‘A Complete Unknown’: el camino de Bob Dylan a la genialidad

Hay lugares y fechas que son hitos de la música pop: la primera aparición de los Beatles en The Cavern en 1961; Woodstock en 1969; el funesto concierto de Altamont de los Rolling Stones en 1969… Y la actuación de Bob Dylan en el Festival de Newport en 1965. Se ha escrito mucho sobre ella. Fue –según la historia y la leyenda (porque acaso lo sucedido se exageró un poco)– el momento en el que el ídolo folk cerró una etapa de un portazo. Se había hartado de ser exhibido como el emblema de la pureza musical y el izquierdismo político que representaba el folk. Sustituyó la guitarra acústica por una eléctrica, se rodeó de músicos de blues y rock y atacó con fiereza y estruendo Maggie’s Farm, para perplejidad e indignación de los guardianes de las esencias.

A Complete Unknown, que se estrena hoy, culmina con este acto de ruptura y cuenta cómo Dylan llegó hasta allí, construyéndose en muy poco tiempo como genio musical. Arranca con su llegada a Nueva York en 1961 a los 19 años, con la intención de visitar a Woody Guthrie, su héroe, que está muy enfermo y ha perdido el habla. Y se cierra con la actuación en Newport a los 24 años, que anuncia su salto del folk al rock.

Se centra, pues, en el fulgurante recorrido que hace Dylan desde el anonimato –el perfecto desconocido del título– y sus inicios en la escena folk del Village neoyorquino hasta el temprano estrellato que le impide caminar con tranquilidad por la calle por el acoso de las fans. Siempre envuelto en un aura de misterio, rodeado de leyendas que en ocasiones dispersa él mismo como maniobra de despiste, Dylan es un escurridizo enigma. Y un artista camaleónico, en continuo proceso de reinvención, con una larguísima carrera llena de giros inesperados, como cuando se puso a cantar himnos cristianos o cuando se convirtió en crooner de voz cascada.

Su figura ha sido explorada en varias biografías y documentales, entre ellos, dos extraordinarios de Scorsese. También fue objeto en 2007 de una osada y muy experimental aproximación en I’m Not There de Todd Haynes. Una película en la que una sucesión de actores –incluidos un niño negro y Cate Blanchet– interpretaban facetas de la poliédrica personalidad del músico. A Complete Unknown se sitúa en las antípodas y opta por un formato clásico de biopic. Eso sí, dejemos claro ya de entrada que destaca muy por encima de la media de las películas de este género, entre las que abundan los clichés, el edulcorante o directamente las mentiras.

Como es preceptivo en estos casos para poder contar con los derechos de las canciones, a Dylan se le dio a leer el guion, pero como es inteligente, no pretendió que lo sacaran más guapo y más simpático. La película consigue trazar un retrato veraz o cuando menos plausible del personaje. Lo muestra cómo alguien tocado por un don para componer canciones deslumbrantes, pero al mismo tiempo altanero y a ratos hasta mezquino en algunos momentos de la relación triangular con los dos personajes femeninos de la historia: Suze Rotolo –que aparece con otro nombre por petición de Dylan– y Joan Baez.

Algunas licencias

El joven cantante se cambia el nombre para dejar atrás el muy judío Zimmerman y se inventa un pasado en un circo. Ya desde el principio empieza a forjar su leyenda, su misterio. Y empieza a ser consciente de que en el camino al triunfo dejará a personas heridas en la cuneta. Y de que en la cima de ese éxito va a estar muy solo. «No odian mis nuevas canciones, odian no ser capaces de componerlas ellos», dice en una escena. Para construir este seductor retrato en claroscuro, A Complete Unknown se toma, eso sí, unas cuantas licencias, que tal vez enervarán a los fans más fervorosos y aplicados, capaces de detectarlas. Hay que asumir que un biopic no es un documental, y para contar la historia de un modo fluido y ágil se condensan acontecimientos, se alteran fechas y se crean algunas situaciones por completo ficticias.

Les pongo algunos ejemplos: cuando Dylan visitó a Woody Guthrie por primera vez no estaba presente Pete Seeger como sucede en pantalla. Cuando conoció a Joan Baez no soltó ante el público que ella «tiene una voz muy bonita, quizá demasiado bonita». No participó nunca en Rainbow Quest, el programa televisivo de divulgación musical que tenía Seeger. Y el bluesman negro con el que se pone a tocar allí, un tal Jesse Moffette, es ficticio. Johnny Cash no estuvo en el festival de Newport de 1965, sino en el del año anterior. Y no es cierto que Seeger estuviese a punto de cortar los cables de los amplificadores con un hacha, una vieja leyenda repetida hasta la saciedad que la película hace suya…

Todas estas licencias son, creo, justificables por necesidades narrativas y estructurales del guion. Tal vez la más discutible sea colocar en Newport el celebérrimo grito de «Judas» y la respuesta airada de Dylan. Como cualquier fan mínimamente documentado sabe, se produjo un año después, en un concierto en Manchester. Se trata de algo tan emblemático que cambiarlo de lugar y fecha es cruzar una línea roja.

Pero si uno no se enfurruña con estas cosas, se encontrará con un largometraje muy disfrutable, de factura impecable. Dirige James Mangold, un artesano eficacísimo y ecléctico, que tiene en su haber desde un thriller modélico –Copland– hasta una película de carreras maravillosa –Le Mans ‘66, pasando por un Indiana Jones –la última entrega– y un par de incursiones en el mundo superheroico vía Lobezno. Una de ellas, Logan, es una obra cumbre del género. También tiene en su haber un celebrado biopic musical anterior: En la cuerda floja, en el que Joaquin Phoenix interpretaba a Johnny Cash.

Relación con Pete Seeger

Aquí Mangold aplica su talento y oficio para conseguir una narración limpia, al servicio del desarrollo de la historia. A los buenos resultados contribuyen una ambientación de época muy cuidada (que incluye ecos políticos como la crisis de los misiles de Cuba y el asesinato de Kennedy) y el brillante desempeño de los actores. Timothée Chalamet consigue que veamos al joven Dylan y es él quien canta las muchas canciones que se escuchan, haciendo una imitación muy verosímil de la voz quebrada del artista. Está muy bien acompañado por Monica Barbaro –una revelación– como Joan Baez; Elle Fanning como Sylvie Russo –el alter ego de Suze Rotolo– y un impresionante Edward Norton como Pete Seeger.

La relación con Seeger es uno de los ejes de la película, porque este descubre en el joven Dylan a un gigante en ciernes al que apadrinar y moldear según los dogmas de fe del folk. Para él, la música que preserva la pureza frente a la comercialidad que representan los odiados Beatles y todo el rock. Pero el genio en ciernes no estaba dispuesto a dejarse domesticar. «Toda esta gente quiere que sea otra persona», dice en una escena. Y ante la pregunta de quién quiere ser, responde: «Cualquiera que ellos no quieren que sea».

A Complete Unknown muestra lo espurios que casi siempre son los debates entre pureza esencialista y comercialidad corruptora. ¿Dylan prostituyó su arte? ¿Se vendió al capital? ¿Ofreció su alma al diablo para ser todavía más famoso? No, Bob Dylan siguió su propio camino, evolucionó y no dejó de experimentar y reinventarse. Y de este modo ha dejado una huella indeleble en la música estadounidense del pasado siglo y de lo que llevamos de este.

 Hay lugares y fechas que son hitos de la música pop: la primera aparición de los Beatles en The Cavern en 1961; Woodstock en 1969; el  

Hay lugares y fechas que son hitos de la música pop: la primera aparición de los Beatles en The Cavern en 1961; Woodstock en 1969; el funesto concierto de Altamont de los Rolling Stones en 1969… Y la actuación de Bob Dylan en el Festival de Newport en 1965. Se ha escrito mucho sobre ella. Fue –según la historia y la leyenda (porque acaso lo sucedido se exageró un poco)– el momento en el que el ídolo folk cerró una etapa de un portazo. Se había hartado de ser exhibido como el emblema de la pureza musical y el izquierdismo político que representaba el folk. Sustituyó la guitarra acústica por una eléctrica, se rodeó de músicos de blues y rock y atacó con fiereza y estruendo Maggie’s Farm, para perplejidad e indignación de los guardianes de las esencias.

A Complete Unknown, que se estrena hoy, culmina con este acto de ruptura y cuenta cómo Dylan llegó hasta allí, construyéndose en muy poco tiempo como genio musical. Arranca con su llegada a Nueva York en 1961 a los 19 años, con la intención de visitar a Woody Guthrie, su héroe, que está muy enfermo y ha perdido el habla. Y se cierra con la actuación en Newport a los 24 años, que anuncia su salto del folk al rock.

Se centra, pues, en el fulgurante recorrido que hace Dylan desde el anonimato –el perfecto desconocido del título– y sus inicios en la escena folk del Village neoyorquino hasta el temprano estrellato que le impide caminar con tranquilidad por la calle por el acoso de las fans. Siempre envuelto en un aura de misterio, rodeado de leyendas que en ocasiones dispersa él mismo como maniobra de despiste, Dylan es un escurridizo enigma. Y un artista camaleónico, en continuo proceso de reinvención, con una larguísima carrera llena de giros inesperados, como cuando se puso a cantar himnos cristianos o cuando se convirtió en crooner de voz cascada.

Su figura ha sido explorada en varias biografías y documentales, entre ellos, dos extraordinarios de Scorsese. También fue objeto en 2007 de una osada y muy experimental aproximación en I’m Not There de Todd Haynes. Una película en la que una sucesión de actores –incluidos un niño negro y Cate Blanchet– interpretaban facetas de la poliédrica personalidad del músico. A Complete Unknown se sitúa en las antípodas y opta por un formato clásico de biopic. Eso sí, dejemos claro ya de entrada que destaca muy por encima de la media de las películas de este género, entre las que abundan los clichés, el edulcorante o directamente las mentiras.

Como es preceptivo en estos casos para poder contar con los derechos de las canciones, a Dylan se le dio a leer el guion, pero como es inteligente, no pretendió que lo sacaran más guapo y más simpático. La película consigue trazar un retrato veraz o cuando menos plausible del personaje. Lo muestra cómo alguien tocado por un don para componer canciones deslumbrantes, pero al mismo tiempo altanero y a ratos hasta mezquino en algunos momentos de la relación triangular con los dos personajes femeninos de la historia: Suze Rotolo –que aparece con otro nombre por petición de Dylan– y Joan Baez.

El joven cantante se cambia el nombre para dejar atrás el muy judío Zimmerman y se inventa un pasado en un circo. Ya desde el principio empieza a forjar su leyenda, su misterio. Y empieza a ser consciente de que en el camino al triunfo dejará a personas heridas en la cuneta. Y de que en la cima de ese éxito va a estar muy solo. «No odian mis nuevas canciones, odian no ser capaces de componerlas ellos», dice en una escena. Para construir este seductor retrato en claroscuro, A Complete Unknown se toma, eso sí, unas cuantas licencias, que tal vez enervarán a los fans más fervorosos y aplicados, capaces de detectarlas. Hay que asumir que un biopic no es un documental, y para contar la historia de un modo fluido y ágil se condensan acontecimientos, se alteran fechas y se crean algunas situaciones por completo ficticias.

Les pongo algunos ejemplos: cuando Dylan visitó a Woody Guthrie por primera vez no estaba presente Pete Seeger como sucede en pantalla. Cuando conoció a Joan Baez no soltó ante el público que ella «tiene una voz muy bonita, quizá demasiado bonita». No participó nunca en Rainbow Quest, el programa televisivo de divulgación musical que tenía Seeger. Y el bluesman negro con el que se pone a tocar allí, un tal Jesse Moffette, es ficticio. Johnny Cash no estuvo en el festival de Newport de 1965, sino en el del año anterior. Y no es cierto que Seeger estuviese a punto de cortar los cables de los amplificadores con un hacha, una vieja leyenda repetida hasta la saciedad que la película hace suya…

Todas estas licencias son, creo, justificables por necesidades narrativas y estructurales del guion. Tal vez la más discutible sea colocar en Newport el celebérrimo grito de «Judas» y la respuesta airada de Dylan. Como cualquier fan mínimamente documentado sabe, se produjo un año después, en un concierto en Manchester. Se trata de algo tan emblemático que cambiarlo de lugar y fecha es cruzar una línea roja.

Pero si uno no se enfurruña con estas cosas, se encontrará con un largometraje muy disfrutable, de factura impecable. Dirige James Mangold, un artesano eficacísimo y ecléctico, que tiene en su haber desde un thriller modélico –Copland– hasta una película de carreras maravillosa –Le Mans ‘66, pasando por un Indiana Jones –la última entrega– y un par de incursiones en el mundo superheroico vía Lobezno. Una de ellas, Logan, es una obra cumbre del género. También tiene en su haber un celebrado biopic musical anterior:En la cuerda floja, en el que Joaquin Phoenix interpretaba a Johnny Cash.

Aquí Mangold aplica su talento y oficio para conseguir una narración limpia, al servicio del desarrollo de la historia. A los buenos resultados contribuyen una ambientación de época muy cuidada (que incluye ecos políticos como la crisis de los misiles de Cuba y el asesinato de Kennedy) y el brillante desempeño de los actores. Timothée Chalamet consigue que veamos al joven Dylan y es él quien canta las muchas canciones que se escuchan, haciendo una imitación muy verosímil de la voz quebrada del artista. Está muy bien acompañado por Monica Barbaro –una revelación– como Joan Baez; Elle Fanning como Sylvie Russo –el alter ego de Suze Rotolo– y un impresionante Edward Norton como Pete Seeger.

La relación con Seeger es uno de los ejes de la película, porque este descubre en el joven Dylan a un gigante en ciernes al que apadrinar y moldear según los dogmas de fe del folk. Para él, la música que preserva la pureza frente a la comercialidad que representan los odiados Beatles y todo el rock. Pero el genio en ciernes no estaba dispuesto a dejarse domesticar. «Toda esta gente quiere que sea otra persona», dice en una escena. Y ante la pregunta de quién quiere ser, responde: «Cualquiera que ellos no quieren que sea».

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