1625, el año español de los milagros en el Museo Naval de Madrid

«Soy español, ¿a qué quieres que te gane?», podría ser el lema apócrifo ideado por la corona española en 1625. Un año al que se lo llamó «el año de los milagros». Por aquel entonces, Felipe IV, monarca hispánico, sigue los agresivos dictados del conde-duque de Olivares. El conocido como Rey Planeta, con su prominente aspiradora facial, sus ojos de batracio y ese porte tan incestuoso propio de los Austrias, encarna lo más parecido al Todopoderoso sobre la Tierra. Controla la península ibérica, lo que es sinónimo de llevar las riendas del Atlántico y las costas contra las que muere. Un imperio vasto, inabarcable, que le valió una gloria inmortal todavía hoy aclamada, y justifica gran parte de los materiales presentes en el Museo Naval de Madrid.

Pero ante semejante demostración de fuerza y poderío, extendida durante lo que llegó a llamarse Siglo de Oro español, ¿qué sucedió en 1625 para coronarse como un año de tanto prestigio? La exposición «Annus Mirabilis: Salvador de Bahía, 1625. El crédito de España», expone los hechos que justifican una admiración histórica a la fecha, hasta ahora un tanto desconocida. Pero no por ello menos válida.

Una vez despachadas las dilatadas estancias del museo, plagadas por doquier de maquetas de navíos colosales, imponentes lombardas y medias culebrinas reales, que seguro llevarán las muescas de cientos de marineros enterrados en el océano, y pintorescos retratos de los grandes nombres de la realeza y la navegación hispana, llegamos a la sala de exposiciones temporales. Hogar hasta el 27 de julio de «Annus Mirabilis».

Yendo al meollo histórico, la exposición da a conocer la recuperación de San Salvador de Bahía, lograda en 1625 por Fadrique Álvarez de Toledo Osorio, capitán general de la Armada del Mar Océano, al mando de una flota combinada hispano-lusa. Y, veamos, ¿quién osó zarpear un satélite brasileño (capital, por aquel entonces del país) tan goloso para el Rey Planeta? Pues siguiendo la línea entonces habitual de chacales y buitres marinos al acecho de hurtar partes desprotegidas del vasto imperio español, tropas holandesas tomaron el lugar en 1624, bajo las órdenes del almirante Jacobo Willekens. Una actividad que, tras la creación de la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales, en 1621, no resultaba insólita, si tenemos en cuenta que el objetivo de holandeses, ingleses y franceses, era debilitar los caudales de la Hacienda Real atacando los territorios de ultramar.

Pero España no podía permitir que lo que se consideraba como un escudo natural de los territorios españoles en América fuese violado. No si, como ambicionaba el conde-duque de Olivares, la Monarquía quería mantener su «crédito». Por eso, el 14 de enero de 1625, 52 barcos, con más de 12 mil quinientos hombres y mil doscientas piezas de artillería, zarparon rumbo a Cabo Verde.

Aunque la exposición se centra en el sitio de Salvador de Bahía, en tierra firme, es imposible contemplar los cuadros de los barcos surcando las embravecidas aguas y no imaginar una contienda en alta mar. Oír los atronadores cañonazos, que desperdigan las vísceras de los navegantes flotando en la mar como medusas rojas. Ver a los marineros a la vez latentes y entumecidos, desesperados, braceando para no ser engullidos por la oscuridad líquida que los atrapa. Pensar en los flácidos intestinos convirtiéndose en el espejismo de un cabo con el que salvar la vida. El olor a sal mezclado con los estallidos de pólvora. Y miles hombres, sin importar su credo, encomendándose a Dios, con quien parece se reunirán muy pronto…

Ya perdonarán ustedes, pero es que es entrar en el Museo Naval de Madrid, y se le pone a uno pluma de Arturo Pérez-Reverte. Volviendo a Salvador de Bahía, en poco más de un mes, las tropas holandesas capitularon. Rendidas al poderío de la Armada Española, los neerlandeses regresaron con el rabo entre las piernas. Una victoria que el conde-duque de Olivares pregonó por el globo entero, como estrategia de publicidad disuasoria para quienes meditaran carearse con las huestes de Felipe IV.

Hablando ahora de la exposición en sí, la obra cumbre presente es el gran cuadro, de firma anónima, en el que se representa el «Sitio y empresa de la ciudad de Salvador de Baya de todos los Santos por Fadrique de Toledo Osorio, Cap GL de la Armada Real y Exército del Mar Océano del Reyno de Portugal» -no hay ninguna errata en este título, por si se lo estuvieran preguntando; el español ha tenido sus volantazos-. Una pintura de una manufactura cuidada y detallista, que ha sido clave para los historiadores a la hora de establecer la cronología de los hechos y los pormenores del acontecimiento.

Y es que, aparte de las 50 piezas presentes en la muestra, al final de la exposición se nos ofrece la posibilidad de ver un cortometraje de animación (con los personajes del cuadro antes citado como protagonistas), patrocinada por el Museo Naval, y dirigida por Antonio Pérez Molero, en la que se detalla la importancia de la obra. Una forma amena y original de concluir este viaje al pasado, cuando España era, prácticamente, el mundo entero.

A grandes rasgos, cabe decir que «Annus Mirabilis: Salvador de Bahía, 1625. El crédito de España», es una exposición prêt-à-porter. Un recorrido que se finiquita ágil y se disfruta como un tentempié histórico. Lo único honestamente insoportable son los característicos maleducados, altavoces andantes que berrean como si el Museo Naval estuviera cerrado para ellos, y gastan los bemoles de ofenderse si se les pregunta, con amabilidad, si han comido lengua antes de entrar. Pero salvando esos vociferantes pies de páginas humanos, tan característicos de cualquier museo, poco que objetar. La muestra es una perfecta excusa para acudir al Museo Naval de Madrid el cual, si no se ha visitado nunca, honestamente merece mucho la pena.

 «Soy español, ¿a qué quieres que te gane?», podría ser el lema apócrifo ideado por la corona española en 1625. Un año al que se lo  

«Soy español, ¿a qué quieres que te gane?», podría ser el lema apócrifo ideado por la corona española en 1625. Un año al que se lo llamó «el año de los milagros». Por aquel entonces, Felipe IV, monarca hispánico, sigue los agresivos dictados del conde-duque de Olivares. El conocido como Rey Planeta, con su prominente aspiradora facial, sus ojos de batracio y ese porte tan incestuoso propio de los Austrias, encarna lo más parecido al Todopoderoso sobre la Tierra. Controla la península ibérica, lo que es sinónimo de llevar las riendas del Atlántico y las costas contra las que muere. Un imperio vasto, inabarcable, que le valió una gloria inmortal todavía hoy aclamada, y justifica gran parte de los materiales presentes en el Museo Naval de Madrid.

Pero ante semejante demostración de fuerza y poderío, extendida durante lo que llegó a llamarse Siglo de Oro español, ¿qué sucedió en 1625 para coronarse como un año de tanto prestigio? La exposición «Annus Mirabilis: Salvador de Bahía, 1625. El crédito de España», expone los hechos que justifican una admiración histórica a la fecha, hasta ahora un tanto desconocida. Pero no por ello menos válida.

Una vez despachadas las dilatadas estancias del museo, plagadas por doquier de maquetas de navíos colosales, imponentes lombardas y medias culebrinas reales, que seguro llevarán las muescas de cientos de marineros enterrados en el océano, y pintorescos retratos de los grandes nombres de la realeza y la navegación hispana, llegamos a la sala de exposiciones temporales. Hogar hasta el 27 de julio de «Annus Mirabilis».

Yendo al meollo histórico, la exposición da a conocer la recuperación de San Salvador de Bahía, lograda en 1625 por Fadrique Álvarez de Toledo Osorio, capitán general de la Armada del Mar Océano, al mando de una flota combinada hispano-lusa. Y, veamos, ¿quién osó zarpear un satélite brasileño (capital, por aquel entonces del país) tan goloso para el Rey Planeta? Pues siguiendo la línea entonces habitual de chacales y buitres marinos al acecho de hurtar partes desprotegidas del vasto imperio español, tropas holandesas tomaron el lugar en 1624, bajo las órdenes del almirante Jacobo Willekens. Una actividad que, tras la creación de la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales, en 1621, no resultaba insólita, si tenemos en cuenta que el objetivo de holandeses, ingleses y franceses, era debilitar los caudales de la Hacienda Real atacando los territorios de ultramar.

Pero España no podía permitir que lo que se consideraba como un escudo natural de los territorios españoles en América fuese violado. No si, como ambicionaba el conde-duque de Olivares, la Monarquía quería mantener su «crédito». Por eso, el 14 de enero de 1625, 52 barcos, con más de 12 mil quinientos hombres y mil doscientas piezas de artillería, zarparon rumbo a Cabo Verde.

Aunque la exposición se centra en el sitio de Salvador de Bahía, en tierra firme, es imposible contemplar los cuadros de los barcos surcando las embravecidas aguas y no imaginar una contienda en alta mar. Oír los atronadores cañonazos, que desperdigan las vísceras de los navegantes flotando en la mar como medusas rojas. Ver a los marineros a la vez latentes y entumecidos, desesperados, braceando para no ser engullidos por la oscuridad líquida que los atrapa. Pensar en los flácidos intestinos convirtiéndose en el espejismo de un cabo con el que salvar la vida. El olor a sal mezclado con los estallidos de pólvora. Y miles hombres, sin importar su credo, encomendándose a Dios, con quien parece se reunirán muy pronto…

Ya perdonarán ustedes, pero es que es entrar en el Museo Naval de Madrid, y se le pone a uno pluma de Arturo Pérez-Reverte. Volviendo a Salvador de Bahía, en poco más de un mes, las tropas holandesas capitularon. Rendidas al poderío de la Armada Española, los neerlandeses regresaron con el rabo entre las piernas. Una victoria que el conde-duque de Olivares pregonó por el globo entero, como estrategia de publicidad disuasoria para quienes meditaran carearse con las huestes de Felipe IV.

Hablando ahora de la exposición en sí, la obra cumbre presente es el gran cuadro, de firma anónima, en el que se representa el «Sitio y empresa de la ciudad de Salvador de Baya de todos los Santos por Fadrique de Toledo Osorio, Cap GL de la Armada Real y Exército del Mar Océano del Reyno de Portugal» -no hay ninguna errata en este título, por si se lo estuvieran preguntando; el español ha tenido sus volantazos-. Una pintura de una manufactura cuidada y detallista, que ha sido clave para los historiadores a la hora de establecer la cronología de los hechos y los pormenores del acontecimiento.

Y es que, aparte de las 50 piezas presentes en la muestra, al final de la exposición se nos ofrece la posibilidad de ver un cortometraje de animación (con los personajes del cuadro antes citado como protagonistas), patrocinada por el Museo Naval, y dirigida por Antonio Pérez Molero, en la que se detalla la importancia de la obra. Una forma amena y original de concluir este viaje al pasado, cuando España era, prácticamente, el mundo entero.

A grandes rasgos, cabe decir que «Annus Mirabilis: Salvador de Bahía, 1625. El crédito de España», es una exposición prêt-à-porter. Un recorrido que se finiquita ágil y se disfruta como un tentempié histórico. Lo único honestamente insoportable son los característicos maleducados, altavoces andantes que berrean como si el Museo Naval estuviera cerrado para ellos, y gastan los bemoles de ofenderse si se les pregunta, con amabilidad, si han comido lengua antes de entrar. Pero salvando esos vociferantes pies de páginas humanos, tan característicos de cualquier museo, poco que objetar. La muestra es una perfecta excusa para acudir al Museo Naval de Madrid el cual, si no se ha visitado nunca, honestamente merece mucho la pena.

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