Probablemente el Dos de Mayo sea una de las pocas cosas que la mayoría de los españoles sepan, más o menos, de qué va. Probablemente, también la mayoría desconozca que fue en 1808 y, probablemente también, esa mayoría sepa de qué fue el asunto de marras, porque le ganamos una guerra a «los gabachos», y eso, en España, es muy importante, tanto como para un madridista ver perder al Atlético y viceversa. Salvando las inmensas, enormes e inabarcables distancias, el 2 de mayo fue nuestra Revolución Francesa, algo que llevamos muy a gala. Ojo, se celebra en Madrid, pero debería hacerse en toda España porque fue un acontecimiento muy importante. Tanto que, si hubiéramos perdido la guerra, estaríamos hoy en una situación muy distinta. O quizás no, porque si algo se aprende siendo historiador es que esta patria nuestra, a pesar de su grandeza, tiene la virtud de echar a perder todo lo bueno que tiene y que son muchísimas cosas.
Es imposible hacer un artículo contando qué pasó ese día sin contextualizarlo. En realidad, en Historia siempre es relevante hacer esto, ver qué sucedió en el resto del mundo (en este caso de Europa) y qué consecuencias tuvo. 1789 es la clave. Efectivamente, la Revolución Francesa, que nuestros vecinos galos sienten como algo tan suyo, fue algo tan extraordinario que explica como poco dos cosas: una, que marca el comienzo de la Edad Contemporánea en la historiografía, y dos, que cambió para siempre la forma en la que la humanidad entendía el mundo para poner las bases de lo que sería a partir de ese momento la humanidad.
¿Por qué y cómo empezó el levantamiento del 2 de mayo?
Cuando dio comienzo 1808 en España, teníamos como monarca a Carlos IV, un Borbón que, como la gran mayoría de ellos, fue un nefasto rey para nuestro país. Su máxima afición en la vida era cazar y gobernar era algo que apetecer, le apetecía poco. En aquella época ser rey implicaba, además, gobernar y de qué manera, además. Subió al trono meses antes de que estallara la Revolución Francesa, el 14 de diciembre de 1788. Su valido, Manuel Godoy, hacía las tareas por él. Algunos autores dan por válido el rumor de que la reina consorte, María Luisa de Parma, estaba liada con él, pero no es algo que haya podido ser constatado. Tampoco es de gran relevancia histórica, en cualquier caso.
El 19 de marzo de 1808, Carlos IV abdicó en su hijo Fernando VII, el que con toda probabilidad ha sido el peor rey de la historia de España. Lo hizo tras el motín de Aranjuez que, de forma muy resumida, fue una revuelta popular (o quizás no tanto) porque estaban hartos, precisamente, del valido Godoy que, por cierto, fue apresado. Subió entonces al trono Fernando VII, que era, en definitiva, lo que los amotinados querían. Fue un rey por tramos, es decir, lo fue en dos ocasiones. La primera, de marzo a mayo de 1808, y la segunda, de diciembre de 1813 hasta su muerte veinte años después, en 1833.
El efímero primer reinado terminó en Bayona tras una reunión con Napoleón, ya emperador de Francia, que lo presionó para que renunciara a sus derechos dinásticos para devolvérselos a su padre, Carlos IV, que, es imaginable, igual mucha gracia no le hizo, habida cuenta de su poca querencia a gobernar. Sin embargo, salvado por la campana, ya que se los cedió a su vez a Napoleón, quien designó a su hermano José, quien reinó como José I Bonaparte, más conocido como Pepe Botella. Fernando, por cierto, se quedó retenido en el castillo de Valençay toda la guerra de la Independencia, aunque las Juntas de Gobierno, la Suprema Central y el Consejo de Regencia, así como las Cortes de Cádiz, nunca le despojaron de su título como rey. Gracias a esto, por cierto, se elaboraría la Constitución de 1812, aunque eso es otra historia y bastante compleja, por cierto, como todo el XIX.
¿Qué pasó en el Tratado de Fontainebleau?
Como era poco el lío que ya se había formado, el 27 de octubre de 1807 se firmó en el Palacio de Fontainebleau (precioso, por cierto) una reunión entre Gody y Napoleón. Carlos IV, que era el que debería haber estado, se ve que le dio pereza lo del viaje y mandó a su representante. Ya hemos dicho que a él gobernar le gustaba poquísimo. En dicho tratado se firmó que España y Francia se aliaban para invadir Portugal que, a su vez, estaba aliada con Gran Bretaña e Irlanda. Para ello, se accedía a que las tropas napoleónicas pasaran, lógicamente, por España. En este Tratado, además, se establecía que Portugal se dividiría en tres zonas, una de las cuales pasaría a pertenecer a Manuel Godoy en forma de Principado de los Algarves. Todo muy loco, como casi todo lo que en ese reinado se hizo. Pero el hombre propone y Dios dispone. En este caso, disponer, dispuso Napoleón que, ya que entraba por España sin oposición alguna, decidió invadirnos. Un historiador no debe dar jamás su opinión, pero me voy a saltar en esta ocasión esa norma para decir que la invasión nos la merecimos por torpes y vagos. ¿A quién se le podía pasar por la cabeza permitir al hombre más ambicioso (y políticamente brillante) como era Napoleón, dejarlo pasar con todas sus tropas por nuestro país? Por cierto, un inciso: cuenta la leyenda que el origen del nombre tortilla francesa vino, justamente, de ahí, ya que las tropas galas (como todas las tropas en tiempos de guerra) asolaban las casas labriegas robando las patatas. El hecho de tener gallinas les daba a los campesinos la posibilidad de tener huevos frescos a diario y empezaron a hacerlos sin las patatas, naciendo así la expresión “tortilla a la francesa”. Cuando menos, curioso.
¿Cuándo empezó la invasión francesa en España?
Burgos, Salamanca, Pamplona, San Sebastián, Barcelona… las tropas francesas empezaron a campar a sus anchas. Vamos, que era una invasión en toda regla y, viendo el pueblo que los gobernantes no hacían nada, se amotinaron. El 23 de marzo las tropas al mando del mariscal Murat entran en Madrid sin dificultad alguna, ya que el rey cree, inocentemente o por falta de luces, que eran amigas. Pero la situación, que podía ir a peor, fue, efectivamente, a peor y en Bayona Napoleón cita a padre e hijo para que el primero, Carlos IV, ceda los derechos al segundo, Fernando VII, quien a su vez se los cede a Napoléon y este nombra rey de España, como hemos dicho anteriormente, a su hermano José el 6 de junio. Pero ya para entonces el pueblo de Madrid se levantó en armas y se enfrentó a las tropas francesas, dando lugar al comienzo de la Guerra de la Independencia que ganamos.
En ese momento, toda la familia real española permanecía ya en Francia, salvo el hijo menor de Carlos IV, el infante Francisco de Paula. Enseguida corrió la voz de que se lo querían llevar también a él a Francia y, al grito de «¡Que nos lo llevan!», cientos de hombres asaltaron el Palacio Real custodiado por las tropas francesas y empezó ahí todo el lío. Los madrileños reaccionaron, hecho histórico porque no se ha vuelto a ver cosa semejante ante un mal gobernante en España, y cuando el pueblo de Madrid quiso impedir el acceso a la ciudad de las tropas napoleónicas, ya se había llegado tarde y 30 mil soldados franceses se disponían a la batalla. Pero los madrileños no se amilanaron y fue tal la fiereza con la que pelearon sin ser siquiera un ejército que provocaron la gran humillación para la gran y orgullosa Francia, quien, por cierto, no suele recordar con énfasis alguno este hecho histórico en sus planes de estudio. Ellos son más de la Prise de la Bastille y su revolución.
¿Qué pasó el 2 de mayo de 1808 en Madrid?
El gran ejército francés, organizado y bien armado, frente a un pueblo que tenía solo navajas y, eso sí, mucha fuerza y ganas de echar al enemigo. Una lucha cuerpo contra cuerpo en la que los mamelucos y lanceros franceses protagonizaron auténticas carnicerías. Ellos venían ya acostumbrados a la sangrienta revolución. Mujeres, hombres, niños, ancianos, pasaban a cuchillo y bayoneta a todo el que se puso por delante. Goya pintó en el magistral cuadro que está en el Museo del Prado, La carga de los Mamelucos, donde puede verse con precisión casi hiperrealista lo que pudo ser aquello. El ejército español, por cierto, a por uvas, salvo Daoiz y Velarde, capitanes que decidieron organizar a todo madrileño que se unía a la lucha. Por cierto, si alguna vez se ha preguntado el porqué de las calles de Manuela Malasaña o Clara del Rey, sepa que fueron unas valientes madrileñas que murieron defendiendo su ciudad. Manuela era una joven costurera de 17 años que se defendió con sus tijeras. Murió fusilada y es una auténtica heroína a la que debemos recordar con admiración por su valentía.
Murat no estaba dispuesto a ser derrotado por una panda de vecinos venidos arriba, así que aplicó la peor de las represiones, tal y como quedó reflejado en la Gaceta de Madrid:
Orden del general Murat:
Soldados: mal aconsejado el populacho de Madrid, se ha levantado y ha cometido asesinatos. […] La sangre francesa vertida clama venganza. Por lo tanto, mando lo siguiente: […]
Art. 2. Serán arcabuceados todos cuantos durante la rebelión han sido presos con armas.
Art. 3. Todos los moradores de la corte, que anden con armas, o las conserven en su casa sin licencia especial, serán arcabuceados. […]
Dado en nuestro cuartel general de Madrid, a 2 mayo de 1808.
Gaceta de Madrid, 6 de mayo de 1808.
Los fusilamientos del 2 y 3 de mayo
Ese mismo día fueron fusilados en el Paseo del Prado, Cibeles, Recoletos, Puerta de Alcalá y Buen Suceso, decenas de madrileños y al día siguiente doce personas más en Príncipe Pío y Buen Retiro.
Con lo que no contó Murat después de aquella brutal represión, también retratada por Goya en su obra Los fusilamientos del 3 de mayo y que puede verse en el Museo del Prado, es que los madrileños (el pueblo, porque la nobleza miró hacia otro lado como el ejército) no se iban a dejar amedrentar y la ira y las ganas de defender Madrid comenzaron a correr como la mismísima pólvora. Esa misma tarde en Móstoles, Juan Pérez Villamil, secretario del Almirantazgo y fiscal supremo del Consejo de Guerra, proclamó un bando en el que llamaba a todos los españoles a defender la capital con las manos si hacía falta. Lo que sucedió en Madrid el 2 y 3 de mayo marcó el arranque de la Guerra de la Independencia, que es todo un símbolo de lo más potente de los españoles: heridos en el orgullo, se levantaron para recuperar lo que era suyo. Fueron seis años de cruenta y costosa guerra que bien podría haberse evitado de no haber tenido como monarcas a Carlos IV y a su hijo Fernando VII, quien, por cierto y como «premio», siguió siendo rey una vez ganamos la contienda. No es un acontecimiento histórico importante solo para España, lo es para el resto de Europa porque ahí comenzó el declive de Napoleón. El sacrificio de miles de españoles que cambiaron el devenir de la historia, por cuanto les debemos al menos el honor de recordarlos y conmemorarlos, y por ese motivo hoy es festivo en la Comunidad de Madrid. Por si en algún momento se lo había preguntado, ahora ya lo sabe. Hay todo un recorrido por las calles de Madrid de lo más interesante donde pueden verse todos los monumentos erigidos relacionados con estos hechos.
Probablemente el Dos de Mayo sea una de las pocas cosas que la mayoría de los españoles sepan, más o menos, de qué va. Probablemente, también
Probablemente el Dos de Mayo sea una de las pocas cosas que la mayoría de los españoles sepan, más o menos, de qué va. Probablemente, también la mayoría desconozca que fue en 1808 y, probablemente también, esa mayoría sepa de qué fue el asunto de marras, porque le ganamos una guerra a «los gabachos», y eso, en España, es muy importante, tanto como para un madridista ver perder al Atlético y viceversa. Salvando las inmensas, enormes e inabarcables distancias, el 2 de mayo fue nuestra Revolución Francesa, algo que llevamos muy a gala. Ojo, se celebra en Madrid, pero debería hacerse en toda España porque fue un acontecimiento muy importante. Tanto que, si hubiéramos perdido la guerra, estaríamos hoy en una situación muy distinta. O quizás no, porque si algo se aprende siendo historiador es que esta patria nuestra, a pesar de su grandeza, tiene la virtud de echar a perder todo lo bueno que tiene y que son muchísimas cosas.
Es imposible hacer un artículo contando qué pasó ese día sin contextualizarlo. En realidad, en Historia siempre es relevante hacer esto, ver qué sucedió en el resto del mundo (en este caso de Europa) y qué consecuencias tuvo. 1789 es la clave. Efectivamente, la Revolución Francesa, que nuestros vecinos galos sienten como algo tan suyo, fue algo tan extraordinario que explica como poco dos cosas: una, que marca el comienzo de la Edad Contemporánea en la historiografía, y dos, que cambió para siempre la forma en la que la humanidad entendía el mundo para poner las bases de lo que sería a partir de ese momento la humanidad.
Cuando dio comienzo 1808 en España, teníamos como monarca a Carlos IV, un Borbón que, como la gran mayoría de ellos, fue un nefasto rey para nuestro país. Su máxima afición en la vida era cazar y gobernar era algo que apetecer, le apetecía poco. En aquella época ser rey implicaba, además, gobernar y de qué manera, además. Subió al trono meses antes de que estallara la Revolución Francesa, el 14 de diciembre de 1788. Su valido, Manuel Godoy, hacía las tareas por él. Algunos autores dan por válido el rumor de que la reina consorte, María Luisa de Parma, estaba liada con él, pero no es algo que haya podido ser constatado. Tampoco es de gran relevancia histórica, en cualquier caso.
El 19 de marzo de 1808, Carlos IV abdicó en su hijo Fernando VII, el que con toda probabilidad ha sido el peor rey de la historia de España. Lo hizo tras el motín de Aranjuez que, de forma muy resumida, fue una revuelta popular (o quizás no tanto) porque estaban hartos, precisamente, del valido Godoy que, por cierto, fue apresado. Subió entonces al trono Fernando VII, que era, en definitiva, lo que los amotinados querían. Fue un rey por tramos, es decir, lo fue en dos ocasiones. La primera, de marzo a mayo de 1808, y la segunda, de diciembre de 1813 hasta su muerte veinte años después, en 1833.
El efímero primer reinado terminó en Bayona tras una reunión con Napoleón, ya emperador de Francia, que lo presionó para que renunciara a sus derechos dinásticos para devolvérselos a su padre, Carlos IV, que, es imaginable, igual mucha gracia no le hizo, habida cuenta de su poca querencia a gobernar. Sin embargo, salvado por la campana, ya que se los cedió a su vez a Napoleón, quien designó a su hermano José, quien reinó como José I Bonaparte, más conocido como Pepe Botella. Fernando, por cierto, se quedó retenido en el castillo de Valençay toda la guerra de la Independencia, aunque las Juntas de Gobierno, la Suprema Central y el Consejo de Regencia, así como las Cortes de Cádiz, nunca le despojaron de su título como rey. Gracias a esto, por cierto, se elaboraría la Constitución de 1812, aunque eso es otra historia y bastante compleja, por cierto, como todo el XIX.
Como era poco el lío que ya se había formado, el 27 de octubre de 1807 se firmó en el Palacio de Fontainebleau (precioso, por cierto) una reunión entre Gody y Napoleón. Carlos IV, que era el que debería haber estado, se ve que le dio pereza lo del viaje y mandó a su representante. Ya hemos dicho que a él gobernar le gustaba poquísimo. En dicho tratado se firmó que España y Francia se aliaban para invadir Portugal que, a su vez, estaba aliada con Gran Bretaña e Irlanda. Para ello, se accedía a que las tropas napoleónicas pasaran, lógicamente, por España. En este Tratado, además, se establecía que Portugal se dividiría en tres zonas, una de las cuales pasaría a pertenecer a Manuel Godoy en forma de Principado de los Algarves. Todo muy loco, como casi todo lo que en ese reinado se hizo. Pero el hombre propone y Dios dispone. En este caso, disponer, dispuso Napoleón que, ya que entraba por España sin oposición alguna, decidió invadirnos. Un historiador no debe dar jamás su opinión, pero me voy a saltar en esta ocasión esa norma para decir que la invasión nos la merecimos por torpes y vagos. ¿A quién se le podía pasar por la cabeza permitir al hombre más ambicioso (y políticamente brillante) como era Napoleón, dejarlo pasar con todas sus tropas por nuestro país? Por cierto, un inciso: cuenta la leyenda que el origen del nombre tortilla francesa vino, justamente, de ahí, ya que las tropas galas (como todas las tropas en tiempos de guerra) asolaban las casas labriegas robando las patatas. El hecho de tener gallinas les daba a los campesinos la posibilidad de tener huevos frescos a diario y empezaron a hacerlos sin las patatas, naciendo así la expresión “tortilla a la francesa”. Cuando menos, curioso.
Burgos, Salamanca, Pamplona, San Sebastián, Barcelona… las tropas francesas empezaron a campar a sus anchas. Vamos, que era una invasión en toda regla y, viendo el pueblo que los gobernantes no hacían nada, se amotinaron. El 23 de marzo las tropas al mando del mariscal Murat entran en Madrid sin dificultad alguna, ya que el rey cree, inocentemente o por falta de luces, que eran amigas. Pero la situación, que podía ir a peor, fue, efectivamente, a peor y en Bayona Napoleón cita a padre e hijo para que el primero, Carlos IV, ceda los derechos al segundo, Fernando VII, quien a su vez se los cede a Napoléon y este nombra rey de España, como hemos dicho anteriormente, a su hermano José el 6 de junio. Pero ya para entonces el pueblo de Madrid se levantó en armas y se enfrentó a las tropas francesas, dando lugar al comienzo de la Guerra de la Independencia que ganamos.
En ese momento, toda la familia real española permanecía ya en Francia, salvo el hijo menor de Carlos IV, el infante Francisco de Paula. Enseguida corrió la voz de que se lo querían llevar también a él a Francia y, al grito de «¡Que nos lo llevan!», cientos de hombres asaltaron el Palacio Real custodiado por las tropas francesas y empezó ahí todo el lío. Los madrileños reaccionaron, hecho histórico porque no se ha vuelto a ver cosa semejante ante un mal gobernante en España, y cuando el pueblo de Madrid quiso impedir el acceso a la ciudad de las tropas napoleónicas, ya se había llegado tarde y 30 mil soldados franceses se disponían a la batalla. Pero los madrileños no se amilanaron y fue tal la fiereza con la que pelearon sin ser siquiera un ejército que provocaron la gran humillación para la gran y orgullosa Francia, quien, por cierto, no suele recordar con énfasis alguno este hecho histórico en sus planes de estudio. Ellos son más de la Prise de la Bastille y su revolución.
El gran ejército francés, organizado y bien armado, frente a un pueblo que tenía solo navajas y, eso sí, mucha fuerza y ganas de echar al enemigo. Una lucha cuerpo contra cuerpo en la que los mamelucos y lanceros franceses protagonizaron auténticas carnicerías. Ellos venían ya acostumbrados a la sangrienta revolución. Mujeres, hombres, niños, ancianos, pasaban a cuchillo y bayoneta a todo el que se puso por delante. Goya pintó en el magistral cuadro que está en el Museo del Prado, La carga de los Mamelucos, donde puede verse con precisión casi hiperrealista lo que pudo ser aquello. El ejército español, por cierto, a por uvas, salvo Daoiz y Velarde, capitanes que decidieron organizar a todo madrileño que se unía a la lucha. Por cierto, si alguna vez se ha preguntado el porqué de las calles de Manuela Malasaña o Clara del Rey, sepa que fueron unas valientes madrileñas que murieron defendiendo su ciudad. Manuela era una joven costurera de 17 años que se defendió con sus tijeras. Murió fusilada y es una auténtica heroína a la que debemos recordar con admiración por su valentía.
Murat no estaba dispuesto a ser derrotado por una panda de vecinos venidos arriba, así que aplicó la peor de las represiones, tal y como quedó reflejado en la Gaceta de Madrid:
Orden del general Murat:
Soldados: mal aconsejado el populacho de Madrid, se ha levantado y ha cometido asesinatos. […] La sangre francesa vertida clama venganza. Por lo tanto, mando lo siguiente: […]
Art. 2. Serán arcabuceados todos cuantos durante la rebelión han sido presos con armas.
Art. 3. Todos los moradores de la corte, que anden con armas, o las conserven en su casa sin licencia especial, serán arcabuceados. […]
Dado en nuestro cuartel general de Madrid, a 2 mayo de 1808.
Gaceta de Madrid, 6 de mayo de 1808.
Ese mismo día fueron fusilados en el Paseo del Prado, Cibeles, Recoletos, Puerta de Alcalá y Buen Suceso, decenas de madrileños y al día siguiente doce personas más en Príncipe Pío y Buen Retiro.
Con lo que no contó Murat después de aquella brutal represión, también retratada por Goya en su obra Los fusilamientos del 3 de mayo y que puede verse en el Museo del Prado, es que los madrileños (el pueblo, porque la nobleza miró hacia otro lado como el ejército) no se iban a dejar amedrentar y la ira y las ganas de defender Madrid comenzaron a correr como la mismísima pólvora. Esa misma tarde en Móstoles, Juan Pérez Villamil, secretario del Almirantazgo y fiscal supremo del Consejo de Guerra, proclamó un bando en el que llamaba a todos los españoles a defender la capital con las manos si hacía falta. Lo que sucedió en Madrid el 2 y 3 de mayo marcó el arranque de la Guerra de la Independencia, que es todo un símbolo de lo más potente de los españoles: heridos en el orgullo, se levantaron para recuperar lo que era suyo. Fueron seis años de cruenta y costosa guerra que bien podría haberse evitado de no haber tenido como monarcas a Carlos IV y a su hijo Fernando VII, quien, por cierto y como «premio», siguió siendo rey una vez ganamos la contienda. No es un acontecimiento histórico importante solo para España, lo es para el resto de Europa porque ahí comenzó el declive de Napoleón. El sacrificio de miles de españoles que cambiaron el devenir de la historia, por cuanto les debemos al menos el honor de recordarlos y conmemorarlos, y por ese motivo hoy es festivo en la Comunidad de Madrid. Por si en algún momento se lo había preguntado, ahora ya lo sabe. Hay todo un recorrido por las calles de Madrid de lo más interesante donde pueden verse todos los monumentos erigidos relacionados con estos hechos.
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