Andrés Neuman y la increíble historia de la mujer-diccionario

María Moliner (Zaragoza, 1900-Madrid, 1981) es una heroína de proporciones hercúleas con una historia fascinante soslayada por buena parte de la intelligentsia española. Ha tenido que venir Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) a pasarnos su deslumbramiento a través de una novela con mucha documentación y, sobre todo, más verdad que cualquier biografía al uso. Hasta que empieza a brillar (Alfaguara) cuenta la vida de María (después de leer este libro la confianza se impone) al hilo de su obra cumbre: el Diccionario de uso del español es ella y viceversa. Un monumento que esconde mucho más que su obvia genialidad filológica, escrito a pulmón en pleno franquismo por una mujer republicana rodeada de hijos y nietos. Una épica entrañable y definitiva. 

Neuman es un tipo más que reconocido en todos los palos de la escritura, especialmente la poesía y la narrativa. Pero para explicar este libro nos habla de otra faceta menos conocida. «Mi amistad con el diccionario se remonta a hace más de 20 años, cuando me inscribí en Filología. Tuve, como tantísima gente dentro y fuera de la universidad, un deslumbramiento con el diccionario». Su curiosidad de narrador en ciernes se quedó enganchado, además, «del cómo y el porqué de la idea de escribir un diccionario tan hermoso, exacto y atrevido». De ahí surgió la curiosidad más específica por su relación con la vida de María. «De hecho, el diccionario se conoce habitualmente por el nombre de su autora». 

En una nota al final del libro, Neuman aclara que se trata «una obra de ficción basada en vidas reales: investigamos para ganarnos el derecho a inventar». Para empezar, se compró una primera edición de los dos tomos del diccionario, la de los años 1966-67, en una librería de viejo. Después tuvo la «idea un poco perversa» de hacerse con el de la RAE que manejó María Moliner: «No el que está ahora online, pasado por los tamices y las correcciones políticas del siglo XXI, sino el crudo y duro que se publicó en mitad del franquismo, la edición de 1956». En la novela, la RAE de la época ejerce de curioso (y a veces ridículo, hasta lo desternillante) villano, con su machista conservadurismo que Neuman matiza.  

Empezó a leer ambos diccionarios en paralelo mientras comenzaba a documentarse sobre la vida de María. De esta última tarea le queda el «asombro que se sepa tan poco –yo mismo participaba de esa ignorancia– de alguien que debería ser un icono español tan divulgado y popular como Inés de la Cruz en México». Hasta que empieza a brillar da cuenta, por ejemplo, de su inmensa labor en la implantación de redes de bibliotecas durante la República, pero también de la niña que jugaba a reordenar las cosas y saborear las palabras. «En su vida hay muchos episodios que la conducen a escribir el diccionario ya en su madurez». 

Otro aspecto de su personalidad quizá explique esa extraña falta de reconocimiento: «No era neutral políticamente, pero tampoco doctrinaria ni sectaria. Estaba cultural y efectivamente del lado de la República, pero no como una mujer de carnet que milita en un partido. En ese sentido, estaba mucho más cerca de Lorca que de Alberti. Tras la guerra la represaliaron, bajándola 18 escalafones en una carrera en la que llevaba 20 años, y lo máximo que consiguió después fue la dirección de la biblioteca de la Escuela de Ingenieros Industriales. Fue una superviviente que tuvo que navegar en aguas difíciles, el suyo no es fácilmente asimilable a un relato maniqueo». 

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Andrés Neuman
Hasta que empieza a brillar

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Relación con Dámaso Alonso

Y eso en España no se perdona. Neuman pone el ejemplo de su amistad con Dámaso Alonso, que adquiere una importancia estructural en la novela: un encuentro ficcionado entre los dos puntúa las diferentes partes de la novela. «Dámaso es un personaje de enorme complejidad. Por un lado, la mayoría de los poetas de su generación fueron eliminados, fusilados como su queridísimo amigo Federico o en el exilio, y él siguió viviendo muy bien durante el franquismo, adquiriendo un gran y merecido prestigio como filólogo y poeta, pero sin hacer nunca declaraciones molestas ni cuestionar demasiado al régimen. Sin embargo, si leemos Hijos de la Ira…» 

Neuman se detiene un momento antes de lanzarse definitivamente al meollo del asunto: «Yo odio las etiquetas, porque fingen cerrar los debates antes de abrirlos: tú eres esto, tú eres lo otro. ¿Quién era Dámaso Alonso? Un hombre sumamente complejo en lo emocional y en lo político. Y su posición con respecto a María también lo fue: era su amigo ya desde la República y también director de la RAE, la institución que la rechazó, pero la siguió apoyando y finalmente el diccionario se publicó gracias a su iniciativa como editor». 

La novela adquiere un aire de thriller cuando se plantea la posibilidad de que María, aupada inopinadamente a la fama por el diccionario, ingrese en la RAE. Otra vez alérgico a los maniqueísmos, Neuman explica que «en la Academia había varias corrientes y batallas internas, como las ha habido desde su origen. Había quienes la detestaban y también quienes se sentían genuinamente amenazados precisamente porque habían leído lo suficientemente bien el diccionario». 

En Hasta que empieza a brillar, las peripecias más significativas de la vida y el carácter de María aparecen subrayadas por entradas de su diccionario. Al principio del todo reina una acepción de la palabra «contestar» que consta ácidamente como «usual, pero no incluida en el diccionario de la Real Academia Española». La definición es la siguiente: «Oponer alguien objeciones o inconvenientes a lo que se le manda o indica». Y atención al ejemplo: «Haz lo que te dicen y no contesten». 

María Moliner durante su juventud.

Ética y precisión verbal

María era (y es y será) un personaje incómodo porque para ella el lenguaje está vivo, y eso implica una responsabilidad. Dice el narrador de la novela: «Entre las poquitas certezas que a su edad le iban quedando, una era justo esa: los vínculos entre ética y precisión verbal. Alguna gente escribía, pero todo el mundo hablaba. Hablar era la obra. Nuestra obra. Una radicalmente colectiva, al margen de quién tomase la palabra. Igual que un diccionario».

Las toneladas de sentido común de María amenazaban con enterrar a los envarados académicos de la época. Un sentido común que aplicaba también a su feminismo, a distancia sideral de ciertos histerismos woke y compatible con un amor a la familia que refleja la dedicatoria del diccionario: «A mi marido y a nuestros hijos les dedico esta obra terminada en restitución de la atención que por ella les he robado». 

La primera parte de la novela bucea en la forja de ese carácter. Su padre abandonó a la familia y María tuvo que ponerse a trabajar a los 12 años y desapareció en Buenos Aires (la ciudad en la que vivió Neuman hasta los 11 años, cuando se instaló en España). «María trabajó 58 años, hasta los 70 y se autofinanció los estudios durante buena parte de la infancia». Después «alcanzó un pasar económico relativamente cómodo al unir su sueldo de funcionaria de alto rango con la de su marido catedrático», pero la novela describe los esfuerzos que hoy llamaríamos de conciliación como madre de cuatro hijos y abuela de un buen puñado de nietos. Uno de los momentos culminantes de la narración fantasea con el momento en que por primera vez «María sostuvo un ejemplar del primer tomo: pesaba medio niño». Algo muy verdadero late en esa frase.

Neuman lo tiene claro: «María es la historia de España y la literatura española. Por eso intenté darle un tono suavemente picaresco, en el sentido de buscarse la vida. Sobre todo al relato de su infancia, pero se le puede aplicar a toda su vida eso de hacer de la necesidad virtud. Si tenía que escribir el diccionario rodeada de nietos, aprovechaba para que informaran de las últimas novedades del lenguaje. Y la palabra bikini, por ejemplo, la introdujo por su hija: ella no se hubiera puesto uno ni loca». 

Neuman dedica el libro a sus padres, pero también, y antes que a nadie, a sus abuelas. De su abuela Blanca recuerda especialmente que, «como creo que le pasaba a la madre de María Moliner, tenía un respeto reverencial por la alfabetización y por la educación porque recordaba lo que costaron. Hubo un par de generaciones que, justo por eso, le daban un valor a la palabra que hoy damos por sentada».

 María Moliner (Zaragoza, 1900-Madrid, 1981) es una heroína de proporciones hercúleas con una historia fascinante soslayada por buena parte de la intelligentsia española. Ha tenido que  

María Moliner (Zaragoza, 1900-Madrid, 1981) es una heroína de proporciones hercúleas con una historia fascinante soslayada por buena parte de la intelligentsia española. Ha tenido que venir Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) a pasarnos su deslumbramiento a través de una novela con mucha documentación y, sobre todo, más verdad que cualquier biografía al uso. Hasta que empieza a brillar(Alfaguara) cuenta la vida de María (después de leer este libro la confianza se impone) al hilo de su obra cumbre: el Diccionario de uso del español es ella y viceversa. Un monumento que esconde mucho más que su obvia genialidad filológica, escrito a pulmón en pleno franquismo por una mujer republicana rodeada de hijos y nietos. Una épica entrañable y definitiva. 

Neuman es un tipo más que reconocido en todos los palos de la escritura, especialmente la poesía y la narrativa. Pero para explicar este libro nos habla de otra faceta menos conocida. «Mi amistad con el diccionario se remonta a hace más de 20 años, cuando me inscribí en Filología. Tuve, como tantísima gente dentro y fuera de la universidad, un deslumbramiento con el diccionario». Su curiosidad de narrador en ciernes se quedó enganchado, además, «del cómo y el porqué de la idea de escribir un diccionario tan hermoso, exacto y atrevido». De ahí surgió la curiosidad más específica por su relación con la vida de María. «De hecho, el diccionario se conoce habitualmente por el nombre de su autora». 

En una nota al final del libro, Neuman aclara que se trata «una obra de ficción basada en vidas reales: investigamos para ganarnos el derecho a inventar». Para empezar, se compró una primera edición de los dos tomos del diccionario, la de los años 1966-67, en una librería de viejo. Después tuvo la «idea un poco perversa» de hacerse con el de la RAE que manejó María Moliner: «No el que está ahora online, pasado por los tamices y las correcciones políticas del siglo XXI, sino el crudo y duro que se publicó en mitad del franquismo, la edición de 1956». En la novela, la RAE de la época ejerce de curioso (y a veces ridículo, hasta lo desternillante) villano, con su machista conservadurismo que Neuman matiza.  

Empezó a leer ambos diccionarios en paralelo mientras comenzaba a documentarse sobre la vida de María. De esta última tarea le queda el «asombro que se sepa tan poco –yo mismo participaba de esa ignorancia– de alguien que debería ser un icono español tan divulgado y popular como Inés de la Cruz en México». Hasta que empieza a brillar da cuenta, por ejemplo, de su inmensa labor en la implantación de redes de bibliotecas durante la República, pero también de la niña que jugaba a reordenar las cosas y saborear las palabras. «En su vida hay muchos episodios que la conducen a escribir el diccionario ya en su madurez». 

Otro aspecto de su personalidad quizá explique esa extraña falta de reconocimiento: «No era neutral políticamente, pero tampoco doctrinaria ni sectaria. Estaba cultural y efectivamente del lado de la República, pero no como una mujer de carnet que milita en un partido. En ese sentido, estaba mucho más cerca de Lorca que de Alberti. Tras la guerra la represaliaron, bajándola 18 escalafones en una carrera en la que llevaba 20 años, y lo máximo que consiguió después fue la dirección de la biblioteca de la Escuela de Ingenieros Industriales. Fue una superviviente que tuvo que navegar en aguas difíciles, el suyo no es fácilmente asimilable a un relato maniqueo». 

Y eso en España no se perdona. Neuman pone el ejemplo de su amistad con Dámaso Alonso, que adquiere una importancia estructural en la novela: un encuentro ficcionado entre los dos puntúa las diferentes partes de la novela. «Dámaso es un personaje de enorme complejidad. Por un lado, la mayoría de los poetas de su generación fueron eliminados, fusilados como su queridísimo amigo Federico o en el exilio, y él siguió viviendo muy bien durante el franquismo, adquiriendo un gran y merecido prestigio como filólogo y poeta, pero sin hacer nunca declaraciones molestas ni cuestionar demasiado al régimen. Sin embargo, si leemos Hijos de la Ira…» 

Neuman se detiene un momento antes de lanzarse definitivamente al meollo del asunto: «Yo odio las etiquetas, porque fingen cerrar los debates antes de abrirlos: tú eres esto, tú eres lo otro. ¿Quién era Dámaso Alonso? Un hombre sumamente complejo en lo emocional y en lo político. Y su posición con respecto a María también lo fue: era su amigo ya desde la República y también director de la RAE, la institución que la rechazó, pero la siguió apoyando y finalmente el diccionario se publicó gracias a su iniciativa como editor». 

La novela adquiere un aire de thriller cuando se plantea la posibilidad de que María, aupada inopinadamente a la fama por el diccionario, ingrese en la RAE. Otra vez alérgico a los maniqueísmos, Neuman explica que «en la Academia había varias corrientes y batallas internas, como las ha habido desde su origen. Había quienes la detestaban y también quienes se sentían genuinamente amenazados precisamente porque habían leído lo suficientemente bien el diccionario». 

En Hasta que empieza a brillar, las peripecias más significativas de la vida y el carácter de María aparecen subrayadas por entradas de su diccionario. Al principio del todo reina una acepción de la palabra «contestar» que consta ácidamente como «usual, pero no incluida en el diccionario de la Real Academia Española». La definición es la siguiente: «Oponer alguien objeciones o inconvenientes a lo que se le manda o indica». Y atención al ejemplo: «Haz lo que te dicen y no contesten». 

María Moliner durante su juventud.

María era (y es y será) un personaje incómodo porque para ella el lenguaje está vivo, y eso implica una responsabilidad. Dice el narrador de la novela: «Entre las poquitas certezas que a su edad le iban quedando, una era justo esa: los vínculos entre ética y precisión verbal. Alguna gente escribía, pero todo el mundo hablaba. Hablar era la obra. Nuestra obra. Una radicalmente colectiva, al margen de quién tomase la palabra. Igual que un diccionario».

Las toneladas de sentido común de María amenazaban con enterrar a los envarados académicos de la época. Un sentido común que aplicaba también a su feminismo, a distancia sideral de ciertos histerismos woke y compatible con un amor a la familia que refleja la dedicatoria del diccionario: «A mi marido y a nuestros hijos les dedico esta obra terminada en restitución de la atención que por ella les he robado». 

La primera parte de la novela bucea en la forja de ese carácter. Su padre abandonó a la familia y María tuvo que ponerse a trabajar a los 12 años y desapareció en Buenos Aires (la ciudad en la que vivió Neuman hasta los 11 años, cuando se instaló en España). «María trabajó 58 años, hasta los 70 y se autofinanció los estudios durante buena parte de la infancia». Después «alcanzó un pasar económico relativamente cómodo al unir su sueldo de funcionaria de alto rango con la de su marido catedrático», pero la novela describe los esfuerzos que hoy llamaríamos de conciliación como madre de cuatro hijos y abuela de un buen puñado de nietos. Uno de los momentos culminantes de la narración fantasea con el momento en que por primera vez «María sostuvo un ejemplar del primer tomo: pesaba medio niño». Algo muy verdadero late en esa frase.

Neuman lo tiene claro: «María es la historia de España y la literatura española. Por eso intenté darle un tono suavemente picaresco, en el sentido de buscarse la vida. Sobre todo al relato de su infancia, pero se le puede aplicar a toda su vida eso de hacer de la necesidad virtud. Si tenía que escribir el diccionario rodeada de nietos, aprovechaba para que informaran de las últimas novedades del lenguaje. Y la palabra bikini, por ejemplo, la introdujo por su hija: ella no se hubiera puesto uno ni loca». 

Neuman dedica el libro a sus padres, pero también, y antes que a nadie, a sus abuelas. De su abuela Blanca recuerda especialmente que, «como creo que le pasaba a la madre de María Moliner, tenía un respeto reverencial por la alfabetización y por la educación porque recordaba lo que costaron. Hubo un par de generaciones que, justo por eso, le daban un valor a la palabra que hoy damos por sentada».

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