogos y pensamientos desplegados en cadena, viajando sin cesar de pasado a presente, de realidad a delirio, de alucinación en alucinación, su época principalmente descrita será la del salazarismo y el período inmediatamente posterior a la revolución del 25 de abril.

Sus múltiples voces convocadas, mezcladas y amalgamadas serán voces que niegan toda posibilidad de una incontestable y dominante autoría. Así lo atestiguaba esa magnífica trilogía suya de los años 90 dedicada a la muerte (Tratado de las pasiones, 1990; El orden natural de las cosas, 1992; La muerte de Carlos Gardel, 1994). Con una nutrida bibliografía compuesta por cerca de 30 novelas, aparte de sus libros de crónicas, entre ellas destacan, además de esta famosa trilogía citada, grandes novelas que se pueden considerar como auténticos clásicos de la lengua portuguesa como es el caso de Manual de inquisidores (1996) o Esplendor de Portugal (1997). Autor sumamente prolífico, a los treinta y siete años Lobo Antunes publicaría sus primeros libros, con pocos meses de diferencia: Memoria de elefante, así como otra de sus más conocidas obras, En el culo de Judas, sobre su traumática y desoladora experiencia en la guerra de Angola, a donde fue destinado como médico militar, durante veintisiete meses, entre 1971 y 1973.

Sería allí precisamente donde conocería a un hombre decisivo en su vida, «su capitán», Ernesto Melo Antunes, uno de los ideólogos de «la revolución de los claveles» de abril de 1974, y al que le uniría ya para siempre una gran amistad y admiración mutuas. Junto a otras novelas como La costa de los murmullos (1988) de Lídia Jorge o Autópsia de Um Mar de Ruínas (1984) de Joâo de Melo, esta novela de Lobo Antunes forma parte de la mejor bibliografía escrita sobre el pasado colonial portugués en África.

En la espléndida novela de Lobo Antunes Manual de inquisidores (1996), una de sus más grandes obras, voces interiores, monólogos, recuerdos que se instalan como parásitos de la conciencia, fantasías sin domesticar, deseos jamás vencidos, asoman sin cesar a la superficie. Todo pasa a reflejarse, en medio de un turbio y degradado muestrario, a través de la fauna protagonista, cómplice y a expensas de la «obediencia debida», de un régimen autoritario y unas camarillas que mostraban públicamente, sin ningún recato, con aceptada arrogancia, su depravación, al tiempo que se asentaban en un andamiaje vergonzoso de secretos desmanes y vicios privados.

Como ya hizo con el viaje siniestro emprendido a la espiral psicológica y vital de un terrorista en Tratado de las pasiones, o con el torturador que tras la dictadura vestía el disfraz de profesor de hipnotismo por correspondencia en El orden natural de las cosas, la novela Manual de inquisidores es el viaje al centro, al interior mismo del pensamiento cautivo y perturbado de la dictadura, de cualquier dictadura, representada aquí con todas sus variantes planetarias. Tomando como protagonista, o eslabón narrativo, a un ministro de Salazar, que ejerce a la vez de cacique rural en su quinta de la sierra, por las páginas de Manual de inquisidores irán desfilando toda una caterva de sombras directa o indirectamente relacionadas con este amo absoluto del mundo durante un tiempo: sus amantes, sus compinches y colegas, el empresa rio que sostiene y a la vez saquea el régimen, el médico de la policía política, el furriel, los viejos gerifaltes y militares descontentos convertidos de repente en conspiradores de salón, hijos legítimos, hijos ilegítimos, criados y, por supuesto, la gran sombra protectora que planea sobre los destinos de todos ellos, el profesor Salazar, auténtico protagonista subterráneo de la novela.

Alguien que se pasea por ella como un fantasma silencioso e irreal, apenas una exhalación entrevista por unos y otros, que atraviesa veloz por los sitios, envuelto en una nube o cortejo de matones y secuaces a sueldo, como un auténtico capo de la mafia que domina una extensa zona reservada o gigantesca finca, que en este caso coincide exactamente con todo su país.

La figura del dictador Salazar ya había aparecido utilizada como inspiración literaria en el relato «Silla» de Saramago perteneciente a su libro Casi un objeto (1978). También en la sátira política o fábula El dinosaurio excelentísimo (1972), así como en el libro de cuentos La república de los cuervos (1988) de ese estupendo autor que fue Cardoso Pires. En el caso del fascista protagonista de Lobo Antunes en Manual de inquisidores, ese ministro con dominios rurales, que «después del profesor Salazar no se resignaba a que no lo eligiesen para dirigir el país, a que el señor almirante no lo hubiese llamado para pedirle: gobiérneme esta letrina, doctor», es presentado por uno de los muchos personajes o voces como «un hombre con quien el profesor Salazar se asesoraba para dirigir Portugal, que mandaba detener a los que le contrariaban y soltar a los que le apetecía sin necesidad de salir de su despacho, marcaba el número y listo».

Novela de un cosmos irreal, el de una dictadura que marca sus propios espacios, verdades y tiempos, al mismo tiempo, además del viaje emprendido al interior y al detallismo paranoico de ese ramillete de conciencias subyugadas, o de verdades universales impuestas, la obra, sin nombrarlos claramente, reflejará en algunos de sus pasajes hechos históricos como el salvaje asesinato en España del opositor a Salazar, el general Humberto Delgado, presidente del Frente portugués de Liberación Nacional.

Manual de inquisidores será, sobre todo, una novela de actitudes, de gestos, de prepotencias: esa áspera y displicente desgana con la que se practica la crueldad, ese profundo desprecio con el que se dan órdenes, o ese odio irracional y despiadado con el que amenazan a sus semejantes los que viven despóticamente instalados en las alturas, en medio de la barbarie.

Y si la guerra sería uno de los infiernos familiares para Lobo Antunes, y otros más serían los demonios y las pesadillas de la mente humana, a los que accedería como psiquiatra y que narraría en obras como Conhecimento do Inferno (1981), el siguiente y permanente infierno, recurrente en toda la literatura de este gran autor, considerado un auténtico clásico vivo, sería la miseria de la vida cotidiana, que ahoga a los seres humanos en muertes lentas y anticipadas. Algo simbolizado, sobre todo, en esa gran muerte por decreto que significó la inmensa y generalizada miseria de su país durante la etapa de la dictadura salazarista.

Tras una sucesión de magníficas novelas publicadas, sin interrupción, a lo largo de los últimos años, como es el caso de No entres tan deprisa en esa noche oscura (2000), Buenas tardes a las cosas de aquí abajo (2003), ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? (2005), o Hasta que las piedras se vuelvan más ligeras que el agua (2017), por citar solo algunas, la última novela de este autor, recién aparecida en la editorial Random House y titulada La última puerta antes de la noche, está basada en un crimen real que sacudió Portugal. En ella, cinco hombres están unidos por un pacto criminal: todos ellos participaron en el secuestro y asesinato de un rico empresario, cuyo cuerpo hicieron desaparecer, disuelto con ácido sulfúrico, con la esperanza de que su crimen quedara impune. Como sucede en las novelas de este autor, en las que las voces se entremezclan formando un abigarrado tapiz indisoluble, cada uno de los protagonistas evoca el curso de los acontecimientos, multiplicando las digresiones sobre sus estados de ánimo, las mil y una miserias de la existencia y relatando recuerdos y obsesiones de la infancia. «Sin cuerpo no hay crimen», dice uno de los asesinos: a veces, sin embargo, la verdad logra salir a la superficie en las formas más insospechadas.

Una vez más, Lobo Antunes nos adentra en el hogar, en la infancia, en el cuerpo, en la rutina de los hombres, a través de su lenguaje, siempre esplendoroso, siempre poéticamente sombrío, de gran belleza, que hace resonar las voces entrelazadas de los vivos y los muertos y que se convierte en cada una de sus obras, no solo en esta, en una aventura intelectual y sensorial sin igual. El autor va tejiendo, y entremezclando sin cesar, el fluir ininterrumpido de los pensamientos de cada protagonista, a veces apenas retazos de palabras, de sueños, de pasado amalgamado con el presente, junto a otros minúsculos y parásitos soliloquios. Una grandiosa comedia humana, en definitiva, que va desde lo más emotivo y doloroso hasta lo más grotesco.

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