‘A song for Europe’

«Aquí sentado, en este café vacío, pienso en ti y recuerdo todos esos momentos de mareante asombro, que nunca más volveremos a encontrar… Junto al Sena, Notre Dame proyecta su sombra solitaria, y ahora sólo queda la tristeza…» Estoy citando una canción de Brian Ferry, cuando era el cantante de Roxy Music. Se titula A song for Europe, está escrita en inglés, en francés y en latín. En mi época estudiantil, estuve viendo en directo a Roxy Music en París y, como cabía esperar, llegó el momento estelar de A song for Europe, que Ferry interpretó de forma majestuosa, en el clímax de su actuación. La gente se emocionaba mucho con la canción, pues tocaba una fibra inesperada: hablaba de un lugar en el que nos reconocíamos todos, sugería una utopía que la voz de la canción situaba en el pasado y nunca en el futuro, redundando en un lugar común sobre Europa que empieza con el mito del viejo continente. Da mala suerte considerarse el viejo continente y en estos tiempos de odio a la vejez te coloca en situación de inferioridad. Además es una falsedad manifiesta: hay culturas en Asia más antiguas que la nuestra y tienen ahora mismo una vitalidad monstruosa y están dispuestas a comerse el mundo como ocurre con China.

Estuve por primera vez en China a mediados de los 90 y todavía olía a maoísmo. Los obreros iban en bicicleta y los niños de los pueblos salían a recibirte y seguían tu automóvil dando gritos de júbilo, como hacían en España los niños de posguerra. Había mucho retraso, cierto, pero al mismo tiempo percibías en los pueblos y las ciudades una vitalidad arrolladora, una fuerza descomunal, y sabías que cuando esa gente se levantase iba a arrasar: era algo que se notaba en el aire como una poderosa vibración. ¿Por qué a nosotros no nos pasa lo mismo? ¿Por cansancio histórico? ¿Europa estaría históricamente cansada? No creo que sea esa la causa de nuestro marasmo.  Ahora la historia no pesa, porque en cierto modo se ha volatilizado. No es que haya desaparecido; está ahí, pero cada vez más difuminada y a punto de disiparse. El que hoy diga que le pesa la historia no está bien de la cabeza. Ahora mismo la historia pesa menos que el aire, si bien no por eso se ha vuelto transparente.

Nietzsche fue el primero en desarrollar el tema de la decadencia y colocarlo en un lugar fundamental de su pensamiento, y después vino Thomas Mann que ya en su primera novela denunció la decadencia, para él definitiva, de la burguesía. Es posible que esa decadencia de la que hablaban los alemanes, que halla su coronación en la obra de Spengler La decadencia de Occidente, tuviese su origen en el barroco y el desmoronamiento de los pilares estéticos y morales del Renacimiento, y que ahora estemos en realidad en las últimas postrimerías del barroco y del último vómito del nihilismo.

Pero detengámonos a pensar: ¿Nuestra decadencia es tan clara como lo creen Spengler y sus seguidores, que ahora mismo son legión? Antes de seguir, haré una confesión personal: sólo tengo una patria fundamental, Europa, las otras importan mucho menos. No es una cuestión de fe como diría Borges, es el resultado de mi experiencia vital. Me he educado en España, Francia, Italia, Suiza, Grecia, Alemania…  En cuatro de esos países he vivido, y si me quitasen uno de ellos no sería el que soy. Toda mi educación se la debo a Europa, también lo que he aprendido de otras culturas, y cuando uno ama Europa, ¿ha de huir de la postración y el desaliento como creía Nietzsche? ¿Qué tendríamos que hacer ahora?

«El problema es que no puedes ejercer la gran política desde la pulsión de muerte y el pozo del desaliento»

En Más allá de bien y del mal, Nietzsche dijo algo que resuena inquietantemente en nuestra época, a saber: «Ante la actitud amenazante de Rusia, Europa tendría que ser igualmente amenazante, es decir, por medio de una casta que gobierne el continente, adquirir una voluntad, una voluntad propia, persistente y temible, que pueda fijar sus objetivos a miles de años vista; para que la larga comedia de su pequeño estatismo, y su voluntad dinástica y democrática, llegue por fin a su fin. El tiempo de la pequeña política ha pasado; el próximo siglo traerá la lucha por el dominio del mundo, la obligación de la gran política».

¿Ese sería el camino? Nietzsche es un pensador tan venenoso como peligroso. Yo no me atrevería a hablar de las élites con la naturalidad, más bien ingenua, con la que lo hace él, y no comparto su idea de acabar con dinastías, si no es de forma consensuada, y aún menos con democracias, o de beligerar explícitamente con Rusia, pero sí creo que por primera vez desde que acabó la guerra estamos obligados a apostar por la gran política. El problema es que no puedes ejercer la gran política desde la pulsión de muerte y el pozo del desaliento. Los chinos dejaron atrás su decadencia, como los indios, a los que Naipaul consideraba hace nada «podridos de arcaísmo». Se supone que también nosotros podríamos hacerlo pero, para lograrlo, antes habría que construir una nueva mirada sobre Europa, que nos permitiera respirar con naturalidad y proyectarnos hacia el futuro con más objetividad y menos culpa, me digo a mí mismo esta noche en París, sentado en un café vacío, pensando en ti y recordando momentos de mareante asombro mientras las luces tiemblan y Notre-Dame proyecta su sombra solitaria sobre el Sena.

 «Aquí sentado, en este café vacío, pienso en ti y recuerdo todos esos momentos de mareante asombro, que nunca más volveremos a encontrar… Junto al Sena,  

«Aquí sentado, en este café vacío, pienso en ti y recuerdo todos esos momentos de mareante asombro, que nunca más volveremos a encontrar… Junto al Sena, Notre Dame proyecta su sombra solitaria, y ahora sólo queda la tristeza…» Estoy citando una canción de Brian Ferry, cuando era el cantante de Roxy Music. Se titula A song for Europe, está escrita en inglés, en francés y en latín. En mi época estudiantil, estuve viendo en directo a Roxy Music en París y, como cabía esperar, llegó el momento estelar de A song for Europe, que Ferry interpretó de forma majestuosa, en el clímax de su actuación. La gente se emocionaba mucho con la canción, pues tocaba una fibra inesperada: hablaba de un lugar en el que nos reconocíamos todos, sugería una utopía que la voz de la canción situaba en el pasado y nunca en el futuro, redundando en un lugar común sobre Europa que empieza con el mito del viejo continente. Da mala suerte considerarse el viejo continente y en estos tiempos de odio a la vejez te coloca en situación de inferioridad. Además es una falsedad manifiesta: hay culturas en Asia más antiguas que la nuestra y tienen ahora mismo una vitalidad monstruosa y están dispuestas a comerse el mundo como ocurre con China.

Estuve por primera vez en China a mediados de los 90 y todavía olía a maoísmo. Los obreros iban en bicicleta y los niños de los pueblos salían a recibirte y seguían tu automóvil dando gritos de júbilo, como hacían en España los niños de posguerra. Había mucho retraso, cierto, pero al mismo tiempo percibías en los pueblos y las ciudades una vitalidad arrolladora, una fuerza descomunal, y sabías que cuando esa gente se levantase iba a arrasar: era algo que se notaba en el aire como una poderosa vibración. ¿Por qué a nosotros no nos pasa lo mismo? ¿Por cansancio histórico? ¿Europa estaría históricamente cansada? No creo que sea esa la causa de nuestro marasmo.  Ahora la historia no pesa, porque en cierto modo se ha volatilizado. No es que haya desaparecido; está ahí, pero cada vez más difuminada y a punto de disiparse. El que hoy diga que le pesa la historia no está bien de la cabeza. Ahora mismo la historia pesa menos que el aire, si bien no por eso se ha vuelto transparente.

Nietzsche fue el primero en desarrollar el tema de la decadencia y colocarlo en un lugar fundamental de su pensamiento, y después vino Thomas Mann que ya en su primera novela denunció la decadencia, para él definitiva, de la burguesía. Es posible que esa decadencia de la que hablaban los alemanes, que halla su coronación en la obra de Spengler La decadencia de Occidente, tuviese su origen en el barroco y el desmoronamiento de los pilares estéticos y morales del Renacimiento, y que ahora estemos en realidad en las últimas postrimerías del barroco y del último vómito del nihilismo.

Pero detengámonos a pensar: ¿Nuestra decadencia es tan clara como lo creen Spengler y sus seguidores, que ahora mismo son legión? Antes de seguir, haré una confesión personal: sólo tengo una patria fundamental, Europa, las otras importan mucho menos. No es una cuestión de fe como diría Borges, es el resultado de mi experiencia vital. Me he educado en España, Francia, Italia, Suiza, Grecia, Alemania…  En cuatro de esos países he vivido, y si me quitasen uno de ellos no sería el que soy. Toda mi educación se la debo a Europa, también lo que he aprendido de otras culturas, y cuando uno ama Europa, ¿ha de huir de la postración y el desaliento como creía Nietzsche? ¿Qué tendríamos que hacer ahora?

«El problema es que no puedes ejercer la gran política desde la pulsión de muerte y el pozo del desaliento»

En Más allá de bien y del mal, Nietzsche dijo algo que resuena inquietantemente en nuestra época, a saber: «Ante la actitud amenazante de Rusia, Europa tendría que ser igualmente amenazante, es decir, por medio de una casta que gobierne el continente, adquirir una voluntad, una voluntad propia, persistente y temible, que pueda fijar sus objetivos a miles de años vista; para que la larga comedia de su pequeño estatismo, y su voluntad dinástica y democrática, llegue por fin a su fin. El tiempo de la pequeña política ha pasado; el próximo siglo traerá la lucha por el dominio del mundo, la obligación de la gran política».

¿Ese sería el camino? Nietzsche es un pensador tan venenoso como peligroso. Yo no me atrevería a hablar de las élites con la naturalidad, más bien ingenua, con la que lo hace él, y no comparto su idea de acabar con dinastías, si no es de forma consensuada, y aún menos con democracias, o de beligerar explícitamente con Rusia, pero sí creo que por primera vez desde que acabó la guerra estamos obligados a apostar por la gran política. El problema es que no puedes ejercer la gran política desde la pulsión de muerte y el pozo del desaliento. Los chinos dejaron atrás su decadencia, como los indios, a los que Naipaul consideraba hace nada «podridos de arcaísmo». Se supone que también nosotros podríamos hacerlo pero, para lograrlo, antes habría que construir una nueva mirada sobre Europa, que nos permitiera respirar con naturalidad y proyectarnos hacia el futuro con más objetividad y menos culpa, me digo a mí mismo esta noche en París, sentado en un café vacío, pensando en ti y recordando momentos de mareante asombro mientras las luces tiemblan y Notre-Dame proyecta su sombra solitaria sobre el Sena.

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