El Dolby Theatre se vistió de gala anoche para la 97ª edición de los Premios Oscar, y aunque la elegancia reinó en cada rincón —desde los trajes impecables hasta el decorado sobrio—, no faltaron momentos que dejaron al público con la boca abierta, las cejas alzadas y, en algunos casos, un bostezo mal disimulado. Fue una noche de sorpresas, discursos emotivos y algún que otro tropiezo, con Sean Baker y su Anora como los grandes triunfadores, un debutante Conan O’Brien que cumple, pero no enamora y un beso en la alfombra roja que nos hizo retroceder 22 años en el tiempo.
La velada arrancó con un toque clásico y angelino: un montaje en pantalla de películas icónicas de Hollywood —con sutiles guiños a los recientes incendios que han azotado la ciudad de Los Ángeles— dio paso a Ariana Grande, enfundada en un vestido rojo brillante, evocando las zapatillas de rubí de Dorothy de El mago de Oz. Su interpretación de Over the Rainbow fue un arranque de ensueño, y cuando Cynthia Erivo se unió con Home y ambas coronaron el momento con un dúo exquisito de Defying Gravity, el público ya estaba listo para una noche «mágica» —o al menos más guasona.
Entonces apareció el humorista Conan O’Brien, el nuevo maestro de ceremonias, emergiendo en un gag algo torpe como si fuera Demi Moore en La sustancia, y el tono cambió. Su monólogo, elegante, pero tibio, no levantó demasiadas risas. «Si vas a tuitear sobre la gala, me llamo Jimmy Kimmel», bromeó, saludándole a Karla Sofía Gascón. Las redes, sin embargo, no tardaron en encenderse cuando lanzó la segunda pullita a la actriz española: «Anora usa la palabra con f [f*ck] 479 veces, tres más que el récord del publicista de Karla». Un chiste que, digamos, no fue precisamente un touchdown.
Y hablando de la alfombra roja, ahí fue donde ocurrió el momento que todos comentaremos hasta el próximo año. Halle Berry y Adrien Brody, como si el tiempo no hubiera pasado desde aquel famoso beso espontáneo de 2003 –cuando Brody, recién oscarizado por El pianista, plantó un beso a Berry sin previo aviso– hoy diríamos, ‘se marcó un Rubiales’, decidieron repetir la jugada. Pero esta vez fue consensuado, amistoso y con un toque de humor, delante de la novia de Brody, que aplaudió entre risas. Berry, con esa mezcla de clase y picardía que la caracteriza, le besó. Fue un guiño nostálgico que desató aplausos y memes al instante, aunque algunos recordaron que aquel beso original hoy se ve con otros ojos en la era del consentimiento. Desde luego, hoy Brody estaría más que cancelado.
Mientras tanto, en el apartado de ganadores, Anora se convirtió en la reina indiscutible de la noche. La comedia dramática sobre una prostituta y un ruso excéntrico arrasó con cinco estatuillas: Mejor Guion Original, Mejor Montaje, Mejor Actriz para Mikey Madison, Mejor Director y el codiciado Mejor Película. Sean Baker, el cerebro que está detrás de esta película, empató el récord de Walt Disney con cuatro estatuillas en una sola noche. De hecho, superó el récord porque las suyas son para un mismo filme, un hito que dejó a todos boquiabiertos. Dedicó el de dirección a su madre, recordando que rodaron con un equipo de apenas 40 personas y un presupuesto de 6 millones de dólares. El cine independiente está más vivo que nunca, era el mensaje que lanzaba. La sorpresa fue que Demi Moore, favorita por La sustancia, se quedó sin su galardón, y Mikey Madison se alzó como la Cenicienta de la noche.
Pero no todo fueron risas y champagne. Uno de los puntos álgidos llegó con el Oscar a Mejor Documental para No Other Land, una obra cruda sobre el conflicto palestino-israelí en Cisjordania. El equipo de dirección está formado por dos palestinos, Adra y Hamdan Ballal, y dos israelíes, Abraham y Rachel Szor. «Espero que mi hija no tenga que vivir la misma vida que tengo que vivir hoy: bajo vigilancia, bajo ocupación. Llevamos viviendo décadas así y la situación persiste. Pedimos que acabe ya la limpieza étnica del pueblo palestino», dijo Adra. «Hicimos este documental israelíes y palestinos porque creemos que juntos somos más fuertes. La política exterior de este país [Estados Unidos] solo bloquea esta situación», añadió Abraham.
A pesar de una serie de honores y críticas muy favorables, ningún distribuidor quiso hacerse con esta película, lo que hizo casi imposible que los espectadores estadounidenses pudieran verla en los cines. El discurso, cargado de humanidad y un llamado a la paz, contrastó con la ligereza previa de la gala, que apenas tocó temas políticos —solo tres menciones en toda la noche, un récord de contención—. O’Brian se atrevió con un tímido «dos victorias para Anora, supongo que los americanos están felices de ver a alguien enfrentarse a un ruso poderoso», y la actriz Daryl Hannah soltó un «Slava Ucrania» [Gloria a Ucrania] al presentar un premio, pero poco más.
Otro momento para guardar en la memoria fue el triunfo de Zoe Saldaña como Mejor Actriz de Reparto por Emilia Pérez. Entre lágrimas y ovaciones, dedicó su premio a su madre y a su herencia dominicana: «Soy la primera norteamericana de origen dominicano en ganar, y sé que no seré la última. Soy una orgullosa hija de padres inmigrantes». Su emoción al hablar de su abuela y del orgullo de interpretar en español resonó en un Dolby Theatre que se puso en pie. Sin embargo, Emilia Pérez no tuvo más suerte: Karla Sofía Gascón, su protagonista, ni siquiera pisó la alfombra roja —para evitar el foco—, y la cinta se fue con solo dos premios, incluida Mejor Canción Original para El mal, que dejó a Elton John con las manos vacías. Mick Jagger, —otra sorpresa de la noche— que presentó el galardón, bromeó: «Bob Dylan dijo que no quería venir, así que me tocó a mí».
La gala tuvo sus altibajos. Los homenajes fueron un vaivén: desde un monótono tributo a James Bond, con Doja Cat y Raye cantando temas de 007 que dejaron a todos preguntándose ‘¿y esto qué pinta aquí?’. Jeff Bezos se cuela en los Oscar tras comprar la franquicia de James Bond por 1.000 millones. Para honrar el legado de los productores Barbara Broccoli y Michael G. Wilson, los organizadores montaron un homenaje al James Bond con el que hemos crecido. Entendible, aunque algo fuera de lugar, sabiendo que nada tiene que ver James Bond con las películas nominadas. Hubo también un emocionante recuerdo a Quincy Jones, con Queen Latifah cantando Ease on Down the Road, y un In Memoriam que arrancó lágrimas con Morgan Freeman homenajeando a Gene Hackman. Los bomberos de Los Ángeles, héroes de los incendios recientes, también se llevaron una ovación de pie. Y Adrien Brody, cómo no, cerró su noche personal con un segundo Oscar a Mejor Actor, demostrando que sigue en forma.
La 97ª edición de los Oscar fue una velada pulida y predecible, con Anora reinando como la cenicienta indie y Conan O’Brien sirviendo un humor tan suave como un Cosmopolitan sin vodka, pilotando el asunto como si leyera el manual de un microondas. Entre el beso retro de Berry y Brody, las lágrimas sentidas de Saldaña y un documental que golpeó como un trueno en un día despejado, hubo destellos de grandeza, pero la noche se sintió como una fiesta que termina justo cuando empieza a animarse. La Academia, en su afán de mantener todo impecable y sin aristas, entregó una gala que parece más un escaparate de cortesía que un homenaje al cine vivo. Ese que ha triunfado una vez más, que late con nervio y verdad. Un cine cada vez más tejido por las voces independientes, lejos de los focos millonarios.
El Dolby Theatre se vistió de gala anoche para la 97ª edición de los Premios Oscar, y aunque la elegancia reinó en cada rincón —desde los
El Dolby Theatre se vistió de gala anoche para la 97ª edición de los Premios Oscar, y aunque la elegancia reinó en cada rincón —desde los trajes impecables hasta el decorado sobrio—, no faltaron momentos que dejaron al público con la boca abierta, las cejas alzadas y, en algunos casos, un bostezo mal disimulado. Fue una noche de sorpresas, discursos emotivos y algún que otro tropiezo, con Sean Baker y su Anora como los grandes triunfadores, un debutante Conan O’Brien que cumple, pero no enamora y un beso en la alfombra roja que nos hizo retroceder 22 años en el tiempo.
La velada arrancó con un toque clásico y angelino: un montaje en pantalla de películas icónicas de Hollywood —con sutiles guiños a los recientes incendios que han azotado la ciudad de Los Ángeles— dio paso a Ariana Grande, enfundada en un vestido rojo brillante, evocando las zapatillas de rubí de Dorothy de El mago de Oz. Su interpretación de Over the Rainbow fue un arranque de ensueño, y cuando Cynthia Erivo se unió con Home y ambas coronaron el momento con un dúo exquisito de Defying Gravity, el público ya estaba listo para una noche «mágica» —o al menos más guasona.
Entonces apareció el humorista Conan O’Brien, el nuevo maestro de ceremonias, emergiendo en un gag algo torpe como si fuera Demi Moore en La sustancia, y el tono cambió. Su monólogo, elegante, pero tibio, no levantó demasiadas risas. «Si vas a tuitear sobre la gala, me llamo Jimmy Kimmel», bromeó, saludándole a Karla Sofía Gascón. Las redes, sin embargo, no tardaron en encenderse cuando lanzó la segunda pullita a la actriz española: «Anora usa la palabra con f [f*ck] 479 veces, tres más que el récord del publicista de Karla». Un chiste que, digamos, no fue precisamente un touchdown.
Y hablando de la alfombra roja, ahí fue donde ocurrió el momento que todos comentaremos hasta el próximo año. Halle Berry y Adrien Brody, como si el tiempo no hubiera pasado desde aquel famoso beso espontáneo de 2003 –cuando Brody, recién oscarizado por El pianista, plantó un beso a Berry sin previo aviso– hoy diríamos, ‘se marcó un Rubiales’, decidieron repetir la jugada. Pero esta vez fue consensuado, amistoso y con un toque de humor, delante de la novia de Brody, que aplaudió entre risas. Berry, con esa mezcla de clase y picardía que la caracteriza, le besó. Fue un guiño nostálgico que desató aplausos y memes al instante, aunque algunos recordaron que aquel beso original hoy se ve con otros ojos en la era del consentimiento. Desde luego, hoy Brody estaría más que cancelado.
Mientras tanto, en el apartado de ganadores, Anora se convirtió en la reina indiscutible de la noche. La comedia dramática sobre una prostituta y un ruso excéntrico arrasó con cinco estatuillas: Mejor Guion Original, Mejor Montaje, Mejor Actriz para Mikey Madison, Mejor Director y el codiciado Mejor Película. Sean Baker, el cerebro que está detrás de esta película, empató el récord de Walt Disney con cuatro estatuillas en una sola noche. De hecho, superó el récord porque las suyas son para un mismo filme, un hito que dejó a todos boquiabiertos. Dedicó el de dirección a su madre, recordando que rodaron con un equipo de apenas 40 personas y un presupuesto de 6 millones de dólares. El cine independiente está más vivo que nunca, era el mensaje que lanzaba. La sorpresa fue que Demi Moore, favorita por La sustancia, se quedó sin su galardón, y Mikey Madison se alzó como la Cenicienta de la noche.
Pero no todo fueron risas y champagne. Uno de los puntos álgidos llegó con el Oscar a Mejor Documental para No Other Land, una obra cruda sobre el conflicto palestino-israelí en Cisjordania. El equipo de dirección está formado por dos palestinos, Adra y Hamdan Ballal, y dos israelíes, Abraham y Rachel Szor. «Espero que mi hija no tenga que vivir la misma vida que tengo que vivir hoy: bajo vigilancia, bajo ocupación. Llevamos viviendo décadas así y la situación persiste. Pedimos que acabe ya la limpieza étnica del pueblo palestino», dijo Adra. «Hicimos este documental israelíes y palestinos porque creemos que juntos somos más fuertes. La política exterior de este país [Estados Unidos] solo bloquea esta situación», añadió Abraham.
A pesar de una serie de honores y críticas muy favorables, ningún distribuidor quiso hacerse con esta película, lo que hizo casi imposible que los espectadores estadounidenses pudieran verla en los cines. El discurso, cargado de humanidad y un llamado a la paz, contrastó con la ligereza previa de la gala, que apenas tocó temas políticos —solo tres menciones en toda la noche, un récord de contención—. O’Brian se atrevió con un tímido «dos victorias para Anora, supongo que los americanos están felices de ver a alguien enfrentarse a un ruso poderoso», y la actriz Daryl Hannah soltó un «Slava Ucrania» [Gloria a Ucrania] al presentar un premio, pero poco más.
Otro momento para guardar en la memoria fue el triunfo de Zoe Saldaña como Mejor Actriz de Reparto por Emilia Pérez. Entre lágrimas y ovaciones, dedicó su premio a su madre y a su herencia dominicana: «Soy la primera norteamericana de origen dominicano en ganar, y sé que no seré la última. Soy una orgullosa hija de padres inmigrantes». Su emoción al hablar de su abuela y del orgullo de interpretar en español resonó en un Dolby Theatre que se puso en pie. Sin embargo, Emilia Pérez no tuvo más suerte: Karla Sofía Gascón, su protagonista, ni siquiera pisó la alfombra roja —para evitar el foco—, y la cinta se fue con solo dos premios, incluida Mejor Canción Original para El mal, que dejó a Elton John con las manos vacías. Mick Jagger, —otra sorpresa de la noche— que presentó el galardón, bromeó: «Bob Dylan dijo que no quería venir, así que me tocó a mí».
La gala tuvo sus altibajos. Los homenajes fueron un vaivén: desde un monótono tributo a James Bond, con Doja Cat y Raye cantando temas de 007 que dejaron a todos preguntándose ‘¿y esto qué pinta aquí?’. Jeff Bezos se cuela en los Oscar tras comprar la franquicia de James Bond por 1.000 millones. Para honrar el legado de los productores Barbara Broccoli y Michael G. Wilson, los organizadores montaron un homenaje al James Bond con el que hemos crecido. Entendible, aunque algo fuera de lugar, sabiendo que nada tiene que ver James Bond con las películas nominadas. Hubo también un emocionante recuerdo a Quincy Jones, con Queen Latifah cantando Ease on Down the Road, y un In Memoriam que arrancó lágrimas con Morgan Freeman homenajeando a Gene Hackman. Los bomberos de Los Ángeles, héroes de los incendios recientes, también se llevaron una ovación de pie. Y Adrien Brody, cómo no, cerró su noche personal con un segundo Oscar a Mejor Actor, demostrando que sigue en forma.
La 97ª edición de los Oscar fue una velada pulida y predecible, con Anora reinando como la cenicienta indie y Conan O’Brien sirviendo un humor tan suave como un Cosmopolitan sin vodka, pilotando el asunto como si leyera el manual de un microondas. Entre el beso retro de Berry y Brody, las lágrimas sentidas de Saldaña y un documental que golpeó como un trueno en un día despejado, hubo destellos de grandeza, pero la noche se sintió como una fiesta que termina justo cuando empieza a animarse. La Academia, en su afán de mantener todo impecable y sin aristas, entregó una gala que parece más un escaparate de cortesía que un homenaje al cine vivo. Ese que ha triunfado una vez más, que late con nervio y verdad. Un cine cada vez más tejido por las voces independientes, lejos de los focos millonarios.
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