Se podría decir que la lección más sensata (y profunda, clara y limpia) que se puede sacar de las columnas que Alberto Olmos recoge en Tardes tontas con la chica que te gusta (Círculo de Tiza, 2025) viene, paradójicamente, de la tradición del romanticismo; esto es, un impulso que nos invita a descubrir de verdad lo que queremos ser, lo que queremos hacer con nuestras vidas. Dicho en otros términos: ser capaces de acortar la separación entre lo que somos y lo que queremos ser.
De ahí que, de manera muy acertada, se haya dado título a este libro con una briosa, juvenilmente esperanzadora y razonablemente pizpireta (pop, pues, pero pop de los noventa) imagen liviana, juvenil, inconclusa y vital. Porque eso es un poco lo que encontrará el lector de este libro imprevisto, «descubierto», afirma su autor en el postfacio final: un libro «escrito sino por casualidad. Como quien iba metiendo monedas en una hucha y, al romperla, encuentra una fortuna». Y es verdad que así se sentirá también el lector de este libro: afortunado. Pues es, en cierto sentido, este libro una buenaventura del futuro inmediato (que se disfraza de presente), no una brújula moral (signifique esto lo que signifique), sino un almanaque para las gentes de bien que no han perdido la sonrisa candorosa de una mañana soleada de primavera.
Sucede que Alberto Olmos lleva unos cuantos años escribiendo sobre los hijos y la paternidad, sobre el amor y sus consecuencias (las rupturas, los divorciados con hijos), pero también sobre el cuerpo (y sus corolarios: la belleza, el dinero), y era razonable que, de todo ello, surgiese una suerte de novela en capítulos, un diario en columnas, postales vitalistas de una vida siempre en marcha. Y es que no son estas columnas (y menos aún el racimo de todas ellas) una cápsula del tiempo, sino reflexiones con fondo literario que toman el presente como excusa, casi sin querer, porque no queda otra y es lo que nos ha tocado vivir.
Tardes tontas con la chica que te gusta reúne las columnas del escritor segoviano afincado en Madrid publicadas en El Confidencial, Zenda y en THE OBJECTIVE, y como ya sabrán los lectores de nuestro periódico, se gasta Olmos un estilo rico en lítotes, irónico, sumamente crítico y reflexivo. Todo ello para acabar explotando sus párrafos en cargas de profundidad, y la columna que brinca ahíto el sentido común, atónito frente a las sinvergonzonerías de nuestro tiempo (que son muchas y múltiples, como todo lector de este periódico ya sabe, conoce, intuye y sufre) y dice uno: oh!
Pues lo importante de Olmos es que no busca adhesión, sino la simpatía, en un sentido empático, que tiene que ver con buscar coaliciones con el lector para construir de forma conjunta una idea de sociedad y una forma de promover también los bienes comunes (aunque, a veces, la apariencia de estos reclamos sea la de la confrontación o la del apotegma). Así, es Olmos sentencioso de manera regular cuando desmonta tópicos, arremete contra los clichés, dinamita las paradojas de nuestro tiempo y nos anima a no dejarnos influenciar por las tonterías que nos dicen los vende humos de turno, las manipulaciones infantiles del gobierno o los titulares tendenciosos de ciertos medios.
Humor y deseo
Tardes tontas con la chica que te gusta mezcla las reflexiones sobre este presente que se nos diluye entre las manos con series, películas y libros, o sea con productos culturales (de ahora y de antes) y se divide en cuatro partes: Los cuerpos, El amor, Los hijos y El divorcio (se van a reír con esta parte, se lo aseguro). Y es que, claro, los lenguajes del amor contemporáneo le llevan a Olmos inevitablemente a recalcar el gran suplicio del hombre actual: el deseo (qué hacer, cómo lidiar, entender y santificar ese deseo que hoy día se halla perseguido desde múltiples frentes).
Y de ahí es inevitable que nos vayamos a los cuerpos, a la intimidad, el erotismo (y su relación con el poder), la belleza (y la cantidad de tonterías que hacen los hombres sólo porque una chica es guapa), Instagram, la fama y el dinero; ah, y los tatuajes («a partir del quinto tatuaje –nos dice Olmos–, una persona me parece irreparablemente antierótica». ¡Chapó!). Esto es: a la inane elegancia de la superficialidad (y el mucho trabajo que implica conseguirlo) y el packaging afectivo donde se quiere que hoy recluyamos al amor. El dolor, pues, de recordar aquel momento de la juventud en el que sencillamente «nos gustaban las chicas». Y una adenda, en palabras del propio Olmos: «Si les soy sincero, yo nunca entendí por qué los hombres teníamos que hacer reír a las mujeres en los años noventa, y no al revés», nos dice en el prólogo del libro. Yo tampoco lo entiendo.
En definitiva, encontrará lector en este libro un ejercicio sincero, casi elegíaco de algo tan sencillo como tratar de ser normal, de lidiar en estos tiempos tan idiotas con algo tan elemental y obvio (y deseable) como eso, ser puramente normal, algo tan mondo y lirondo como pretender que nos quieran, como poder desear sin tener que sentir culpa, de poder ser la persona importante de otra (de entre las cinco o seis que esta nunca olvida), de tener compañía, de reclamar algo tan ingenuo y necesario como tener a alguien a nuestro lado que nos vea vivir y, así, nos ayude también a vivir. Tan poco y tan mucho.
Se podría decir que la lección más sensata (y profunda, clara y limpia) que se puede sacar de las columnas que Alberto Olmos recoge en Tardes
Se podría decir que la lección más sensata (y profunda, clara y limpia) que se puede sacar de las columnas que Alberto Olmos recoge en Tardes tontas con la chica que te gusta (Círculo de Tiza, 2025) viene, paradójicamente, de la tradición del romanticismo; esto es, un impulso que nos invita a descubrir de verdad lo que queremos ser, lo que queremos hacer con nuestras vidas. Dicho en otros términos: ser capaces de acortar la separación entre lo que somos y lo que queremos ser.
De ahí que, de manera muy acertada, se haya dado título a este libro con una briosa, juvenilmente esperanzadora y razonablemente pizpireta (pop, pues, pero pop de los noventa) imagen liviana, juvenil, inconclusa y vital. Porque eso es un poco lo que encontrará el lector de este libro imprevisto, «descubierto», afirma su autor en el postfacio final: un libro «escrito sino por casualidad. Como quien iba metiendo monedas en una hucha y, al romperla, encuentra una fortuna». Y es verdad que así se sentirá también el lector de este libro: afortunado. Pues es, en cierto sentido, este libro una buenaventura del futuro inmediato (que se disfraza de presente), no una brújula moral (signifique esto lo que signifique), sino un almanaque para las gentes de bien que no han perdido la sonrisa candorosa de una mañana soleada de primavera.
Sucede que Alberto Olmos lleva unos cuantos años escribiendo sobre los hijos y la paternidad, sobre el amor y sus consecuencias (las rupturas, los divorciados con hijos), pero también sobre el cuerpo (y sus corolarios: la belleza, el dinero), y era razonable que, de todo ello, surgiese una suerte de novela en capítulos, un diario en columnas, postales vitalistas de una vida siempre en marcha. Y es que no son estas columnas (y menos aún el racimo de todas ellas) una cápsula del tiempo, sino reflexiones con fondo literario que toman el presente como excusa, casi sin querer, porque no queda otra y es lo que nos ha tocado vivir.
Tardes tontas con la chica que te gusta reúne las columnas del escritor segoviano afincado en Madrid publicadas en El Confidencial, Zenda y en THE OBJECTIVE, y como ya sabrán los lectores de nuestro periódico, se gasta Olmos un estilo rico en lítotes, irónico, sumamente crítico y reflexivo. Todo ello para acabar explotando sus párrafos en cargas de profundidad, y la columna que brinca ahíto el sentido común, atónito frente a las sinvergonzonerías de nuestro tiempo (que son muchas y múltiples, como todo lector de este periódico ya sabe, conoce, intuye y sufre) y dice uno: oh!
Pues lo importante de Olmos es que no busca adhesión, sino la simpatía, en un sentido empático, que tiene que ver con buscar coaliciones con el lector para construir de forma conjunta una idea de sociedad y una forma de promover también los bienes comunes (aunque, a veces, la apariencia de estos reclamos sea la de la confrontación o la del apotegma). Así, es Olmos sentencioso de manera regular cuando desmonta tópicos, arremete contra los clichés, dinamita las paradojas de nuestro tiempo y nos anima a no dejarnos influenciar por las tonterías que nos dicen los vende humos de turno, las manipulaciones infantiles del gobierno o los titulares tendenciosos de ciertos medios.
Tardes tontas con la chica que te gusta mezcla las reflexiones sobre este presente que se nos diluye entre las manos con series, películas y libros, o sea con productos culturales (de ahora y de antes) y se divide en cuatro partes: Los cuerpos, El amor, Los hijos y El divorcio (se van a reír con esta parte, se lo aseguro). Y es que, claro, los lenguajes del amor contemporáneo le llevan a Olmos inevitablemente a recalcar el gran suplicio del hombre actual: el deseo (qué hacer, cómo lidiar, entender y santificar ese deseo que hoy día se halla perseguido desde múltiples frentes).
Y de ahí es inevitable que nos vayamos a los cuerpos, a la intimidad, el erotismo (y su relación con el poder), la belleza (y la cantidad de tonterías que hacen los hombres sólo porque una chica es guapa), Instagram, la fama y el dinero; ah, y los tatuajes («a partir del quinto tatuaje –nos dice Olmos–, una persona me parece irreparablemente antierótica». ¡Chapó!). Esto es: a la inane elegancia de la superficialidad (y el mucho trabajo que implica conseguirlo) y el packaging afectivo donde se quiere que hoy recluyamos al amor. El dolor, pues, de recordar aquel momento de la juventud en el que sencillamente «nos gustaban las chicas». Y una adenda, en palabras del propio Olmos: «Si les soy sincero, yo nunca entendí por qué los hombres teníamos que hacer reír a las mujeres en los años noventa, y no al revés», nos dice en el prólogo del libro. Yo tampoco lo entiendo.
En definitiva, encontrará lector en este libro un ejercicio sincero, casi elegíaco de algo tan sencillo como tratar de ser normal, de lidiar en estos tiempos tan idiotas con algo tan elemental y obvio (y deseable) como eso, ser puramente normal, algo tan mondo y lirondo como pretender que nos quieran, como poder desear sin tener que sentir culpa, de poder ser la persona importante de otra (de entre las cinco o seis que esta nunca olvida), de tener compañía, de reclamar algo tan ingenuo y necesario como tener a alguien a nuestro lado que nos vea vivir y, así, nos ayude también a vivir. Tan poco y tan mucho.
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